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sucio pasado de una iglesia


[Alexei Barrionuevo] La iglesia argentina se enfrenta a su pasado en la ‘guerra sucia'.
La Plata, Argentina. Con una sencilla cruz de madera colgando de su cuello, el Reverendo Rubén Capitanio se sentó el lunes ante un micrófono e hizo lo que pocos sacerdotes argentinos se han atrevido a hacer antes de él: condenar a la iglesia católica por su complicidad en las atrocidades cometidas durante la ‘guerra sucia' en Argentina.
"La posición de la iglesia estuvo escandalosamente cerca de la dictadura" que mató a más de quince mil argentinos y torturó a decenas de miles más, dijo el sacerdote ante una comisión de tres jueces, "hasta tal punto que yo diría que fue un pecado". La comisión debe decidir el destino del sacerdote Christian von Wernich, acusado de complicidad con los militares y que se ha convertido para muchos en un potente símbolo del papel de la iglesia.
La iglesia "fue como una madre que abandonó a sus hijos", agregó el Padre Capitanio. "No mató a nadie, pero tampoco salvó a nadie".
El mea culpa del Padre Capitanio ocurre casi un cuarto de siglo después del derrocamiento de la junta en 1983 y de la restauración de la democracia. Pero, de cierto modo, ocurre cuando tiene que ocurrir. Con el juicio del Padre von Wernich, Argentina está finalmente saldando cuentas con el oscuro pasado de la iglesia durante la guerra sucia, cuando en ocasiones apoyó a los militares que perseguían a los opositores de izquierda.
Ese pasado contrasta fuertemente con el papel jugado por la iglesia en las dictaduras brasileña y chilena, donde sacerdotes y obispos condenaron públicamente a esos gobiernos y se esforzaron por salvar de la tortura y la muerte a los perseguidos.
Oficialmente, la iglesia ha guardado silencio durante el juicio, incluso sabiendo con semanas de antelación que el Padre Capitanio había sido obligado a declarar ante el tribunal. El sacerdote dijo en una entrevista que la iglesia no le había ordenado declarar y que no hablaba en su nombre.
Durante la dictadura, el Padre von Wernich trabajó como capellán de la policía bonaerense, de 1976 a 1983. Escapó a Chile pero fue descubierto en 2003 en la ciudad costera de El Quisco por un grupo de periodistas y activistas de derechos humanos. Estaba trabajando como sacerdote bajo el nombre de Christian González.
Tres meses de testimonios a menudo escalofriantes en el juicio ilustraron los estrechos lazos de algunos sacerdotes argentinos con los jefes militares durante la guerra sucia. Los testigos contaron que el Padre von Wernich asistía a sesiones de tortura en centros de detención clandestinos. Dijeron que ayudaba a extraer confesiones para ayudar a los militares a eliminar a quienes percibían como enemigos, al mismo tiempo que ofrecía palabras de consuelo y esperanza a familiares de personas que habían sido secuestradas por el gobierno.
Su abogado, Juan Martín Cerolini, dijo que el Padre von Wernich era un "chivo expiatorio católico" para quienes querían perseguir a la iglesia. "Los testigos no dicen que él haya torturado, secuestrado o asesinado a nadie", dijo Cerolini en una entrevista hace poco. "Nadie ha dicho que él haya participado en ningún acto de tortura".
Las llamadas a la parroquia del Padre von Wernich no fueron contestadas.
[Las declaraciones en el juicio terminaron el jueves. Ahora la comisión de tres jueces leerá los documentos en el expediente antes de reunirse para decidir el destino del Padre von Wernich; no se espera una decisión sino en octubre. Está acusado de participar en el homicidio de siete personas y en 42 casos de secuestros y torturas. Puede ser condenado a cadena perpetua si se lo declara culpable, aunque muchos esperan que el sacerdote, de 69 años, sea sentenciado a una pena de arresto domiciliario].
El Padre von Wernich se ha negado a declarar; apareció unas pocas veces durante las comparecencias a petición de los jueces que intentan aclarar los testimonios de otros testigos. En esas comparecencias, ha aparecido con chaleco antibalas y detrás de una panel de cristal.
Indudablemente los activistas de derechos humanos esperan convertir su caso en un ejemplo. Hernán Brienza, un periodista que ayudó a localizar al sacerdote en Chile y escribió un libro sobre el caso, dijo que creía que alrededor de treinta sacerdotes argentinos, algunos ya fallecidos, podrían ser acusados de violaciones de derechos humanos por su participación en torturas. Pero Brienza dijo que si el Padre von Wernich era declarado culpable, sería probablemente el último cura en ser juzgado.
Como quiera que sea, el Padre Capitanio, un sacerdote de 59 años de la ciudad de Neuquén que asistió al mismo seminario que el Padre von Wernich, dijo que veía el juicio como una noble iniciativa. "Hay algunos que piensan que este juicio es un ataque contra la iglesia, y yo quiero decir que con este juicio en realidad se hace un servicio a la iglesia", dijo en sus últimas palabras ante el tribunal. "Nos está ayudando a encontrar la verdad".
El juicio de von Wernich toma lugar en momentos en que los vecinos de Argentina también continúan desenterrando violaciones a los derechos humanos durante sus dictaduras. En Brasil, el gobierno de Luiz Inácio da Silva acaba de publicar el mes pasado un informe de 500 páginas -después de once años de investigación- que reúne informaciones sobre casos de opositores al gobierno que fueron asesinados o hechos ‘desaparecer' por las fuerzas de seguridad del estado, de 1961 a 1988. Desaparecieron más de 350 personas.
Y el mes pasado en Chile, un tribunal dijo que juzgaría a un sacerdote católico por su presunta participación en los homicidios en octubre de 1973 de 28 opositores al régimen del general Augusto Pinochet.
Sin embargo, en Argentina, existían relaciones mucho más estrechas entre el clero y los militares que en los casos de Chile y Brasil. "Asociaban el patriotismo con el catolicismo", dijo Kenneth P. Serbin, profesor de historia en la Universidad de San Diego, que ha escrito sobre la iglesia católica en América del Sur. "Así que para la jerarquía argentina fue casi natural defender al régimen autoritario".
Esos días han terminado. Después del fin de su testimonio el lunes, el Padre Capitanio fue rodeado por una multitud de mujeres de edad avanzada del grupo Madres de Plaza de Mayo, una organización que ha presionado a sucesivos gobiernos argentinos a buscar respuestas para la guerra sucia que empezó en 1976. Llevaban pañuelos de cabeza blancos con los nombres de sus familiares desaparecidos. Secándose las lágrimas, se aferraban al sacerdote, besándole en las mejillas y susurrando palabras de gratitud.
El Padre Capitanio dijo que se sentía con un peso menos, y que no estaba solo. "Muchos hombres y mujeres de la iglesia, incluso obispos, están de acuerdo con mi visión sobre el papel de la iglesia", dijo. "Tenemos mucho de que lamentarnos".

Vinod Sreeharsha contribuyó al reportaje desde La Plata, y Andrew Downie desde Rio de Janeiro.

18 de septiembre de 2007
17 de septiembre de 2007
©new york times
©traducción mQh
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[Las ‘palabras de consuelo' que se mencionan en el artículo se refieren en realidad a las extorsiones que von Wernich cobraba a familiares de secuestrados, haciéndoles creer que se encontraban bien o que él sabía cómo liberarles de la policía para enviarlos al exilio en el extranjero. Luego de recibir ese dinero de los familiares, los agentes de policía con quienes trabajaba los eliminaban].

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