diez versiones de un crimen
[Tito Matamala] Publicada en los años noventa, esta nueva y cuidada edición de ‘Asesinato en la cancha de afuera' cautiva por la maestría con que su autor, Óscar Bustamante, despliega múltiples voces de narrador para consignar un homicidio.
Mataron a Senón, una puñalada en el pecho y otras de yapa. El problema es que estaba oscuro, hacía rato que la luz venía fallando en la fiesta con que la comunidad de Lavaderos recaudaba fondos benéficos. Así que en la trifulca es muy difícil determinar quién fue el asesino, porque además había muchos hombres pasados de copas y envalentonados con el zangoloteo de las damas al compás de la música. ¿Quién mato a Senón? Ni la versión de cada uno de los testigos podrá servirnos, porque se contradicen entre ellos, tienden a desvariar, a meter sus propias cuitas y a extraviarse del tema principal. También, porque de seguro uno de los testigos es el asesino.
De este modo, ‘Asesinato en la cancha de afuera' (Catalonia, 2007) se plantea como una novela policíaca en donde la resolución del crimen obliga a superponer las versiones, ver en qué se topan y en qué se alejan, para comenzar a descartar y quedarse al fin con los elementos acusatorios. Todo asesinato, decía Borges, se resuelve pasando varias veces por el mismo lugar. Sin embargo, y por el talento de Óscar Bustamante, saber quién apuñaló al pobre Senón se convierte en un aspecto secundario, disminuido ante el retrato de la comunidad que van conformando las versiones de los testigos.
Diez son las versiones, diez capítulos, diez personas que hablan indistintamente a varios interlocutores. Diez monólogos, en suma, en que el autor modula diez voces distintas con tal maestría que creemos escuchar a diez personajes. El cura de la comunidad, el patrón de fundo, los gañanes, las mujeres, el asesino confeso pero que ahora se desdice, el dirigente vecinal… Cómo no: era infierno grande el pequeño caserío de Lavanderos, cerca de Talca y junto al río Maule. Las habas se cocían desde hacía mucho tiempo, y los amores e intereses creados amenazaban con estallar, hasta que así ocurrió y el Senón se llevó la peor parte: varios estoques en el pecho. "La noche aquella de la fatalidad de Senón las pasiones se encendieron con el designio con que siempre afloran las desgracias, el licor, la oscuridad, el demonio en su medio propicio".
Volver a la Primera Hoja
Al parecer, Senón se había engolosinado con la Graciela, tía de Luis. La sacaba a bailar a cada rato, y le metía manos y piernas de modo poco discreto, fíjese, tal vez por la música embriagadora.
Y el joven Luis que traía una obsesión larga con su tía, la Graciela, porque ella era más de mundo, buena moza, alegre y citadina, casada con un futre en la capital. La señora como que le calentaba el mate, le prometía llevarlo a la televisión a un concurso de baile, y hasta trabajo con su marido en Santiago.
Tal vez otros favores que no se detallan pero que uno debe deducir. Y el Senón dale con meterse, es que la tía Graciela es atractiva, rica ella, una perla en ese mundillo de huasos brutos, iletrados, supersticiosos y sin esperanza. Así a cualquiera se le sube la sangre a la cabeza.
No es tan simple. Veamos otra alternativa. Ocurre que el amo y señor del lugar, don Octavio, el patrón de fundo a la antigua usanza, tiene una hija preciosa y viuda muy joven, Mariana. Dicen que vieron a Senón acercándosele varias veces en la bocatoma del río reservada sólo para que ella se bañase lejos de los fisgones. Y que tomaban el sol muy juntitos, porque Mariana - quizás motivada por las tribulaciones de su trágica viudez y su padre dominante - le daba la pasada, iba a la pelea. Incluso Senón debió comprar un traje de baño decente para lucirse ante la patroncita. Peor, el finado tenía una buena reputación, tanto que era el favorito de don Octavio porque lo consideraba leal y trabajador. De seguro habrá hervido de rabia al ver que ese huaso pobretón andaba alzado con su hijita linda. No nos extrañe que el viejo latifundista haya encargado que destripen a Senón en la primera oportunidad que se presente. Para ello, en Lavaderos no falta gente con pana.
‘Asesinato en la cancha de afuera' se convierte en un retrato de la sociedad rural, porque entre las múltiples voces vemos asomar las tribulaciones y desgracias de un grupo social castigado con el subdesarrollo y la marginación. Todos allí quisieran ser como la regia Graciela, o apegarse a ella, quien abandonó los caminos de tierra y los huasos de chupallas y ahora posee una casita en Santiago con televisor y otras comodidades. Es el país oculto que emerge por la habilidad de Óscar Bustamante, y con mayor razón si se trata de una novela escrita y ambientada veinte años atrás, durante la dictadura. En la comunidad de Lavaderos, observamos, todavía no conocen la religiosidad del mercado y sus templos, los centros comerciales.
‘Asesinato en la cancha de afuera' es un relato breve que deja un agradable sabor al final de su lectura, tanto que nos provoca volver a la primera página y empezar de nuevo, para descubrir más huellas de quién mató a Senón esa noche en que había fiesta en Lavaderos.
De este modo, ‘Asesinato en la cancha de afuera' (Catalonia, 2007) se plantea como una novela policíaca en donde la resolución del crimen obliga a superponer las versiones, ver en qué se topan y en qué se alejan, para comenzar a descartar y quedarse al fin con los elementos acusatorios. Todo asesinato, decía Borges, se resuelve pasando varias veces por el mismo lugar. Sin embargo, y por el talento de Óscar Bustamante, saber quién apuñaló al pobre Senón se convierte en un aspecto secundario, disminuido ante el retrato de la comunidad que van conformando las versiones de los testigos.
Diez son las versiones, diez capítulos, diez personas que hablan indistintamente a varios interlocutores. Diez monólogos, en suma, en que el autor modula diez voces distintas con tal maestría que creemos escuchar a diez personajes. El cura de la comunidad, el patrón de fundo, los gañanes, las mujeres, el asesino confeso pero que ahora se desdice, el dirigente vecinal… Cómo no: era infierno grande el pequeño caserío de Lavanderos, cerca de Talca y junto al río Maule. Las habas se cocían desde hacía mucho tiempo, y los amores e intereses creados amenazaban con estallar, hasta que así ocurrió y el Senón se llevó la peor parte: varios estoques en el pecho. "La noche aquella de la fatalidad de Senón las pasiones se encendieron con el designio con que siempre afloran las desgracias, el licor, la oscuridad, el demonio en su medio propicio".
Volver a la Primera Hoja
Al parecer, Senón se había engolosinado con la Graciela, tía de Luis. La sacaba a bailar a cada rato, y le metía manos y piernas de modo poco discreto, fíjese, tal vez por la música embriagadora.
Y el joven Luis que traía una obsesión larga con su tía, la Graciela, porque ella era más de mundo, buena moza, alegre y citadina, casada con un futre en la capital. La señora como que le calentaba el mate, le prometía llevarlo a la televisión a un concurso de baile, y hasta trabajo con su marido en Santiago.
Tal vez otros favores que no se detallan pero que uno debe deducir. Y el Senón dale con meterse, es que la tía Graciela es atractiva, rica ella, una perla en ese mundillo de huasos brutos, iletrados, supersticiosos y sin esperanza. Así a cualquiera se le sube la sangre a la cabeza.
No es tan simple. Veamos otra alternativa. Ocurre que el amo y señor del lugar, don Octavio, el patrón de fundo a la antigua usanza, tiene una hija preciosa y viuda muy joven, Mariana. Dicen que vieron a Senón acercándosele varias veces en la bocatoma del río reservada sólo para que ella se bañase lejos de los fisgones. Y que tomaban el sol muy juntitos, porque Mariana - quizás motivada por las tribulaciones de su trágica viudez y su padre dominante - le daba la pasada, iba a la pelea. Incluso Senón debió comprar un traje de baño decente para lucirse ante la patroncita. Peor, el finado tenía una buena reputación, tanto que era el favorito de don Octavio porque lo consideraba leal y trabajador. De seguro habrá hervido de rabia al ver que ese huaso pobretón andaba alzado con su hijita linda. No nos extrañe que el viejo latifundista haya encargado que destripen a Senón en la primera oportunidad que se presente. Para ello, en Lavaderos no falta gente con pana.
‘Asesinato en la cancha de afuera' se convierte en un retrato de la sociedad rural, porque entre las múltiples voces vemos asomar las tribulaciones y desgracias de un grupo social castigado con el subdesarrollo y la marginación. Todos allí quisieran ser como la regia Graciela, o apegarse a ella, quien abandonó los caminos de tierra y los huasos de chupallas y ahora posee una casita en Santiago con televisor y otras comodidades. Es el país oculto que emerge por la habilidad de Óscar Bustamante, y con mayor razón si se trata de una novela escrita y ambientada veinte años atrás, durante la dictadura. En la comunidad de Lavaderos, observamos, todavía no conocen la religiosidad del mercado y sus templos, los centros comerciales.
‘Asesinato en la cancha de afuera' es un relato breve que deja un agradable sabor al final de su lectura, tanto que nos provoca volver a la primera página y empezar de nuevo, para descubrir más huellas de quién mató a Senón esa noche en que había fiesta en Lavaderos.
25 de marzo de 2007
©el sur
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