oscuro retrato de iraq
[Eugene Robinson] ¿Para qué se permitió la filmación de su muerte?
Como la historia la escriben los vencedores, los anales del gobierno iraquí respaldado por Estados Unidos dicen que el depuesto dictador Saddam Hussein tuvo un juicio justo, que fue sentenciado a muerte por el asesinato masivo de civiles chiíes inocentes y debidamente ejecutado en la horca el 30 de diciembre de 2006, en conformidad con las leyes iraquíes. De acuerdo a la historia oficial, así se puso fin a una trágica era, y se abrió el camino para un mañana más brillante.
Pero el siniestro, despiadado y audaz video celular de la ejecución, que se expandió rápidamente en internet, cuenta otra historia, que no es ni ordenada ni esperanzadora, y demuestra, no sólo por su contenido sino por su mera existencia, que otras fuerzas, aparte del sitiado gobierno actual, quieren escribir la historia final de Iraq. Y es porque tienen la intención de encargarse de ello.
Aparentemente la borrosa película fue filmada a hurtadillas por alguien cuyo punto de vista estuvo cerca de los pilares del patíbulo. Cualquiera que tenga la intención de mirarlo debe de saber que la cámara no se aparta del inevitable y fatídico momento en que se abre la trampilla y acaba con la vida de Saddam Hussein. Es historia como una película snuff.
El momento más revelador ocurre cuando el condenado tirano -a rostro descubierto, erguido, todavía comportándose como si esperara la deferencia debida a un jefe de estado legítimo, especialmente a uno que gobierna con el terror- entrega una exhortación religiosa. Responde una voz pronunciando un nombre que es una burla: "Moqtada, Moqtada, Moqtada".
Se refiere al clérigo chií Moqtada al-Sáder, que dirige la que se considera generalmente una de las milicias más grandes, mejor equipadas y poderosas de las muchas que hay en Iraq, y cuyo padre, un clérigo ampliamente respetado, fue matado por orden de Hussein. El mensaje está claro: Te llegó tu hora, perro sunní. Ahora Iraq es un país chií, y la venganza es dulce.
Hussein no puede creer la impertinencia. "¿Moqtada?", pregunta, como tratando de coger el hilo de una historia que ya no tiene sentido.
En las maldiciones del dictador contra "los norteamericanos" y "los persas", es imposible no oír los ecos de la época en que Hussein era quien escribía la historia de Iraq. Durante años, el gobierno de Reagan le dio apoyo militar y de inteligencia para impedir que los odiados persas derrotaran a sus superadas fuerzas en la guerra de Irán-Iraq. En 1983, Donald Rumsfeld fue enviado a visitarlo en Bagdad como enviado especial; sonreía ampliamente mientras daba la mano al tirano.
Naturalmente, este no es un episodio de la historia reciente de Iraq que el gobierno actual quiera explicar. Tampoco es probable que la historia oficial de la ejecución del tirano defendida por el régimen iraquí considere el hecho de que fueron los norteamericanos quienes, en primer lugar, lo capturaron. Y como al gobierno no le agrada reconocer lo poco que controla el país y lo poco fiable que son sus fuerzas de seguridad, no se le prestará demasiado énfasis al hecho de que fueron los norteamericanos quienes durante todo este tiempo mantuvieron en custodia al tirano para impedir que fuera linchado o que escapara, entregándolo finalmente apenas horas antes de que fuera asesinado legalmente.
Me pregunto quién será el hombre que gritó "Moqtada, Moqtada, Moqtada". Me pregunto si los futuros historiadores del poder chií olvidarán tan fácilmente el ‘empujón' que dieron los norteamericanos a la guerra de Hussein, o la despreocupada aceptación de que el régimen sunní de Hussein oprimiera, persiguiera y masacrara a la mayoría chií durante todos esos años, o el modo en que los norteamericanos alentaron a los chiíes a alzarse en armas contra Hussein después de la Guerra del Golfo Pérsico y luego los abandonaron y se dedicaron a mirar como Hussein los masacraba bombardeándolos con helicópteros de combate.
Y me pregunto sobre el hombre -asumo que era un hombre- que filmó la ejecución de Hussein con su teléfono celular y la mostró al mundo. Me pregunto cómo pudo eludir lo que debió haber sido una seguridad extraordinariamente reforzada, y me pregunto qué motivos habrá tenido.
¿Es posible que haya estado trabajando para el gobierno, que quiere enviar un mensaje de solidaridad a Moqtada al-Sáder, que necesita ser apaciguado para que gobierno actual pueda sobrevivir? ¿Es este espeluznante, frenético y compulsivo video una promesa a los chiíes militantes de que serán ellos los que seguirán mandando? ¿O es esto demasiado rebsucado incluso para el nido de víboras que es el Iraq de hoy?
Una alternativa es que el anónimo videógrafo quiere mostrar a los insurgentes sunníes -y el resto del mundo musulmán, donde los sunníes superan de lejos a los chiíes- lo mucho que se juega con la guerra civil, y por qué los sunníes ven la resistencia como un asunto de supervivencia. Su mensaje puede haber sido este: Si ellos pueden matar al temible Saddam Hussein como a un perro, también lo pueden hacer con cualquiera de nosotros.
Pero el siniestro, despiadado y audaz video celular de la ejecución, que se expandió rápidamente en internet, cuenta otra historia, que no es ni ordenada ni esperanzadora, y demuestra, no sólo por su contenido sino por su mera existencia, que otras fuerzas, aparte del sitiado gobierno actual, quieren escribir la historia final de Iraq. Y es porque tienen la intención de encargarse de ello.
Aparentemente la borrosa película fue filmada a hurtadillas por alguien cuyo punto de vista estuvo cerca de los pilares del patíbulo. Cualquiera que tenga la intención de mirarlo debe de saber que la cámara no se aparta del inevitable y fatídico momento en que se abre la trampilla y acaba con la vida de Saddam Hussein. Es historia como una película snuff.
El momento más revelador ocurre cuando el condenado tirano -a rostro descubierto, erguido, todavía comportándose como si esperara la deferencia debida a un jefe de estado legítimo, especialmente a uno que gobierna con el terror- entrega una exhortación religiosa. Responde una voz pronunciando un nombre que es una burla: "Moqtada, Moqtada, Moqtada".
Se refiere al clérigo chií Moqtada al-Sáder, que dirige la que se considera generalmente una de las milicias más grandes, mejor equipadas y poderosas de las muchas que hay en Iraq, y cuyo padre, un clérigo ampliamente respetado, fue matado por orden de Hussein. El mensaje está claro: Te llegó tu hora, perro sunní. Ahora Iraq es un país chií, y la venganza es dulce.
Hussein no puede creer la impertinencia. "¿Moqtada?", pregunta, como tratando de coger el hilo de una historia que ya no tiene sentido.
En las maldiciones del dictador contra "los norteamericanos" y "los persas", es imposible no oír los ecos de la época en que Hussein era quien escribía la historia de Iraq. Durante años, el gobierno de Reagan le dio apoyo militar y de inteligencia para impedir que los odiados persas derrotaran a sus superadas fuerzas en la guerra de Irán-Iraq. En 1983, Donald Rumsfeld fue enviado a visitarlo en Bagdad como enviado especial; sonreía ampliamente mientras daba la mano al tirano.
Naturalmente, este no es un episodio de la historia reciente de Iraq que el gobierno actual quiera explicar. Tampoco es probable que la historia oficial de la ejecución del tirano defendida por el régimen iraquí considere el hecho de que fueron los norteamericanos quienes, en primer lugar, lo capturaron. Y como al gobierno no le agrada reconocer lo poco que controla el país y lo poco fiable que son sus fuerzas de seguridad, no se le prestará demasiado énfasis al hecho de que fueron los norteamericanos quienes durante todo este tiempo mantuvieron en custodia al tirano para impedir que fuera linchado o que escapara, entregándolo finalmente apenas horas antes de que fuera asesinado legalmente.
Me pregunto quién será el hombre que gritó "Moqtada, Moqtada, Moqtada". Me pregunto si los futuros historiadores del poder chií olvidarán tan fácilmente el ‘empujón' que dieron los norteamericanos a la guerra de Hussein, o la despreocupada aceptación de que el régimen sunní de Hussein oprimiera, persiguiera y masacrara a la mayoría chií durante todos esos años, o el modo en que los norteamericanos alentaron a los chiíes a alzarse en armas contra Hussein después de la Guerra del Golfo Pérsico y luego los abandonaron y se dedicaron a mirar como Hussein los masacraba bombardeándolos con helicópteros de combate.
Y me pregunto sobre el hombre -asumo que era un hombre- que filmó la ejecución de Hussein con su teléfono celular y la mostró al mundo. Me pregunto cómo pudo eludir lo que debió haber sido una seguridad extraordinariamente reforzada, y me pregunto qué motivos habrá tenido.
¿Es posible que haya estado trabajando para el gobierno, que quiere enviar un mensaje de solidaridad a Moqtada al-Sáder, que necesita ser apaciguado para que gobierno actual pueda sobrevivir? ¿Es este espeluznante, frenético y compulsivo video una promesa a los chiíes militantes de que serán ellos los que seguirán mandando? ¿O es esto demasiado rebsucado incluso para el nido de víboras que es el Iraq de hoy?
Una alternativa es que el anónimo videógrafo quiere mostrar a los insurgentes sunníes -y el resto del mundo musulmán, donde los sunníes superan de lejos a los chiíes- lo mucho que se juega con la guerra civil, y por qué los sunníes ven la resistencia como un asunto de supervivencia. Su mensaje puede haber sido este: Si ellos pueden matar al temible Saddam Hussein como a un perro, también lo pueden hacer con cualquiera de nosotros.
2 de enero de 2007
©washington post
©traducción mQh
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