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tauromaquia lucha por la vida


[Tracy Wilkinson] El retorno de un apreciado torero da renovados bríos a los fans de esa tradición cultural, que se enfrenta a una fuerte oposición en los últimos años.
Galapagar, España. Angostura, grande y negro, con el número 12 marcado con hierro candente en un costado, probablemente no sabe que es verde.
Es uno de los legendarios toros de lidia de España, y sus efectos positivos para el medio ambiente constituyen un nuevo argumento utilizado por los aficionados para defender la tauromaquia, un espectáculo de vida o muerte entrelazado con la identidad nacional española y una sangrienta inspiración para pintores y poetas desde Goya a Hemingway.
La crianza de toros, dice el argumento, preserva los cientos de miles de hectáreas de tierra española que de otro modo caería en manos de feos condominios e inútiles campos de golf.
Denunciada por los amantes de los animales como cruel, reprobada por los jóvenes de la nueva y dinámica España, la lidia de toros ha estado declinando en los últimos años. Hasta ahora.
Parece que en ruta hacia la plaza de toros han ocurrido algunas cosas.
Un llamado de la Unión Europea a poner fin a la lidia espoloneó a la acción a los españoles amantes del controvertido deporte. Se han organizado en comités y empezaron a cabildear a su favor, destacando las virtudes ecológicas y la profunda importancia de lo que llaman el ‘festival nacional' para la cultura española tradicional.
Y entonces apareció José Tomás.
Este hipnotizante torero ha revivido el interés en la tauromaquia de un modo que no se veía en años.
Después de un abrupto y misterioso retiro en 2002, el matador de 31 años protagonizó un dramático retorno esta temporada entre elogios cercanos a la histeria. Desde políticos (de todas las tendencias políticas) hasta artistas, músicos y aficionados corrientes, los españoles se regocijaron. Los cosos semi vacíos fueron remplazados por graderías llenas al tope.
El importante diario español progresista El País, de donde los informes sobre la tauromaquia habían prácticamente desaparecido, dedicó nuevamente páginas y páginas para informar sobre José Tomás. La red de televisión estatal, después de anunciar que dejaría de transmitir el espectáculo, facilitó emisiones por satélite en vivo de la actuación de Tomás a fines de la temporada el mes pasado en Barcelona.
La adulación tiene que ver con su misterioso encanto y lo que los aficionados ven como un coraje y un sentido artístico sin paralelos en la historia. Tomás logra transmitir un aire de calmo dominio, incluso cuando ha sido corneado y ha sangrado profusamente, luchando por no desmayarse.
Conjurando el fantasma de su ídolo Manolete, considerado posiblemente el más grande matador de todos los tiempos, Tomás lidia casi en cámara lenta, parado como una baqueta a una asombrosa distancia de los afilados cuernos del toro, aparentemente en trance. Aficionados y comentaristas usan palabras como ‘mesías', ‘rey' y ‘épica' para describir su actuación, su emplazamiento y dominio sobre la bestia de media tonelada en el arenoso suelo del coso.
Realzando la mística, Tomás, con su negro pelo ondulado y su imponente mandíbula cuadrada, habla rara vez en público; la única visión de su vida privada estalló hace poco en algunas revistas faranduleras que captaron fotos de él en la playa con una novia hasta entonces desconocida. Aparece sonriendo; está delgado, y el corte de una de sus peleas con un toro es claramente visible en su pierna derecha.
Tomás decidió deliberadamente hacer su retorno en Barcelona, donde los sentimientos anti-tauromaquia son especialmente fuertes. Fue la primera ciudad española que, en 2004, prohibió formalmente la actividad (aunque fue el gobierno regional el que la prohibió realmente) y ha prohibido la asistencia de niños de menos de catorce. Son habituales las protestas frente a los cosos.
El debut de Tomás en la Monumental Plaza de Toros de Barcelona (un sitio que estuvo a punto de cerrar el año pasado debido a la falta de público) estaba agotado. La audiencia de veinte mil personas estaba salpicada de celebridades y personeros españoles de primer rango, que bramaron un sostenido coro de ‘Olé' cuando Tomás, aparentemente inconsciente del peligro, provocaba repetidas cargas del toro.
Vestido con un traje turquesa y dorado y con una capa roja, el maestro retornado fue arrojado al suelo por la bestia. Pero se recuperó, mató al toro y luego a otro, y declaró la victoria. La jubilosa multitud lo cubrió de flores y vítores.
La tauromaquia es un gusto adquirido, y ciertamente no es para todo el mundo. Su atractivo es, para muchos extranjeros, incomprensible, y también para algunos españoles. Una encuesta el año pasado mostró que sólo un cuarto de los españoles tiene algún interés en el ritual, que ha existido en la península ibérica, de una u otra forma, durante dos mil años.
Los moros que invadieron la península desde el norte de África lo formalizaron en los siglos ocho y nueve, y en los últimos siglos, la tauromaquia no ha cambiado substancialmente. La temporada actual se estira de marzo a octubre, con unas dos mil lidias, que cuestan la vida al menos a doce mil toros.

Para muchos, el ritual no es otra cosa que la lenta tortura de un animal, que es provocado, hecho sangrar y luego matado para placer de una animada multitud.
Defensores de los derechos de los animales y otros críticos dicen que la industria de la lidia de toros institucionaliza, subsidia y estimula la crueldad, y crea una tolerancia generalizada de brutales abusos contra los animales.
"Sólo en España es la frase ‘Eres un buen matador' un cumplido", dijo un cruzado de la lucha contra la tauromaquia Arturo Ángel Pérez.
Pero los defensores de la tauromaquia, que incluyen a protectores como el rey de España, señalan la detallada coreografía, vestuarios que incluyen llamativos trajes bordados con hilo dorado y lentejuelas, y músicas como el paso doble con trompeta, todo lo cual se combina para crear lo que consideran una forma de arte única.
Un matador brillante "es como un escultor que está moldeando no el barro, sino a un animal", dijo Isabel Carpio, secretario-general de la Unión de Criadores de Toros de Lidia, y veterinario. Dice que en el coso ve belleza, no dolor y sufrimiento.
El ritual, y todo lo que lo acompaña, es también una industria de dos mil millones de dólares que emplea a setenta mil personas, dice la unión.
Cada año se perdona algunas docenas de toros si han demostrado bravura en la lidia. La carne es considerada exquisita.

Aquí en Galapagar, que también es la ciudad natal de Tomás, Juan José Rueda y su mujer Luisa Parache, han estado criando toros de lidia durante generaciones. El rancho ha sido propiedad de la familia durante varios siglos.
Rueda recuerda a José Tomás de cuando era niño. Cuando el matador tenía once años, y no era más alto que los toros con los que lidiaría, iba a la arena de prácticas de Rueda a entrenarse con las vacas (que tienen cuernos casi tan amenazadores como los de los toros). A becerros y vaquillas se les enseñan los pasos de la corrida para determinar su ferocidad; las mejores vacas son escogidas para reproducirse.
Incluso de niño, Tomás era estoico y reposado, dijo Rueda.
"Como persona, es introvertido, pero en la expresión de su tauromaquia, es excepcional", dijo Rueda. "Revolucionario".

Angostura, el toro número 12, es uno de los sementales de Rueda. Está acostumbrado a impregnar a docenas de vacas, que paren toros, los mejores de los cuales serán enviados a los cosos, y a una muerte cierta, cuando hayan llegado a los cuatro años. Los toros son criados específicamente para la lidia, con técnicas propias de los caballos de carrera y archivos computarizados del linaje.
El rancho de Rueda, a 48 kilómetros al noroeste de Madrid, se estira por unas cien hectáreas de pastizales salpicados de peñascos y robles y fresnos. Tiene 220 vacas, que deambulan más o menos libremente por el terreno, mordisqueando bellotas, cuidando de sus crías y coexistiendo con la fauna silvestre -como jabalíes y aves.
Los suelos no son aptos para la agricultura, dijo Rueda, y está convencido de que si no fuera por el ganado, la tierra se vería inundada por decenas de miles de condominios, como los que han surgido a los costados del rancho antes remoto. Se ha convertido en rutina que Rueda y Parache deban expulsar a los intrusos que saltan sobre las vallas y recorren el rancho, a menudo adolescentes que buscan un lugar para hacer una fiesta o gente que saca a sus perros de paseo.
"Estamos rodeados", dijo Rueda, 73. "No nos preocupamos de que los toros se escapen, sino de que la gente se meta dentro".
Rueda dijo que no le preocupa los activistas anti-lidia. Si no les gusta, piensa, nadie les obliga a asistir.
El cabildeo está en manos de gente como Miguel Cid Cebrian, abogado y ex legislador por el Partido Socialista que es presidente de la Asociación Taurina Parlamentaria, fundada hace unos meses para defender y fomentar el pasatiempo nacional. El comité incluye a políticos de izquierda y derecha, una cosa rara en la agudamente polarizada España de hoy.
"Estamos amenazados", dijo en su despacho de Madrid, decorado con esculturas de bronce y óleos de toros y toreros.
Entre los "enemigos", como los llama Cid Cebrian, se encuentra el Parlamento Europeo, que aprobó este año una resolución instando a España a prohibir la tauromaquia "considerando que estresa, fatiga, hiere y mata a los toros" y porque los países miembros se han comprometido a garantizar el bienestar y un trato humano de los animales.
Para desmentir la controversia, la asociación realiza seminarios y distribuye ejemplares de un estudio que dice (improbablemente, según la mayoría de los críticos) que el toro en realidad no sufre en la arena debido a la velocidad con que pompea adrenalina.
Cid Cebrian, 64, es natural de la región de Salamanca, en España, y creció entre toros y corridas. Es un verdadero aficionado. Pero a sus cuatro hijos en edad de ir a la universidad no les interesa en absoluto, o les repele "la muerte y la sangre", dijo. Sus puntos de vista provocan contenciosas discusiones de familia.
"Es verdad, el toro muere", dijo Cid Cebrian. "Pero tiene que morir. Como todos los animales, las vacas mueren.
"El toro vive, como un rey, durante cuatro o cinco años. Muere en veinte minutos".
Y los toros estaban en realidad muriendo una tarde de un domingo hace poco en Las Ventas, el histórico coso de Madrid.
En medio de una gran fanfarria y trompetas, moviendo sus capas ante ellos, los toreros y sus séquitos de picadores y banderilleros entraron a la arena, golpeando la tierra con sus pies envueltos en medias fucsia, como harían también luego los toros.
Agustín Espartinas, 21, el primer matador de la jornada, se persignó con su montera de dos cuernos y se enfrentó luego a su primer toro con una serie de amplias verónicas con su capa. Como es habitual, entraron los picadores en sus caballos, pinchando a los toros con sus lanzas, y luego los banderilleros, a pie, arponeando el lomo del animal con las banderillas adornadas con cintas.
El toro cargó un par de veces contra los caballos, que llevaban petos, en medio de los abucheos del público. Finalmente, con la sangre manando de su lomo, el toro empezó a perder bríos. Espartinas se acercó. Empujó su pelvis y acercó su capa al toro, que ahora estaba tambaleando, con la lengua fuera. Clavó sus cuernos en la arena.
Entonces Espartinas utilizó su espada para matarlo. El toro cayó pesadamente. Su cuerpo se retorcía todavía cuando el matador le cortó una oreja, un símbolo de victoria.
Observándolo todo se encontraba Victoria Cáceres, 24, una estudiante de ciencias políticas recién graduada, sentada a la sombra, la sección más cara, con gafas de sol de diseño colgando de su nariz. Viene a los toros, dijo, desde que era una niña.
"Es un componente cultural que se remonta a épocas que ya no recordamos", dijo Cáceres. "Es algo nuestro, algo intrínseco. Es un mundo que, una vez entrado en él, te gusta más y más y quieres ser parte de él".
A Alina Leyva, 61, que vive en Seattle pero cuya familia es de Barcelona, no le interesa para nada. La llevaron al coso su marido y amigos, pero huyó del espectáculo antes de la media hora.
"Sé que hay partes bellas... Sé que es una tradición, pero también vi lo que le estaban haciendo al animal", dijo.
"Tan pronto como vi que el toro sangraba, me dije tengo que salir de aquí".
Esa misma tarde, el la Monumental Plaza de Toros de Barcelona, José Tomás era paseado victorioso en hombros de los asistentes ante un público que lo ovacionaba de pie. La temporada se acercaba a su fin.
Fuera, varios cientos de manifestantes montaron un simulacro de funeral de los toros matados el año pasado. En el siglo 21, dijeron, nada justifica esa "agresión" contra un animal solamente para entretenerse.
Pero Cid Cebrian dijo que tenía confianza en que ningún gobierno nacional español tendrá el coraje de eliminar el elemento cultural que es la tauromaquia. "Eso sería un suicidio".

wilkinson@latimes.com

17 de diciembre de 2007
16 de octubre de 2007
©los angeles times
cc traducción mQh
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1 comentario

tamara -

ojala el torero que han cogido se muera hijos de puta asesinos sadicos cabrones sucios mamarrachos yo entiendo que vuestro coeficiente intelectuar¿sabeis lo que es no? no de para mas.taurinos de mierda os odio!!!!ojala os de un cancer en los..¿huevos?¿teneis???no parece