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qué pasa con cuba


[Charles B. Rangel y Jeff Flake] Es hora de que Estados Unidos sea relevante para Cuba.
Varios meses después de que el líder revolucionario cubano enfermara y desapareciera de la vista del público, La Habana ha entrado claramente en la era post-Fidel Castro. Si Washington hará lo mismo, es un asunto enteramente diferente.
Hace poco el gobierno de Bush mostró nuevas flexibilidades en política exterior. Consideren: un acuerdo nuclear con Corea del Norte y conversaciones destinadas a la normalización de relaciones, contactos con Siria e Irán, y un empuje más fuerte a las negociaciones palestino-israelíes.
¿Qué pasa con Cuba?
Raúl Castro, presidente interino de Cuba y su sucesor designado, ha llamado dos veces a iniciar negociaciones entre Cuba y Estados Unidos. Este ofrecimiento merece tener una respuesta positiva. Potencialmente, podríamos sacar provecho negociando sobre una mayor cooperación en el control de drogas y en la política de inmigración, el retorno de los fugitivos norteamericanos que viven en Cuba, y las protecciones al medio ambiente ahora que Cuba explora buscando petróleo en aguas cercanas a las nuestras.
Pero más que acuerdos con Cuba, lo que necesitamos es un nuevo acuerdo con nosotros mismos en cuanto a la política sobre Cuba.
Durante demasiado tiempo, nuestra estrategia ha estado guiada por consideraciones electorales. Con sanciones cada vez más restrictivas, tanto republicanos como demócratas han ganado votos en Florida. Pero estas sanciones no han hecho nada para fomentar el cambio en Cuba, y han dejado derechamente al margen los puntos fuertes de los norteamericanos: la diplomacia y el contacto con la sociedad norteamericana.
Hoy, Cuba puede estar en la cúspide de un cambio, y tenemos que enfocarlo de una manera más novedosa. Raúl Castro, 75, es un socialista convencido. Ha condenado a algunos activistas pro-democracia, ha dejado en libertad a otros y ha continuado el acoso de los disidentes. También ha permitido un debate sobre las represiones en el pasado.
Reconoce que su papel es de transición, un puente hacia la siguiente generación de Cuba, y su mayor interés es preparar las condiciones para una supervivencia a largo plazo del socialismo.
Es una buena suposición que tratará de alcanzar ese objetivo por medio de reformas económicas. Sus antecedentes reformistas se remontan a los años ochenta, y tiene ocupados a los economistas cubanos escribiendo sobre opciones de gestión. El disidente Vladimiro Roca lo llama el "reformista número uno" de Cuba.
Ha provocado expectativas de que se abocará a la solución de problemas crónicos: excesiva centralización, empresas estatales arruinadas que engañan a los consumidores y engendran corrupción; bajos rendimientos agrícolas; graves desigualdades en los ingresos; y una generación de gente joven que no conoce otra cosa que escasez y sacrificio.
Una apertura económica redundaría en apoyo político para el gobierno del sucesor. Y es la única manera de generar crecimiento, trabajos y mejores ingresos que puedan dar esperanza a los jóvenes cubanos y salarios justos para los maestros, médicos y otros dejados atrás en la economía post-soviética de Cuba.
¿Cómo debemos responder a esas posibilidades?
El gobierno debería empezar poniendo fin a su insistencia de que responderá solamente cuando Cuba complete su conversión a la democracia y el libre mercado. Los cubanos seguramente acogerán las reformas incrementales que mejoren los niveles de vida, para no decir nada de las libertades económica y política. La postura de todo o nada del gobierno está divorciada de la realidad en la que se basan nuestros análisis de Corea del Norte, China, Vietnam y otros países comunistas. Es una fórmula para la irrelevancia.
Y el Congreso debería aumentar la influencia americana construyendo puentes, antes que barreras para Cuba.
El gobierno ha cortado todos los contactos, excepto los individuales, con Cuba. Los intercambios académicos, las visitas familiares, los programas religiosos y humanitarios, y el viaje son imposibles, sino ilegales, para el visitante norteamericano promedio.
La teoría del presidente Bush es que esa reducción de viajes limita los beneficios en moneda fuerte para Cuba y ayuda a "acelerar el fin de la dictadura de Castro". Pero sus agencias de inteligencia certifican que la dictadura se muestra indiferente: la economía cubana creció en un 7.5 por ciento el año pasado.
Deberíamos unirnos en torno al principio que demócratas y republicanos han hecho suyo hace tiempo, un principio que contribuyó al triunfo de Occidente en la Guerra Fría: La apertura norteamericana es una fuente de fortaleza, no una concesión a las dictaduras.
Es hora de permitir la libertad de viaje con Cuba, como se provee en la ley que hemos presentado. El viaje libre crearía un ‘flujo libre de ideas' que ‘fomentaría la democratización', como escribió el disidente Óscar Espinosa Chepe poco después de su salida de prisión en 2004. También significaría beneficios humanitarios para los cubanos, porque aumentarían los viajes de visita y los turistas darían un empujón al pequeño pero enérgico sector privado.
Las políticas electorales no deberían impedirnos buscar un acercamiento con once millones de vecinos que han vivido bajo el comunismo durante largos 48 años.

El representante Charles B. Rangel (demócrata de Nueva York), preside el Comité de Medios y Arbitrios.
El representante Jeff Flake (republicano de Arizona) encabeza una delegación de diez miembros de la Cámara para visitar Cuba en diciembre.

15 de abril de 2007
©washington post
©traducción mQh
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