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caos, y copiosa cocina


[Emily Wax] Tres horas en una gran boda cachemira.
Srinagar, India. Escabulléndose y riendo mientras las mujeres de la familia que lo bombardean con puñados de almendras, chocolates con nieve de coco y monedas, Baseer Qadri, uno novio con un elegante turbante, se sube al coche para salir a toda prisa a casarse con su novia. Su comitiva cruza el centro de la ciudad a toda velocidad, a la luz de la luna.
Estamos en medio de la temporada matrimonial de Cachemira y es domingo, poco después de las nueve de la noche. Las surcadas calles de aquí rebosan de caravanas de bodas, bicicletas apachurradas con alfombras, almendras y cerezas cachemiras enviadas a los mercados del lunes y niños arreando ovejas en medio del tráfico.
De algún modo, el cortejo -en teoría, primero el novio; luego su padre, seguidos de otros parientes cercanos y amigos- se encamina hacia el Hotel Cardoba, donde las luces ensartadas entre los arbustos y puertas iluminan el vecindario. Una vez que el cortejo está dentro, es shush shush. Silencio. Silencio.
Hombres y mujeres se sientan separados.
No se oye nada mientras la novia, Tamkeen Masoodi, estudiante de medicina, y Qadri, que ya es médico, se encuentran en un cuarto cubierto de alfombras de Cachemira tejidas a mano. Se lee y firma el nikkah nammah, o contrato matrimonial. Está escrito en caligrafía urdu, y engalanado con flores pintadas -rosas trepadoras en colores pasteles.
Un clérigo musulmán que es también un líder político separatista, dirige el servicio, ataviado con un espléndido chaleco gris y un sombrero triangular.
En la escalera del lado de las mujeres, decenas de felices amigos de la novia y nerviosos familiares se asoman con hileras de brazaletes morados y naranja, sonando discordantes, dejando en el aire una estela de perfume de almendras. Van engalanados, con pendientes y collares dorados, las manos cubiertas de jena naranja y el pelo negro oculto debajo de suaves echarpes de seda, rosados, azafrán y verdes.
Las manos y pies de la novia están también recubiertas de remolinos de jena naranja. Sobre el pelo luce un chal matrimonial, cosido a mano con un complejo bordado -la versión cachemira del velo.
Después de la firma del contrato, la novia y novio se separan rápidamente. La novia se apresura a un cuarto trasero para consolarse con su familia -hermanas, madre, otras familiares- y recibir felicitaciones. Le retocan el maquillaje y le ofrecen palabras de aliento para su noche nupcial.
Durante más de una hora, las mujeres de la familia, junto con un cantante de bodas entona canciones tradicionales llamadas vanvun a todo pulmón, deseándole felicidades en su nueva vida.
Entretanto, las mujeres más viejas revolotean a su alrededor impartiendo órdenes para la boda. La familia de la novia es responsable de la comida, que sólo el lado del novio ha de probar bocado.
"¿Dónde están los wazas?"", grita una mujer, refiriéndose a un ejército de cocineros de bodas y sus ayudantes, que llevan mandiles blancos y sombreros puntiagudos y se ven como versiones agrandadas de los Oompa-Loompas de ‘Charlie y la fábrica de chocolate' [Charlie and the Chocolate Factory'.
"¿Todavía está aquí el cordero?", chilla una mujer cejijunta, que dice que es pariente de la novia. "¿Dónde está el cordero?"
Recostados en cojines, los invitados esperan ser servidos como reyes, plato tras plato, tras plato, tras plato -en algunas bodas se sirven hasta 36-, incluyendo toda una variedad de platos de cordero preparados con varias salsas diferentes y albóndigas de diversas formas.

Llámalo Mi Gran Boda Cachemira
"Oh, sí, me encanta esa película con esa gran boda griega -nosotros somos como los griegos-, con gente maravillosa y también nos gusta el cordero", cloquea Ghulan S. Masoodi, pariente de la novia y cachemir-americano que vive en Buffalo, Nueva York, la mayor parte del año. "Las bodas cachemiras son una parte central de nuestra cultura. Y nos gusta pasarla bien y, por supuesto, comer".
Los wazas entran precipitadamente y sirven de calderos que borbollean y expelen vapor. También hay pollo, asado con especias tandoori y salpicado con un deje de cúrcuma. Pero sobre todo, lo que hay es carne de cordero: cordero rezumado en leche -una delicia que es considerada como la prueba última de las habilidades de un waza-, un cordero que sabe a vienesa y cordero servido con salsa chutney de nueces.
Hay arroz biryani con coco, aderezado con azafrán -"omita el arroz blanco y concéntrese en las carnes", aconseja Masoodi- y recipientes amarillos con yogur. "Están llenos de bacterias buenas que ayudan a digerir después de toda esa carne", dice Masoodi, riendo.
También hay raíces de lotus en escabeche, que tiene un sabor ácido y la textura del apio. Luego está la versión árabe de la tarta de bodas: Gulab Jamun, una rosquilla frita dorada oscura, con cardamomo y una pizca de azafrán y rociada con agua de rosas. Se sirve caliente con vainilla y helado de vainilla. A menudo hay tanta comida que los cachemires han dado vida a su propia forma de colados: no los solteros en plan de caza, sino gente con hambre mendigando un plato de comida.
Ya que es un líder político quien está casando a la pareja, hombres armados -sus guardias- holgazanean junto a la puerta. También ellos reciben bandejas de comidas.
Pero el novio come muy poco. La novia no come en absoluto. Se dicen mutuamente que no hayan de hora de estar solos.
El suyo es un matrimonio convenido, o lo que se conoce entre la generación joven del sur de Asia como una presentación preparada, ya que Qadri dice que él vio a Masoodi en la facultad de medicina, le gustó, y la pidió para presentarla a sus padres.
Más tarde, a eso de medianoche, cuando todo el mundo colapsa, el novio sonríe. "Ahora voy a estar con mi novia", dice.

26 de junio de 2007
©washington post
©traducción mQh
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