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la sedición del senador arancibia


columna de mérici
Nada más repugnante que las declaraciones del ex almirante Jorge Arancibia (en La Tercera), cuando compara la situación del prófugo Iturriaga Neumann con la de la presidente Bachelet durante la dictadura militar. El despropósito del ex uniformado es intolerable. En primerísimo lugar, hoy vive Chile en un estado de derecho en el que incluso gentes de la calaña de Iturriaga Neumann, Augusto Pinochet y Osvaldo Romo, todos hijos de la misma nodriza, pueden defenderse propiamente, mientras que durante la dictadura de la que estos canallas formaron parte vivían los ciudadanos en un estado de la más absoluta arbitrariedad jurídica e indefensión.

La centenaria cobardía de los militares chilenos les impidió instalar tribunales para juzgar a sus opositores y trataron de deshacerse de ellos, después de someterlos a torturas sin nombre ni justificación, de las maneras más abyectas, sólo comprensibles en el marco de la zoología o del demonismo más bestial -y lejos de la historia humana. Iturriaga Neumann y Romo, amamantados por el mismo incomprensible odio y caracterizados por la misma vileza, son excelsos ejemplos de lo que fue el pinochetismo, y de lo que eran y son los pinochetistas.

Pero en segundo lugar, Iturriaga Neumann es una bestia sedienta de sangre que fue juzgada en debido proceso, incluso con abogados a su servicio, pagados por todos los ciudadanos chilenos con el beneplácito del actual comandante en jefe, que cometió probadamente salvajes e innobles crímenes, torturando y asesinando o tratando de asesinar, con sus propias manos o mediante órdenes, a un sinnúmero de chilenos inocentes, incluyendo a próceres como Bernardo Leighton y el general Carlos Prats. Al contrario, la presidente Bachelet no cometió delito alguno, ni fue juzgada ni condenada por nada, siendo su falta no otra cosa que la defensa de su patria, que ha sido en Chile siempre un propósito loable. (Excepto, claro está, para los militares pinochetistas).

Cuando la presidente Bachelet fue secuestrada, no fue defendida ni protegida por las fuerzas armadas ni por su comandante en jefe. Y cuando vivió en la clandestinidad, para escapar de las ratas pinochetistas y de los cobardes que les obedecían, ningún militar la protegió diciendo que no sabían dónde estaba, como ocurre ahora con la hiena Iturriaga. Y este no fue tampoco nunca secuestrado.

El ex almirante, que comparte con su defendido su naturaleza bestial, tiene encima la osadía de pretender que durante la dictadura de Pinochet había un estado de derecho y justifica la fuga del cobarde. Considerando que el elogio de esta fuga y/o su justificación implica el desacato de las instituciones de la república y de los fallos de sus tribunales, el ex almirante comete el delito de sedición y debería por tanto, primero ser privado de sus prerrogativas y privilegios como senador y, luego, ser llevado a tribunales para que responda por su conducta y dichos.

Por otro lado, es indignante seguir expuesto a estas comparaciones intolerables e inmorales. Hoy compara el almirante a un ser abyecto e ínfimo como Iturriaga Neumann, un criminal juzgado y condenado, con la primera autoridad de la república. Otros comparan incluso al presidente Salvador Allende con el canalla Augusto Pinochet, como si de algún modo fuesen comparables o estuviesen al mismo nivel. Y olvidan que, como pretende Arancibia, que Allende fue un presidente elegido por los ciudadanos chilenos (aunque odiado por sus primitivas y rácanas clases ricas), y la bestia uniformada no fue nunca elegida por nadie, y luego, que Allende no cometió crimen alguno ni fue un delincuente, que pagó con su vida la defensa de la patria, mientras que Pinochet fue un delincuente ordinario y artero, arrastrado y vendido, que murió en la cama haciéndose el loco.

Estas comparaciones son inaceptables. Es como pretender que el Chacal de Nahueltoro de algún modo mató con justa razón a sus hijos, o como si la culpa del exterminio de los judíos y católicos y homosexuales y gitanos de Europa durante la Segunda Guerra Mundial la tuvieran las víctimas mismas y no los nazis con, a su cabeza, la encarnación del demonio que fue Hitler. Es culpar a las víctimas de los crímenes sin nombre que cometió Stalin contra ellas. Como creer que en Camboya los comunistas khmer fueron los héroes, y los dos millones de camboyanos asesinados los canallas. Como si Slobodan Milosevic fuera un héroe, y los ciudadanos bosnios y croatas los culpables de su irracional odio.

Y luego pretenden algunos defensores de esta doblez moral obligarnos a aceptar una definición de libertad aberrante, en la que los criminales (pues todo pinochetista es un criminal) tienen el mismo derecho a la expresión que los ciudadanos comunes y corrientes que fueron o no víctimas de su odio y violencia. Se olvidan estos defensores de esta definición retorcida de libertad que si viviésemos aún en dictadura, estos pinochetistas no estarían escribiendo y defendiendo malamente su causa putrefacta, sino lisa y llanamente persiguiéndonos y matándonos, porque esa es la única ideología que defienden: la defensa de sus intereses, y el odio contra todo lo que huela a Dios, patria y pueblo.

Así dicen pues los partidarios de la inmoralidad: que la víctima tiene los mismos derechos que sus victimarios, cuando en realidad la víctima, en cuanto tal, dejó de tenerlos, porque sus criminales le privaron de ellos. No, víctimas y victimarios no son iguales ni deben por tanto tener los mismos derechos. Cuando alguien defiende los crímenes de la dictadura está, por decirlo así, torturando y asesinando a sus víctimas por segunda vez. ¿Es posible creer que alguien piense que esto es normal y que refleja un cierto sentido de la libertad? No, esto es simplemente abyección moral, incapacidad de tomar posición y pronunciarse, cobardía ética. Esto último, en términos psiquiátricos, se llama síndrome de Estocolmo, cuando la víctima empieza a hacer suyas las creencias y punto de vista de su victimario, y termina creyendo que sus crímenes tienen justificación y que tienen, los criminales, tanto derecho a la libertad, entre ellas la de expresión, como sus víctimas -y esto es un punto de vista repugnante y aberrante.

Los criminales deben estar donde lo determinen las autoridades legítimas después de sus juicios en tribunales, pero nunca en medio de la sociedad, disfrutando de las virtudes de la civilización que pretendieron destruir y en la que claramente no creen ni creyeron nunca y que ahora sólo utilizan para eludir el castigo (y en el caso de Iturriaga Neumann) castigo levísimo- que merecen. (Pues Iturriaga Neumann debiese entrar a la cárcel para no salir nunca, tal es la gravedad de los crímenes que cometió. Pero los jueces aplican una incomprensible mano blanda con este tipo de chacales).

La inmoralidad del ex almirante, de comparar a un criminal condenado con la presidente, no por ser un punto de vista lamentablemente común, es menos reprochable. Llevándole a tribunales por su justificación y defensa de los actos de un torturador y asesino sentenciado y prófugo, por la razón de que implica los delitos de desacato y sedición, se empezaría a hacer justicia con seres de su calaña.

mérici

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