disminuye violencia en bagdad
[Robert H. Reid] Pero nadie sabe cuánto durará.
Bagdad, Iraq. Los ataques con proyectiles y morteros han descendido a su nivel más bajo en casi dos años. Las bajas civiles se han reducido drásticamente desde el verano. Los bagdadíes están volviendo a salir a la calle, incluso en los barrios más peligrosos de Bagdad.
La capital iraquí no es de ningún modo segura. Pero la tendencia hacia una mejor situación de seguridad es innegable.
En breve, los traumatizados vecinos de esta enorme ciudad están viviendo su primera situación de normalidad después de años de atentados con bomba, secuestros y carnicería generalizada. Funcionarios iraquíes se muestran optimistas en cuanto a la reapertura de las calles y a levantar gradualmente el toque de queda nocturno para estimular la confianza del público.
"El sonido de una explosión se ha convertido en algo raro y extraordinario. Antes era normal", dijo Mohammed Mghamish, 41, padres de seis hijos en el bastión chií de Ciudad Sáder. "Ya no me preocupo como antes".
Las interrogantes ahora son: ¿Qué ha causado la reducción de la violencia? ¿Y cuánto durará?
Un elemento que preocupa es que el mejoramiento en la situación de seguridad no se ha derivado de ningún acuerdo político entre chiíes y sunníes. Los jefes militares norteamericanos todavía se muestran reticentes a proclamar la victoria contra los extremistas sunníes y chiíes en la ciudad, y grupos armados como al-Qaeda en Iraq, aunque debilitados, no han sido destruidos todavía.
Mucha gente en Bagdad todavía teme aventurarse más allá de sus propios vecindarios. Otros temen la influencia de partidos religiosos conservadores que se han hecho con más poder.
"Las cosas están mejorando, pero para las mujeres la situación es la misma", dijo Hiba Hussein, 30, una abogada sunní al norte de Bagdad. "Me vi obligada a llevar un pañuelo de cabeza debido a las actitudes islámicas en la calle. Las mujeres hemos perdido nuestra libertad".
Todo esto define el panorama emergente en Iraq: un país que es menos violento que hace un año, pero que está todavía lejos del ideal democrático que había diseñado Estados Unidos.
Sin embargo, la calma de hoy -y el enorme mejoramiento- está lejos del terror que asoló esta ciudad de seis millones de habitantes hace un año, cuando el país cayó en una guerra civil sin cuartel.
Entonces, grupos armados de pistoleros chiíes y sunníes recorrían las calles, capturando a personas en puestos de control ilegales y arrojando sus cuerpos a las calles por decenas.
El sonido de los coches-bomba, el fuego de proyectiles y morteros resonaban en las calles. Los iraquíes, encerrados en sus casas, se volvieron hacia los extremistas sunníes y chiíes en busca de protección. Cientos de miles huyeron después de limpiezas étnicas.
El 2 de diciembre pasado murieron de forma violenta 2.172 iraquíes, de acuerdo a cifras reunidas por la Associated Press, la mayoría en Bagdad. Pero después de un remonte en junio, en Bagdad la violencia comenzó a amainar. En agosto, las bajas civiles a nivel nacional fueron 1.791, de acuerdo a cifras de la AP, y cayeron a 878 en septiembre y 750 en octubre.
Hasta el domingo, en noviembre habían muerto 189 civiles.
Las bajas militares norteamericanas también están descendiendo, aunque 2007 ha sido para las fuerzas armadas norteamericanas el año más mortífero de la guerra. Después de tempranos aumentos, las bajas han caído firmemente de 101 en junio a 65 en septiembre y 39 en octubre. Hasta este lunes, este mes menos han muerto al menos dieciséis militares norteamericanos.
Además, las fuerzas armadas norteamericanas dicen que los ataques con proyectiles y morteros a nivel nacional han caído a su nivel más bajo desde febrero de 2006. En Bagdad, esos ataques se elevaron a 139 en enero a 224 en junio, y cayeron a 53 el mes pasado.
"Creo que hemos dado vuelta una página", dijo el lunes a la AP el general Richard Cody, del estado mayor. "Estas cosas toman tiempo... Tenemos que armarnos de paciencia... Ciertamente el enemigo tiene paciencia. Tenemos que tener paciencia".
Las razones que explican esta reducción de la violencia no están tan claras.
Los comandantes norteamericanos mencionan el refuerzo de casi treinta mil tropas enviadas por el presidente Bush antes este año. También mencionan un cambio de táctica, la movilización de más tropas hacia los barrios para impedir que regresen los extremistas.
"El refuerzo nos dio poder de fuego para salir a atacar al enemigo", dijo el general Rick Lynch, comandante de las tropas norteamericanas en el borde sur de Bagdad. "Hemos negado a los enemigos esos refugios, y no podríamos haberlo hecho sin los refuerzos".
Pero el éxito del refuerzo se debió también a una revuelta contra al-Qaeda de parte de algunos árabes sunníes -primero en la provincia de Anbar y luego en Bagdad. Temiendo las brutales tácticas de al-Qaeda, muchos combatientes de grupos insurgentes rivales, tales como el Ejército Islámico, empezaron a cooperar con las fuerzas norteamericanas para expulsar a los extremistas de sus barrios y pueblos.
Además, muchos sunníes llegaron a creer que, a largo plazo, los partidos religiosos chiíes representaban un mayor peligro para los intereses sunníes que las fuerzas norteamericanas. En parte, ese cálculo lo imponían los hechos: el año pasado, las milicias chiíes expulsaron a miles de sunníes de sus casas, a menudo con el apoyo tácito de fuerzas gubernamentales chiíes.
Al mismo tiempo, los chiíes empezaron a cambiar de opinión con respecto al Ejército Mahdi. Esos hombres armados comenzaron a ser vistos menos como protectores que como matones cuyas actividades criminales atraían ataques norteamericanos. Eso llevó al jefe de la milicia más importante, Muqtada al-Sáder a ordenar en agosto una retirada de seis meses.
Los jefes militares norteamericanos se apresuraron a utilizar los cambios, organizando a unos setenta mil combatientes sunníes en grupos vigilantes en los barrios y luego trabajando para integrarlos en las filas de las fuerzas oficiales.
"Ahora los ex insurgentes se encargan de la seguridad", dijo Amir Mohammed, 47, un comerciante sunní al oeste de Bagdad, en el barrio de Amariyah. "Las tiendas abren hasta tarde en la noche. Las condiciones de vida de la gente en ese área han mejorado".
Sin embargo, el gobierno chií se muestra receloso a la hora de incorporar a sus antiguos enemigos en la policía y el ejército, por temor a que los sunníes se vuelvan nuevamente contra él una vez se hayan marchado las tropas norteamericanas.
La desconfianza entre sunníes y chiíes es profunda, y superarla tomará años, si acaso.
Ahmed Kamil, 40, un maestro de Azamiyah, antiguamente un bastión insurgente sunní, define esos temores persistentes.
"La gente de Azamiyah fue considerada responsable de los asesinatos sectarios cometidos por los pistoleros en su área", dijo Kamil. "Eso por eso que no me siento seguro al salir de mi área, simplemente porque vengo de Azamiyah".
La capital iraquí no es de ningún modo segura. Pero la tendencia hacia una mejor situación de seguridad es innegable.
En breve, los traumatizados vecinos de esta enorme ciudad están viviendo su primera situación de normalidad después de años de atentados con bomba, secuestros y carnicería generalizada. Funcionarios iraquíes se muestran optimistas en cuanto a la reapertura de las calles y a levantar gradualmente el toque de queda nocturno para estimular la confianza del público.
"El sonido de una explosión se ha convertido en algo raro y extraordinario. Antes era normal", dijo Mohammed Mghamish, 41, padres de seis hijos en el bastión chií de Ciudad Sáder. "Ya no me preocupo como antes".
Las interrogantes ahora son: ¿Qué ha causado la reducción de la violencia? ¿Y cuánto durará?
Un elemento que preocupa es que el mejoramiento en la situación de seguridad no se ha derivado de ningún acuerdo político entre chiíes y sunníes. Los jefes militares norteamericanos todavía se muestran reticentes a proclamar la victoria contra los extremistas sunníes y chiíes en la ciudad, y grupos armados como al-Qaeda en Iraq, aunque debilitados, no han sido destruidos todavía.
Mucha gente en Bagdad todavía teme aventurarse más allá de sus propios vecindarios. Otros temen la influencia de partidos religiosos conservadores que se han hecho con más poder.
"Las cosas están mejorando, pero para las mujeres la situación es la misma", dijo Hiba Hussein, 30, una abogada sunní al norte de Bagdad. "Me vi obligada a llevar un pañuelo de cabeza debido a las actitudes islámicas en la calle. Las mujeres hemos perdido nuestra libertad".
Todo esto define el panorama emergente en Iraq: un país que es menos violento que hace un año, pero que está todavía lejos del ideal democrático que había diseñado Estados Unidos.
Sin embargo, la calma de hoy -y el enorme mejoramiento- está lejos del terror que asoló esta ciudad de seis millones de habitantes hace un año, cuando el país cayó en una guerra civil sin cuartel.
Entonces, grupos armados de pistoleros chiíes y sunníes recorrían las calles, capturando a personas en puestos de control ilegales y arrojando sus cuerpos a las calles por decenas.
El sonido de los coches-bomba, el fuego de proyectiles y morteros resonaban en las calles. Los iraquíes, encerrados en sus casas, se volvieron hacia los extremistas sunníes y chiíes en busca de protección. Cientos de miles huyeron después de limpiezas étnicas.
El 2 de diciembre pasado murieron de forma violenta 2.172 iraquíes, de acuerdo a cifras reunidas por la Associated Press, la mayoría en Bagdad. Pero después de un remonte en junio, en Bagdad la violencia comenzó a amainar. En agosto, las bajas civiles a nivel nacional fueron 1.791, de acuerdo a cifras de la AP, y cayeron a 878 en septiembre y 750 en octubre.
Hasta el domingo, en noviembre habían muerto 189 civiles.
Las bajas militares norteamericanas también están descendiendo, aunque 2007 ha sido para las fuerzas armadas norteamericanas el año más mortífero de la guerra. Después de tempranos aumentos, las bajas han caído firmemente de 101 en junio a 65 en septiembre y 39 en octubre. Hasta este lunes, este mes menos han muerto al menos dieciséis militares norteamericanos.
Además, las fuerzas armadas norteamericanas dicen que los ataques con proyectiles y morteros a nivel nacional han caído a su nivel más bajo desde febrero de 2006. En Bagdad, esos ataques se elevaron a 139 en enero a 224 en junio, y cayeron a 53 el mes pasado.
"Creo que hemos dado vuelta una página", dijo el lunes a la AP el general Richard Cody, del estado mayor. "Estas cosas toman tiempo... Tenemos que armarnos de paciencia... Ciertamente el enemigo tiene paciencia. Tenemos que tener paciencia".
Las razones que explican esta reducción de la violencia no están tan claras.
Los comandantes norteamericanos mencionan el refuerzo de casi treinta mil tropas enviadas por el presidente Bush antes este año. También mencionan un cambio de táctica, la movilización de más tropas hacia los barrios para impedir que regresen los extremistas.
"El refuerzo nos dio poder de fuego para salir a atacar al enemigo", dijo el general Rick Lynch, comandante de las tropas norteamericanas en el borde sur de Bagdad. "Hemos negado a los enemigos esos refugios, y no podríamos haberlo hecho sin los refuerzos".
Pero el éxito del refuerzo se debió también a una revuelta contra al-Qaeda de parte de algunos árabes sunníes -primero en la provincia de Anbar y luego en Bagdad. Temiendo las brutales tácticas de al-Qaeda, muchos combatientes de grupos insurgentes rivales, tales como el Ejército Islámico, empezaron a cooperar con las fuerzas norteamericanas para expulsar a los extremistas de sus barrios y pueblos.
Además, muchos sunníes llegaron a creer que, a largo plazo, los partidos religiosos chiíes representaban un mayor peligro para los intereses sunníes que las fuerzas norteamericanas. En parte, ese cálculo lo imponían los hechos: el año pasado, las milicias chiíes expulsaron a miles de sunníes de sus casas, a menudo con el apoyo tácito de fuerzas gubernamentales chiíes.
Al mismo tiempo, los chiíes empezaron a cambiar de opinión con respecto al Ejército Mahdi. Esos hombres armados comenzaron a ser vistos menos como protectores que como matones cuyas actividades criminales atraían ataques norteamericanos. Eso llevó al jefe de la milicia más importante, Muqtada al-Sáder a ordenar en agosto una retirada de seis meses.
Los jefes militares norteamericanos se apresuraron a utilizar los cambios, organizando a unos setenta mil combatientes sunníes en grupos vigilantes en los barrios y luego trabajando para integrarlos en las filas de las fuerzas oficiales.
"Ahora los ex insurgentes se encargan de la seguridad", dijo Amir Mohammed, 47, un comerciante sunní al oeste de Bagdad, en el barrio de Amariyah. "Las tiendas abren hasta tarde en la noche. Las condiciones de vida de la gente en ese área han mejorado".
Sin embargo, el gobierno chií se muestra receloso a la hora de incorporar a sus antiguos enemigos en la policía y el ejército, por temor a que los sunníes se vuelvan nuevamente contra él una vez se hayan marchado las tropas norteamericanas.
La desconfianza entre sunníes y chiíes es profunda, y superarla tomará años, si acaso.
Ahmed Kamil, 40, un maestro de Azamiyah, antiguamente un bastión insurgente sunní, define esos temores persistentes.
"La gente de Azamiyah fue considerada responsable de los asesinatos sectarios cometidos por los pistoleros en su área", dijo Kamil. "Eso por eso que no me siento seguro al salir de mi área, simplemente porque vengo de Azamiyah".
Bushra Juhi contribuyó a este reportaje.
18 de noviembre de 2007
©fwdailynews
©traducción mQh
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