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kennedy y los derechos civiles


[Jonathan Yardley] Nuevo libro argumenta que JFK estaba alejado de la lucha por los derechos civiles.
La leyenda de John Fitzgerald Kennedy ha tenido altos y bajos todo el tiempo, en parte debido a una constante reinterpretación de los hechos conocidos sobre su presidencia de mil días, de mano de historiadores y otros, y en parte debido a los ánimos políticos de cualquier momento dado. Un aspecto de esa leyenda, sin embargo, ha permanecido extraordinariamente consistente durante estos años: que a la hora de su asesinato en noviembre de 1963, era ampliamente admirado y querido, especialmente por los demócratas liberales.
Nada podría estar más alejado de la verdad. La crisis de los misiles cubanos llevaba entonces un año de pasado, y el brillo que había dado a la reputación de Kennedy ya se había disipado. Aunque la situación internacional era en general tranquila y estable -las consecuencias a largo plazo de los ‘asesores' estadounidenses que Kennedy había enviado a Vietnam eran entonces todavía desconocidos-, la situación interna era problemática, especialmente con respecto a los derechos civiles. Los americanos negros estaban cada vez más inquietos. Los americanos blancos todavía simpatizaban con su causa, al menos fuera del Sur, pero había indicios de un contragolpe, especialmente en el surgimiento de Barry Goldwater y la derecha republicana.
En este ambiente de crisis cada vez más grave, Kennedy... no había hecho demasiado. En junio de 1963, enfadado por "las amenazas y declaraciones insolentes" del gobernador George Wallace sobre la desegregación de la Universidad de Alabama, Kennedy pronunció un convincente discurso por televisión en el que calificó los derechos civiles de "un asunto ético... tan viejo como las santas escrituras y... tan claro como la Constitución de Estados Unidos" y propuso entonces importantes leyes federales sobre los derechos civiles que afectaban los servicios públicos y asuntos relacionados. Pero el Congreso había mostrado poco interés en tratar el proyecto de ley y Kennedy había mostrado poco interés en insistir. Estaba concentrado en las elecciones de 1964. Quería, y esperaba, una victoria rotunda, y no quería zaherir indebidamente a esos electores sureños que le habían otorgado, demostrativamente, la estrecha victoria de 1960, un asunto que todavía lo atormentaba tres años después.
Así que en el otoño de 1963, muchos de los que lo habían apoyado decididamente en 1960, estaban enfadados con él. Pensaban que no había hecho más que prestar un apoyo de boquilla a la gran causa política, social y moral de la época, que era, en el mejor de los casos, poco efectivo en sus relaciones con un Congreso reticente todavía bajo el control de una intolerante minoría sureña y que había poco substancia detrás de su fotogénica y guapa apariencia. Cuando fue asesinado, todo eso cambió y se olvidó rápidamente, pero es una verdad histórica que debe ser conocida.
Esta es una de las muchas cosas que Nick Bryant, un corresponsal de la BBC, hace en ‘The Bystander', un exhaustivo (y, sí, agotador) examen de los logros de Kennedy en cuanto a los derechos civiles desde su primera candidatura para el Congreso en 1948, hasta su muerte quince años después. Es una historia compleja con tantos altibajos como la reputación de Kennedy, pero, en general, no reconoce su aporte. El tema de los derechos afro-americanos producía una "extraordinaria gama de posibilidades" en él: "A veces, era capaz de genuinos actos de compasión y consideración. En otras ocasiones, era frío, despectivo y notoriamente indiferente, sobre todo cuando los que criticaban la insuficiencia de sus medidas eran negros. Incluso en momentos de grave crisis, podía desplegar una increíble indiferencia ante la violencia y dolor". "Tendía a ser frío y calculador cuando manifestantes organizados de los derechos civiles trataban de empujarlo a que adoptara ciertas posiciones en política. Era mucho más comprensivo con los individuos que habían sufrido directamente las violetas humillaciones de la segregación".
Ahora, más de cuatro décadas después, es fácil olvidar lo violentas que podían ser esos ultrajes. Fue durante la presidencia de Kennedy que el intento de James Meredith de matricularse en la Universidad de Mississippi fue interrumpido por una violenta turba alentada por agentes de policía locales y del estado; que los polis de Bull Connor apuntaron potentes mangueras de incendio contra los manifestantes negros (muchos de ellos niños) en Birmingham; que cuatro colegialas murieron cuando estalló una bomba en la Iglesia Bautista de la Calle 16. Sin embargo, fue normal que después de esta última atrocidad, Kennedy no dijera nada -nada- en público. Esto fue tres meses después de que Kennedy dijera los derechos civiles eran "un asunto ético"; pero sobre la muerte de esas colegialas en lo que era claramente un atentado motivado únicamente por la intolerancia, no tenía nada que decir.
Esto, dice Bryant, es otra prueba de que Kennedy "todavía no comprendía plenamente lo que tenían que sufrir los negros en esos bolsones de feroz resistencia segregacionista, como Birmingham". Esto es verdad, y ciertamente refleja ciertas obvias realidades: el efecto aislante de la riqueza y el privilegio en el que Kennedy había vivido toda la vida, y el efecto aislante adicional del Despacho Oval. El único negro estadounidense con el que Kennedy pasaba algún tiempo era George Thomas; tenían una relación mutuamente cordial, pero "el trabajo de Tom todas las mañanas era encargarse de la ropa del presidente". Más allá de eso, simplemente no estaba interesado en asuntos domésticos, excepto en la medida en que afectaran su posición política; creía que la función principal del presidente eran las relaciones exteriores, y durante su mandato ocurrieron muchas cosas -el Muro de Berlín, la crisis de los misiles, Vietnam- que obviamente lo confirmaron en esa creencia.
También es verdad, como enfatiza Bryant, que "por naturaleza e ideológicamente, Kennedy era un gradualista". No tenía nada de fanático. Incluso con respecto a la Guerra Fría, sobre la que tenía una posición muy declarada, se mostraba cínico y distante. En realidad, le importaba más el efecto del racismo americano sobre la Guerra Fría que sobre sus ciudadanos negros; sabía que los ejemplos de intolerancia y segregación le daban a la Unión Soviética un arma propagandística poderosa contra Estados Unidos, y quería neutralizarla todo lo posible.
Era esencialmente pasivo sobre las cuestiones morales planteadas por la segregación y manipulaba las cuestiones políticas, pero sus logros como presidente no eran pocos. Él y miembros de su gobierno hicieron muchas cosas que tuvieron un poderoso efecto simbólico, desde nombrar a negros en posiciones de gran visibilidad, hasta boicotear el Club Metropolitano, "donde los únicos negros que eran permitidos en su comedor eran los camareros con servilletas dobladas sobre sus brazos", y organizar festividades en la Casa Blanca donde los negros destacaban como invitados y artistas. Hoy esas cosas pueden parecer pueriles, pero a principios de los años sesenta era casi revolucionario y "los gestos mismos que los líderes negros y los liberales ridiculizaban como simbólicos, eran de hecho de gran efectividad a la hora de mantener un amplio apoyo negro".
Sin embargo, fue también Kennedy quien nombró a varios segregacionistas declarados en los tribunales federales -más escandalosamente William Harold Cox, un amiguete del senador racista de Mississippi, James O. Eastland- y quien metió la pata repetidas veces a medida que se extendían las sentadas y las demandas negras se hacían más insistentes. Como un joven parlamentario, había "batallado duramente por nuevas leyes de derechos civiles y luchado tenazmente a favor de los residentes negros de distrito de Columbia", pero una vez que entró a la Casa Blanca en 1961, tomó la "decisión de apartarse de los derechos civiles". Se mantuvo firme en esa decisión hasta mayo de 1963, cuando los sucesos en el Sur le convencieron de que "más dilaciones podrían engendrar más violencia". Sin embargo, cuatro meses más tarde guardó silencio sobre Birmingham.
Bryant entiende que los instintos de Kennedy eran decentes, pero que era gobernado por una innata cautela y un agudo sentido de las realidades políticas, al menos como él las entendía. Bryant también cree que el país estaba más que listo para acciones decisivas en cuanto a los derechos civiles y que la incapacidad de Kennedy a la hora de aprovechar la oportunidad, puede haber contribuido, inconscientemente, al resentimiento y la resistencia blanca. Bryant, que estudió historia americana y ciencias políticas en Cambridge y Oxford, es una genuina rareza: un británico que en realidad entiende a Estados Unidos. ‘The Bystander' recorre mucho terreno que es familiar y con demasiada exhaustividad, pero ofrece una perspectiva sólida, erudita y sensible.

Libro reseñado
Nick Bryant
The Bystander. John F. Kennedy and the Struggle for Black Equality
Basic
545 pp.
$29.95

Jonathan Yardley's e-mail address is yardleyj@washpost.com

2 de julio de 2006
©washington post
©traducción mQh
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