usan a antropólogos en la guerra
[David Rohde] Ejército norteamericano utiliza a antropólogos en zonas bélicas.
Valle de Shabak, Afganistán. En este remoto bastión talibán al este de Afganistán, los paracaidistas norteamericanos están montando lo que creen que es una nueva y crucial arma en las operaciones contrainsurgentes: una antropóloga civil de voz suave llamada Tracy.
Tracy, que pidió que, por razones de seguridad, no se mencionara su apellido, es miembro del primer Equipo de Reconocimiento Humano, un proyecto experimental del Pentágono que destina a antropólogos y otros cientistas sociales a unidades de combate norteamericanas en Afganistán e Iraq. La capacidad de su equipo para comprender sutiles detalles de las relaciones entre las tribus -en un caso identificando una disputa por tierras que permitió que los talibanes intimidaran a un sector de una importante tribu- les ha granjeado elogios de oficiales que dicen que están viendo resultados concretos.
El coronel Martin Schweitzer, comandante de la unidad de la División Aerotransportada 82 que está trabajando aquí con antropólogos, dijo que, desde la llegada de los académicos en febrero, las operaciones de la unidad de combate se habían reducido en un sesenta por ciento, y que ahora los soldados podían concentrarse en mejorar la seguridad, la atención médica y la educación de la población.
"Lo estamos analizando desde una perspectiva humana, desde la perspectiva de un cientista social", dijo. "No estamos estudiando al enemigo. Estamos concentrados en que la gente participe en la vida política".
En septiembre, el ministro de Defensa, Robert M. Gates, autorizó una ampliación de cuarenta millones de dólares del proyecto que asignará equipos de antropólogos y cientistas sociales a cada una de las veintiséis brigadas de combate norteamericanas en Iraq y Afganistán. Desde principios de septiembre se han movilizado en el área de Bagdad cinco nuevos equipos, llevando el total a seis.
Sin embargo, en círculos académicos han empezado a surgir críticas. Mencionando el abuso de las ciencias sociales en campañas anti-subversivas en el pasado, incluyendo las de Vietnam y en América Latina, algunos denuncian el proyecto como "antropología mercenaria", que explota las ciencias sociales para fines políticos. Los opositores temen que, cualquiera sean sus intenciones, los profesionales que trabajen con los militares podrían provocar inadvertidamente que todos los antropólogos sean vistos como recolectores de datos de inteligencia para las fuerzas armadas norteamericanas.
Hugh Gusterson, profesor de antropología en la Universidad George Mason, y otros diez antropólogos, han subido a la red un llamado, instando a los antropólogos a boicotear a los equipos, especialmente en Iraq.
"Aunque sus partidarios se defienden a menudo diciendo que su trabajo hará posible un mundo más seguro", dice el llamado, "de hecho contribuyen a una brutal guerra de ocupación que ha significado decenas de miles de muertes".
En Afganistán, los antropólogos llegaron junto con seis mil soldados, duplicando la presencia militar norteamericana en las áreas que patrullan el este del país.
Una versión más reducida del aumento del nivel de tropas en Iraq por el gobierno de Bush, el aumento en Afganistán ha permitido que las unidades norteamericanas pongan en práctica la estrategia anti-insurgente en lugares donde las fuerzas estadounidenses encuentran menos resistencia y están mejor capacitadas para correr riesgos.
Un Nuevo Mantra
Desde que el general David H. Petraeus, ahora comandante de las tropas norteamericanas en Iraq, supervisara la redacción del nuevo manual de contrainsurgencia del ejército el año pasado, la estrategia se ha convertido en el nuevo mantra de los militares. Una reciente operación militar norteamericana aquí mostró cómo se aplica en el terreno, de manera nada intuitiva, la nueva aproximación.
En entrevistas, los oficiales norteamericanos han elogiado pródigamente el proyecto de antropología, diciendo que la asesoría de los cientistas ha sido "brillante", ayudándoles a mirar la situación desde una perspectiva afgana y permitiéndoles reducir las operaciones de combate.
El objetivo, dice, es mejorar el funcionamiento de los funcionarios del gobierno local, persuadir a las tribus de que se incorporen a la policía, aliviar la pobreza y proteger a los campesinos contra talibanes y delincuentes.
También funcionarios afganos y occidentales han elogiado a los antropólogos y el nuevo método militar norteamericano, pero fueron cautos a la hora de predecir sus logros a largo plazo. Muchos de los problemas económicos y políticos que alimentan la inestabilidad, pueden ser resueltos sólo con la intervención de enormes contingentes de expertos civiles afganos y norteamericanos.
"Mi impresión es que los militares están atravesando por un período de grandes cambios en estos momentos, tras admitir que no vencerán militarmente", dijo Tom Gregg, alto funcionario de Naciones Unidas en el sudeste de Afganistán. "Pero todavía no tienen las habilidades para implementar" una estrategia no militar coherente, agregó.
Por ejemplo, la movilización de pequeños grupos de soldados en zonas remotas, los jirgas o concejos locales organizados por los paracaidistas del coronel Schweitzer, para resolver disputas tribales que se arrastran por décadas. Los oficiales desecharon las preguntas sobre lo que el antropólogo australiano, David Kilcullen, y arquitecto de una nueva estrategia que llama ‘trabajo social armado'.
"¿Quién lo hará, si no?", preguntó el teniente coronel David Woods, comandante del Cuarto Escuadrón de la Caballería 73. "Tienes que evolucionar. De otro modo, te conviertes en un inútil".
El equipo de antropología aquí también jugó un papel importante en lo que los militares llamaron la Operación Khyber. Consistió en una campaña de quince días a fines de este verano en la que quinientos soldados norteamericanos y quinientos afganos trataron de neutralizar, en la provincia de Paktia, a un grupo de unos doscientos a 250 insurgentes, proteger la importante carretera del sudeste de Afganistán y poner fin a una serie de atentados suicidas contra tropas norteamericanas y gobernadores locales.
En una de las primeras comunas donde entró el equipo, Tracy identificó una inusual alta concentración de viudas en una aldea, dijo el coronel Woods. Su falta de ingresos creaba una enorme presión económica sobre sus hijos para que mantuvieran a sus familias, dijo, una carga que podía empujar a los jóvenes a convertirse en bien pagados insurgentes. Con las indicaciones de Tracy, los oficiales norteamericanos montaron un programa de formación laboral para las viudas.
En otra comuna, la antropóloga interpretó la decapitación de un anciano de una tribu local como algo más que un acto de intimidación arbitrario: el objetivo de los talibanes, dijo, era dividir y debilitar a los Zadran, una de las tribus más poderosas del sudeste de Afganistán. Si los oficiales afganos y norteamericanos unieran a los Zadran, dijo, la tribu podría impedir que los talibanes operaran en ese área.
"Llámalo como quieras, pero funciona", dijo el coronel Woods, nativo de Denbo, Pensilvania. "Te ayuda a definir los problemas, no solamente los síntomas".
Académicos Incrustados
El proceso que condujo a la creación de los equipos empezó a fines de 2003, cuando oficiales norteamericanos en Iraq se quejaron de que tenían muy poca información sobre la población local. Funcionarios del Pentágono tomaron contacto con Montgomery McFate, una antropóloga cultural educada en Yale que trabaja para la Armada y proponía usar las ciencias sociales para mejorar las operaciones y estrategia militar.
En 2005, McFate ayudó a elaborar una base de datos para entregar a los oficiales detalladas informaciones sobre la población local. Al año siguiente, Steve Fondacaro, un coronel retirado de Operaciones Especiales, se unió al proyecto y propuso incrustar a científicos sociales en las unidades de combate norteamericanas.
McFate, la asesora jefe del proyecto de ciencias sociales y autora del nuevo manual de contrainsurgencia, desechó las críticas contra los académicos que trabajan con las fuerzas armadas. "Se me acusa a menudo de militarizar la antropología", dijo. "Pero lo que estamos haciendo es antropologizar a las fuerzas armadas".
Roberto J. González, profesor de antropología cultural en la Universidad de San José, dijo que los participantes en el programa eran ingenuos y poco éticos. Dijo que los militares y la Agencia Central de Inteligencia había abusado consistentemente de la antropología en campañas antisubversivas y de propaganda y que los contratistas militares estaban ahora contratando a antropólogos debido a su conocimiento de las condiciones locales.
"Los que sirven los intereses a corto plazo de los militares y de las agencias de inteligencia y contratistas", escribió en el número de junio de Anthropology Today, una revista académica, "terminarán perjudicando a largo plazo a toda la disciplina".
Argumentando que sus críticos no entienden ni al programa ni a los militares, McFate dijo que otros antropólogos se estaban incorporando en los equipos. Dijo que su objetivo era ayudar a los militares a reducir el conflicto en lugar de provocarlo, y negó vehementemente que los antropólogos recolectasen información de inteligencia para las fuerzas armadas.
Tracy dijo que quería reducir el uso de operaciones militares duras en el este de Afganistán, que se concentran solamente en la eliminación de los insurgentes, lo que, dijo, enajenaba a la población y creaba más insurgentes. "Puedo volver y mejorar la comprensión de los militares", dijo, "de modo que no cometamos los mismos errores que en Iraq".
Aparte de ofrecer asesoría a los comandantes, dijo, el equipo de cinco miembros crean una base de datos sobre líderes y tribus locales, así como de los problemas sociales y económicos y riñas políticas.
Clínicas
Durante la última operación, mientras los soldados la protegían contra terroristas suicidas, Tracy y médicos del ejército atendieron una clínica médica gratuita. Dijeron que esperaban que la entrega de atención médica demostrara a los campesinos que el gobierno afgano estaba mejorando su calidad de vida.
Soldados de asuntos civiles trataron entonces de mediar entre las diferentes facciones de la tribu Zadran sobre dónde construir una escuela. Los norteamericanos dijeron que esperaban que la escuela, que admitirá a niños de los dos grupos, podría poner fin a una riña de setenta años entre los grupos sobre el control de una montaña cubierta de rentables maderas.
Aunque elogiaron el nuevo programa, funcionarios afganos y occidentales dijeron que todavía estaba por verse si el débil gobierno afgano podía mantener los progresos. "Ese será el reto: llenar el vacío", dijo Gregg, el funcionario de Naciones Unidas. "Hay un signo de interrogación sobre si el gobierno será capaz de aprovechar esos logros".
Otros cuestionan también si las estiradas fuerzas armadas norteamericanas y sus aliados de la OTAN pueden mantener el ritmo de las operaciones.
Oficiales norteamericanos se mostraron optimistas. Muchos de los que han servido tanto en Afganistán como en Iraq, dijeron que tenían más esperanzas en Afganistán. Un oficial dijo que los iraquíes tenían ls medios para estabilizar el país, como por ejemplo una economía potencialmente fuerte, pero no la voluntad de hacerlo. Dijo que los afganos tenían la voluntad, pero no los medios.
Después de seis años de promesas norteamericanas, también los afganos parecen estar esperando ver quiénes, los norteamericanos o los talibanes, ganarán la guerra de voluntades aquí. Dijeron que este verano era otro capítulo en una guerra que podría ser prolongada.
En un super jirga instalado por los comandantes afganos y norteamericanos aquí, un miembro del parlamento afgano, Nader Khan Katawazai, explicó el reto que esperaba a decenas de líderes tribales.
"La Operación Khyber fue de apenas unos días', dijo. "Los talibanes volverán a aparecer".
Tracy, que pidió que, por razones de seguridad, no se mencionara su apellido, es miembro del primer Equipo de Reconocimiento Humano, un proyecto experimental del Pentágono que destina a antropólogos y otros cientistas sociales a unidades de combate norteamericanas en Afganistán e Iraq. La capacidad de su equipo para comprender sutiles detalles de las relaciones entre las tribus -en un caso identificando una disputa por tierras que permitió que los talibanes intimidaran a un sector de una importante tribu- les ha granjeado elogios de oficiales que dicen que están viendo resultados concretos.
El coronel Martin Schweitzer, comandante de la unidad de la División Aerotransportada 82 que está trabajando aquí con antropólogos, dijo que, desde la llegada de los académicos en febrero, las operaciones de la unidad de combate se habían reducido en un sesenta por ciento, y que ahora los soldados podían concentrarse en mejorar la seguridad, la atención médica y la educación de la población.
"Lo estamos analizando desde una perspectiva humana, desde la perspectiva de un cientista social", dijo. "No estamos estudiando al enemigo. Estamos concentrados en que la gente participe en la vida política".
En septiembre, el ministro de Defensa, Robert M. Gates, autorizó una ampliación de cuarenta millones de dólares del proyecto que asignará equipos de antropólogos y cientistas sociales a cada una de las veintiséis brigadas de combate norteamericanas en Iraq y Afganistán. Desde principios de septiembre se han movilizado en el área de Bagdad cinco nuevos equipos, llevando el total a seis.
Sin embargo, en círculos académicos han empezado a surgir críticas. Mencionando el abuso de las ciencias sociales en campañas anti-subversivas en el pasado, incluyendo las de Vietnam y en América Latina, algunos denuncian el proyecto como "antropología mercenaria", que explota las ciencias sociales para fines políticos. Los opositores temen que, cualquiera sean sus intenciones, los profesionales que trabajen con los militares podrían provocar inadvertidamente que todos los antropólogos sean vistos como recolectores de datos de inteligencia para las fuerzas armadas norteamericanas.
Hugh Gusterson, profesor de antropología en la Universidad George Mason, y otros diez antropólogos, han subido a la red un llamado, instando a los antropólogos a boicotear a los equipos, especialmente en Iraq.
"Aunque sus partidarios se defienden a menudo diciendo que su trabajo hará posible un mundo más seguro", dice el llamado, "de hecho contribuyen a una brutal guerra de ocupación que ha significado decenas de miles de muertes".
En Afganistán, los antropólogos llegaron junto con seis mil soldados, duplicando la presencia militar norteamericana en las áreas que patrullan el este del país.
Una versión más reducida del aumento del nivel de tropas en Iraq por el gobierno de Bush, el aumento en Afganistán ha permitido que las unidades norteamericanas pongan en práctica la estrategia anti-insurgente en lugares donde las fuerzas estadounidenses encuentran menos resistencia y están mejor capacitadas para correr riesgos.
Un Nuevo Mantra
Desde que el general David H. Petraeus, ahora comandante de las tropas norteamericanas en Iraq, supervisara la redacción del nuevo manual de contrainsurgencia del ejército el año pasado, la estrategia se ha convertido en el nuevo mantra de los militares. Una reciente operación militar norteamericana aquí mostró cómo se aplica en el terreno, de manera nada intuitiva, la nueva aproximación.
En entrevistas, los oficiales norteamericanos han elogiado pródigamente el proyecto de antropología, diciendo que la asesoría de los cientistas ha sido "brillante", ayudándoles a mirar la situación desde una perspectiva afgana y permitiéndoles reducir las operaciones de combate.
El objetivo, dice, es mejorar el funcionamiento de los funcionarios del gobierno local, persuadir a las tribus de que se incorporen a la policía, aliviar la pobreza y proteger a los campesinos contra talibanes y delincuentes.
También funcionarios afganos y occidentales han elogiado a los antropólogos y el nuevo método militar norteamericano, pero fueron cautos a la hora de predecir sus logros a largo plazo. Muchos de los problemas económicos y políticos que alimentan la inestabilidad, pueden ser resueltos sólo con la intervención de enormes contingentes de expertos civiles afganos y norteamericanos.
"Mi impresión es que los militares están atravesando por un período de grandes cambios en estos momentos, tras admitir que no vencerán militarmente", dijo Tom Gregg, alto funcionario de Naciones Unidas en el sudeste de Afganistán. "Pero todavía no tienen las habilidades para implementar" una estrategia no militar coherente, agregó.
Por ejemplo, la movilización de pequeños grupos de soldados en zonas remotas, los jirgas o concejos locales organizados por los paracaidistas del coronel Schweitzer, para resolver disputas tribales que se arrastran por décadas. Los oficiales desecharon las preguntas sobre lo que el antropólogo australiano, David Kilcullen, y arquitecto de una nueva estrategia que llama ‘trabajo social armado'.
"¿Quién lo hará, si no?", preguntó el teniente coronel David Woods, comandante del Cuarto Escuadrón de la Caballería 73. "Tienes que evolucionar. De otro modo, te conviertes en un inútil".
El equipo de antropología aquí también jugó un papel importante en lo que los militares llamaron la Operación Khyber. Consistió en una campaña de quince días a fines de este verano en la que quinientos soldados norteamericanos y quinientos afganos trataron de neutralizar, en la provincia de Paktia, a un grupo de unos doscientos a 250 insurgentes, proteger la importante carretera del sudeste de Afganistán y poner fin a una serie de atentados suicidas contra tropas norteamericanas y gobernadores locales.
En una de las primeras comunas donde entró el equipo, Tracy identificó una inusual alta concentración de viudas en una aldea, dijo el coronel Woods. Su falta de ingresos creaba una enorme presión económica sobre sus hijos para que mantuvieran a sus familias, dijo, una carga que podía empujar a los jóvenes a convertirse en bien pagados insurgentes. Con las indicaciones de Tracy, los oficiales norteamericanos montaron un programa de formación laboral para las viudas.
En otra comuna, la antropóloga interpretó la decapitación de un anciano de una tribu local como algo más que un acto de intimidación arbitrario: el objetivo de los talibanes, dijo, era dividir y debilitar a los Zadran, una de las tribus más poderosas del sudeste de Afganistán. Si los oficiales afganos y norteamericanos unieran a los Zadran, dijo, la tribu podría impedir que los talibanes operaran en ese área.
"Llámalo como quieras, pero funciona", dijo el coronel Woods, nativo de Denbo, Pensilvania. "Te ayuda a definir los problemas, no solamente los síntomas".
Académicos Incrustados
El proceso que condujo a la creación de los equipos empezó a fines de 2003, cuando oficiales norteamericanos en Iraq se quejaron de que tenían muy poca información sobre la población local. Funcionarios del Pentágono tomaron contacto con Montgomery McFate, una antropóloga cultural educada en Yale que trabaja para la Armada y proponía usar las ciencias sociales para mejorar las operaciones y estrategia militar.
En 2005, McFate ayudó a elaborar una base de datos para entregar a los oficiales detalladas informaciones sobre la población local. Al año siguiente, Steve Fondacaro, un coronel retirado de Operaciones Especiales, se unió al proyecto y propuso incrustar a científicos sociales en las unidades de combate norteamericanas.
McFate, la asesora jefe del proyecto de ciencias sociales y autora del nuevo manual de contrainsurgencia, desechó las críticas contra los académicos que trabajan con las fuerzas armadas. "Se me acusa a menudo de militarizar la antropología", dijo. "Pero lo que estamos haciendo es antropologizar a las fuerzas armadas".
Roberto J. González, profesor de antropología cultural en la Universidad de San José, dijo que los participantes en el programa eran ingenuos y poco éticos. Dijo que los militares y la Agencia Central de Inteligencia había abusado consistentemente de la antropología en campañas antisubversivas y de propaganda y que los contratistas militares estaban ahora contratando a antropólogos debido a su conocimiento de las condiciones locales.
"Los que sirven los intereses a corto plazo de los militares y de las agencias de inteligencia y contratistas", escribió en el número de junio de Anthropology Today, una revista académica, "terminarán perjudicando a largo plazo a toda la disciplina".
Argumentando que sus críticos no entienden ni al programa ni a los militares, McFate dijo que otros antropólogos se estaban incorporando en los equipos. Dijo que su objetivo era ayudar a los militares a reducir el conflicto en lugar de provocarlo, y negó vehementemente que los antropólogos recolectasen información de inteligencia para las fuerzas armadas.
Tracy dijo que quería reducir el uso de operaciones militares duras en el este de Afganistán, que se concentran solamente en la eliminación de los insurgentes, lo que, dijo, enajenaba a la población y creaba más insurgentes. "Puedo volver y mejorar la comprensión de los militares", dijo, "de modo que no cometamos los mismos errores que en Iraq".
Aparte de ofrecer asesoría a los comandantes, dijo, el equipo de cinco miembros crean una base de datos sobre líderes y tribus locales, así como de los problemas sociales y económicos y riñas políticas.
Clínicas
Durante la última operación, mientras los soldados la protegían contra terroristas suicidas, Tracy y médicos del ejército atendieron una clínica médica gratuita. Dijeron que esperaban que la entrega de atención médica demostrara a los campesinos que el gobierno afgano estaba mejorando su calidad de vida.
Soldados de asuntos civiles trataron entonces de mediar entre las diferentes facciones de la tribu Zadran sobre dónde construir una escuela. Los norteamericanos dijeron que esperaban que la escuela, que admitirá a niños de los dos grupos, podría poner fin a una riña de setenta años entre los grupos sobre el control de una montaña cubierta de rentables maderas.
Aunque elogiaron el nuevo programa, funcionarios afganos y occidentales dijeron que todavía estaba por verse si el débil gobierno afgano podía mantener los progresos. "Ese será el reto: llenar el vacío", dijo Gregg, el funcionario de Naciones Unidas. "Hay un signo de interrogación sobre si el gobierno será capaz de aprovechar esos logros".
Otros cuestionan también si las estiradas fuerzas armadas norteamericanas y sus aliados de la OTAN pueden mantener el ritmo de las operaciones.
Oficiales norteamericanos se mostraron optimistas. Muchos de los que han servido tanto en Afganistán como en Iraq, dijeron que tenían más esperanzas en Afganistán. Un oficial dijo que los iraquíes tenían ls medios para estabilizar el país, como por ejemplo una economía potencialmente fuerte, pero no la voluntad de hacerlo. Dijo que los afganos tenían la voluntad, pero no los medios.
Después de seis años de promesas norteamericanas, también los afganos parecen estar esperando ver quiénes, los norteamericanos o los talibanes, ganarán la guerra de voluntades aquí. Dijeron que este verano era otro capítulo en una guerra que podría ser prolongada.
En un super jirga instalado por los comandantes afganos y norteamericanos aquí, un miembro del parlamento afgano, Nader Khan Katawazai, explicó el reto que esperaba a decenas de líderes tribales.
"La Operación Khyber fue de apenas unos días', dijo. "Los talibanes volverán a aparecer".
15 de octubre de 2007
5 de octubre de 2007
©new york times
©traducción mQh
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