patio 29 y otros reportajes
El parlamentario indicó que el recinto "representa parte del odio y la tragedia y el odio que le ocurrió a nuestro país hace más de tres décadas", pero que gracias a esta medida "se constituye en un monumento símbolo, un monumento nacional donde se rinde homenaje a las víctimas".
"Por sobre todo (esperamos que) sea un lugar de memoria, de recuerdo de hechos que el país quiere no olvidar justamente para que no vuelvan a ocurrir nunca más", apuntó.
Desde ahora, y en su condiciòn de Monumento Nacional, el recinto podrá ser beneficiado con la inversión de fondos públicos para su mejoramiento y conservación.
En el Patio 29 del camposanto fueron sepultadas varias de las víctimas de los excesos cometidos durante el gobierno militar, la mayoría de ellas en calidad de NN.
Desde hace un tiempo, el lugar también ha hecho noticia luego que se conocieran estudios que afirman que cerca de 40 cadáveres fueron identificados erróneamente por el Servicio Médico Legal durante la década de 1990.
29 de junio de 2006
©la tercera
suben condena de jefe de la dina
A raíz de lo anterior, y considerando factores políticos y legales, el juez los había beneficiado con la figura de la prescripción gradual, imponiéndoles un castigo de tres años y un día de presidio.
Tras un análisis acabado de los hechos, la Cuarta Sala, en votación unánime, condenó al otrora jefe de la DINA a diez años de cárcel y al ex director del centro de detención emplazado en Peñalolén a cinco años y un día, rechazándose asimismo aplicar la Ley de Amnistía o la prescripción del delito.
Fuentes Belmar adujo en su fallo de noviembre del 2005 que tales sentencias se ajustaron a la premisa de la prescripción gradual, ya que desde el retorno de la democracia en 1990, concluyó la tesis del secuestro calificado, pues se disolvieron los organismos de seguridad represivos.
El tribunal de alzada capitalino modificó las condenas al estimar que el secuestro es una acción ilícita permanente en el tiempo mientras no se encuentre el cadáver de la víctima y, por lo tanto, dado su gravedad no procede prescribir o amnistiar el crimen.
30 de junio de 2006
©la tercera
ciencia ficción en chile
Hoy, cuando ya se empina sobre la cuarentena, Novoa está rodeado de un ectoplasma de color amarillo brillante que evidencia su satisfacción al publicar una contundente antología de la ciencia-ficción nacional denominada "Años Luz. Mapa Estelar de la Ciencia-Ficción en Chile", una coedición de la novísima editorial Puerto de Escape -por él dirigida- y la Universidad de Valparaíso. El estudio que presenta la obra y la selección corrió por cuenta suya.
La ciencia-ficción (CF) es un género curioso. De hecho, el nombre le queda corto: Algunos creen que debiera denominarse "ficción científica", su correcta traducción desde el inglés. Harlan Ellison, un nombre mayor de este tipo de literatura, la define más bien como "ficción especulativa (...) el campo más fértil para el desarrollo del talento de un escritor sin lazos ni fronteras". Cuento corto: es el terreno donde máquinas inteligentes, alienígenas, cyborgs, y humanos de toda laya se mezclan, en mundos y épocas que de tan imposibles son muy semejantes a... esta. Si no, chequeen exponentes extranjeros como Ray Bradbury, William Gibson, Phillip K. Dick o J.G. Ballard. Sus narraciones son postales imposibles, pero con un reverso en clave terrestre, siempre muy inquietante.
"Cuando estaba en la universidad, en los años 80, gané un concurso literario y el premio fueron algunos libros de la editorial universitaria, libros de saldo", recuerda Marcelo Novoa buscándole la hebra al hilo, "Varios eran de género fantástico: ‘Aquel tiempo, esas enajenaciones' del porteño Sergio Escobar, ‘A horcajadas en las estrellas' de Arturo Aldunate Phillips, y ‘Los Ojos del Diablo' de Hugo Correa, que era un libro como de realismo mágico pero de terror, casi una versión rural de Stephen King, escrito en 1981". El nombre Hugo Correa le quedó orbitando. No pasaría tanto tiempo antes de que dicho autor se le reapareciera con la primera novela de CF chilena, propiamente tal: "Los altísimos" (1959). La ruta estaba trazada. En 1989, se encontró con "Antología de la Ciencia-Ficción y la Fantasía Chilena", de Andrés Rojas Murphy, el primer intento de compendiar a estos freaks de las letras chilenas, pero donde Correa había sido desmaterializado. "Ahora descubrí que había rencillas... Correa era el hombre reconocible de la CF en Chile. Fue publicado en España, Bradbury hizo que lo tradujeran al inglés, fue reconocido en los EEUU. Entonces, el tipo tiene una leyenda impresionante. Y, claro, Rojas Murphy lo dejó fuera, porque creyó que iba a opacar al resto y ahí dejamos la posibilidad de que esa antología fuera la primera importante en Chile", cuenta Novoa.
Por eso, siente que con las 427 páginas de "Años luz" no sólo se ha hecho justicia a los autores mencionados sino a todo un grupo que durante décadas habitó una suerte de ghetto cósmico. El libro hace coexistir a más de 30 autores, divididos en 4 etapas históricas. "La CF chilena es básicamente género fantástico. Está más cerca de lo clásico que lo tecnológico, que es una característica latinoamericana, en general, y que se entiende porque nosotros no tenemos producción industrial ni desarrollo tecnológico. Es muy difícil que de nosotros surja una CF dura", comenta el antologador.
Locos y Marcianos
Sin embargo, en el último tiempo, con la ciencia ficción chilena están pasando cosas nada irreales. ‘Yqdrasil' (Ediciones B), del también porteño Jorge Baradit, ha captado la atención de lectores como de críticos, y no sólo nacionales. Es cosa de chequear en Internet. Junto a él, se alinean otros nombres como los santiaguinos Pablo Castro y Sergio Amira y otra lumbrera de las tierras valparaisienses, el crítico literario Alvaro Bisama, personaje clave en el origen de esta antología, según señala Novoa: "El nombre del libro lo dio él y cuajó altiro: quizás estemos a años luz de la CF anglosajona... O de los lectores".
Pese a que, según el antologador, la CF chilena siempre ha sido, "un batallón bien ordenado", es natural que haya un subgrupo de verdaderos excéntricos, presentes en ‘Años luz'. "Escritores como Raquel Jodorowski, la hermana mayor de Alejandro, que realmente es un marciano dentro de la literatura chilena y no hay ninguna antología que la pueda soportar salvo ésta. Otro es Juan de la Láctea, el único poeta presente, que es otro loco que escribía poemas ‘galácticos' y tiene una saga que sólo un lector de Lovecraft puede entender. Otro podría ser Raúl Senén Martínez, que es un señor de 70 años, que escribía desde hace 50, y sólo cuando jubiló su familia le permitió que pudiera mostrar su trabajo porque antes, creían, lo iban a considerar loco. Él es un ejemplo viviente de la CF chilena".
¿Qué rasgos observas como característicos de la CF made in Chile?
-La evolución de la CF internacional, como plantilla, aquí no calza. Lo interesante es que, desde los años 30, este género tiene carta de ciudadanía y dialoga con otros y te encuentras con María Luisa Bombal, Juan Emar y Pedro Prado que escriben literatura de género fantástico y no tienen ningún problema. Hasta Carlos Droguett entra ahí con "Patas de perro". Pero algo pasa a partir de los años 50 y esto desaparece. Hay una rendición al verismo y al realismo. La CF chilena que venía robustamente unida al género fantástico pierde la conexión y se sume en un ghetto.
Ciencia Ficción Política
Ese descampado se mantiene hasta los 80, donde la dictadura de Pinochet, curiosamente, "permite contextualizar cierta literatura". Marcelo Novoa indica que el nacionalismo chabacano y autoritario provoca que algunos autores como Claudio Jaque, Sergio Meier, Ariel Dorfman y Francisco Rivas escriban una CF de peso y política. "Yo la llamo la Edad (Más)Dura. Esos autores hacen una literatura distópica; se preguntan qué pasaría si la dictadura durara para siempre. En esos momentos, lo más interesante que puede pasar con la nacionalidad está pasando por la literatura de CF. Es la más política, pero esa es mi lectura de hoy", advierte.
Hoy por hoy, junto con la edición de "Años luz", Marcelo Novoa está también detrás de la página www.puerto-de-escape.cl, donde no sólo la CF tiene su espacio sino todo lo vinculado a lo fantástico y el terror. Su lema "La única salida posible" ha entrado a oxigenar un imaginario literario de Valparaíso que ya estaba más que saturado con postales. Un puerto de vericuetos, asesinos seriales y un mar abierto desde donde llegan piratas y monstruos marinos. No es casual que más allá de los casos contemporáneos de Alvaro Bisama y Jorge Baradit, otros residentes temporales de estas tierras hayan abrazado el género como Manuel Astica Fuentes, uno de sus precursores, con su novela "Thimor" publicada hace ya 70 años, donde hablaba de una civilización utópica y... socialista. Claro, el hombre había dirigido el alzamiento de la escuadra en 1932.
Es que así es este género. A veces, demasiado real.
21 de junio de 2006
©la nación
neonazis de topless
De ahí en adelante han surgido, sin embargo, innumerables grupúsculos que, pretendiéndose herederos de esos muchachos, han venido declinando y pervirtiéndose en las pandillas canallescas que por estos días ciñen el brazalete con la svástica. Se trata de simples depravados y matones de topless, que glorificando el desprecio hacia los débiles, atacan a mansalva con manoplas, laques y bates al colita del barrio cuando va a comprar el pan a la esquina, al cabro pobre que se fuma su triste pito paraguayo, a la chiquilla gótica, al trabajador peruano que se desloma trabajando, al niño con síndrome de Down.
El nazismo, nos guste o no, está fundado en convicciones. Y los pelmazos malolientes que van por ahí con sus garrotes, creyéndose representantes de una raza superior, no las tienen en absoluto. No han leído nada de nada y se conforman con la repetición de un par de consignas babeantes, anémicas, obvias. Son sólo la escoria, el subproducto de una sociedad que ha perdido su potencia republicana y genera, como resultado de ello, estas excrecencias.
Ahí están en internet, mostrando sus músculos, sus pistolas y sus arias noviecitas virginales, que es exactamente lo mismo que hacen los neonazis alemanes, daneses, rusos, croatas, belgas, húngaros, hasta la náusea, en todos los rincones en que ha surgido esta moda sangrienta.
Pregúntenle a un neonazi algo, un poquito nada más, de la historia de Chile: se quedará en blanco. Intenten que cante, por ejemplo, ‘Yo tenía un camarada', el viejo himno del Movimiento Nacional Socialista, y se le darán vuelta los ojos. Hagan que se baje los pantalones: verán sus absurdos calzoncillos estampados con el ratón Mickey. Pero él y sus lumpenescos amigotes se creen la nueva policía. Y en muchos casos actúan apoyados por la indolencia cómplice de algunos carabineros. Esos mamarrachos no tienen derecho alguno a llamarse nazis, ni neonazis, ni siquiera nacionalistas, si no conocen los más básicos rudimentos ideológicos de lo que pretenden propagar. Sólo son unos zopencos que aprendieron hombría patriotismo de boca de algún oscuro tío permanente, en alguna recóndita colonia, mientras les daba la papa en su vieja y funesta mamadera.
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