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plantas de los dioses


Las plantas alucinógenas son complejas fábricas químicas. Provocan alteraciones visuales, auditivas, táctiles, olfativas y gustativas. Se emplean en ritos religiosos y son motivo de veneración y temor.
El que sean venenosas depende de la dosis: pueden ayudar, alterar o matar. La cantidad hace la diferencia entre una medicina, un narcótico y un veneno.
En 1958, el químico Albert Hofmann, el descubridor del LSD, aisló por primera vez dos de los principios activos de algunos hongos alucinógenos usados por indígenas mexicanos en sus ceremonias religiosas, a los que llamó psilocina y psilocibina. En los meses siguientes, el científico y algunos de sus colegas pudieron comprobar con gran sorpresa que las sustancias encontradas estaban íntimamente relacionadas con algunos compuestos que existen en forma natural en el cerebro humano, entre ellos la serotonina, la denominada ‘hormona del placer', responsable –por ejemplo– de la sensación de bienestar que sigue al orgasmo (ver LND 8 de mayo de 2007. Capitulo VIII. Sexo, drogas y rock and roll).
¿Qué hacía ese compuesto químico en el interior de un hongo? ¿Cuáles eran las relaciones que existían entre las plantas alucinógenas y la compleja estructura química de la mente humana?
La serotonina influye en el sueño, regula el ánimo, las emociones y los estados depresivos. Afecta la frecuencia de los latidos cardíacos y la secreción de hormonas, como la del crecimiento. También tiene ingerencia en desequilibrios mentales como la esquizofrenia, el autismo infantil y las conductas obsesivas, por mencionar algunas funciones.
Es comprensible, entonces, el interés que despertó el hallazgo de Hofmann en la comunidad científica por conocer más acerca de los componentes psicoactivos existentes en las denominadas ‘plantas de los dioses', prácticamente desconocidos hasta ese momento.
En las cinco décadas siguientes, las organizaciones criminales dedicadas al tráfico de drogas concentrarían su atención en los progresos logrados por los químicos y los botánicos en la identificación de estas sustancias psicoactivas. Sus propósitos, sin embargo, serían muy distintos.
La botánica moderna, que tiene poco más de dos siglos, calcula que existen entre 300 mil y 700 mil especies vegetales en el planeta. De ellas, sólo poco más de 300 han sido identificadas como poseedoras de propiedades alucinógenas. Otra vertiente de investigación son los hongos –entre 30 mil y 100 mil– algunos de los cuales son empleados aún en ritos religiosos y en las curaciones de los médicos brujos en comunidades aborígenes de varios continentes. De los hongos se extraen casi todos los antibióticos, y la industria farmacéutica los emplea para sintetizar esteroides, muy solicitados hoy para mejorar la apariencia y el rendimiento físico.
La mayor cantidad de plantas alucinógenas se ubica en América, al sur de la frontera entre México y Estados Unidos. La nación azteca es, en este aspecto, la más rica del mundo. Allí se encuentra el peyote, el llamado cacto sagrado; el teonanacatl y unas 25 especies de hongos.
En América del Sur, las culturas nativas andinas disponen de especies como el borrachero, la campanilla, el floripondio, el huanto, la haucacachu y la maicao, entre otras. En Colombia, Ecuador y el Amazonas se ubica la ayahuasca; y en Perú y Bolivia se encuentra el cacto San Pedro o Agua Cola, base de una bebida llamada cimora, usada para conseguir estados visionarios especiales.
Las plantas alucinógenas son complejas fábricas químicas. Provocan alucinaciones visuales, auditivas, táctiles, olfativas y gustativas. Se emplean en ritos religiosos y son motivo de veneración y temor. El que sean venenosas (tóxicas) depende de la dosis. Pueden ayudar, alterar o matar. La dosis hace la diferencia entre una medicina, un narcótico y un veneno.

Los Secretos Mapuches
En Chile, los médicos brujos mapuches empleaban un árbol alucinógeno de la familia de la belladona, llamado latué o ‘Árbol de los brujos'. También la tupa o ‘Tabaco del diablo' y los frutos del árbol del keule, además del arbusto taique, el chamico, el tóxico shanshi, los frutos de la ‘Hierba loca' y el taglli.
La antropóloga chilena Carmen Olivos publicó este año una detallada investigación sobre el uso de plantas alucinógenas por parte de los mapuches. En ella destaca el hallazgo en 1997, en el sitio de La Granja, cerca de Rancagua, de unas 600 pipas usadas por mapuches que, tras ser analizadas en Estados Unidos, indicaron la presencia de un vegetal alcaloídeo que podría corresponder al cebil o el latúe, pero en ningún caso al tabaco. Olivos destaca otra investigación realizada en 1971 que registró el temor que la población nativa parecía sentir hacia el latúe y su cualidad como vehículo para la comunicación con el otro mundo. De allí el celo con que se guardaba su utilización y dosis: era una planta de machis.
Conocida desde el siglo pasado como una planta extremadamente venenosa, se dice que los mapuches esparcían latúe en el agua para aletargar los peces y que fueran presa fácil. Olivos cita también al sacerdote capuchino Ernesto de Mösbach, quien indicó que el latúe correspondía al mismo tipo de vegetales perseguidos por la iglesia en toda América por su cualidad de tener al demonio dentro: "Vegetal diabólico; una de las plantas más tóxicas del país. Su infusión trastorna la mente y quebranta su resistencia contra intenciones torcidas y hasta causa la muerte", relató el cura en sus apuntes coloniales.
La antropóloga se pregunta en su investigación: ¿Qué sería lo que fumaban los mapuches en su infinidad de pipas tan expresivas? ¿Cuál fue la realidad del tabaco del diablo, del casi extinto keule, o de esas variadas especies citadas por los botánicos? ¿Qué implicaciones tiene el hecho de que haya tantas especies psicoactivas en la Araucanía? ¿Cómo podemos saber la concepción que tenían ellos del delirio o más bien del estado que producen ciertos psicoactivos? ¿Cómo los diferenciaban, y en qué repercutían estas diferencias?
En África y Asia se han encontrado escasas plantas psicoactivas. No obstante, de ésta última región es originario el cáñamo, el alucinógeno más extendido y consumido en el planeta. También es de allí la Amanita Muscaria, el posible soma, el narcótico divino de la India.
La práctica de la brujería en Europa durante la Edad Media hizo célebres a las plantas toloache, mandrágora, beleño y belladona, además del ergot, un hongo parásito del centeno que envenenaba a regiones enteras al molerse accidentalmente en la harina. Las personas que lo consumían vagaban por los campos sumidas en inquietantes alucinaciones y los atemorizados aldeanos lo bautizaron como ‘el fuego de San Antonio'.
Los aborígenes de Australia y Nueva Zelandia consumían un narcótico hipnótico llamado kava-kava; en las Antillas, los indios usaban un polvo conocido como cohoba, llevado desde la zona del río Orinoco, en Venezuela; en Estados Unidos se ingerían algunas especies de datura; en Texas, se hervían los frijoles del mescal y las semillas del castaño mexicano; y, más al norte, los indios canadienses mascaban las raíces del gladiolo dulce. En todas las regiones y comarcas, en los cuatro puntos cardinales del orbe, los aborígenes buscaban una comunicación más expedita con los espíritus y las realidades desconocidas.

La Temible Burundanga
Incolora, inodora e insípida, la escopolamina en Colombia es mezclada en bebidas y esparcida sobre la comida. Quienes la consumen se vuelven tan dóciles bajo los efectos de este alcaloide que en muchos casos ayudan en el robo de sus propias casas y en el saqueo de sus cuentas bancarias.
Las mujeres son drogadas asiduamente durante días y violadas con frecuencia; en ocasiones terminan siendo rentadas como prostitutas. Dado que la escopolamina bloquea por completo la formación de la memoria, es muy difícil para las víctimas identificar a sus agresores y recordar detalles sobre lo sucedido.
En el país cafetero se registran tantos casos relacionados con la escopolamina que hace rato dejaron de ser noticia, a menos de que sean realmente excepcionales. Uno de ellos, por ejemplo, involucró a tres jóvenes mujeres en Bogotá que atrajeron a sus víctimas masculinas haciendo que los anhelantes hombres olieran y lamieran sus senos impregnados con el alcaloide. Seducidos y domados, los elegidos dieron fácilmente los códigos de seguridad de sus cuentas bancarias y las mujeres los mantuvieron durante varios días secuestrados mientras desocupaban sus depósitos. La embajada de Estados Unidos en Bogotá admite que el problema es muy serio y ofrece a sus oficiales guías de prevención para evitar ser drogados.
La escopolamina tiene una historia negra y larga en Colombia. Una leyenda narra que las tribus indígenas la usaban para enterrar en vida a las esposas y a los esclavos de los caciques difuntos, para que éstos los acompañaran en el más allá. El nazi Joseph Mengele, el ‘ángel de la muerte', experimentó con escopolamina como ‘suero de la verdad', y la agencia de inteligencia americana (CIA) también recurrió a ella, reconociéndola como ‘la sombra de la noche'.
El árbol del cual se extrae la escopolamina crece en los alrededores de Bogotá y es tan famoso en el campo que a menudo las madres advierten a sus hijos para no se queden dormidos bajo su follaje. El árbol es conocido como el ‘borrachero' y se sabe que el polen de sus flores blancas y amarillas provoca sueños extraños.
Este alcaloide es usado en tratamientos médicos para atender enfermedades del movimiento y el temido Parkinson, además de espasmos de origen intestinal, biliar, renal y del aparato genital femenino.
En Venezuela se han registrado decenas de denuncias sobre esta droga, donde los afectados quedaron con lo puesto, sin que sus asaltantes necesiten intimidarlos ni usar la fuerza. La policía ha logrado arrestar a varios colombianos, acusándolos de colocar escopolamina en la bebida de clientes de locales nocturnos.
En Chile se han identificado dos casos atribuidos a esta droga, denominada burundanga. Uno de ellos involucró a un joven en un pub del barrio Suecia, donde dos mujeres vertieron el elemento en su trago antes de iniciar una frenética noche de disipación. ¿Resultado? Al día siguiente despertó en su departamento semi vacío, sin electrodomésticos, sin dinero en sus tarjetas de crédito y sin su automóvil. "Quedé tirado a los tres minutos que estaba tomando la cerveza y no sentí ningún gusto extraño ni nada", dijo a un noticiario de televisión.
El cuento se transformó en una leyenda urbana. Miles de visitantes de los foros de internet, donde se intercambian datos e información sobre drogas, entraron en pánico. Se relataron casos donde algunos jóvenes habían sufrido la extirpación de órganos para ser comercializados en el oscuro mercado de piezas humanas. Se llegó a comentar que el vudú había traspasado las fronteras criollas y se impresionaron con un caso que conmovió a los venezolanos: fue cuando el sacerdote Lorenzo Piñango, subsecretario de la Conferencia Episcopal venezolana, apareció desnudo y asesinado en un hotelucho de Caracas. Le vieron llegar acompañado de un joven y el asunto fue silenciado para no remover una muerte tan escabrosa. Releyendo la reconstrucción del asesinato, los internautas sudamericanos descubrieron en aquel dramático episodio los efectos de la burundanga.

Al Nivel de la Heroína
Muchos de los alcaloides extraídos de las plantas psicoactivas se vendieron durante años en las farmacias estadounidenses, tanto en forma pura como en forma sintética. Tras declararse la guerra contra las drogas, en el gobierno de Richard Nixon, ambas sustancias pasaron al mercado negro y el crimen organizado asumió su control. En 1980, de 333 muestras de psilocibina obtenidas en la calle y analizadas por los laboratorios Pharm Chem de Palo Alto, California, el 53% contenía LSD y otro 15 % contenía diversas mezclas de diversas sustancias tóxicas. Lo mismo empezó a observarse en Europa, en Japón, en Australia y en otros lugares del mundo.
Holanda facilitó la producción de hongos e incluso se empezaron a comercializar por internet a 50 euros el kit. Curiosamente, la globalización también empezó a tener efectos alucinógenos, y los hongos mágicos empezaron a vivir una nueva época dorada en países como Reino Unido. El diario The Guardian llegó a comentar la existencia de Psyche Deli, una tienda en el popular mercado de Portobello, donde se vendían sin rubor. Los dueños del negocio decidieron entrar en contacto con el Ministerio del Interior británico para conocer cuál era la situación legal. Un oficial les comunicó que no estaba prohibido el cultivo y comercio de hongos frescos.
Psyche Deli vendía unos 50 kilos de hongos a la semana, lo que equivale a 500 dosis individuales. Para evitar problemas con la ley no los promocionaban como alucinógenos, sino como elementos decorativos o destinados a la investigación micológica.
En Japón también se extendió el consumo de setas alucinógenas, aprovechando huecos legales. Fumar marihuana allí puede acarrear una pena de cinco años de cárcel, pero no hay ningún castigo por importar, comprar o vender hongos mágicos. Esto sucede porque no están clasificados como narcóticos, sino como plantas venenosas, lo que significa que son legales mientras no se vendan para ser consumidas. Por esta razón se ofrecen como elementos decorativos para embellecer los hogares nipones.
Todo cambió en julio de 2005, cuando entró en vigencia una nueva regulación en el Reino Unido que prohíbe el consumo y venta de varios hongos alucinógenos. Un caso en una corte británica en 1978 declaró que la venta de hongos ‘mágicos' sin procesar era legal, lo que desató el inicio de un consumo masivo que fue creciendo con los años. Pero hace dos años, el gobierno del Reino Unido promulgó una normativa que clasificó los hongos como una droga tipo A, es decir, igual que la heroína. La pena por posesión puede ser hasta de siete años, y si es por tráfico incluso puede llegar a cadena perpetua.
Los británicos y sus vecinos habían retornado, junto a Harry Potter, a los mitos y leyendas de brujas que vuelan en escobas, elfos, duendes y gnomos. Hasta Alicia, en el cuento de Lewis Carroll, había mordido un hongo que le recomendó un gusano que fumaba plácidamente, y cuyo efecto la hacía encogerse y agrandarse. No obstante, la aventura duró poco.
Mientras, en los laboratorios clandestinos de Estados Unidos, México, Europa y Japón, los químicos al servicio del crimen organizado comenzaban a producir las drogas psicoactivas de las plantas de los dioses, para iniciar un nuevo asalto a los mercados mundiales.

5 de agosto de 2007
©la nación
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