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matanza entre vecinos


[Joshua Partlow y Naseer Nouri] En todo Bagdad, la violencia provoca la huida de sus habitantes o el encierro en casa.
Bagdad, Iraq. Cuando ya no pudo vivir en su casa, cuando mataron a sus vecinos en la calle, una madre de siete niños dijo adiós a sus hijos adolescentes y se internó a pie en la letal noche bagdadí.
Haciendo caso omiso del toque de queda en la ciudad, la mujer, conocida como Um Mustafá, cogió a sus dos hijos más pequeños y caminó los ocho kilómetros de calles secundarias de barrios bajos urbanos iluminados sólo por la luna, hasta el campo de refugiados que se ha convertido en su nuevo hogar.
En un terreno de tierra endurecida y hierbas rasposas, se encuentran ahora treinta familias viviendo en las verdes tiendas del campamento, sobreviviendo con raciones de arroz y tomates, y observando cómo la violencia se traga gran parte de la ciudad.
"Dejé a mis niños en al-Jihad porque no quisieron salir de su casa. Me dijeron: ‘Nunca dejaremos nuestra casa. Lucharemos por ella'", dijo Um Mustafá, demasiado aterrorizada como para dar su nombre completo, parada frente a su tienda. "Me escapé cuando empezaron los tiroteos. Salimos con la ropa que teníamos puesta".
"Los vecinos se están matando entre sí", dijo. "Ya no confiamos en nadie".
Después de más de una semana de algunos de los incidentes más violentos de la guerra, Bagdad es un esqueleto de ciudad: Muchas de sus tiendas están cerradas con postigos, y las calles desiertas.
La violencia estalló el 9 de julio cuando milicianos chiíes musulmanes irrumpieron en el barrio de al-Jihad y mataron a decenas de árabes sunníes. Para el viernes, el sexto día, el número de bajas en Bagdad llegó a 628 personas, de acuerdo al general de brigada Mahmoud Nima, del ministerio del Interior, citando una cifra que excede de lejos las cifras propuestas previamente por boletines de prensa.
En grandes expansiones de territorio al sur y oeste del río Tigris -en los barrios de Bagdad como al-Jihad, Amiriyah, Ghazaliyah y Dora-, los vecinos que no han huido pasan sus días prácticamente encerrados entre puestos de control militar y los enfrentamientos callejeros entre vecinos y milicianos itinerantes.
Al norte, en la barriada chií de Ciudad Sáder, al menos tres estallidos de bombas han causado el derrumbe de edificios y quemado tiendas y coches.
En los barrios relativamente más seguros de Bagdad central -Karrada y Karadat Maryam-, el tráfico bajó en las calles comerciales y en las aceras los vendedores vendían bolsas de patatas fritas y pilas de sandías. Pero había indicios de que la violencia también ha afectado a esos barrios.
En su tienda de ropa de Karrada, Sarmed Fadhil estaba colgando hileras de trajes, pero había piezas del invierno pasado.
El envío este verano de quinientos trajes europeos y dos mil camisas espera indefinidamente fuera de Iraq, ya pagado pero sin ninguna posibilidad de ser vendido.
"El mercado está totalmente congelado", dice Fadhil, con el sudor goteando sobre sus cejas, en la sala de ventas desierta. "La mayoría de nuestros clientes se han marchado del país".
Incluso en las áreas más seguras de Bagdad, nadie es inmune a ataques esporádicos. La semana pasada dos terroristas suicidas mataron a 16 personas a 200 metros de las entradas de civiles a la Zona Verde fortificada donde está instalado el gobierno estadounidense.
Para los iraquíes más ricos, quizás el terreno más apreciado está dentro del Aeropuerto Internacional de Bagdad, la última parada antes de dejar el país. El fin de semana pasado las aerolíneas han agregado vuelos extras hacia Amán, Jordania, para acoger el éxodo.
Huzaa Khadam Hamdan, 38, y su hermana, que trabaja en la Organización Nacional de Mujeres Iraquíes, decidieron huir cuando, el mes pasado, mataran al director de la organización y quemaran la oficina. Las hermanas dijeron que habían recibido amenazas de muerte de hombres que creen que son miembros de una milicia chií.
"Nos llamaron putas", dijo. "Nos dijeron que hacíamos pecar a los hombres".
La semana pasada se refugiaron en la casa de un miembro del parlamento, pidieron dinero prestado para pagar los billetes de avión y esperaron en el aeropuerto con dos maletas de ropa y raciones de arroz antes de abordar uno hacia Jordania. Por primera vez en sus vidas, las dos mujeres sunníes se pusieron pañuelos de cabeza para hacer el trayecto hasta el aeropuerto, para ocultar su identidad.
"Creedme, estoy en el aeropuerto, y todavía tengo miedo", dice Hamdan. "No volveremos nunca. Si volvemos, nos matarán".
Aunque los insurgentes árabes sunníes han instigado meses de violencia, las milicias chiíes, tales como el poderoso Ejército Mahdi han sido acusadas la semana pasada de orquestar decenas de brutales ataques.
Miembros del Ejército Mahdi, controlado por el clérigo chií Moqtada al-Sáder, han negado repetidas veces haber participado en las matanzas en Bagdad en la última semana, sugiriendo en cambio que se trata de elementos rebeldes de la milicia, que operan sin órdenes oficiales.
Al este del aeropuerto, la comuna de Dora estuvo a la altura de su reputación como uno de los barrios más peligrosos de la ciudad. Al menos 245 personas murieron allá durante la semana pasada, según la policía. Tropas estadounidenses y agentes de la policía iraquí en Dora se enfrentaron el jueves tarde con rebeldes en los alrededores de la mezquita al-Rumi.
Desde dentro de su casa, un vecino chií miraba desde su ventana la desarrapada colección de milicianos amenazando la calle: hombres sin camisa disparando ametralladoras, milicianos en chándal negro acarreando lanzagranadas. Sus hijos lloraban al oír el repiqueteo de las balas, incapaz de dormirse en sus camas. La policía iraquí formó un cordón en torno a su casa, encerrando a su familia dentro y dejando a otros familiares, que querían entrar a casa, fuera.
"Ahora nos escondemos en la casa", dijo el vecino chií, que habló a condición de conservar el anonimato por razones de seguridad. "Para nosotros es difícil salir de compras. Hay un tendero cuyas únicas verduras llegaron hace tres días, y la gente está comprando cualquier cosa".
Sin electricidad en el barrio por ya cinco días y graves cortes en el gas de cocina, algunos vecinos calientan su comida en fogatas de leña. Durante la violencia de la semana pasada, las posesiones materiales perdieron algo de su significado: La gente vendía sus muebles para comprar rifles de asalto AK-47 y municiones, dijo uno de los vecinos, Amar al-Jubouri.
Jubouri, un sunní de 40 años, dijo que la policía está colaborando con las milicias y que hay una recompensa de 1.200 dólares por la cabeza de cualquier sunní con su apellido. Cuando pasó por un puesto de control esta semana, alcanzó a oír a los agentes decir: "Limpia tus pecados y obtén el perdón con la sangre de un sunní".
El conflicto ha convertido a algunos vecinos en asesinos. Rashid al-Jubouri, vecino de Dora, dijo que se unió a la pelea esta semana para defenderse a sí mismo y ayudó a capturar a dos milicianos después de un allanamiento en el que los milicianos ejecutaron a siete jóvenes del barrio.
"Los colgaron de las farolas, había huellas de tortura en sus cuerpos, de torturas con taladros, y estaban quemados con ácido", dijo. "Así que cuando capturamos a esos dos y los interrogamos, también los ejecutamos y los colgamos de las mismas farolas".
Ese espíritu vigilante se ha apoderado de barrios sunníes como Amiriyah y Ghazaliyah. Líderes religiosos visitaron casas la semana pasada para reclutar hombres e integrarlos a grupos de defensa del barrio, mientras las mezquitas dan la voz de alarma toda vez que se aproximan hombres armados.
Amar al-Zobaie, vecino de Ghazaliyah, dijo que los milicianos transmiten sus propias ideas con megáfonos, y gritando cuando pasan por el barrio: "¡Sáder, todos somos vuestros soldados!"
El jueves noches, hombres armados repartieron octavillas en calle, dirigidas a "la escoria de Ghazaliyah", dando a los sunníes 72 horas para abandonar el barrio.
"De otro modo, vuestro destino será la muerte y el destino de todos aquellos que subestimen este aviso, y las balas de los rifles de hombres caballerosos se incrustarán en las cabezas y pechos de aquellos que apoyan al mal y se dan la mano con el demonio", dice la octavilla.
Al día siguiente, grupos sunníes repartieron sus propios avisos. Una octavilla, que colgaba de la pared de la mezquita de al-Abbas en Amiriyah, decía a los niños que no comprasen caramelos o juguetes a los chiíes e instruían a sus padres a acumular armas, dejar los barrios mixtos sunníes-chiíes o salir de Bagdad.
Arriba de la octavilla, arriba de la lista de instrucciones, la octavilla decía: "¿Qué vamos a hacer cuando empiece la guerra civil?"

Ellen Knickmeyer y Saad al-Izzi y Bassam Sebti contribuyeron a este reportaje.

19 de julio de 2006
©washington post
©traducción mQh
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