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no me comí a mi papá


[Edmund Sanders] Naiomi tenía que empezar a ir a la escuela cuando sus parientes la tildaron de bruja y la echaron a la calle.
Kinshasa, Congo. Naomi Ewowo había recién perdido a sus padres cuando su familia la tildó de bruja. Tenía cinco años.
Tras la inesperada muerte de sus padres a menos de un mes de intervalo, la educación de Naomi quedó en manos de familiares que trataban de hacer frente a la tragedia. Pidieron consejos a un ‘profeta' vecino, que les advirtió que entre ellos se escondía una hechicera. Pronto los ojos de todos se volcaron sobre la más joven y débil de la familia.
"Me acusaron de matar a mis padres", dice Naomi, ahora de diez, moviendo nerviosamente sus cortas piernas debajo de la silla. Finalmente la niña fue expulsada por sus familiares y vivió en la calle hasta que, hace tres meses, se mudó a un refugio.
"Dicen que me comí a mi padre. Pero no es verdad. No soy una bruja".
En un continente donde reina la creencia en la magia negra y en los espíritus malignos, la caza de brujas no es nada nuevo, y se ataca habitualmente a mujeres más viejas y solteras. Pero en la República Democrática del Congo hay un nueva interpretación de esta antigua inquisición. La mayoría de los que se dice que participan en la brujería y hechicería son niños, y esas acusaciones son la principal causa del abandono infantil.
De los 25 mil niños que se estima viven en las calles de Kinshasa, la capital, más del sesenta por ciento fueron expulsados de sus casas por sus parientes, que los acusaron de brujería, dicen amigos de la protección a la infancia. La práctica está tan extendida que la nueva constitución del Congo, adoptada en diciembre, incluye una disposición que prohíbe las acusaciones de brujería contra niños.
Una de las causa es el aumento del fundamentalismo religioso, de las iglesias protestantes y de los profetas auto-proclamados. En Kinshasa más de dos mil iglesias ofrecen servicios de ‘liberación' para expulsar a espíritus malignos en los niños, dice el grupo Human Rigths Watch.
"Algunos de los profetas que dirigen estas iglesias han ganado una enorme fama, atrayendo a cientos de feligreses a sus lucrativos servicios dominicales debido a su famoso ‘éxito' en ceremonias de exorcismo de niños", dijo el grupo en un informe de abril.
Pero el verdadero culpable es la pobreza crónica, dicen algunos expertos. Décadas de dictaduras, inestabilidad y guerra han destruido el tejido social del país, destrozando sus tradicionales sistemas de apoyo familiar y tribal. No es una coincidencia que la inmensa mayoría de los niños acusados provengan de hogares pobres y deshechos. La mayoría son huérfanos o han perdido a uno o los dos padres por divorcio o abandono.
Cuando los familiares son incapaces o no quieren alimentar una boca adicional, buscarán motivos para deshacerse del niño, dijo Charlotte Wamu, asesora de Solidarity Action for Distressed Children, que ayuda a los niños de la calle. En África, echar a la calle a un miembro de la familia, incluso si se trata de un familiar lejano, es considerado una vergüenza, y las acusaciones de brujería proporcionan una justificación conveniente y difícil de desaprobar.
"Es siempre la madrastra la que acusa de brujería al hijastro, no a sus propios hijos", dijo Wamu. "El brujo es el hijo de tu hermano muerto, nunca tus propios hijos".
Naomi, hija única del segundo matrimonio de su padre, dijo que su familia nunca la aceptó, ni a ella ni a su madre.
Cuando murieron los padres de Naomi en 2001, sus parientes la llevaron de un profeta a otro buscando un modo de expulsar de ella sus ‘espíritus malignos'. A veces el exorcismo consistía en una rápida oración, otra veces implicaba algo más.
Un predicador encerró a Naomi en un cuarto durante tres días sin alimento ni agua, dijo la niña. "Yo quería escaparme para beber agua, pero pensé que eso sólo empeoraría mi situación", dijo.
Probablemente tenía razón. Las ceremonias de exorcismo infantil pueden consistir en brutales tratamientos, incluyendo palizas, quemaduras y el uso de agua salada, aplicada oral o analmente, para ‘purgar' a los niños, dice el grupo Save the Children.
Un profeta auto-proclamado de Kinshasa, Pakoki Keni Emmanuel Suliman, empezó una entrevista con una enérgica oración y terminó intentando venderme diamantes de contrabando, los que escondía en su cartera.
Desde su iglesia Promised Temple, que dirige desde su casa, Pakoki hace alarde sus talentos ante uno de sus clientes.
"¿Dejaste que los espíritus malignos entraran en ti?", ruge el fornido y barbudo predicador ante un tembloroso niño de nueve años. "¡Debes confesar! ¡Cuenta la verdad! Entonces voy a rezar por ti, una vez más". El niño confesó debidamente que, después del último exorcismo, había ‘matado' a dos personas. Su hermano mayor también había sido tratado varias veces.
Pakoki dijo que él nunca aceptaba dinero, aunque se pedía a los parientes que compraran unas sábanas blancas, a dieciocho dólares cada una, que eran ondeadas y usadas para envolver a los niños durante los exorcismos.
"Yo rezo y ellos se curan", dijo.
Las confesiones forzosas dejan a muchos niños confundidos y con sentimientos de culpa.
"Empiezan a creer que han hecho algo malo o de que realmente son brujos", dice Evariste Kalumuna, director del centro de rescate que sacó a Naomi de la calle. Contó que cuando disciplinaba a los niños, ellos a veces lo amenazaban con sus supuestos poderes.
"Me dice cosas como: ‘ Cuidado. Soy un brujo. Te puedo hacer daño'", contó Kalumuna. "Créeme, si realmente fueran brujos, yo habría muerto hace mucho tiempo".
Hace poco, cuando hablé con Naomi, al principio insistió en que ella no creía en la brujería. Pero más tarde, acusó a su abuelo paterno de brujería, diciendo que la visitaba a ella y a su madre en sus sueños.
Con una voz baja y áspera, y unos ojos intensos y en forma de almendras, Naomi es una narradora nata, y cuenta la escena de su madre en su lecho de muerte como si fuera el episodio de uno de los culebrones nigerianos que ve a veces en la televisión. Imita la frágil voz de su madre gritando el nombre de su abuelo antes de morir.
Esas dramáticas narraciones han empeorado sus relaciones con su familia.
"Estamos convencidos de que es una bruja", dice Rachel Nazombo, 25, la hermanastra mayor de Naomi.
Los ocho hermanastros de Naomi comparten dos apretados cuartos en una barriada al este de Kinshasa. Pegada con todo orgullo en la pared de la salita hay un anuncio de una revista de algo sobre lo que familia no puede sino soñar: una cocina de estilo occidental, con un horno de acero inoxidable y armarios de madera.
Los hermanos dicen que la muerte de los padres de Naomi es una demostración de brujería. Incluso en un país donde la esperanza de vida ha caído a los 42 años debido a las enfermedades y la pobreza, la muerte prematura es a menudo difícil de aceptar. Dos muertes que ocurren en un lapso tan breve sólo pueden ser causadas por un hechizo, dicen los miembros de la familia.
¿Cuáles son las pruebas contra Naomi? Los predicadores y profetas de la localidad han confirmado sus sospechas, dicen. Y un primo de tres años una vez gritó el nombre de Naomi durante una pesadilla. De acuerdo a la familia, Naomi también confesó que era bruja cuando la familia la confrontó hace un año.
Cuando le dije que Naomi negaba que fuera una bruja, Nazombo sacudió su cabeza.
"No lo quiere confesar", dijo la hermana. "Tú no sabes lo astuta que puede ser la gente que vive de noche".
Después de que la familia la expulsara, Naomi sobrevivió en las calles vendiendo las pocas ropas que tenía. Más tarde se dedicó a vender carbón y a robar antes de que un colaborador la encontrara y llevara al refugio.
Wamu, su terapeuta en el refugio, empezó a visitar a la familia para hablar sobre la reunificación. Los parientes se pusieron tiesos cuando vieron acercarse a Naomi y Wamu. Algunos incluso se negaron a mirar a la niña.
Una tarde hace poco, Wamu llegó en su quinta visita, pero esta vez sin Naomi.
"La familia debería vivir junta", suplicó.
"Queremos ayudarla a encontrar una vida mejor, pero primero tiene que expulsar a los malos espíritus", respondió el hermanastro mayor de Naomi. "Ella no quiere ser ayudada".
Antes de aceptar a Naomi, la familia quería que varios predicadores verificaran que ya no era una bruja. Wamu desalentó la idea, sabiendo que eventualmente encontrarían a un profeta dispuesto a declarar que veía malos espíritus. En lugar de eso, enfatizó las obligaciones que tenía la familia para con la niña.
Estuvieron un rato sin decir nada. "Sabemos que es nuestra responsabilidad", dijo Flory Nazombo, 23, el mayor en la familia. "Es nuestra hermana. No podemos abandonarla". Prometió que alguien en la familia visitaría a Naomi para hablar sobre su regreso a casa.
Wamu asintió y apuntó su número de teléfono para el joven. Era la apertura que había estado esperando.
Cuando salió de la casa, Wamu desbordaba de esperanza, aunque se habían logrado menos de la mitad de los intentos de reunificación.
"Creo que esta noche hemos hecho importantes progresos", dijo. "Salió bien".
Tres semanas más tarde, nadie de la familia de Naomi se había aparecido por el refugio. El hermano no había llamado. Y Wamu estaba planeando la sexta visita.

30 de agosto de 2006
©los angeles times
©traducción mQh
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