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el nuevo eje del mal


[Zbigniew Brzezinski] Un mantra de tres palabras ha socavado a Estados Unidos.
La ‘guerra contra el terrorismo' ha creado toda una cultura del miedo en Estados Unidos. La elevación de estas tres palabras, por el gobierno de Bush, a la categoría de mantra nacional desde los horrorosos sucesos del 11 de septiembre de 2001, ha tenido un efecto pernicioso sobre la democracia americana, sobre la psique de Estados Unidos y sobre la posición del país en el mundo. De hecho, la utilización de esta frase ha socavado nuestra capacidad para superar de modo efectivo los desafíos reales a los que debemos enfrentarnos ante fanáticos que podrían recurrir al terrorismo para atacarnos.
El daño que han causado estas tres palabras -una clásica herida autoinfligida- es infinitamente más grande que cualquier fantasía salvaje que hayan tenido los fanáticos perpetradores de los atentados del 11 de septiembre de 2001, cuando estaban planeando atacarnos en las distantes cavernas afganas. La frase misma no tiene sentido. No define ni un contexto geográfico ni a nuestros presuntos enemigos. El terrorismo no es un enemigo, sino una técnica de guerra -la intimidación política mediante el asesinato de no-combatientes desarmados.
Pero aquí el pequeño secreto puede estar en que la vaguedad de la frase fue calculada deliberadamente (o instintivamente) por sus patrocinadores. La constante referencia a la ‘ guerra contra el terrorismo' logró un importante objetivo: Estimuló la emergencia de una cultura del temor. El miedo nubla la razón, intensifica las emociones y facilita que los políticos demagogos movilicen a la opinión pública en favor de las medidas que quieren implementar. La guerra por elección en Iraq no habría obtenido nunca el apoyo del congreso sin el vínculo psicológico entre la conmoción de los atentados del 11 de septiembre de 2001 y la pretendida existencia de armas iraquíes de destrucción masiva. El apoyo al presidente Bush en las elecciones de 2004 fue en parte movilizado por la idea de que ‘un país en guerra' no cambia a su comandante en jefe a mitad de camino. La sensación de un peligro omnipresente, pero impreciso, fue canalizado en una dirección políticamente expediente por el enérgico llamamiento de que estábamos ‘en guerra'.
Para justificar la ‘guerra contra el terrorismo', el gobierno ha redactado en los últimos tiempos una narrativa histórica falsa que se podría convertir en un delirio premonitorio. Al reivindicar que su guerra es similar a conflictos previos de Estados Unidos contra el nazismo y luego contra el estalinismo (al mismo tiempo que se ignora que tanto la Alemania nazi como la Rusia soviética eran potencias militares de primer orden, una condición que al-Qaeda ni tiene ni podrá alcanzar nunca), el gobierno podría estar preparando una justificación de una guerra contra Irán. Esta guerra empujaría a Estados Unidos a un prolongado conflicto que incluiría a Iraq, Irán, Afganistán y quizás también Pakistán.
La cultura del miedo es como un genio que se ha escapado de su botella. Adquiere vida propia -y puede ser desmoralizador. Estados Unidos hoy no es el país confiado y resuelto que respondió al ataque contra Pearl Harbor; ni es ese Estados Unidos que oyó pronunciar a su presidente, en otro momento de crisis, las enérgicas palabras de que "lo único a lo que debemos temer es el temor mismo"; ni es ese Estados Unidos sereno que libró la Guerra Fría con tranquila persistencia pese al conocimiento de que una guerra de verdad podría iniciarse abruptamente en cuestión de minutos y provocar la muerte de cien millones de estadounidenses en apenas unas horas. Ahora estamos divididos, inseguros y potencialmente muy susceptibles al pánico en el caso de que se produjese otro atentado terrorista en territorio norteamericano.
Este es el resultado de cinco años de un lavado de cerebro nacional continuado sobre el tema del terror, muy diferente a las reacciones más apagadas de otros países (Gran Bretaña, España, Italia, Alemania, Japón, para mencionar sólo algunos) que también han sufrido dolorosos actos terroristas. En su última justificación de su guerra contra Iraq, el presidente Bush ha llegado a reivindicar absurdamente que tiene que continuar haciéndola para impedir que al-Qaeda cruce el Atlántico para lanzar una guerra terrorista aquí en Estados Unidos.
Sembrar el pánico, reforzado por los empresarios de la seguridad, los medios de comunicación de masas y la industria del espectáculo, genera su propia dinámica. Los empresarios del terror, normalmente descritos como expertos en terrorismo, compiten y actúan necesariamente para justificar su existencia. De ahí que su tarea sea convencer a la opinión pública de que hay siempre nuevas amenazas. Eso coloca una prima a la presentación de escenarios verosímiles de actos de violencia todavía más horrorosos, a veces incluso con un anteproyecto de su implementación.
Que Estados Unidos se ha convertido en inseguro y más paranoico está casi fuera de discusión. Un estudio reciente informó que en 2003 el congreso identificó 160 sitios como blancos nacionales potencialmente importantes para candidatos a terroristas. Con la participación de los cabilderos, a fines de ese año la lista había crecido a 1.849; a fines de 2004, a 28.360; para 2005, a 77.769. La base de datos nacional de blancos posibles ahora incluye 300 mil ítemes, incluyendo la Torre Sears de Chicago y el Festival de Cerdo con Manzana de Illinois.
La semana pasada en Washington, en camino a visitar una oficina de prensa, tuve que pasar por uno de esos absurdos ‘controles de seguridad' que han proliferado en casi todos los edificios de oficinas privados en esta capital -y en la Ciudad de Nueva York. Un guardia uniformado me pidió que rellenara un formulario, le mostrara una identificación y en este caso que explicara por escrito el propósito de mi visita. ¿Indicaría un terrorista de visita, por escrito, que el propósito de esta es hacer volar el edificio? ¿Sería capaz el guardia de detener a un terrorista suicida confeso? Para hacer las cosas todavía más absurdas, algunos grandes almacenes, con sus multitudes de clientes, no tienen procedimientos comparables. Tampoco las salas de conciertos ni los teatros. Sin embargo, esos procedimientos de ‘seguridad' se han convertido en algo rutinario, derrochando cientos de millones de dólares y contribuyendo todavía más a la idea de que estamos sitiados.
El gobierno ha estimulado esta paranoia en todos los niveles. Consideremos, por ejemplo, las carteleras electrónicas en las autopistas interestatales instando a los conductores a ‘Informar sobre actividades sospechosas' (¿como choferes con turbantes?). Algunos medios de comunicación han hecho sus propias contribuciones. Los canales de televisión por cable y algunos órganos de prensa escrita han encontrado horrendos escenarios para atraer a las audiencias, mientras que ‘expertos' en terrorismo y ‘consultores' proporcionan autenticidad a las visiones apocalípticas con que bombardean a la opinión pública norteamericana. De ahí la proliferación de programas con ‘terroristas' barbudos como los principales canallas. El efecto general es reforzar la sensación de que nos acechan peligros desconocidos que amenazan la vida de todos los norteamericanos.
La industria del espectáculo también se ha lanzado a la pista. De ahí la proliferación de series y películas de televisión en las que los personajes malos tienen rasgos árabes reconocibles, a veces realzados con gestos religiosos, que explotan el temor de la opinión pública y fomentan el odio del islam. A veces los estereotipos faciales árabes, especialmente en caricaturas de periódicos, se han hecho tristemente reminiscentes de las campañas antisemitas de los nazis. Últimamente, incluso algunas organizaciones de estudiantes universitarios han participado en estas acciones, aparentemente indiferentes ante la amenazadora conexión entre el fomento del odio racial y religioso y el desencadenamiento de los crímenes sin precedentes del Holocausto.
El ambiente generado por la ‘guerra contra el terrorismo' ha alentado el acoso legal y político de los americanos de origen árabe (que son, generalmente, leales estadounidenses) por conductas que no son exclusivas. Un caso es el acoso del Consejo de Relaciones Islámicas-Americanas [CRIA] por su intento de emular, no con demasiado éxito, el Comité Americano-Israelí de Asuntos Públicos [CAIAP]. Algunos representantes republicanos describieron recientemente a los miembros de CRIA como "apólogos del terrorismo" a los que no debería permitirse que usaran una sala de reuniones del Capitolio para reunirse como comisión.
La discriminación social, de los pasajeros aéreos musulmanes, por ejemplo, también ha sido uno de sus efectos secundarios no intencionados. No es sorprendente que la hostilidad hacia Estados Unidos de musulmanes de otro modo no especialmente interesados en Oriente Medio se haya intensificado, mientras que la reputación de Estados Unidos como líder en el fomento de relaciones interraciales e interreligiosas constructivas ha sufrido terriblemente.
Este historial es todavía más preocupante en el área general de los derechos civiles. La cultura del temor ha generado intolerancia, desconfianza de los extranjeros y la adopción de medidas legales que lesionan nuestras nociones generales de justicia. El principio de ‘inocente hasta que se pruebe la culpabilidad' se ha diluido, si no eliminado, y algunos -incluso algunos ciudadanos norteamericanos- han sido encarcelados por largos períodos de tiempo sin un proceso debido efectivo y rápido. No hay evidencias de que semejantes excesos hayan prevenido actos de terrorismo y las condenas de los candidatos a terroristas de cualquier tipo han sido pocas y alejadas. Algún día los norteamericanos se avergonzarán de este historial como ahora se avergüenzan de otros ejemplos de pánico en la historia de Estados Unidos que han provocado períodos de intolerancia.
Entretanto, la ‘guerra contra el terrorismo' ha dañado gravemente a Estados Unidos en el plano internacional. Para los musulmanes, la similitud entre el rudo tratamiento que dan los militares norteamericanos a los ciudadanos iraquíes, y los israelíes a los palestinos, ha provocado una extendida sensación de hostilidad hacia Estados Unidos en general. No es la ‘guerra contra el terrorismo' lo que indigna a los musulmanes que miran las noticias en la televisión: es la victimización de los civiles árabes. Y el resentimiento no se limita a los musulmanes. Un reciente sondeo de la BBC de 28 mil personas en 27 países que pedía a los encuestados hacer una evaluación del papel de los estados en asuntos internacionales constató que Israel, Irán y Estados Unidos (en ese orden) fueron clasificados como estados "con la mayor influencia negativa en el mundo". Desgraciadamente, para algunos Estados Unidos es el nuevo eje del mal.
Los sucesos del 11 de septiembre de 2001 han resultado en una verdadera solidaridad global contra el extremismo y el terrorismo. Una alianza global de moderados, incluyendo a musulmanes, comprometida en una resuelta campaña para erradicar redes terroristas específicas y poner fin a los conflictos políticos que engendran terrorismo ha sido más productiva que la ‘guerra contra el terrorismo' y contra el ‘fascismo islamita' norteamericana, que ha sido proclamada demagógicamente y en solitario. Sólo un Estados Unidos determinado y razonable puede fomentar una genuina seguridad internacional que no deje espacio político para el terrorismo.
¿Dónde está el presidente de Estados Unidos dispuesto a decir hoy: "Ya hemos tenido bastante de esta histeria, pongamos fin a la paranoia?" Incluso frente a la posibilidad de futuros atentados terroristas, la probabilidad de los cuales no puede ser ignorada, mostremos algo de sentido común. Seamos fieles a nuestras tradiciones.

Zbigniew Brzezinski, asesor de seguridad nacional del presidente Jimmy Carter, viene de publicar su libro ‘Second Chance: Three Presidents and the Crisis of American Superpower' (Basic Books).

26 de marzo de 2007
©washington post
©traducción mQh
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