el retorno de la absenta
[Edward Rothstein] En un vaso mitad lleno de mística y misterio.
Estimado lector, si esta columna le causa la impresión de ser más lírica de lo habitual, recordando quizás la imaginación y elegancia de la poesía de Baudelaire o de Verlaine; si le parece algo decadente, reminiscente del lánguido desdén de Oscar Wilde; si tiene un toque de locura o perversidad, combinando, digamos, los gustos de Toulouse-Lautrec con las pasiones de van Gogh; si simplemente suena directa y vigorosa y entendida, como los personajes de Ernest Hemingway; si provoca alguna de estas cosas o todas ellas, dejadme mencionar a qué pagan tributo todas y cada una de estas figuras: al hada verde, a la diosa verde, a la musa verde, la bruja verde-gris, la reina de los venenos.
La absenta.
Pues esta columna fue concebida bajo la influencia de un licor de hierbas de color verde, y de alto contenido alcohólico, que estuvo prohibido en Estados Unidos durante más de 95 años. Y no solamente aquí, pues cuando empezó esa mini-Prohibición en 1912, las voces de alarma estaban sonando en toda Europa. En 1905 un suizo asesinó a su familia después de beber absenta, provocando la prohibición del licor en ese país, donde se originó. Los franceses pensaban que podrían perder la Primera Guerra Mundial frente a los robustos bebedores de cerveza alemanes debido a la disoluta influencia de la absenta, de modo que también fue prohibida en esa región.
La evidencia médica fue irrecusable. Ya en 1879, el New York Times advertía que la absenta "es mucho más peligrosa, mucho más nociva que cualquier tipo de licor". En el siglo diecinueve, un médico francés, que dedicó su vida al estudio de la absenta, hizo la crónica de sus síntomas: "delirio repentino, ataques epilépticos, vértigo, delirio con alucinaciones".
Pero este licor anisado se ha estado colando de vuelta hacia el mundo establecido. En 1994, se inauguró en Auvers-sur-Oise, en las afueras de París, un museo dedicado a la absenta. Con su disponibilidad limitada y exótica reputación, la bebida inspiró una esotérica devoción. Seducía con sus promesas de una conciencia visionaria, tan elaboradamente celebrada por un siglo de artistas y escritores.
Ahora la absenta ha sido ampliamente recuperada. La Unión Europea se deshizo poco a poco de todo un batiburrillo de prohibiciones y amplió la disponibilidad de la absenta. Y este año, dos marcas de absenta hechas de acuerdo a fórmulas tradicionales han sido legalmente importadas en Estados Unidos.
La primavera pasada Lucid, una marca francesa, hizo su debut aquí, utilizando métodos de destilación del siglo diecinueve y replicando los análisis químicos de la absenta de antes de la Prohibición. Una absenta suiza, Kübler, llegó hace algunas semanas al mercado norteamericano; se produce con una fórmula familiar de 1863.
Una de las razones de porqué ha caído esa barrera es que, como informó la revista The New Yorker en 2006, el agente químico tuyona, que se encuentra en el ajenjo y que se pensaba era la causa del atractivo y peligro de la absenta, no se detectó en cantidades significativas en análisis de la absenta histórica. Así que estas auténticas réplicas, pese a contener ajenjo, no representaron ningún impedimento legal. Y los alarmados pronunciamientos sobre la absenta, hechos al principio de la Belle Époque, demostraron carecer de fundamento, lo que fue decisivo para que, en palabras del portavoz Kübler, persuadir a los inspectores del gobierno de Estados Unidos.
Sin embargo, deja abierta las razones detrás de la reputación de la absenta como una embriagante fuente de creatividad e invención, un poder que llevó a Robert Jordan, un personaje de Hemingway en ‘Por quién doblan las campanas', a portar una petaca de esta alquimia líquida de color opaco, amarga, que te entumece la lengua, te calienta el cerebro y el estómago, y te hace cambiar de ideas. También deja sin resolver la causa que provocó los ataques contra la absenta, que, como dijo un poeta del siglo diecinueve, era "el Demonio hecho líquido".
El ajenjo puede explicar todavía algunos de los efectos de la absenta. Pitágoras prescribió el ajenjo empapado en vino para los dolores del parto. En el siglo diecisiete, se lo usó para tratar algunas enfermedades venéreas, los parásitos intestinales y, sí, la embriaguez. Para el siglo diecinueve la absenta era usada como antiséptico por los soldados franceses que peleaban en África, para protegerse de los insectos y tratar la disentería.
Pero una vez que me senté con algunas botellas de Kübler, Lucid y algunos amigos, la causa de la reputación de la absenta dejó de importar, como tampoco la ausencia, en estas marcas, de la leyenda de color verde perla. Lo que sí encontré, junto a los aromas del anís, hinojo, cilantro, menta y otras hierbas, fue algo diferente en el efecto del líquido, una suerte de relajado estado de alerta acompañado del adormecedor efecto del alcohol.
Pero también puedo haberme embriagado con el legado cultural de la bebida, parte del cual ha sido estudiado en libros recientes, como en el detallado estudio de Jad Adams, ‘Hideous Absinthe: A History of the Devil in a Bottle', y en el ‘Book of Absinthe: A Cultural History', de Phil Baker. (Se encuentra más información en sitios en la red, como feeverte.net y oxygenee.com).
Cualquiera sean los efectos de un uso excesivo de la absenta, no fue nunca, casi desde el principio, simplemente otra bebida. Ocupa un lugar especial en la historia de la cultura moderna. Se han escrito poemas elogiando a la ‘musa verde', aunque escritores del siglo diecinueve, como Alfred de Musset, también fueron víctimas de su intoxicación. En la Académie Française, donde trabajaba en un diccionario, se decía que se "absentaba demasiado a menudo".
Toulouse-Lautrec estaba tan cautivado por la absenta que tenía un bastón hecho especialmente para ocultar un vaso. Puede haber sido él quien introdujo a van Gogh a la absenta, que se entregó a ella con total abandono. Aparte de beber el licor, van Gogh lo pintó, y una vez arrojó un vaso con este licor contra Gauguin. Manet y Degas pintaron a bebedores de absenta. Lo mismo hizo Picasso. Munch fue un pesado bebedor y Strindberg alimentaba con ella su demencia. Verlaine se sentía esclavizado por lo que llamó "una terrible bebida verde".
Pero toda disolución en su historia es más atribuible al alcoholismo o a la locura que a los efectos de la absenta. También parece que la absenta tuvo una relación especial con el nacimiento del modernismo, como si destilara algunos de los aspectos de la revolución cultural que empezó a mediados del siglo diecinueve y que llegó a su punto máximo justo cuando se la prohibió. La absenta era la bebida de los bohemios por excelencia, tan inseparable de la vanguardia del París de mediados del siglo diecinueve como el desprecio de la burguesía. Jugó bien su papel: la absenta ayudó a derribar ese mundo burgués con seductoras visiones de otro mundo.
Pero incluso los que acogieron a la absenta, vieron también inquietantes sombras. Wilde explicaba que "después del primer vaso, empiezas a ver las cosas como te gustaría que fueran. Después del segundo, las confundes por otras. Finalmente las ves como son realmente, y eso es lo más terrible del mundo".
Los efectos de la absenta sugerían, aparentemente, una inherente inestabilidad de la percepción, como si hubiese combinado y destilado el brillo del impresionismo, las pesadillas del expresionismo y las torcidas imágenes del surrealismo. Van Gogh hacía que un vaso de absenta vibrara de energía. Y cuando Manet, Degas o Picasso pintaron a bebedores de absenta, se los ve ensimismados, enajenados, no porque se hayan olvidado de sí mismos, sino porque han visto demasiado.
Al menos en la imaginación, entonces, la absenta reflejaba una cierta visión de la modernidad: Un orden sólido y fiable que cedía el paso a sombrías incertidumbres. Para algunos, aquí residía el peligro. Un poema infantil contra la absenta decía que la bebida minaba el "amor por el país, el coraje y el honor". Durante el Affair Dreyfus en Francia en los años noventa del siglo diecinueve, cuando la derecha francesa veía a los judíos como una amenaza para el viejo orden, la absenta fue denunciada como una "herramienta de los judíos".
Al probar ahora la absenta, resuenen asociaciones todavía más antiguas con el modernismo bohemio. Pero la lucidez que crea supuestamente la absenta no siempre es reconfortante. Quién no puede sentir un poco del inquietante vértigo cuando sorbe de esta bebida que alguna vez hizo llenar los cafés parisienses, incluso si ese vértigo, que produjo alguna vez esa alusiva poesía francesa, inspira ahora las columnas de este diario.
La absenta.
Pues esta columna fue concebida bajo la influencia de un licor de hierbas de color verde, y de alto contenido alcohólico, que estuvo prohibido en Estados Unidos durante más de 95 años. Y no solamente aquí, pues cuando empezó esa mini-Prohibición en 1912, las voces de alarma estaban sonando en toda Europa. En 1905 un suizo asesinó a su familia después de beber absenta, provocando la prohibición del licor en ese país, donde se originó. Los franceses pensaban que podrían perder la Primera Guerra Mundial frente a los robustos bebedores de cerveza alemanes debido a la disoluta influencia de la absenta, de modo que también fue prohibida en esa región.
La evidencia médica fue irrecusable. Ya en 1879, el New York Times advertía que la absenta "es mucho más peligrosa, mucho más nociva que cualquier tipo de licor". En el siglo diecinueve, un médico francés, que dedicó su vida al estudio de la absenta, hizo la crónica de sus síntomas: "delirio repentino, ataques epilépticos, vértigo, delirio con alucinaciones".
Pero este licor anisado se ha estado colando de vuelta hacia el mundo establecido. En 1994, se inauguró en Auvers-sur-Oise, en las afueras de París, un museo dedicado a la absenta. Con su disponibilidad limitada y exótica reputación, la bebida inspiró una esotérica devoción. Seducía con sus promesas de una conciencia visionaria, tan elaboradamente celebrada por un siglo de artistas y escritores.
Ahora la absenta ha sido ampliamente recuperada. La Unión Europea se deshizo poco a poco de todo un batiburrillo de prohibiciones y amplió la disponibilidad de la absenta. Y este año, dos marcas de absenta hechas de acuerdo a fórmulas tradicionales han sido legalmente importadas en Estados Unidos.
La primavera pasada Lucid, una marca francesa, hizo su debut aquí, utilizando métodos de destilación del siglo diecinueve y replicando los análisis químicos de la absenta de antes de la Prohibición. Una absenta suiza, Kübler, llegó hace algunas semanas al mercado norteamericano; se produce con una fórmula familiar de 1863.
Una de las razones de porqué ha caído esa barrera es que, como informó la revista The New Yorker en 2006, el agente químico tuyona, que se encuentra en el ajenjo y que se pensaba era la causa del atractivo y peligro de la absenta, no se detectó en cantidades significativas en análisis de la absenta histórica. Así que estas auténticas réplicas, pese a contener ajenjo, no representaron ningún impedimento legal. Y los alarmados pronunciamientos sobre la absenta, hechos al principio de la Belle Époque, demostraron carecer de fundamento, lo que fue decisivo para que, en palabras del portavoz Kübler, persuadir a los inspectores del gobierno de Estados Unidos.
Sin embargo, deja abierta las razones detrás de la reputación de la absenta como una embriagante fuente de creatividad e invención, un poder que llevó a Robert Jordan, un personaje de Hemingway en ‘Por quién doblan las campanas', a portar una petaca de esta alquimia líquida de color opaco, amarga, que te entumece la lengua, te calienta el cerebro y el estómago, y te hace cambiar de ideas. También deja sin resolver la causa que provocó los ataques contra la absenta, que, como dijo un poeta del siglo diecinueve, era "el Demonio hecho líquido".
El ajenjo puede explicar todavía algunos de los efectos de la absenta. Pitágoras prescribió el ajenjo empapado en vino para los dolores del parto. En el siglo diecisiete, se lo usó para tratar algunas enfermedades venéreas, los parásitos intestinales y, sí, la embriaguez. Para el siglo diecinueve la absenta era usada como antiséptico por los soldados franceses que peleaban en África, para protegerse de los insectos y tratar la disentería.
Pero una vez que me senté con algunas botellas de Kübler, Lucid y algunos amigos, la causa de la reputación de la absenta dejó de importar, como tampoco la ausencia, en estas marcas, de la leyenda de color verde perla. Lo que sí encontré, junto a los aromas del anís, hinojo, cilantro, menta y otras hierbas, fue algo diferente en el efecto del líquido, una suerte de relajado estado de alerta acompañado del adormecedor efecto del alcohol.
Pero también puedo haberme embriagado con el legado cultural de la bebida, parte del cual ha sido estudiado en libros recientes, como en el detallado estudio de Jad Adams, ‘Hideous Absinthe: A History of the Devil in a Bottle', y en el ‘Book of Absinthe: A Cultural History', de Phil Baker. (Se encuentra más información en sitios en la red, como feeverte.net y oxygenee.com).
Cualquiera sean los efectos de un uso excesivo de la absenta, no fue nunca, casi desde el principio, simplemente otra bebida. Ocupa un lugar especial en la historia de la cultura moderna. Se han escrito poemas elogiando a la ‘musa verde', aunque escritores del siglo diecinueve, como Alfred de Musset, también fueron víctimas de su intoxicación. En la Académie Française, donde trabajaba en un diccionario, se decía que se "absentaba demasiado a menudo".
Toulouse-Lautrec estaba tan cautivado por la absenta que tenía un bastón hecho especialmente para ocultar un vaso. Puede haber sido él quien introdujo a van Gogh a la absenta, que se entregó a ella con total abandono. Aparte de beber el licor, van Gogh lo pintó, y una vez arrojó un vaso con este licor contra Gauguin. Manet y Degas pintaron a bebedores de absenta. Lo mismo hizo Picasso. Munch fue un pesado bebedor y Strindberg alimentaba con ella su demencia. Verlaine se sentía esclavizado por lo que llamó "una terrible bebida verde".
Pero toda disolución en su historia es más atribuible al alcoholismo o a la locura que a los efectos de la absenta. También parece que la absenta tuvo una relación especial con el nacimiento del modernismo, como si destilara algunos de los aspectos de la revolución cultural que empezó a mediados del siglo diecinueve y que llegó a su punto máximo justo cuando se la prohibió. La absenta era la bebida de los bohemios por excelencia, tan inseparable de la vanguardia del París de mediados del siglo diecinueve como el desprecio de la burguesía. Jugó bien su papel: la absenta ayudó a derribar ese mundo burgués con seductoras visiones de otro mundo.
Pero incluso los que acogieron a la absenta, vieron también inquietantes sombras. Wilde explicaba que "después del primer vaso, empiezas a ver las cosas como te gustaría que fueran. Después del segundo, las confundes por otras. Finalmente las ves como son realmente, y eso es lo más terrible del mundo".
Los efectos de la absenta sugerían, aparentemente, una inherente inestabilidad de la percepción, como si hubiese combinado y destilado el brillo del impresionismo, las pesadillas del expresionismo y las torcidas imágenes del surrealismo. Van Gogh hacía que un vaso de absenta vibrara de energía. Y cuando Manet, Degas o Picasso pintaron a bebedores de absenta, se los ve ensimismados, enajenados, no porque se hayan olvidado de sí mismos, sino porque han visto demasiado.
Al menos en la imaginación, entonces, la absenta reflejaba una cierta visión de la modernidad: Un orden sólido y fiable que cedía el paso a sombrías incertidumbres. Para algunos, aquí residía el peligro. Un poema infantil contra la absenta decía que la bebida minaba el "amor por el país, el coraje y el honor". Durante el Affair Dreyfus en Francia en los años noventa del siglo diecinueve, cuando la derecha francesa veía a los judíos como una amenaza para el viejo orden, la absenta fue denunciada como una "herramienta de los judíos".
Al probar ahora la absenta, resuenen asociaciones todavía más antiguas con el modernismo bohemio. Pero la lucidez que crea supuestamente la absenta no siempre es reconfortante. Quién no puede sentir un poco del inquietante vértigo cuando sorbe de esta bebida que alguna vez hizo llenar los cafés parisienses, incluso si ese vértigo, que produjo alguna vez esa alusiva poesía francesa, inspira ahora las columnas de este diario.
21 de noviembre de 2007
12 de noviembre de 2007
©new york times
©traducción mQh
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