la derecha concertacionista
[Eugenio Tironi] La mejor estrategia de la derecha es continuar la obra de la Concertación.
Chile. El hecho de que Joaquín Lavín se declare "Bacheletista-Aliancista" y se disponga a colaborar en lo que sea necesario para que el actual Gobierno tenga éxito no es baladí. De inmediato fue secundado nada menos que por Pablo Longueira, el líder con más arraigo dentro de la UDI, y por un grupo de alcaldes relevantes del mismo partido.
Ninguno de los dos se ha quedado en las palabras. Lavín aceptó la invitación de la Presidenta y forma parte de su Consejo Asesor sobre Trabajo y Equidad. Por su parte, Longueira ha lanzado, con el ímpetu que lo caracteriza, una fundación orientada a luchar por un ‘Chile Justo', inaugurada por la ministra Hardy y clausurada por el ministro Andrade. Definitivamente, algo en realidad nuevo está surgiendo en la derecha.
La dupla Lavín-Longueira ha comprendido una cuestión clave: que para llegar al gobierno, la derecha chilena no debe oponerse a los fines de la Concertación, ni menos negar su obra, sino presentarse a sí misma como una suerte de proyección de ella, pero con ideas y cuadros renovados. Ofrecer no una revolución o ‘desalojo', sino algo más trivial, mucho más trivial: algo así como una nueva fase del mismo proceso histórico encarnado por la Concertación —y que tiene un amplio respaldo popular—, como es dar una cara más humana, más justa y más abierta al sistema que tenemos. Es la lógica que siguió la Concertación con Pinochet a fines de los años 80, con ocasión del plebiscito. Ella no negó el orden ni la modernización capitalista que su régimen había implantado, ni prometió revertirlos. Se limitó a plantear que la maduración del nuevo modelo y su ampliación hacia los grupos sociales excluidos eran imposibles bajo el dominio del mismo grupo que lo había impuesto a sangre y fuego, y menos aún bajo una figura como Pinochet, quien volvía imposible la inserción internacional que necesitaba la economía chilena para expandirse.
Como Pinochet, la Concertación no ha fracasado; y, como ocurrió frente a aquél, la oposición sólo puede superarla acoplándose a su éxito, no jugándose por su desplome.
La Concertación, por donde se la mire, ha sido un éxito. Lideró una transición pacífica a la democracia, haciéndose cargo ejemplarmente del trauma heredado en materia de derechos humanos. Incorporó las variables equidad y movilidad social en la estrategia económica, sin dañar el crecimiento. Profundizó y amplió la inserción internacional de Chile. Creó una infraestructura moderna y ha impulsado una política social que, aunque pudo ser más efectiva, ha ido en beneficio de la gente. Por otro lado, se ha confirmado que las fuerzas político-culturales que la forman (el centro democratacristiano y la izquierda socialista) tienen convergencias profundas: comparten una misma base social popular y de clases medias; sienten una especial inclinación hacia los grupos más desfavorecidos; han promovido su organización para contrapesar el poder de las élites, y son herederos de una cultura política de centroizquierda, en cuyo centro están las nociones de justicia social y solidaridad, que en Chile tiene un profundo arraigo histórico y que hoy está en alza en todas las Américas.
Por todo esto, aunque esté desgastada, derrotar a la Concertación sigue siendo para la derecha una empresa descomunal.
En estas circunstancias, la estrategia de mimetización es más inteligente que la estrategia del ‘desalojo', planteada por Andrés Allamand. No lo digo yo —que he sido acusado por éste de inventar "falacias" para engañar a los partidarios de la Alianza—: lo dice el ‘bacheletismo-aliancista'.
Ninguno de los dos se ha quedado en las palabras. Lavín aceptó la invitación de la Presidenta y forma parte de su Consejo Asesor sobre Trabajo y Equidad. Por su parte, Longueira ha lanzado, con el ímpetu que lo caracteriza, una fundación orientada a luchar por un ‘Chile Justo', inaugurada por la ministra Hardy y clausurada por el ministro Andrade. Definitivamente, algo en realidad nuevo está surgiendo en la derecha.
La dupla Lavín-Longueira ha comprendido una cuestión clave: que para llegar al gobierno, la derecha chilena no debe oponerse a los fines de la Concertación, ni menos negar su obra, sino presentarse a sí misma como una suerte de proyección de ella, pero con ideas y cuadros renovados. Ofrecer no una revolución o ‘desalojo', sino algo más trivial, mucho más trivial: algo así como una nueva fase del mismo proceso histórico encarnado por la Concertación —y que tiene un amplio respaldo popular—, como es dar una cara más humana, más justa y más abierta al sistema que tenemos. Es la lógica que siguió la Concertación con Pinochet a fines de los años 80, con ocasión del plebiscito. Ella no negó el orden ni la modernización capitalista que su régimen había implantado, ni prometió revertirlos. Se limitó a plantear que la maduración del nuevo modelo y su ampliación hacia los grupos sociales excluidos eran imposibles bajo el dominio del mismo grupo que lo había impuesto a sangre y fuego, y menos aún bajo una figura como Pinochet, quien volvía imposible la inserción internacional que necesitaba la economía chilena para expandirse.
Como Pinochet, la Concertación no ha fracasado; y, como ocurrió frente a aquél, la oposición sólo puede superarla acoplándose a su éxito, no jugándose por su desplome.
La Concertación, por donde se la mire, ha sido un éxito. Lideró una transición pacífica a la democracia, haciéndose cargo ejemplarmente del trauma heredado en materia de derechos humanos. Incorporó las variables equidad y movilidad social en la estrategia económica, sin dañar el crecimiento. Profundizó y amplió la inserción internacional de Chile. Creó una infraestructura moderna y ha impulsado una política social que, aunque pudo ser más efectiva, ha ido en beneficio de la gente. Por otro lado, se ha confirmado que las fuerzas político-culturales que la forman (el centro democratacristiano y la izquierda socialista) tienen convergencias profundas: comparten una misma base social popular y de clases medias; sienten una especial inclinación hacia los grupos más desfavorecidos; han promovido su organización para contrapesar el poder de las élites, y son herederos de una cultura política de centroizquierda, en cuyo centro están las nociones de justicia social y solidaridad, que en Chile tiene un profundo arraigo histórico y que hoy está en alza en todas las Américas.
Por todo esto, aunque esté desgastada, derrotar a la Concertación sigue siendo para la derecha una empresa descomunal.
En estas circunstancias, la estrategia de mimetización es más inteligente que la estrategia del ‘desalojo', planteada por Andrés Allamand. No lo digo yo —que he sido acusado por éste de inventar "falacias" para engañar a los partidarios de la Alianza—: lo dice el ‘bacheletismo-aliancista'.
17 de octubre de 2007
©el mercurio
0 comentarios