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actriz ungida por warhol


[Stephen Holden] Ahogándose en celebridades.
No es completamente inapropiado que ‘Factory Girl', la biografía, escrita por George Hickenlooper, de Edie Sedgwick, la más elegante de las llamadas superestrellas de Warhol, sugiera el diseño de una revista haciéndose pasar por película. El mundo en el que Sedgwick resplandeció y se apagó fue uno que vivió y murió por y para la cámara. Existió para ser visto y baboseado. Pero que Dios se apiade de ti si en realidad viviste en él.
Nutrido por la velocidad, sus habitantes terminaron voluntariamente con sus vidas íntimas recurriendo a medicamentos y exhibiendo sus fantasías en una exposición. En esos días, los pequeños ayudantes de mamá disfrutaban del prestigio de ser un combustible psíquico energético relativamente inofensivo para chicos y chicas rudas, para no dormir y parrandear toda la noche. Ahora sabemos de que se trata.
Si en el pasado reciente hacías una película, si no parecía auténtica no valías la pena. Y lo más amable que se puede decir sobre esta elegante película es que la Edie de Sienna Miller, y el Andy de Guy Pearce captan las imágenes y el lenguaje corporal de sus personajes con bastante precisión. (Pearce es mucho más guapo que el verdadero Warhol; la señorita Miller no tiene la ronca voz de fumadora y el aire aristocrático de Sedgwick, pero ofrece una furiosa y demoledora actuación como una chica rica perdida). El arrugado brillo del papel de aluminio de la ‘Silver Factory' de la East 47th Street, de Warhol, es representado de manera acertada, y los actores que hacen de miembros del entorno de Warhol exhiben aproximaciones físicas razonables.
El problema es otro. ¿Cómo descubrir la vida interior de personas determinadas a vivir de manera tan rápida y dura que pueden superar a sus propios demonios? ¿Cómo dar substancia a personajes carismáticos cuyo glamour podría ocultar el vacío?
A esa gente se le puede aplicar términos clínicos como ‘trastorno narcisista'. Pero la disparidad entre la superficie y la substancia va más allá todavía. El balance entre la búsqueda del estrellato y el auto-conocimiento a menudo significa que cuando la cámara está ausente, no hay un allá. Y es inútil tratar de encontrarlo.
‘Factory Girl' está estructurada en torno a una sesión terapéutica de 1970 para Sedgwick, en Santa Barbara, California, donde murió de una sobredosis de barbitúricos al año después a la edad de 28. Ella es siempre la víctima quejumbrosa, especialmente de su padre, Fuzzy (James Naughton), del que dice que abusó de ella desde que cumplió los ocho.
Desde Santa Barbara la película retrocede a la partida de Edie de la academia de arte en Boston, para marcharse en 1965 a las luces más brillantes de Manhattan, con su svengali, Chuck Wein (Jimmy Fallon), que se encarga de presentarla a Warhol. Y así empieza el circo. Hay breves reactualizaciones revisadas de su aparición en varias películas de Warhol.
En el hostil retrato de Warhol de la película, ese gigante del arte pop parece un vampiro emocional que odiaba su propia apariencia y usaba a Sedgwick como un espejo indirecto, y le daba la espalda cuando se ponía pesada. El guión de Captain Mauzner no incluye ninguno de los inexpresivos pronunciamientos de oráculo sobre el arte y la cultura, ni de observaciones externas sobre la significación de todo eso.
En su búsqueda de una historia, ‘Factory Girl' inventa una espuria lucha por el poder entre Warhol y Bob Dylan (identificado solamente como músico, porque sus abogados amenazaron con llevarlos a juicio) por la posesión del alma de Edie. Llega incluso a imaginar una idílica aventura de Sedgwick y Dylan, que probablemente no ocurrió nunca. (Sin embargo, tuvo una aventura con su amigo íntimo Bobby Neuwirth). Parece culpar tanto a Warhol como a los rechazos de Dylan por su precipitada decadencia.
En este simplista tira y afloja, Dylan es el Dios de la autenticidad y verdad íntima y Warhol el Demonio de la superficialidad y el brillo, pero no lo podrías distinguir del ridículo galimatías murmullado por el personaje de Dylan (Hayden Christensen). Si la estrella de rock que es Christensen es demasiado elegante como para pasar creíblemente por Dylan (no hay mugre en esas uñas), se aparece con los atuendos del Dylan de la época: una gorra, una armónica y una moto- y afecta una versión suavizada de la nasalidad del cantante. La personificación es abismal. La banda de sonido no incluye música de Dylan, cuyo ‘Like a Rolling Stone' es una de las varias canciones que se piensa fueron inspiradas por Sedgwick. En lugar de eso, lo que nos dan es a Tim Hardin.

2 de febrero de 2007
©new york times
©traducción mQh
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