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miseria en buenos aires


[Monte Reel] En Buenos Aires crecen los barrios bajos, pese a los intentos de transformarlos.
Buenos Aires, Argentina. ¿Qué pasó con las 1.500 personas que vivían en Villa Cartón?, un improvisado montón de cientos de destartaladas chabolas apretujadas debajo del paso elevado de una autopista.
Las paredes de láminas de madera estaban reforzadas con cartón; viejas sábanas se estiraban en los marcos de las ventanas. Las pasarelas se atascaban de carretones llenos de botellas y papel, los desechos reciclables que mucha de la gente que vivía aquí recogía para ganarse la vida.
En febrero, alguien puso fuego a las chabolas, y los camiones de bomberos que finalmente llegaron hicieron poco más que mojar sus cenizas. Pero el fuego -y la saga que siguió cuando los funcionarios trataron de reasentar a los vecinos- ha dejado al descubierto un problema al que se enfrentan Buenos Aires y otras metrópolis en su lucha contra los cada vez más numerosos barrios de chabolas. Las partes más precarias de la ciudad, sin importar lo indeseables, son las más difíciles de reubicar.
Casi un tercio de los habitantes de las ciudades del mundo viven en chabolas, y Naciones Unidas calcula que para 2030, y como resultado de la rápida urbanización de los países en desarrollo, el número de personas que viven en esas condiciones se duplicará. América Latina ya es la región más urbanizada del mundo en desarrollo, pero incluso en lugares donde la emigración rural hacia las zonas urbanas ha empezado a estabilizarse -como Argentina-, las villas miseria dentro de las ciudades continúan creciendo a un ritmo acelerado, en épocas económicas buenas y malas.
"En toda América Latina tienes economías que están creciendo y funcionando bien, pero el modo en que están creciendo esas economías está en realidad generando más chabolas", dice Erik Vittrup, asesor sobre América Latina y el Caribe para el Programa de Reasentamiento Humano de Naciones Unidas. "Es un crecimiento que sólo genera riqueza para los que ya la tienen".
Buenos Aires se está recuperando de la devastadora crisis económica de 2001, y su economía ha crecido con más de ocho por ciento al año en los últimos cuatro años. Incluso así, el crecimiento demográfico en la capital es más rápido en las chabolas, que continúan apareciéndose junto a líneas férreas, debajo de puentes e incluso expandiéndose en los terrenos de una reserva ecológica.
El gobierno ha promovido un plan para erradicar dos docenas de las peores villas miseria -todas ellas, como Villa Cartón, primitivas conglomeraciones de chozas improvisadas construidas en sitios vulnerables. Pero el incendio de Villa Cartón mostró que incluso cuando desaparece una villa miseria, no con ello desaparecen los problemas de la ciudad.
Cuando los funcionarios trasladaron a los vecinos desplazados a tiendas en un parque, inoportunas tormentas se convirtieron en mortíferos desastres, matando a una mujer. Cuando el gobierno ofreció dinero a los residentes para alentarles a marcharse de la ciudad hacia las provincias, muchos lo rechazaron, diciendo que no podían alejarse de las clínicas gratuitas de la ciudad. Algunos que han aceptado el dinero, se han mudado velozmente a otras barriadas de la ciudad.
Algunos funcionarios de gobierno empezaron a acusar a los líderes autoproclamados de las villas miseria de haber iniciado ellos mismos el incendio, diciendo que temían perder el poder si el ayuntamiento continuaba su plan de trasladar a la gente.
Quienquiera haya sido quién inició el incendio, no pudo haber encontrado un blanco más combustible.

"Queremos Quedarnos Aquí"
Los barrios de chabolas de Buenos Aires adoptan varias formas: villas miseria, las barriadas que -con suficiente dinero y mejoras en la infraestructura- podrían posiblemente convertirse en barrios permanentes con todos los servicios básicos; casas tomadas, normalmente enormes edificios abandonados y ocupados por okupas; y asentamientos, primitivas congregaciones de chozas temporales levantadas en lugares vulnerables, como Villa Cartón. De acuerdo a varias estimaciones de agencias de la ciudad, 300 mil a medio millón de habitantes -de los tres millones de la ciudad- viven en barrios de chabolas.
Una de esas personas es María Benítez, 60, que había vivido en Villa Cartón durante dos años antes de que se quemara. Unas dos semanas antes del incendio, estaba sentada frente a una de las tiendas que el ayuntamiento para entregado a los vecinos. Comía un grisáceo guiso de arroz, patatas y zanahorias que había recibido en un remolque del gobierno en las cercanías.
Había vivido en un apartamento en el centro, dijo, pero entonces perdió su trabajo como empleada doméstica y no pudo seguir pagando el alquiler.
"Es imposible que alguien como yo pueda comprar tierra, así que o me quedaba en la calle o me venía a Villa Cartón", dice Benítez, que tiene cuatro hijos adultos, dos de ellos en Buenos Aires.
Ella y los cientos de otros que viven temporalmente en el complejo de tiendas de campaña que se negaron a recibir la limosna del gobierno de 2.300 a 8.300 dólares -un subsidio destinado a que las familias encontraran otras soluciones habitacionales. La mitad de los vecinos desplazados aceptó el dinero, pero la otra mitad se quedó, esperando ser los primeros en la fila de las viviendas permanentes que el gobierno anunció que construiría después del incendio.
"El único lugar donde podríamos vivir con ese dinero sería en la provincia, y nadie de nosotros quiere vivir allá", dijo Benítez, que ahora trabaja en un quiosco de teléfono. "En la provincia no hay trabajo, no hay servicios, no hay nada. Queremos quedarnos aquí".
La economía de Argentina -como en la mayoría de los países latinoamericanos, a excepción de Brasil- es dominada por la ciudad capital. Las zonas rurales del continente han sido siempre pobres, lo que ha alimentado una emigración que ha convertido a la región que era en los años cincuenta predominantemente rural, en una región con un 75 por ciento de población urbana. Las reducidas inversiones en las zonas rurales han reforzado la tendencia, dice Vittrup, el asesor de Naciones Unidas.
Con la esperanza de seguir en la ciudad, Benítez y cientos de sus vecinos optaron por seguir en las tiendas, maldiciendo las condiciones cuando las lluvias convirtieron el suelo debajo de ellas en lodo. Ha trabajado toda la vida en trabajos informales, sin pagar impuestos y sin jubilación. Dijo que no iba a abandonar la posibilidad de tener una casa que cree que se merece.
"Es por eso que voy a celebrar aquí mi cumpleaños número 61, luchando por una casa miserable que sea mía", dijo.

Rabia e Impaciencia
El gobierno ha construido varios complejos habitacionales en un intento de reubicar permanentemente a los vecinos de las villas miseria en peores condiciones. Algunos han sido ocupados por okupas incluso antes de su terminación, retrasando su entrega a los vecinos de las chabolas para quienes fueron construidos. El complejo destinado a Villa Cartón hace frente a otro problema: Los vecinos del barrio obrero donde debía construirse el complejo, objetaron su emplazamiento, obligando al gobierno a buscar una nueva ubicación.
"Esta situación ha generado otro conflicto entre la clase media baja y las clases bajas sobre quién tiene derecho a los nuevos proyectos", dice Gabriela Cerutti, ministro de derechos humanos del ayuntamiento, a cargo de problemas de vivienda.
Ese nuevo conflicto intensificó la rabia y la impaciencia de los vecinos desplazados de Villa Cartón, que exigieron acciones más rápidas de los funcionarios. Tras ser trasladados a cobertizos en otro parque, un grupo de residentes encerró a varios empleados de gobierno en un remolque una noche, exigiendo una solución permanente.
"Repentinamente unas cien personas nos rodearon en el remolque, al que empezaron a aporrear con palos", dice Patricia Malanca, una de las funcionarias a cargo del campamento. "La hostilidad era extrema. Nuestras vidas corrieron peligro".
La razón de la tensión, explicaron algunos vecinos, es que creen que el gobierno les ha estado haciendo promesas durante años, sin cumplirlas.
De acuerdo al auditor del ayuntamiento, Vicente Mario Brusca, la ineficiencia ha plagado los intentos del gobierno de proporcionar viviendas adecuadas para los pobres. Mientras preparaba un informe sobre vivienda a fines del año pasado, su despacho descubrió que el gobierno había pagado demasiado por materiales de mala calidad, incurrido en costes administrativos excesivos y empleado a demasiados trabajadores en sus intentos de mitigar la escasez de viviendas para grupos de bajos ingresos.
"Con esos tasas de eficiencia, estimamos que tomará ochenta a cien años resolver el problema de la vivienda aquí", dijo Brusca.
Este es un año de elecciones, y los candidatos argentinos han enfatizado la necesidad de mejorar las condiciones habitacionales en las villas miseria, otorgando a los residentes derechos de propiedad y entregándoles acceso pleno a los servicios del ayuntamiento.
Entretanto, los vecinos de Villa Cartón siguen esperando por una vivienda permanente, como han hecho la mayor parte de sus vidas.
María Estella Martínez, 42, creció en una de las villas miseria más antiguas de la ciudad, que ha sido elegida para su eventual urbanización y remodelación. Pero después de que Martínez se separara de su marido y debiera ocuparse del cuidado de sus cuatro hijos sola, se vio obligada a bajar un escalón en la pirámide social de Villa Cartón.
Había esperado que el traslado sería temporal, dijo, pero ahora ha empezado a dudar de que obtenga alguna vez una casa permanente.
Antes vendía ropa a sus vecinas, pero el incendio destruyó sus existencias. La lucha por encontrar una casa después del incendio, dijo, ha consumido todo.
"Ya no tengo ganas de trabajar", dijo, llorando. "No me queda voluntad para nada".

1 de mayo de 2007
29 de abril de 2007
©washington post
©traducción mQh
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