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círculo íntimo de al-qaeda 4


[Robert F. Worth] La rivalidad entre la CIA y el FBI impidió que se desbarataran los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Esas preguntas sobre al-Qaeda se han planteado a menudo, pero habitualmente desde una perspectiva norteamericana. Desde mediados de los años noventa, la unidad bin Laden de la CIA, llamada Alec Station, empezó a perseguir a bin Laden y otros cabecillas de al-Qaeda con el objetivo de capturarlos o matarlos. La CIA tuvo varias claras oportunidades de hacerlo, y las desperdició todas, cohibida por la diplomacia norteamericana, el temor a causar bajas civiles y las complejidades de la turbulenta relación de Estados Unidos con Pakistán, cuyos servicios de inteligencia tenían sus propios vínculos con bin Laden. La historia de esos fracasos han sido ampliamente reportada por Steve Coll en ‘Ghost Wars' (2004) y en el Informe de la Comisión sobre el 11/9 de 2001, y Wright los trata brevemente. Pero presenta sus propias ideas sobre cómo pudo haber ocurrido de otro modo, en una narrativa que presta mucho más énfasis a la dirección del FBI que de la CIA.
En octubre de 2000, John O'Neill del FBI viajó a Yemen para dirigir la investigación sobre el atentado contra el USS Cole. Como director de contraterrorismo de la oficina de Nueva York del FBI, O'Neill era un personaje agresivo y dedicado, una de las pocas personas en el gobierno norteamericano que parecía entender la seriedad de la amenaza de al-Qaeda. Wright lo retrata como una especie de contrario norteamericano de bin Laden y Zawahiri, un guerrero desesperado que quería desbaratar el atentado más grande que sabía que estaba en camino.
Lo que ocurrió después ha sido contado, en parte, en el Informe de la Comisión del 11/9, y ha jugado un papel prominente en las investigaciones parlamentarias sobre los errores de los servicios de inteligencia. Wright, sin embargo, por primera vez convierte ese árido relato -en el que los nombres de los agentes a menudo aparecen referidos anónimamente como John y Jane- en una tensa y fascinante historia sobre lo cerca que estuvo Estados Unidos de impedir esos atentados. También propone nuevos motivos de los errores sobre los que los autores del informe no llegaron a pensar.
El investigador jefe de O'Neill, un joven agente que hablaba árabe, Ali Soufan, convenció a las autoridades sudanesas de que lo dejaran entrevistar a un miembro de al-Qaeda detenido, Fahd al-Quso, que había recibido la misión de filmar el Cole antes del atentado perpetrado para hacer propaganda, pero se había quedado dormido. Le dijo a Soufan que justo antes del atentado había viajado a Bangkok con uno de los terroristas del Cole para entregar 36 mil dólares a un operativo de al-Qaeda llamado Khallad, que había participado en los atentados contra las embajadas norteamericanas en Kenia y Tanzania en 1998. Al controlar los registros telefónicos, Soufan encontró llamadas a un número de teléfono en Malasia. Preguntó entonces a agentes de la CIA si sabían algo de Khallad o del contacto malayo. Después de todo parecía raro que se estuviese enviando dinero a Yemen justo antes del atentado. ¿Había otra operación en camino?
Resulta que la CIA sabía todo sobre Khallad. A fines de 1999 se había reunido en Malasia con Khaled al-Mihdhar y Nawaf al-Hazmi, dos hombres de los que se sabía entonces que eran miembros de al-Qaeda y que participarían más tarde en el grupo de secuestradores del 11 de septiembre de 2001. Más que eso, la CIA sabía que Hazmi había entrado a Estados Unidos con una visa válida el 15 de enero de 2000. (Mihdhar viajaba con él). Si la CIA hubiese transmitido esta información al FBI, se habría iniciado de inmediato una investigación, y los atentados del 11 de septiembre habrían podido ser evitados. En lugar de eso, la CIA no le dijo nada a Soufan. ¿Por qué?
La respuesta oficial es que en 1995 el ministerio de Justicia había implementado una política conocida como ‘el M*uro', que debía regular el intercambio de información de contraespionaje entre agentes de la CIA y los detectives del ministerio. Esa política, aparentemente destinada a impedir la revelación de secretos de la CIA durante juicios, fue rápidamente mal interpretada como una prohibición casi total en cuanto a compartir información. Al resumir la incapacidad de capturar de Hazmi y Mihdhar, la Comisión del 11/9 no responsabilizó a nadie: "Ahora está claro que todos los involucrados estaban confundidos por las reglas que regulaban la transmisión y uso de la información recabada en canales de inteligencia". Si la información hubiese sido compartida, "una combinación de las zonas de defensa de la CIA y el método de hombre-a-hombre del FBI habría sido productivo". En otras palabras, los dos equipos fracasaron.
Wright no está de acuerdo. Sugiere en cambio que el fracaso puede haberse derivado de la lucha intensamente personal entre las dos agencias sobre cuál de ellas dirigiría la guerra contra al-Qaeda. A un lado estaba John O'Neilll, y al otro los agentes de la CIA leales a Michael Scheuer, un hombre igualmente dedicado que había ayudado a fundar la Alec Station, pero había sido asignado a otra misión en 1999 después de que propusiera un ataque con misiles contra bin Laden en Afganistán y fuera rechazado. "Había muchos en la agencia -no solamente Scheuer, que había sido ignorado- que odiaban a O'Neill y temían que el FBI fuera demasiado torpe y descriteriado como para confiarle datos de inteligencia", comenta Wright. "Y así la CIA puede haber decidido ocultar la información para que O'Neill no se metiera en el asunto". Esta interpretación recuerda la interpretación que hace Wright de al-Qaeda misma. Para él, las luchas de poder en la cima -no solamente la ideología y la incapacidad burocrática- son el factor decisivo, sea entre yihadistas o en el gobierno norteamericano.

Libro reseñado:
The Looming Tower: Al-Qaeda and the Road to 9/11
Lawrence Wright
Knopf
469 pp.
$27.95

10 de octubre de 2006
©new york review of books
©traducción mQh
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