transexuales e identidad
[Leyla Ramírez] Exijo mi identidad. Transexuales femeninos y sus razones para una ley que les permita cambiar su nombre y género.
No quieren votar en locales para hombres. Ni que sus títulos de estudios, carné escolar y certificados tengan impreso un nombre con el que no se identifican. Tampoco quieren ser rechazadas en bancos, colegios y consultorios. Por eso trabajan en un proyecto de ley que les permita cambiar el nombre masculino por uno de mujer sin tener -obligadamente- que transformar su penes en vaginas. No quieren que las llamen más Marcos, Alejandro o Javier. Porque son mujeres. Así se ven y así se han sentido toda una vida.
Kassandra, la Futura Peluquera
"Nadie le da trabajo a alguien que se ve como mujer y tiene nombre de hombre". Uñas perfectamente pintadas. Base liviana -nada de los estucos de antaño- polvos faciales efecto mate, rimel, labial y brillo. Todo en tonos rosa y café, para verse más natural y femenina. Aros, anillos y pulseras por doquier. Taco alto. Nariz respingada por una rinoplastía. Estrecha cintura y caderas voluptuosas, a punta de silicona líquida. Trigueña y con visos, sueña con ser peluquera y estudia para eso. Lampiña gracias al láser. Se confiesa "pilchera". Hace ejercicios para mantenerse en forma. Los hombres las miran y piropean cuando la ven pasar. Las mujeres la observan con envidia. Todos la trata bien. Pero cuando muestra su carne de identidad todo cambia. La ejecutiva del banco ya no le sonríe. La mira de pies a cabeza y le pone obstáculos para obtener un crédito. Las tiendas le niegan las tarjetas. Y todos voltean a mirarla cuando alguien vocifera su nombre de nacimiento. ¡Que pase don Luis!, gritan. Y Kassandra cierra los ojos por un momento, se traga el orgullo, se levanta de su asiento y camina por el pasillo -atestado de gente- sintiendo las miradas y murmullos de rigor. Antes de eso, nadie se había fijado en ella. Excepto uno que otro varón que quedó prendido en su coquetería. De trabajo ni hablar. Se sobrevive del comercio sexual. Otras están un tiempo en ello, juntan plata y arman su propio negocio. "Nadie le da trabajo a alguien que se ve como mujer y tiene nombre de hombre", se queja. "Los empresarios debieran abrirnos las puertas. No somos personas inútiles".
Kassandra tampoco vota. No está dispuesta a ir a un colegio repleto de hombres para que la humillen. Tal como lo hicieron los niños cuando era pequeña y ya demasiado femenina en sus gustos y formas. Quiere que la sociedad chilena la vea tal como es y que no tenga que operarse para poder eliminar su nombre masculino. "Queremos que aprueben una ley de identidad de género. Tenemos nombres que no queremos y no nos gustan, porque no nos sentimos esa persona que nombran. Le pediría a la Presidenta, que también es mujer, que se ponga en nuestro lugar y nos permita hacer una vida normal".
Bianca, la Dirigenta
"Necesitamos ser reconocidas por el Estado". A los cinco años su abuela tuvo que explicarle que era un niño y que debía comportarse como tal. A los 11, su madre ya le hablaba de la posibilidad de operarse para cambiar su sexo. Nunca fue un misterio para su familia que había nacido en cuerpo cambiado. Hoy se ajusta al modelo erótico femenino de cualquier hombre. Delgada y rubia platinada, Bianca sabe que es atractiva y se luce. Enfundada en unos jeans que marcan sus contorneadas caderas, sus largas piernas y su generosa retaguardia dispara como leona cuando habla de sus derechos. Con sutil brillo labial, humectante con color en el rostro y brillo transparente en las uñas, reconoce que la ambigüedad de su nombre le ha permitido subsistir mejor que sus colegas. Maike no suena tan masculino. Pero eso no la ha librado de malos ratos. Como cuando fue llamada a hacer el servicio militar. En ese entonces vivía en Antofagasta y aunque hoy se ríe del episodio, recuerda la humillación de tener que cruzar una cancha atestada de hombres que le gritaron de todo. Para evitar que la obligaran a desnudarse, como al resto de los futuros reclutas, contó que hacía unos minutos había tenido sexo y que aún estaba sucia. Era mentira, pero sabía que surtiría efecto. Nadie la obligó. Estuvo cuatro horas, entre consultas morbosas y chistes, y la dejaron irse.
Ejercer su derecho a voto es su show personal. Así lo siente y se prepara para ello. Aprovecha esa tribuna para decirle al país que existen y que ese tipo de situaciones no pueden seguir. "Me toca en el Insuco. Para las votaciones de alcaldes me preparé. Me puse un vestido rosado y unos zapatos barbarella negros y entré al local. Todos me miraban, decían cosas y yo, como que nada, bien parada".
Estudió en la Universidad José Santos Ossa, de Antofagasta, pero se retiró por discriminación. Luego ingresó a Derecho en la Arcis, de donde se retiro por "presión y estrés". Hoy es dirigenta de la organización y sindicato de transexuales Amanda Jofré y está a la cabeza de esta iniciativa legal. "Necesitamos ser reconocidas por el Estado. Sólo una ley de este tipo nos puede permitir acceder a trabajo, educación, capacitación y a una mejor calidad de vida. No pedimos más, pero tampoco menos".
Nancy Carolina, la Secundaria
"No voy a ir a mi graduación, porque no estoy dispuesta a sufrir humillaciones". ¿En qué la puedo atender señorita? Frente a ella estaba quien fuera su profesor jefe en básica. Hoy era el director del colegio y ella iba en busca de sus certificados.
"Soy Juan Carlos", dijo. Tenía miedo de su reacción, pero el hombre fue cordial y amable. Gracias a ello se atrevió a dar el siguiente paso. Nivelar educación media y lo hizo en el CEIA de Puente Alto. Allí todos sus compañeros le dicen Naty y don Carlos, el director del liceo nocturno, la ayudó en eso. "Le dije lo mal que iba a sentirme si al pasar la lista me llamaban con mi nombre masculino. Él comprendió de inmediato y no puso ningún problema". Nancy es dirigente estudiantil y miembro del movimiento secundario zonal Cordillera. También es la mejor alumna de su curso. Pero no irá a su graduación. "Mi diploma va a decir Juan Carlos, con ese nombre me van a llamar al estrado y no estoy dispuesta a pasar esa humillación. No me voy a exponer al ridículo. Tampoco estoy dispuesta a pasar por el estrés y andar pidiendo por favor que respeten mi identidad de género". No es menor llamarse Juan y tener el pelo largo y crespo, caminar delicado y mostrando las curvas y tener ojos oscuros, profundos y bien pintados. Un cuerpo esculpido gracias a caros tratamientos hormonales y buenos cosméticos. Tal como soñó de niña. Por el mismo motivo no sacó carné escolar ni se ha inscrito en el Registro Electoral. "Pese a que pienso que se ven mermados mis derechos civiles, pero no me atrevo."
Los bancos son otro tema. "El otro día fui a sacar una libreta y me sentí súper discriminada por la ejecutiva de cuentas. Pero sólo después que le pasé mi carné de identidad y ella leyó mis nombres. Su trato cambió en forma radical". Por eso exige una ley que les permita vivir como un ciudadano más del país. "No soy menos ciudadana que la Presidenta o el señor curita. Cumplimos todos nuestros deberes, pero nos quitan todos nuestros derechos", dice.
Claudia, la Futura Técnica Jurídica
"La cédula de identidad es un documento que sólo nos perjudica". Dejó su casa a temprana edad. No era el niño sonado por sus padres y ella no podía con lo que sentía. Tenía pene, pero era una mujer. Era su única certeza. Con ella partió de casa a los 16 años. Probó de garzón, pero duró días. Buscó trabajo, pero apenas miraban su carné de identidad le cerraban las puertas en las narices. De allí al comercio callejero hubo un solo paso. Pese a las necesidades, duró poco. Quería ser más. Dieciocho años después retornó a su casa. "Llegué donde mis padres y les dije. En todo este tiempo nunca les pedí nada. Esta soy yo. He nacido de nuevo y pueden aceptarme o no". Ellos la acogieron. Era una flamante estudiante de la Universidad de Los Lagos para técnico jurídico. Un lugar al que llegó gracias a los contactos de una monjita amiga. Allí el primer día de clases levantó la mano y pidió que la llamaran Claudia y no Luis Alberto. Nadie puso objeciones y se ha sentido bien tratada por todos.
Se ahorra problemas de identidad con un carné que tiene de dirigente transexual, donde aparece su foto, su nombre femenino, su condición de transexual y su RUT. La c´deula que todo transexual sueña. Pero también sufre cuando tiene que ir al hospital o al banco. Cuando votó para el plebiscito del '88, le tocó en el mismo local que a su padre. "Deben haber creído que acompañaba a mi papá, como otras señoras que estaban ahí". Sólo cuando entró a la caseta de votación todo el mundo giró a mirarla. Para la última elección fue distinto, dice. "No me miraron tanto, porque había casi puros cabros jóvenes y te respetan más".
Claudia ha aprendido a lidiar con su identidad cambiada. Inventa estrategias que le impidan tener que mostrar su carné. No se queja, pero está segura de algo: "la cédula de identidad es un documento que sólo nos perjudica. Y eso alguien tiene que cambiarlo".
Kassandra, la Futura Peluquera
"Nadie le da trabajo a alguien que se ve como mujer y tiene nombre de hombre". Uñas perfectamente pintadas. Base liviana -nada de los estucos de antaño- polvos faciales efecto mate, rimel, labial y brillo. Todo en tonos rosa y café, para verse más natural y femenina. Aros, anillos y pulseras por doquier. Taco alto. Nariz respingada por una rinoplastía. Estrecha cintura y caderas voluptuosas, a punta de silicona líquida. Trigueña y con visos, sueña con ser peluquera y estudia para eso. Lampiña gracias al láser. Se confiesa "pilchera". Hace ejercicios para mantenerse en forma. Los hombres las miran y piropean cuando la ven pasar. Las mujeres la observan con envidia. Todos la trata bien. Pero cuando muestra su carne de identidad todo cambia. La ejecutiva del banco ya no le sonríe. La mira de pies a cabeza y le pone obstáculos para obtener un crédito. Las tiendas le niegan las tarjetas. Y todos voltean a mirarla cuando alguien vocifera su nombre de nacimiento. ¡Que pase don Luis!, gritan. Y Kassandra cierra los ojos por un momento, se traga el orgullo, se levanta de su asiento y camina por el pasillo -atestado de gente- sintiendo las miradas y murmullos de rigor. Antes de eso, nadie se había fijado en ella. Excepto uno que otro varón que quedó prendido en su coquetería. De trabajo ni hablar. Se sobrevive del comercio sexual. Otras están un tiempo en ello, juntan plata y arman su propio negocio. "Nadie le da trabajo a alguien que se ve como mujer y tiene nombre de hombre", se queja. "Los empresarios debieran abrirnos las puertas. No somos personas inútiles".
Kassandra tampoco vota. No está dispuesta a ir a un colegio repleto de hombres para que la humillen. Tal como lo hicieron los niños cuando era pequeña y ya demasiado femenina en sus gustos y formas. Quiere que la sociedad chilena la vea tal como es y que no tenga que operarse para poder eliminar su nombre masculino. "Queremos que aprueben una ley de identidad de género. Tenemos nombres que no queremos y no nos gustan, porque no nos sentimos esa persona que nombran. Le pediría a la Presidenta, que también es mujer, que se ponga en nuestro lugar y nos permita hacer una vida normal".
Bianca, la Dirigenta
"Necesitamos ser reconocidas por el Estado". A los cinco años su abuela tuvo que explicarle que era un niño y que debía comportarse como tal. A los 11, su madre ya le hablaba de la posibilidad de operarse para cambiar su sexo. Nunca fue un misterio para su familia que había nacido en cuerpo cambiado. Hoy se ajusta al modelo erótico femenino de cualquier hombre. Delgada y rubia platinada, Bianca sabe que es atractiva y se luce. Enfundada en unos jeans que marcan sus contorneadas caderas, sus largas piernas y su generosa retaguardia dispara como leona cuando habla de sus derechos. Con sutil brillo labial, humectante con color en el rostro y brillo transparente en las uñas, reconoce que la ambigüedad de su nombre le ha permitido subsistir mejor que sus colegas. Maike no suena tan masculino. Pero eso no la ha librado de malos ratos. Como cuando fue llamada a hacer el servicio militar. En ese entonces vivía en Antofagasta y aunque hoy se ríe del episodio, recuerda la humillación de tener que cruzar una cancha atestada de hombres que le gritaron de todo. Para evitar que la obligaran a desnudarse, como al resto de los futuros reclutas, contó que hacía unos minutos había tenido sexo y que aún estaba sucia. Era mentira, pero sabía que surtiría efecto. Nadie la obligó. Estuvo cuatro horas, entre consultas morbosas y chistes, y la dejaron irse.
Ejercer su derecho a voto es su show personal. Así lo siente y se prepara para ello. Aprovecha esa tribuna para decirle al país que existen y que ese tipo de situaciones no pueden seguir. "Me toca en el Insuco. Para las votaciones de alcaldes me preparé. Me puse un vestido rosado y unos zapatos barbarella negros y entré al local. Todos me miraban, decían cosas y yo, como que nada, bien parada".
Estudió en la Universidad José Santos Ossa, de Antofagasta, pero se retiró por discriminación. Luego ingresó a Derecho en la Arcis, de donde se retiro por "presión y estrés". Hoy es dirigenta de la organización y sindicato de transexuales Amanda Jofré y está a la cabeza de esta iniciativa legal. "Necesitamos ser reconocidas por el Estado. Sólo una ley de este tipo nos puede permitir acceder a trabajo, educación, capacitación y a una mejor calidad de vida. No pedimos más, pero tampoco menos".
Nancy Carolina, la Secundaria
"No voy a ir a mi graduación, porque no estoy dispuesta a sufrir humillaciones". ¿En qué la puedo atender señorita? Frente a ella estaba quien fuera su profesor jefe en básica. Hoy era el director del colegio y ella iba en busca de sus certificados.
"Soy Juan Carlos", dijo. Tenía miedo de su reacción, pero el hombre fue cordial y amable. Gracias a ello se atrevió a dar el siguiente paso. Nivelar educación media y lo hizo en el CEIA de Puente Alto. Allí todos sus compañeros le dicen Naty y don Carlos, el director del liceo nocturno, la ayudó en eso. "Le dije lo mal que iba a sentirme si al pasar la lista me llamaban con mi nombre masculino. Él comprendió de inmediato y no puso ningún problema". Nancy es dirigente estudiantil y miembro del movimiento secundario zonal Cordillera. También es la mejor alumna de su curso. Pero no irá a su graduación. "Mi diploma va a decir Juan Carlos, con ese nombre me van a llamar al estrado y no estoy dispuesta a pasar esa humillación. No me voy a exponer al ridículo. Tampoco estoy dispuesta a pasar por el estrés y andar pidiendo por favor que respeten mi identidad de género". No es menor llamarse Juan y tener el pelo largo y crespo, caminar delicado y mostrando las curvas y tener ojos oscuros, profundos y bien pintados. Un cuerpo esculpido gracias a caros tratamientos hormonales y buenos cosméticos. Tal como soñó de niña. Por el mismo motivo no sacó carné escolar ni se ha inscrito en el Registro Electoral. "Pese a que pienso que se ven mermados mis derechos civiles, pero no me atrevo."
Los bancos son otro tema. "El otro día fui a sacar una libreta y me sentí súper discriminada por la ejecutiva de cuentas. Pero sólo después que le pasé mi carné de identidad y ella leyó mis nombres. Su trato cambió en forma radical". Por eso exige una ley que les permita vivir como un ciudadano más del país. "No soy menos ciudadana que la Presidenta o el señor curita. Cumplimos todos nuestros deberes, pero nos quitan todos nuestros derechos", dice.
Claudia, la Futura Técnica Jurídica
"La cédula de identidad es un documento que sólo nos perjudica". Dejó su casa a temprana edad. No era el niño sonado por sus padres y ella no podía con lo que sentía. Tenía pene, pero era una mujer. Era su única certeza. Con ella partió de casa a los 16 años. Probó de garzón, pero duró días. Buscó trabajo, pero apenas miraban su carné de identidad le cerraban las puertas en las narices. De allí al comercio callejero hubo un solo paso. Pese a las necesidades, duró poco. Quería ser más. Dieciocho años después retornó a su casa. "Llegué donde mis padres y les dije. En todo este tiempo nunca les pedí nada. Esta soy yo. He nacido de nuevo y pueden aceptarme o no". Ellos la acogieron. Era una flamante estudiante de la Universidad de Los Lagos para técnico jurídico. Un lugar al que llegó gracias a los contactos de una monjita amiga. Allí el primer día de clases levantó la mano y pidió que la llamaran Claudia y no Luis Alberto. Nadie puso objeciones y se ha sentido bien tratada por todos.
Se ahorra problemas de identidad con un carné que tiene de dirigente transexual, donde aparece su foto, su nombre femenino, su condición de transexual y su RUT. La c´deula que todo transexual sueña. Pero también sufre cuando tiene que ir al hospital o al banco. Cuando votó para el plebiscito del '88, le tocó en el mismo local que a su padre. "Deben haber creído que acompañaba a mi papá, como otras señoras que estaban ahí". Sólo cuando entró a la caseta de votación todo el mundo giró a mirarla. Para la última elección fue distinto, dice. "No me miraron tanto, porque había casi puros cabros jóvenes y te respetan más".
Claudia ha aprendido a lidiar con su identidad cambiada. Inventa estrategias que le impidan tener que mostrar su carné. No se queja, pero está segura de algo: "la cédula de identidad es un documento que sólo nos perjudica. Y eso alguien tiene que cambiarlo".
28 de septiembre de 2006
©la nación
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