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frontera en aprietos


[Nicholas Riccardi] Deportados por Estados Unidos, llegan a Nogales, México, unas 500 personas por día. Los recién llegados inundan los refugios de la ciudad y ponen a prueba los servicios públicos.
Nogales, México. Ana Arredondo sabe quién le abrió el coche y le robó el estereo en una calle del centro de la ciudad la otra tarde. Está segura de que fue uno de los inmigrantes que atiborran las calles de esta bullente ciudad fronteriza.
"Mire el tipo de gente que se ve en las calles", dice Arredondo, 26, enfadada. "Casi todos ellos terminan cometiendo algún tipo de delito".
Una ciudad mexicana no parece ser el lugar probable de medidas represivas contra los inmigrantes. Pero Nogales ha estado combatiendo con los costes de la inmigración ilegal de modos que pocas ciudades estadounidenses pueden imaginar.
Hasta una docena de veces al día, un autobús blanco para al otro lado de la frontera de Nogales y descarga emigrantes que han sido capturados por la Patrulla Fronteriza de Arizona tratando de entrar ilegalmente a Estados Unidos. Los deportados inundan los refugios de la ciudad y ponen a prueba los servicios públicos mientras tratan de reunir el dinero para otro intento de entrar ilegalmente. Provienen, en cantidades cada vez más grandes, del sur de México y América Central, atraídos por rumores de una amnistía.
El mes pasado, el despliegue de la Guardia Nacional estadounidense en la frontera hizo todavía más difícil el cruce ilegal de la frontera, complicando los problemas para la ciudad. Los deportados provocan sospechas y resentimiento entre los residentes antiguos.
"Nuestra tasa de delincuencia ha estado subiendo, porque lo único que tienen es la ropa que llevan", dijo el alcalde Lorenzo de la Fuente. El coste de la inmigración ilegal "sube y sube... Ya no podemos controlarlo.
"Si cruzar se pone difícil y deportan a más gente", dijo de la Fuente, "bueno, es de eso de lo que tengo miedo".
En este tramo de la frontera, la inmigración ilegal es un problema más grande en México que en Estados Unidos. Una muralla ha impedido que los cruces no autorizados creen demasiados problemas en la ciudad tocaya de Nogales en Estados Unidos.
"La inmigración ilegal es una irritación menor en Nogales", dice Ignacio Barraza, un concejal de Nogales, Arizona (20.800 habitantes). "Causa más impacto en Nebraska e Iowa".
Diariamente llegan unas quinientas personas deportadas a Nogales, México. Funcionarios del ayuntamiento calculan que un diez por ciento abandona finalmente los intentos de entrar ilegalmente a Estados Unidos. Los deportados se convierten en parte de una ciudad en tal confusión que nadie puede incluso ponerse de acuerdo sobre su número: el censo del gobierno dice 150 mil, pero funcionarios locales y académicos dicen que esa cifra es exageradamente baja. El ayuntamiento calcula la cantidad en 300 mil.
Los inmigrantes se han apoderado de los barrios bajos que se agolpean en las colinas cubiertas de arbustos espinosos que cercan la ciudad. Mujeres y niños que han sido deportados de Estados Unidos mendigan en el centro. Los titulares de los diarios inmortalizan a veces a la última familia que ha perdido la vida tratando de entrar a hurtadillas por la frontera.
"Nogales es el resultado de decisiones erróneas tomadas por los dos gobiernos", dice Francisco Trujillo, que dirige la oficina mexicana del grupo sin fines de lucro BorderLinks, que realiza excursiones educacionales a lo largo de la frontera. "Lo podemos ver aquí mismo, porque estamos en el borde de los dos países".
Las dos Nogales fueron levantadas como ciudades ferroviarias a fines del siglo 19 en un desfiladero entre colinas cubiertas de matorrales en el desierto, a 115 kilómetros al sur de Tucson. Mientras que la ciudad estadounidense es todavía una somnolienta avanzada, su vecina mexicana se ha convertido en un centro comercial. La transformación empezó en los años sesenta, cuando se abrieron en el lugar las primeras maquiladoras.
Ensamblando piezas de teléfono, sistemas balísticos y coches, las trabajadores ganaban salarios relativamente altos para México. Las maquiladoras atrajeron a emigrantes del empobrecido interior del país. Nogales y otras ciudades fronterizas con maquiladoras empezaron a florecer, y entonces los emigrantes, buscando salarios más altos al otro lado de la frontera, empezaron a cruzar ilegalmente hacia Estados Unidos.
Cuando se ratificó el TLCAN en 1993, se obligó a las pequeñas granjas del sur de México a competir sin demasiado éxito con la agro-industria internacional. Un constante flujo de campesinos sin trabajo empezaron a viajar hacia el norte para cruzar ilegalmente.
Ese año llegaron tantos inmigrantes indocumentados a Nogales, Arizona, que el gobierno de Estados Unidos levantó una barrera entre la ciudad y México con excedentes militares de metal. Dos años después, el gobierno levantó la muralla que todavía existe hoy. La valla de metal corrugado de 4.2 metros de alto -coronada con una malla inclinada hacia el lado mexicano- corre entre las dos ciudades por cerros y a través de cañones y en barrios remotos. La muralla empujó a los inmigrantes más al oeste hacia el desierto inhabitado en un intento de cruzar ilegalmente a Estados Unidos.
En el lado estadounidense, la muralla es vacía y amenazadora. En México, el texto en español ‘Fronteras: Cicatrices de la tierra' está pintado con aerosol sobre el oscuro metal, que también está cubierto con cruces blancas marcando a los inmigrantes que han muerto en el intento.
En el centro -una rejilla de tiendas, restaurantes, clubes de striptease para turistas estadounidenses y canadienses- se arrima contra la muralla. Letreros en inglés anuncian medicinas baratas en las farmacias. A algunas calles hacia el sur, las farmacias son reemplazadas por una mezcla de taquerías, tiendas de ropa y Burger Kings. Sólo tres calles recorren la ciudad en toda su extensión, creando abrumadores embotellamientos de tráfico. Las vías férreas seccionan la ciudad y cuando los trenes de carga con repuestos de automóviles o frutas desde el sur se arrastran por la ciudad, interrumpen el tráfico por períodos de hasta una hora.

Puede ser un lugar desconcertante para los que llegan aquí sin previo aviso. Antonio Muñoez, 22, vendió su caballo y una pequeña cabaña en un pueblo en las afueras de Ciudad de México para financiar su primer intento de cruzar, con la idea de ganar más dinero en una fábrica de Georgia donde trabajaba un amigo.
"Si estuviera en mi situación", dijo, "usted haría lo mismo".
Muñoz ha hecho siete intentos de entrar ilegalmente a Estados Unidos. Lo han capturado y deportado a Nogales en todas las ocasiones.
Su último intento terminó después de que caminara durante tres días en el desierto de Arizona. Se desplomó, empezó a vomitar y fue finalmente divisado por los agentes de la Patrulla Fronteriza. Ahora trabaja en una maquiladora y vive en uno de los muchos refugios para deportados que hay en Nogales -el suyo es una colección de cuartos vacíos y blanqueados arriba de una videoteca junto a la principal arteria de la ciudad.
La mayoría de los inmigrantes deportados llegan aquí sin un centavo. Mientras viven en los refugios, dependen de alimentos proporcionados por el ayuntamiento. Si están enfermos, el ayuntamiento paga su atención médica. Atascan las salas de urgencia de los hospitales públicos. Y cuando roban los tapacubos de los coches para trocarlos por comida, la policía los detiene y los encierra en las cárceles de la ciudad.
El nuevo jefe de la policía de Nogales dice que ha destinado más recursos para impedir que los deportados roben en coches y tiendas del centro de la ciudad. Marco Antonio Guidiño dijo que los asaltos han descendido un 67 por ciento desde que empezara la operación a fines de mayo. "Esa gente llega aquí sin dinero", dijo. "Una manera de sobrevivir es delinquiendo".
El ayuntamiento contrata a algunos inmigrantes por períodos de hasta 15 días para el aseo de las calles, lo que es suficiente para comprar un billete de bus a casa, y entrega gratuitamente el billete de vuelta a menores de edad deportados sin sus familiares. Funcionarios de la ciudad se quejan de que el gobierno federal no les compensa los costes de ocuparse de los inmigrantes, sea que estén de paso o se queden. El ayuntamiento ya ni siquiera se preocupa de calcular cuánto gasta con los inmigrantes. "Si dices que cuesta tanto, lo puedes presupuestar, no es un problema", dice de la Fuente. "Pero sigue subiendo".
Los funcionarios dicen que la mayoría de los inmigrantes son trabajadores dedicados y respetuosos de la ley. Pero entre los deportados se ha capturado a violadores de niños, delincuentes sexuales y criminales profesionales.
"No hay control sobre la gente que nos envía Estados Unidos", dijo Sergio González Machi, funcionario de la oficina de empleo del gobierno del estado de Sonora, que gestiona un refugio para inmigrantes.
Raúl Carbajal, presidente de la Cámara de Comercio de Nogales, dijo que el problema económico más urgente de la ciudad era la escasez de trabajadores calificados en las maquiladoras. Algunos inmigrantes pueden encontrar trabajo fuera de las factorías, pero un 40 por ciento no es capaz de aprobar un examen del estado de aptitudes laborales básicas ni el grado de alfabetización requerido para esas posiciones. Grandes contingentes de inmigrantes hablan solamente sus lenguas nativas del sur de México.
"Aquí llega gente que no habla español y tienen costumbres diferentes", dice Carbajal. "No pueden salir a trabajar a las 7 de la mañana y salir del trabajo a las 5 de la tarde".
Los que tienen trabajos normales y contribuyen a la economía de Nogales se sienten rechazados. "Cuando vas a trabajar a la maquiladora, te miran como te miran los gringos", dice Juan Zamora, que hace partes de coches en una factoría. Pasó una década en Estados Unidos antes de que fuera arrestado por ser un inmigrante ilegal y fuera enviado a un centro de detención en Arizona. Fue deportado a Nogales en abril. "Siempre que entro a la fábrica hay gente mirándome en la calle".
Aunque dos tercios de la población de la ciudad nacieron en otros lugares de México, los vecinos de residencias más prolongadas refunfuñan sobre los cambios provocados por los inmigrantes. Arredondo, la ayudante de dentista cuyo coche fue forzado, nació en el central estado de Jalisco, pero añora la Nogales más sencilla a la que llegó cuando era adolescente. "Era más tranquila", dice frente al edificio de oficinas donde trabaja, mientras los coches se abren camino tocando el claxon. "Ahora hay mucha gente".
Marcos Arturo Vásquez, atascado en un embotellamiento de varias cuadras de largo, suspira mientras contempla el caos. Nativo de Nogales, el taxista también culpa a los recién llegados. "La mayoría de los sonorenses somos limpios y tranquilos y educados", dice.
Trujillo, el activista fronterizo, dice que esos sentimientos, aunque no son universales, muestran que la desconfianza hacia los extranjeros pobres no tiene fronteras. "La misma actitud que tienen algunas comunidades en Estados Unidos, la tenemos aquí en México contra la gente que viene del sur".
Hay gente que simpatiza con los recién llegados. "Pobre gente, han sufrido tanto", dice Rafael Vitla, 70, que descarga camiones en el remoto cruce de frontera donde son dejados los deportados. "Han perdido todo y tienen que volver a empezar".
Mientras hablaba Vitla, un grupo de 46 deportados entraron a México después de ser depositados a unos cien metros al otro lado de la frontera por un bus del ministerio de Seguridad Interior. Eran las 3:15, y los funcionarios del lado mexicano ya habían partido a casa. El paso fronterizo, en una remota cordillera, está a más de un kilómetro y medio del centro de la ciudad.
"¿No hay taxis aquí?", pregunta Manuel Corona, incrédulo. Corona, 47, del centro de México, tuvo que caminar a través de barrios industriales hacia el centro, donde esperaba reunirse con su hija de 23 años que fue deportada el día anterior.
Funcionarios mexicanos dicen que la respuesta al problema de la inmigración es crear empleos que mantenga a gente como Corona en su casa. Como solución de corto plazo, el estado empezó en abril un programa en un refugio que ofrece a los inmigrantes calificados trabajo en las maquiladoras. "Están en su propio país y están trabajando", dice Nitzia Gastelum Romero, que gestiona el refugio. "Este es un programa modelo".
México no es el hogar de Larissa Sosa, pero está agradecida por la posibilidad de trabajar aquí. Hace dos meses, la salvadoreña de 24, que lleva viviendo cuatro años ilegalmente en México, fue capturada por la Patrulla Fronteriza estadounidense cuando trataba de cruzar el desierto de Arizona. Quería hacer más dinero para pagar el tratamiento médico de su achacoso padre de 70. Un agente de la Patrulla Fronteriza ayudó a Sosa a subir al bus con los deportados, diciéndole: "Hasta pronto".
En Nogales, Sosa encontró el refugio de Gastelum, y luego trabajo en una maquiladora, y decidió quedarse. Habla con entusiasmo sobre aprender inglés e informática.
Pero cuando le preguntaron si se considera feliz de haber terminado en Nogales, empezó a sollozar. Hablando sobre Estados Unidos, dijo con nostalgia: "Hay tanto dinero allá".

18 de julio de 2006
©los angeles times
©traducción mQh
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