agente mató a un testigo
[Cristian Alarcón] El policía preso acusado de matar a un testigo. Ismael Gauna fue detenido por la sospecha de haber matado a un testigo clave del caso Bru.
El Beto Alberto Mauro Martínez se cruzaba al oficial Ismael Gauna en todos lados. Adonde iba, Gauna se aparecía en el auto de la Brigada. Lo miraba de lejos. Lo dejaba caminar, pero le hacía saber que lo tenía cansado. El Beto era un testigo de la desaparición de Miguel Bru en La Plata. Gauna lo había torturado por haber dicho la verdad en el juicio oral: que el comisario permitía el submarino seco y la pateadura. Le conocía la cara, la parada, la manera de mirar. Se detestaban. Por eso salió con las manos en alto, con el torso desnudo, gritando "No me mates", y por eso alguien –alguno de los policías que iba a su encuentro ese 21 de junio de 2002– le dio en el pecho. Se murió en el camino al hospital: eligieron el más lejano para que se desangrara en el camino, dicen los familiares de Beto. Ayer, después de ocho meses de clandestinidad, lo pescaron en la entrada a La Plata. Gauna se había afincado en el barrio El Churrasco.
La historia no es sencilla. Tiene sus complicaciones. Comienza con la desaparición de Miguel. Fue el 17 de agosto de 1993. Lo levantaron cerca de Magdalena, en un campo que estaba cuidando, y lo llevaron hasta la comisaría 9ª, de La Plata. Allí lo torturaron. Miguel había denunciado a la Brigada, a sus hombres más corruptos, por allanamiento ilegal. Se la tenían jurada. Mucho después, durante el juicio oral contra cuatro policías por el crimen, Mauro Martínez confirmaría un dato clave para condenar a los bonaerenses: esa noche Miguel Bru, "un pibe flaquito de ojos claros", había pasado por allí. En el juicio otros presos terminarían de completar la historia: lo sometieron al submarino seco. Lo sacaron por una puerta trasera. Lo hicieron desaparecer. El Beto fue muy firme cuando declaró ante el juez Selagowsky, en la instrucción de la causa que en la 9ª se torturaba con saña y de manera habitual. Se lo dijo en un careo al comisario Ojeda. Lo repitió en la sala del juicio: "Mi vida vale lo que una caja de Rohypnol", dijo esa mañana.
Al poco tiempo lo cruzaron con un patrullero. Lo bajaron en el Bosque a la madrugada. Lo apalearon entre varios. El mensaje era que no debía declarar en el juicio oral. A los dos meses lo hizo. En el juicio condenaron por la muerte de Bru a Justo José López y Walter Abrigo, a prisión perpetua. Juan Domingo Ojeda, el comisario, y Ramón Cerecetto, un oficial, recibieron pingües penas. Los presos dijeron que los pegadores fueron ocho. Sin mácula legal quedaron, entonces, otros cuatro. Magullado, el Beto Martínez llamó a la casa de Rosa Schonfeld, la mamá de Miguel. "Dijo que estaba todo roto. Era la época de los primeros ministros civiles. Lo denunciamos ante el ministro, que no recuerdo quién era. Lo pasó a disponibilidad preventiva, pero recuperó la chapa dos años después", cuenta Rosa. Al tiempo, Martínez cayó preso por un robo. Y logró fugarse de una comisaría de Ensenada. Prófugo, se convirtió en una víctima más vulnerable. Lo buscaba la ley.
El Beto se refugió en lo de unos amigos en 83 y 121, a unas seis cuadras del Hospital San Martín, en el barrio El Carmen. Hasta esa casa llegó la Brigada casi entera: a la cabeza, Gauna. El y Luján Martínez –preso hace ocho meses por el crimen del Beto– se anunciaron a los gritos, mientras Aranda, Valiente, Nager y Predovan se mandaron por los fondos. El Beto los esperaba. Ya había dicho que Gauna lo iba a poner. La versión policial fue que salió a recibirlos armado con un revólver calibre 32. "El sale, levantan los brazos: ‘No tiren, no tengo nada'. Después, pide ‘no me maten delante de los chicos'. Los chicos eran los muchachos que vivían en esa casa. Ellos declaran que no hay tal enfrentamiento, que Gauna se pega un tiro en el pie", explica Rosa.
Ante la Justicia, Gauna no pudo convencer a nadie de su historia. No hubo ni siquiera un policía que lo viera renguear o sangrar por el supuesto tiro que El Beto le dio en el pie. "Estamos convencidos de que se autolesionó cuando iban hacia el hospital", dice Ernesto Martín, abogado de la Asociación Miguel Bru. "Robaron las dos armas de los policías que estaban guardadas en la Fiscalía General", cuenta. Aun así, hace ocho meses ordenaron su detención, imputados de homicidio. Luján Martínez cayó pronto. Se confesó como el que disparó contra El Beto. El, dicen, anduvo por Mar del Plata. Cuando lo agarraron ayer al mediodía iba solo. Los de Delitos Complejos habían mostrado su foto a los vecinos. Se lo veía de vez en cuando, los días lindos, dijeron. El sol le trajo mala suerte. Anoche durmió a la sombra.
La historia no es sencilla. Tiene sus complicaciones. Comienza con la desaparición de Miguel. Fue el 17 de agosto de 1993. Lo levantaron cerca de Magdalena, en un campo que estaba cuidando, y lo llevaron hasta la comisaría 9ª, de La Plata. Allí lo torturaron. Miguel había denunciado a la Brigada, a sus hombres más corruptos, por allanamiento ilegal. Se la tenían jurada. Mucho después, durante el juicio oral contra cuatro policías por el crimen, Mauro Martínez confirmaría un dato clave para condenar a los bonaerenses: esa noche Miguel Bru, "un pibe flaquito de ojos claros", había pasado por allí. En el juicio otros presos terminarían de completar la historia: lo sometieron al submarino seco. Lo sacaron por una puerta trasera. Lo hicieron desaparecer. El Beto fue muy firme cuando declaró ante el juez Selagowsky, en la instrucción de la causa que en la 9ª se torturaba con saña y de manera habitual. Se lo dijo en un careo al comisario Ojeda. Lo repitió en la sala del juicio: "Mi vida vale lo que una caja de Rohypnol", dijo esa mañana.
Al poco tiempo lo cruzaron con un patrullero. Lo bajaron en el Bosque a la madrugada. Lo apalearon entre varios. El mensaje era que no debía declarar en el juicio oral. A los dos meses lo hizo. En el juicio condenaron por la muerte de Bru a Justo José López y Walter Abrigo, a prisión perpetua. Juan Domingo Ojeda, el comisario, y Ramón Cerecetto, un oficial, recibieron pingües penas. Los presos dijeron que los pegadores fueron ocho. Sin mácula legal quedaron, entonces, otros cuatro. Magullado, el Beto Martínez llamó a la casa de Rosa Schonfeld, la mamá de Miguel. "Dijo que estaba todo roto. Era la época de los primeros ministros civiles. Lo denunciamos ante el ministro, que no recuerdo quién era. Lo pasó a disponibilidad preventiva, pero recuperó la chapa dos años después", cuenta Rosa. Al tiempo, Martínez cayó preso por un robo. Y logró fugarse de una comisaría de Ensenada. Prófugo, se convirtió en una víctima más vulnerable. Lo buscaba la ley.
El Beto se refugió en lo de unos amigos en 83 y 121, a unas seis cuadras del Hospital San Martín, en el barrio El Carmen. Hasta esa casa llegó la Brigada casi entera: a la cabeza, Gauna. El y Luján Martínez –preso hace ocho meses por el crimen del Beto– se anunciaron a los gritos, mientras Aranda, Valiente, Nager y Predovan se mandaron por los fondos. El Beto los esperaba. Ya había dicho que Gauna lo iba a poner. La versión policial fue que salió a recibirlos armado con un revólver calibre 32. "El sale, levantan los brazos: ‘No tiren, no tengo nada'. Después, pide ‘no me maten delante de los chicos'. Los chicos eran los muchachos que vivían en esa casa. Ellos declaran que no hay tal enfrentamiento, que Gauna se pega un tiro en el pie", explica Rosa.
Ante la Justicia, Gauna no pudo convencer a nadie de su historia. No hubo ni siquiera un policía que lo viera renguear o sangrar por el supuesto tiro que El Beto le dio en el pie. "Estamos convencidos de que se autolesionó cuando iban hacia el hospital", dice Ernesto Martín, abogado de la Asociación Miguel Bru. "Robaron las dos armas de los policías que estaban guardadas en la Fiscalía General", cuenta. Aun así, hace ocho meses ordenaron su detención, imputados de homicidio. Luján Martínez cayó pronto. Se confesó como el que disparó contra El Beto. El, dicen, anduvo por Mar del Plata. Cuando lo agarraron ayer al mediodía iba solo. Los de Delitos Complejos habían mostrado su foto a los vecinos. Se lo veía de vez en cuando, los días lindos, dijeron. El sol le trajo mala suerte. Anoche durmió a la sombra.
7 de julio de 2007
©página 12
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