familia con pasión por los perros 2
[Eli Saslow] Con una pasión que lo abarca todo, esta familia de Pensilvania es una raza aparte.
Homer City, Pensilvania, Estados Unidos. Un poco antes de las diez de la noche de un jueves, Amanda y Curt se encaminaron hacia su camión con aspecto de mineros del carbón. Curt llevaba vaqueros, botas de montaña y un casco rojo adornado con una luz delantera. Amanda se colgó una linterna en el cinturón y se echó otra sobre la espalda. La pareja planeaba pasar las siguientes tres horas aislados, caminando y trepando por las montañas cerca de su casa en la oscuridad de la medianoche.
Normalmente hacían esta rutina al menos cuatro noches cada semana, porque los jueces preferían a los perros que mantenían en alto los orígenes de la raza. Normalmente los coonhounds persiguen a los mapaches en los árboles, arrinconándolos para que sus dueños les disparen y maten. Con la caza, desarrollaron fuertes músculos de las patas traseras y robustos lomos, y Curt y Amanda querían perros que se vieran como cazadores de mapaches, aunque la pareja rara vez disparaba contra ellos.
Curt metió a dos perros en la parte trasera de la camioneta. Pasó frente a la gasolinera Sheetz, la guarida de los adolescentes del pueblo los viernes noche, y frente a unas tiendas abandonadas y pequeños ranchos rodeados por hectáreas de pastizales. Unos minutos después, habían salido de Homer City, un pueblo que todavía debe recuperarse del cierre de la mina local hace más de una década. Cinco kilómetros después en un ondulado camino vecinal, Curt se detuvo y amarró una luz fluorescente y un dispositivo de rastreo al collar de cada uno de los perros. Entonces, contra todo instinto natural de un dueño de perros, los soltó en el bosque.
Curt, un tipo ameno y ocurrente, de Hickory, Carolina del Norte, conoció a Amanda hace cuatro años. En aquella época tenía a algunos perros compitiendo en el segmento de caza del circuito de coonhounds, que consiste en unos ciento cincuenta concursos organizados sea por el Club Canino de Estados Unidos [American Kennel Club] o el Club Canino Unido [United Kennel Club]. Los concursos y cacerías caninas se realizan a menudo en los mismos lugares y Curt había observado a Amanda. Curt finalmente la invitó a cenar y, algunos años más tarde, se mudó a Homer City para vivir con ella y ayudarla a cuidar de los perros. Todavía participó en algunos concursos de caza más con los sabuesos de Amanda.
Mientras los dos perros chapoteaban en los arroyos y corrían por los maizales en la húmeda noche, Curt se quedó junto a la camioneta, sacudiéndose las luciérnagas y escuchando el avance de los perros. Ahora, a casi un kilómetro y medio de distancia, se comunicaron con Curt por medio de una serie de ladridos específicos. Emitían alaridos agudos cuando captaban el olor de un mapache, y aullaban con creciente frecuencia cuando perseguían al animal y acortaban distancia. Cuando el asustado mapache finalmente se trepó a un árbol a eso de una hora más tarde, los perros se pararon en sus patas traseras y arañaron la corteza mientras aullaban. Habían sido adiestrados para girar en torno al árbol, ladrando, hasta que Curt los encontrara. A veces, eso tomaba varias horas.
Curt alumbró con su linterna y caminó en dirección a los ladridos, sin saber a ciencia cierta qué encontraría. La adrenalina le compelía siempre a seguir a sus perros -a pesar de la oscuridad, la densidad del bosque y los animales que moraban en este.
Los sabuesos de los Alexander cazaban a veces a zarigüeyas, venados, gatos monteses y osos. Otras veces, cansados como atletas, Curt ordenaba a los perros que abandonaran la cacería y ladraran al pie de un árbol cualquiera, de modo de poner fin a la caza y volver a casa. En las peores noches, los sabuesos se herían a sí mismos cuando corrían por el bosque a veinticinco kilómetros por hora. Una vez un perro emergió del bosque con una púa de puercoespín clavada el centro del globo del ojo -una herida que curó, por recomendación de un veterinario, con Krazy Blue. Otro perro tropezó y se dislocó un hueso, y hubo que hacer doce visitas a un especialista en Columbus, Ohio.
"Creo que atraparon a un mapache esta noche", dijo Curt. "Suena como si lo estuvieran persiguiendo". "No están en forma", dijo Amanda, una línea de sudor formándose en su gorra de béisbol gris. "Podrían estar engañándonos"".
Después de diez minutos de abrirse camino por el bosque, Curt y Amanda encontraron a sus perros dando brincos de un metro al pie de un árbol de doce metros. Los perros movían sus rabos y alzaban sus cabezas hacia arriba, como si buscasen entre las ramas al mapache. Curt apartó a los perros y apuntó al árbol con su linterna, esperando encontrar al mapache. Pesadas hojas y la oscuridad envolvían las ramas, y Curt no encontró nada.
"Estoy seguro de que ahí hay uno", dijo Curt. "Solo que no lo podemos ver".
Amanda puso correa a los perros y la pareja volvió a la camioneta.
Mapache o no, esta noche no importaba. Era poco más de medianoche y empezaba a lloviznar, y esta expedición de cacería ya había sido considerada un éxito. Los coonhounds emergieron del bosque unos pasos más cerca de la condición que les permitiría inscribirse en un concurso canino. Los músculos de sus patas traseras sobresalían. Sus lomos parecían fuertes. Probablemente habían perdido medio kilo de grasa cada uno, dijo Amanda. Por primera vez, los cansados perros volvieron en silencio a sus casetas.
La primera mañana de un torneo canino un fin de semana el mes pasado, Amanda y Curt se levantaron a las cuatro de la mañana y usaron sus linternas para subir a cuatro plott coonhounds en la parte de atrás de una caravana. Condujeron durante dos horas al sudoeste de Homer City y salieron de la autopista en Waynesburg, cerca de la frontera con West Virginia. Al romper el día, Curt y Amanda aparcaron su caravana en el aparcadero de una polvorienta pista de carrera de trotones en los Greene County Fairgrounds. Los rodeaban más de mil perros y cien caravanas.
Para Amanda se veía igual que cualquier otro concurso del American Kennel Club en cualquier otra ciudad en cualquier fin de semana. Los vendedores se habían instalado debajo de las tribunas, y uno de ellos vendía bollitos de manzanas fritas y helado de vainilla como desayuno. Cientos de metros en cualquier dirección, los perros descansaban en el sol o estiraban sus músculos antes del concurso. Los animales se pavoneaban como superestrellas, y los dueños ajetreaban en torno a ellos como sus séquitos.
Algunos días antes en su peluquería canina, Amanda había pasado noventa minutos poniendo en forma a sus cuatro plott coonhounds. Había recortado y limado sus uñas, recortado el pelo del bajo vientre y frotado con bastoncillos de algodón la parte interior de sus orejas. Pero cuando emergió de su caravana y echó un vistazo por el terreno, Amanda se preguntó si acaso se había preparado lo suficiente. A su alrededor, los cuidadores rociaban a sus perros con color de cabellos, sombreaban sus ojos con rímel, blanqueaban sus uñas con tiza y alisaban su pelaje con planchas.
Hasta hace poco, Amanda había competido casi exclusivamente en el United Kennel Club, una organización menos prestigiosa, y menos formal, popular entre los dueños de coonhounds. Contó que en los eventos del United Kennel Club, las feces de perros cubrían el suelo y los dueños de perros escupían tabaco en la pista del concurso. En los eventos del American Kennel Club, incluyendo el renombrado concurso canino del Westminster Kennel Club, los manejadores profesionales lucían trajes de tres piezas en la pista del concurso.
Amanda había decidido convertirse en uno de los primeros dueños en llevar a coonhounds al AKC debido a que creía que la organización se ajustaba mejor a su naturaleza competitiva. Aunque antes se contentaba con ganar una cinta, ahora desdeñaba cualquier cosa que no fuera el primer lugar. Reconocía imperfecciones de sus perros que nunca antes había observado: un ojo izquierdo flácido, o la piel suelta debajo de su cuello, o patas demasiado grandes.
"Me gustaría volver a ser feliz con cualquier cosa", dijo Amanda.
De momento estaba satisfecha con que Storm ganara el concurso de plotts de la mañana. Veinte minutos antes del concurso general de sabuesos de la tarde, Amanda salió de la caravana con una chaqueta verde, pantalones caqui y una blusa morada. Puso la correa a Storm y se encaminó hacia una cuadra en un extremo de los terrenos de la feria. Allá, Amanda y Storm entraron a una pequeña pista y se instalaron junto a otros diecisiete sabuesos con sus dueños.
Mientras otros dueños colocaban a sus perros en posición ofreciéndoles toda una serie de delicias, Amanda había practicado con Storm tan a menudo que el perro la obedecía instintivamente. Amanda utilizaba sólo una palabra con sus perros, variando los decibeles y el tono cuando necesario. Mientras colocaba en línea las patas de Storm para que correspondieran con sus caderas y levantara el rabo, Amanda le susurró al perro en su oreja.
"Woe", dijo Amanda. "¡Woe! Wooooee. ¡Woe! Eso es. Woe. Buena chica".
Un juez se acercó a Storm y la examinó. Chequeó sus dientes, apretó los músculos de sus muslos y las patas. El perro se quedó inmóvil, como una escultura, hasta que el juez les ordenó que corrieran describiendo un círculo en la pista. Dieron una rápida vuelta y volvieron hacia el juez, que volvió a examinar a Storm y luego despidió al perro. Diez minutos después el juez nombró a los cuatro hounds ganadores. Storm no era uno de ellos.
De regreso en su caravana cinco minutos después, Amanda llamó a su papá y le contó la mala noticia, acariciando a a Storm en la frente con su mano derecha. Los hombros de Amanda se hundieron, y se apoyó contra la caravana, exhausta. Pensaba conducir las dos horas de regreso a Homer City para ocuparse de sus otros perros esa noche. Luego, después de algunas horas de sueño, despertaría a las cuatro de la mañana para conducir a Waynesburg, para otro concurso a la mañana siguiente. Curt se acercó y puso una mano en los hombros de Amanda.
"¿Estás bien?", le dijo.
"Estoy un poco decepcionada", dijo Amanada. "Lo hicimos bien. Storm estuvo perfecto. No sé por qué no le gustamos".
"Quizás les gustemos mañana", dijo Curt.
Metió su mano al bolsillo y sacó las dos pequeñas cintas que Storm había ganado en el torneo de la mañana.
"Hey", dijo Curt, sosteniendo las cintas. "Al menos no nos vamos con las manos vacías".
Normalmente hacían esta rutina al menos cuatro noches cada semana, porque los jueces preferían a los perros que mantenían en alto los orígenes de la raza. Normalmente los coonhounds persiguen a los mapaches en los árboles, arrinconándolos para que sus dueños les disparen y maten. Con la caza, desarrollaron fuertes músculos de las patas traseras y robustos lomos, y Curt y Amanda querían perros que se vieran como cazadores de mapaches, aunque la pareja rara vez disparaba contra ellos.
Curt metió a dos perros en la parte trasera de la camioneta. Pasó frente a la gasolinera Sheetz, la guarida de los adolescentes del pueblo los viernes noche, y frente a unas tiendas abandonadas y pequeños ranchos rodeados por hectáreas de pastizales. Unos minutos después, habían salido de Homer City, un pueblo que todavía debe recuperarse del cierre de la mina local hace más de una década. Cinco kilómetros después en un ondulado camino vecinal, Curt se detuvo y amarró una luz fluorescente y un dispositivo de rastreo al collar de cada uno de los perros. Entonces, contra todo instinto natural de un dueño de perros, los soltó en el bosque.
Curt, un tipo ameno y ocurrente, de Hickory, Carolina del Norte, conoció a Amanda hace cuatro años. En aquella época tenía a algunos perros compitiendo en el segmento de caza del circuito de coonhounds, que consiste en unos ciento cincuenta concursos organizados sea por el Club Canino de Estados Unidos [American Kennel Club] o el Club Canino Unido [United Kennel Club]. Los concursos y cacerías caninas se realizan a menudo en los mismos lugares y Curt había observado a Amanda. Curt finalmente la invitó a cenar y, algunos años más tarde, se mudó a Homer City para vivir con ella y ayudarla a cuidar de los perros. Todavía participó en algunos concursos de caza más con los sabuesos de Amanda.
Mientras los dos perros chapoteaban en los arroyos y corrían por los maizales en la húmeda noche, Curt se quedó junto a la camioneta, sacudiéndose las luciérnagas y escuchando el avance de los perros. Ahora, a casi un kilómetro y medio de distancia, se comunicaron con Curt por medio de una serie de ladridos específicos. Emitían alaridos agudos cuando captaban el olor de un mapache, y aullaban con creciente frecuencia cuando perseguían al animal y acortaban distancia. Cuando el asustado mapache finalmente se trepó a un árbol a eso de una hora más tarde, los perros se pararon en sus patas traseras y arañaron la corteza mientras aullaban. Habían sido adiestrados para girar en torno al árbol, ladrando, hasta que Curt los encontrara. A veces, eso tomaba varias horas.
Curt alumbró con su linterna y caminó en dirección a los ladridos, sin saber a ciencia cierta qué encontraría. La adrenalina le compelía siempre a seguir a sus perros -a pesar de la oscuridad, la densidad del bosque y los animales que moraban en este.
Los sabuesos de los Alexander cazaban a veces a zarigüeyas, venados, gatos monteses y osos. Otras veces, cansados como atletas, Curt ordenaba a los perros que abandonaran la cacería y ladraran al pie de un árbol cualquiera, de modo de poner fin a la caza y volver a casa. En las peores noches, los sabuesos se herían a sí mismos cuando corrían por el bosque a veinticinco kilómetros por hora. Una vez un perro emergió del bosque con una púa de puercoespín clavada el centro del globo del ojo -una herida que curó, por recomendación de un veterinario, con Krazy Blue. Otro perro tropezó y se dislocó un hueso, y hubo que hacer doce visitas a un especialista en Columbus, Ohio.
"Creo que atraparon a un mapache esta noche", dijo Curt. "Suena como si lo estuvieran persiguiendo". "No están en forma", dijo Amanda, una línea de sudor formándose en su gorra de béisbol gris. "Podrían estar engañándonos"".
Después de diez minutos de abrirse camino por el bosque, Curt y Amanda encontraron a sus perros dando brincos de un metro al pie de un árbol de doce metros. Los perros movían sus rabos y alzaban sus cabezas hacia arriba, como si buscasen entre las ramas al mapache. Curt apartó a los perros y apuntó al árbol con su linterna, esperando encontrar al mapache. Pesadas hojas y la oscuridad envolvían las ramas, y Curt no encontró nada.
"Estoy seguro de que ahí hay uno", dijo Curt. "Solo que no lo podemos ver".
Amanda puso correa a los perros y la pareja volvió a la camioneta.
Mapache o no, esta noche no importaba. Era poco más de medianoche y empezaba a lloviznar, y esta expedición de cacería ya había sido considerada un éxito. Los coonhounds emergieron del bosque unos pasos más cerca de la condición que les permitiría inscribirse en un concurso canino. Los músculos de sus patas traseras sobresalían. Sus lomos parecían fuertes. Probablemente habían perdido medio kilo de grasa cada uno, dijo Amanda. Por primera vez, los cansados perros volvieron en silencio a sus casetas.
La primera mañana de un torneo canino un fin de semana el mes pasado, Amanda y Curt se levantaron a las cuatro de la mañana y usaron sus linternas para subir a cuatro plott coonhounds en la parte de atrás de una caravana. Condujeron durante dos horas al sudoeste de Homer City y salieron de la autopista en Waynesburg, cerca de la frontera con West Virginia. Al romper el día, Curt y Amanda aparcaron su caravana en el aparcadero de una polvorienta pista de carrera de trotones en los Greene County Fairgrounds. Los rodeaban más de mil perros y cien caravanas.
Para Amanda se veía igual que cualquier otro concurso del American Kennel Club en cualquier otra ciudad en cualquier fin de semana. Los vendedores se habían instalado debajo de las tribunas, y uno de ellos vendía bollitos de manzanas fritas y helado de vainilla como desayuno. Cientos de metros en cualquier dirección, los perros descansaban en el sol o estiraban sus músculos antes del concurso. Los animales se pavoneaban como superestrellas, y los dueños ajetreaban en torno a ellos como sus séquitos.
Algunos días antes en su peluquería canina, Amanda había pasado noventa minutos poniendo en forma a sus cuatro plott coonhounds. Había recortado y limado sus uñas, recortado el pelo del bajo vientre y frotado con bastoncillos de algodón la parte interior de sus orejas. Pero cuando emergió de su caravana y echó un vistazo por el terreno, Amanda se preguntó si acaso se había preparado lo suficiente. A su alrededor, los cuidadores rociaban a sus perros con color de cabellos, sombreaban sus ojos con rímel, blanqueaban sus uñas con tiza y alisaban su pelaje con planchas.
Hasta hace poco, Amanda había competido casi exclusivamente en el United Kennel Club, una organización menos prestigiosa, y menos formal, popular entre los dueños de coonhounds. Contó que en los eventos del United Kennel Club, las feces de perros cubrían el suelo y los dueños de perros escupían tabaco en la pista del concurso. En los eventos del American Kennel Club, incluyendo el renombrado concurso canino del Westminster Kennel Club, los manejadores profesionales lucían trajes de tres piezas en la pista del concurso.
Amanda había decidido convertirse en uno de los primeros dueños en llevar a coonhounds al AKC debido a que creía que la organización se ajustaba mejor a su naturaleza competitiva. Aunque antes se contentaba con ganar una cinta, ahora desdeñaba cualquier cosa que no fuera el primer lugar. Reconocía imperfecciones de sus perros que nunca antes había observado: un ojo izquierdo flácido, o la piel suelta debajo de su cuello, o patas demasiado grandes.
"Me gustaría volver a ser feliz con cualquier cosa", dijo Amanda.
De momento estaba satisfecha con que Storm ganara el concurso de plotts de la mañana. Veinte minutos antes del concurso general de sabuesos de la tarde, Amanda salió de la caravana con una chaqueta verde, pantalones caqui y una blusa morada. Puso la correa a Storm y se encaminó hacia una cuadra en un extremo de los terrenos de la feria. Allá, Amanda y Storm entraron a una pequeña pista y se instalaron junto a otros diecisiete sabuesos con sus dueños.
Mientras otros dueños colocaban a sus perros en posición ofreciéndoles toda una serie de delicias, Amanda había practicado con Storm tan a menudo que el perro la obedecía instintivamente. Amanda utilizaba sólo una palabra con sus perros, variando los decibeles y el tono cuando necesario. Mientras colocaba en línea las patas de Storm para que correspondieran con sus caderas y levantara el rabo, Amanda le susurró al perro en su oreja.
"Woe", dijo Amanda. "¡Woe! Wooooee. ¡Woe! Eso es. Woe. Buena chica".
Un juez se acercó a Storm y la examinó. Chequeó sus dientes, apretó los músculos de sus muslos y las patas. El perro se quedó inmóvil, como una escultura, hasta que el juez les ordenó que corrieran describiendo un círculo en la pista. Dieron una rápida vuelta y volvieron hacia el juez, que volvió a examinar a Storm y luego despidió al perro. Diez minutos después el juez nombró a los cuatro hounds ganadores. Storm no era uno de ellos.
De regreso en su caravana cinco minutos después, Amanda llamó a su papá y le contó la mala noticia, acariciando a a Storm en la frente con su mano derecha. Los hombros de Amanda se hundieron, y se apoyó contra la caravana, exhausta. Pensaba conducir las dos horas de regreso a Homer City para ocuparse de sus otros perros esa noche. Luego, después de algunas horas de sueño, despertaría a las cuatro de la mañana para conducir a Waynesburg, para otro concurso a la mañana siguiente. Curt se acercó y puso una mano en los hombros de Amanda.
"¿Estás bien?", le dijo.
"Estoy un poco decepcionada", dijo Amanada. "Lo hicimos bien. Storm estuvo perfecto. No sé por qué no le gustamos".
"Quizás les gustemos mañana", dijo Curt.
Metió su mano al bolsillo y sacó las dos pequeñas cintas que Storm había ganado en el torneo de la mañana.
"Hey", dijo Curt, sosteniendo las cintas. "Al menos no nos vamos con las manos vacías".
16 de julio de 2007
7 de julio de 2007
©washington post
©traducción mQh
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