dios en la política 5
[Mark Lilla] El resurgimiento de las teologías políticas en el mundo político. Quinta entrega: Cortejando al apocalipsis.
Esta era la casa que construyó la teología liberal, y durante el siglo diecinueve pareció segura. Pero no lo era y por razones en las que vale detenerse. La teología liberal había empezado con la esperanza de que las verdades morales de la fe bíblica pudiera reconciliarse intelectualmente, y no solamente adaptada a las realidades de la vida política moderna. Sin embargo, la deidad liberal resultó ser un Dios nacido muerto, incapaz de inspirar convicciones genuinas entre la generación más joven que busca la verdad última. Pues ¿qué ofrecía el nuevo protestantismo al alma que alguien que busca fundirse con su creador? Prescribía un catecismo de banalidades morales y optimismo histórico sobre la vida burguesa, sazonada con un profundo pesimismo sobre la posibilidad de cambiar esa vida. Predicaba la buena vecindad y el orgullo nacional, la prudencia económica y el largo adecuado de la barba de un caballero. Pero tenía demasiada vergüenza como para proclamar el mensaje encontrado en todas las páginas de los Evangelios: que debes cambiar tu vida. ¿Y qué le dio el nuevo judaísmo al joven judío que busca una conexión con la fe tradicional de su pueblo? Le enseñó a apreciar el mensaje ético que está en el centro de la fe bíblica e ignorada con gentil silencio del temible Dios de los profetas, su pacto con los judíos y las exigentes leyes que les dio. Sobre todo, enseñó a un joven judío que su primera obligación era buscar un terreno común con los cristianos y lograr ser aceptados en ese país, Alemania, cuyos altos ideales culturales correspondían con los del judaísmo, propiamente entendido. Frente a las preguntas fundamentales -‘¿Por qué ser cristiano?' y ‘¿Por qué ser judío?'-, la teología liberal no ofreció ninguna respuesta en absoluto.
Para el cambio del siglo 20, la casa liberal se estaba tambaleando, y después de la Primera Guerra Mundial, colapsó. No fue solamente la barbarie de la guerra de trincheras, la carnicería sin sentido, la vista de ciudades arrasadas y soldados mutilados lo que convirtió en despreciable una teología que exaltaba la ‘civilización moderna'. Muchos teólogos liberales habían apresurado la desquiciada carrera hacia la guerra, confiados en que la mano de Dios estaba guiando la historia. En agosto de 1914, Adolf von Harnack, el más respetado estudioso liberal protestante de la época, ayudó al Kaiser Wilhelm II a redactar un discurso a la nación explicando los objetivos militares alemanes. Otros firmaron una infame petición a favor de la guerra defendiendo el carácter sagrado del militarismo alemán. Sorprendentemente, incluso Hermann Cohen se unió al coro, escribiendo una carta abierta a los judíos americanos solicitándoles su respaldo, argumentando que "además de su patria, todo judío occidental debe reconocer, honrar y amar a Alemania como la madre patria de su religiosidad moderna". Jóvenes protestantes y pensadores judíos se indignaron cuando vieron lo que había hecho sus venerados profesores, y empezaron a buscar en otro lugar.
Pero no se volvieron hacia Hobbes o hacia Rousseau. Deseaban ardientemente una fe más robusta, basada en una nueva revelación que sacudiera los fundamentos de todo el orden moderno. Era una sed de redención. Desde que los teólogos liberales revivieran la idea de una política bíblica, se había preparado el escenario para este tipo de desarrollo. Cuando la fe en la redención a través de la propiedad burguesa y la integración cultural languideció después de la Gran Guerra, los pensadores más osados del día la transformaron en la esperanza de un apocalipsis mesiánico, el que nuevamente colocaría al pueblo judío, o al creyente individual cristiano, o al pueblo alemán, o el proletariado del mundo, en relación directa con lo divino.
Los jóvenes judíos de Weimar se sentían particularmente atraídos por estas corrientes mesiánicas por los escritos de Martin Buber, que más tarde se convirtió en un proponente de la comprensión ecuménica, pero que como joven sionista fomentaba un crudo nacionalismo chauvinista. En un temprano ensayo llamaba a una ‘Masada del espíritu' y proclamaba: "Si tuviera que elegir para mi pueblo entre una cómoda y poco productiva felicidad... y una bella muerte en un último intento de vida, adoptaría lo último. Pues este último intento crearía algo divino, aunque sólo fuese un instante". Palabras como estas, que acarrean para nosotros incómodos y fuertes ecos contemporáneos, se inspiraban profundamente en el pozo del mesianismo bíblico. Sin embargo, Buber era un amateur en comparación con el filósofo marxista Ernst Bloch, que utilizaba la Biblia para exaltar la utopía que entonces se estaba construyendo en la Unión Soviética. Aunque ateo, Bloch vio una relación entre la esperanza mesiánica y la violencia revolucionaria, que admiraba desde la distancia. Aclamaba a Thomas Münster, el pastor protestante del siglo dieciséis que dirigió una serie de violentas sublevaciones campesinas y fue finalmente decapitado; también alababa a los brutales líderes soviéticos, diciendo en una declaración que se hizo famosa: "Ubi Lenin, ubi Jerusalem" -donde esté Lenin, está Jerusalén.
Pero fue entre los jóvenes protestantes de Weimar que el nuevo espíritu mesiánico demostró ser más importante. Fueron dirigidos por el más grande teólogo de sus días, Karl Barth, que quería restaurar el drama de la decisión religiosa entre los cristianos y rechazaba todo acomodo de los Evangelios con las sensibilidades modernas. Cuando Hitler llegó al poder, Barth se redimió dirigiendo la resistencia contra la expropiación nazi de las iglesias protestantes antes de que fuera obligado a exiliarse en 1935. Pero otros, que empleaban la misma retórica mesiánica que Barth, optaron por los nazis. Un notorio ejemplo fue Emanuel Hirsh, un respetado teólogo luterano y traductor de Kierkegaard, que acogió el golpe nazi por colocar a Alemania en "el círculo de los pueblos dominantes blancos, al que Dios le ha confiado la responsabilidad de la historia de la humanidad". Otro fue Friedrich Gogarten, un estrecho colaborador de Barth, que se unió a los nazis en el verano de 1933 (una decisión que más tarde lamentaría). En los años veinte, Gogarten celebró el colapso de la burguesía europea, declarando que "su ocaso nos alegra, porque nadie quiere vivir entre cadáveres" y llamó a formar una nueva religión que "ataque a la cultura en tanto que cultura... que ataque a todo el mundo". Cuando los paramilitares nazis empezaron a marchar por las calles quemando libros, se cumplió su deseo. Después de que Hitler completara su toma del poder, Gogarten escribió que "justamente debido a que ahora estamos nuevamente completamente bajo control del estado, es nuevamente posible, humanamente hablando, proclamar al Cristo de la Biblia y su reino sobre nosotros".
Todo lo cual servía para confirmar la ley de hierro de Hobbes: La teología mesiánica finalmente engendra una política mesiánica. En las sociedades tocadas por la tradición bíblica, la idea de redención es una de las fuerzas más poderosas que modelan la existencia humana. Ha inspirado a pueblos a soportar sufrimientos, superar sufrimientos e infligir sufrimiento a otros. Ha ofrecido esperanza e inspiración en tiempos de oscuridad; también ha contribuido a la oscuridad proclamando expectativas poco realistas y justificando a aquellos que derraman sangre para satisfacerlas. Todas las religiones bíblicas cultivan la idea de la redención, y todos temen su poder a la hora de inflamar mentes y acallar la voz de la razón. En los escritos de estos personajes de Weimar, encontramos lo que las tradiciones ortodoxas siempre temieron: la traducción de ideas religiosas sobre el apocalipsis y la redención como una justificación del mesianismo político, ahora bajo aterradoras condiciones modernas. Fue como si nada hubiese cambiado desde el siglo diecisiete, cuando Thomas Hobbes se sentó a escribir su ‘Leviatán'.
Para el cambio del siglo 20, la casa liberal se estaba tambaleando, y después de la Primera Guerra Mundial, colapsó. No fue solamente la barbarie de la guerra de trincheras, la carnicería sin sentido, la vista de ciudades arrasadas y soldados mutilados lo que convirtió en despreciable una teología que exaltaba la ‘civilización moderna'. Muchos teólogos liberales habían apresurado la desquiciada carrera hacia la guerra, confiados en que la mano de Dios estaba guiando la historia. En agosto de 1914, Adolf von Harnack, el más respetado estudioso liberal protestante de la época, ayudó al Kaiser Wilhelm II a redactar un discurso a la nación explicando los objetivos militares alemanes. Otros firmaron una infame petición a favor de la guerra defendiendo el carácter sagrado del militarismo alemán. Sorprendentemente, incluso Hermann Cohen se unió al coro, escribiendo una carta abierta a los judíos americanos solicitándoles su respaldo, argumentando que "además de su patria, todo judío occidental debe reconocer, honrar y amar a Alemania como la madre patria de su religiosidad moderna". Jóvenes protestantes y pensadores judíos se indignaron cuando vieron lo que había hecho sus venerados profesores, y empezaron a buscar en otro lugar.
Pero no se volvieron hacia Hobbes o hacia Rousseau. Deseaban ardientemente una fe más robusta, basada en una nueva revelación que sacudiera los fundamentos de todo el orden moderno. Era una sed de redención. Desde que los teólogos liberales revivieran la idea de una política bíblica, se había preparado el escenario para este tipo de desarrollo. Cuando la fe en la redención a través de la propiedad burguesa y la integración cultural languideció después de la Gran Guerra, los pensadores más osados del día la transformaron en la esperanza de un apocalipsis mesiánico, el que nuevamente colocaría al pueblo judío, o al creyente individual cristiano, o al pueblo alemán, o el proletariado del mundo, en relación directa con lo divino.
Los jóvenes judíos de Weimar se sentían particularmente atraídos por estas corrientes mesiánicas por los escritos de Martin Buber, que más tarde se convirtió en un proponente de la comprensión ecuménica, pero que como joven sionista fomentaba un crudo nacionalismo chauvinista. En un temprano ensayo llamaba a una ‘Masada del espíritu' y proclamaba: "Si tuviera que elegir para mi pueblo entre una cómoda y poco productiva felicidad... y una bella muerte en un último intento de vida, adoptaría lo último. Pues este último intento crearía algo divino, aunque sólo fuese un instante". Palabras como estas, que acarrean para nosotros incómodos y fuertes ecos contemporáneos, se inspiraban profundamente en el pozo del mesianismo bíblico. Sin embargo, Buber era un amateur en comparación con el filósofo marxista Ernst Bloch, que utilizaba la Biblia para exaltar la utopía que entonces se estaba construyendo en la Unión Soviética. Aunque ateo, Bloch vio una relación entre la esperanza mesiánica y la violencia revolucionaria, que admiraba desde la distancia. Aclamaba a Thomas Münster, el pastor protestante del siglo dieciséis que dirigió una serie de violentas sublevaciones campesinas y fue finalmente decapitado; también alababa a los brutales líderes soviéticos, diciendo en una declaración que se hizo famosa: "Ubi Lenin, ubi Jerusalem" -donde esté Lenin, está Jerusalén.
Pero fue entre los jóvenes protestantes de Weimar que el nuevo espíritu mesiánico demostró ser más importante. Fueron dirigidos por el más grande teólogo de sus días, Karl Barth, que quería restaurar el drama de la decisión religiosa entre los cristianos y rechazaba todo acomodo de los Evangelios con las sensibilidades modernas. Cuando Hitler llegó al poder, Barth se redimió dirigiendo la resistencia contra la expropiación nazi de las iglesias protestantes antes de que fuera obligado a exiliarse en 1935. Pero otros, que empleaban la misma retórica mesiánica que Barth, optaron por los nazis. Un notorio ejemplo fue Emanuel Hirsh, un respetado teólogo luterano y traductor de Kierkegaard, que acogió el golpe nazi por colocar a Alemania en "el círculo de los pueblos dominantes blancos, al que Dios le ha confiado la responsabilidad de la historia de la humanidad". Otro fue Friedrich Gogarten, un estrecho colaborador de Barth, que se unió a los nazis en el verano de 1933 (una decisión que más tarde lamentaría). En los años veinte, Gogarten celebró el colapso de la burguesía europea, declarando que "su ocaso nos alegra, porque nadie quiere vivir entre cadáveres" y llamó a formar una nueva religión que "ataque a la cultura en tanto que cultura... que ataque a todo el mundo". Cuando los paramilitares nazis empezaron a marchar por las calles quemando libros, se cumplió su deseo. Después de que Hitler completara su toma del poder, Gogarten escribió que "justamente debido a que ahora estamos nuevamente completamente bajo control del estado, es nuevamente posible, humanamente hablando, proclamar al Cristo de la Biblia y su reino sobre nosotros".
Todo lo cual servía para confirmar la ley de hierro de Hobbes: La teología mesiánica finalmente engendra una política mesiánica. En las sociedades tocadas por la tradición bíblica, la idea de redención es una de las fuerzas más poderosas que modelan la existencia humana. Ha inspirado a pueblos a soportar sufrimientos, superar sufrimientos e infligir sufrimiento a otros. Ha ofrecido esperanza e inspiración en tiempos de oscuridad; también ha contribuido a la oscuridad proclamando expectativas poco realistas y justificando a aquellos que derraman sangre para satisfacerlas. Todas las religiones bíblicas cultivan la idea de la redención, y todos temen su poder a la hora de inflamar mentes y acallar la voz de la razón. En los escritos de estos personajes de Weimar, encontramos lo que las tradiciones ortodoxas siempre temieron: la traducción de ideas religiosas sobre el apocalipsis y la redención como una justificación del mesianismo político, ahora bajo aterradoras condiciones modernas. Fue como si nada hubiese cambiado desde el siglo diecisiete, cuando Thomas Hobbes se sentó a escribir su ‘Leviatán'.
Mark Lilla es profesor de humanidades en la Universidad de Columbia. Este ensayo ha sido adaptado de su libro ‘The Stillborn God: Religion, Politics and the Modern West', que será publicado en septiembre.
28 de agosto de 2007
19 de agosto de 2007
©new york times
©traducción mQh
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