nueva vida con incertidumbre
[Tina Susman] Seducidos por la calma y las promesas de ayuda, miles de personas que escaparon de la violencia están volviendo desde el extranjero y el país. Pero reconstruir la confianza será más difícil que reconstruir sus casas.
Saba al Bor, Iraq. Una mujer pequeña con expresión de preocupación en su rostro se dirige hacia su casa por un camino de tierra, ignorando la multitud de soldados norteamericanos y los dignatarios extravagantemente vestidos que atascan el camino.
Están aquí para anunciar el renacimiento de esta ciudad al noroeste de Bagdad, que está presenciando el retorno de miles de vecinos, entre los cerca de 4.2 millones de iraquíes que han escapado de la violencia sectaria en los últimos años. Ahlam Kareem está aquí para ver qué queda de su casa, que vio por última vez hace catorce meses.
Funcionarios iraquíes dicen que decenas de miles de iraquíes están volviendo a sus casas, atraídos por las mejoras en la situación de seguridad y los paquetes de ayuda económica ofrecidos por un gobierno ansioso de hacer retornar a su gente.
Pero el esfuerzo, que incluye a iraquíes que retornan desde otros países y de otras regiones de Iraq mismo, está preñado de problemas -y no es el menor el fantasma de los atentados con bomba, como las tres explosiones del miércoles que mataron al menos a cuarenta y una personas al sur de Iraq.
Algunos, como Kareem, viuda, han encontrado sus casas saqueadas, incendiadas e inhabitables. Otros, como Abu Ayad, un musulmán chií que volvió con su familia al barrio de Ghazaliya -de predominancia sunní- de Bagdad, han sido nuevamente expulsados por las persistentes tensiones sectarias. En el último caso, dicen los vecinos, alguien trató de quemar su casa días después del regreso de la familia.
Muchos, como Zaher Salman, que volvió a Saba al Bor desde Siria a principios del mes pasado, retornaron porque no podían pagar los costes de vida más altos fuera de Iraq, o porque sus visados habían caducado. Salman lamenta no poder ganarse la vida, porque fue asaltado en la autopista desde Siria y perdió todo, incluyendo el coche que usaba para sus negocios.
"Me quedo porque ya no tengo más dinero", dijo. "Espero que siga siendo seguro".
Las personas que vuelven pueden solicitar cerca de un millón de dinares iraquíes -alrededor de ochocientos dólares- y un estipendio mensual de unos ciento veinte dólares durante seis meses a partir de su regreso.
Pero el país está luchando por revivir las escuelas, clínicas y otros servicios básicos que necesita una población traumatizada por el pasado y tensa sobre el futuro.
Tan delicada es la situación que la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados emitió un aviso el 23 de noviembre sobre un regreso demasiado precipitado. La organización dijo que no creía que los servicios sociales o la seguridad iraquíes estuvieran preparados para manejar el retorno a gran escala de la gente desplazada.
El portavoz del gobierno, Ali Dabbagh, desdeñó esos temores. En una rueda de prensa a fines del mes pasado, dijo que nadie estaba obligado a volver y que el gobierno estaba haciendo lo posible para proteger a los que volvían.
Es imposible determinar cuánta gente ha vuelto, y los escépticos acusan al gobierno de exagerar las cifras para hacer creer que todo marcha bien en un país todavía turbulento. Dabbagh dijo que solamente en el mes pasado habían regresado de Siria sesenta mil personas. El ministerio iraquí de Desplazamientos y Emigración dice que desde octubre diez mil familias iraquíes desplazadas dentro del país se han inscrito o se están inscribiendo para recibir los beneficios otorgados a los que retornan a sus ciudades natales.
Las cifras son una pequeña fracción de los cerca de 4.2 millones de personas que organizaciones internacionales dicen que han sido desplazadas desde el inicio de la guerra en 2003, pero son suficientes para preocupar a oficiales de alto rango.
El coronel de ejército Bill Rapp, asesor del general David H. Petraeus, comandante de la misión norteamericana en Iraq, dijo que preocupaba a los militares cómo se desarrollaría la situación si los retornados encontraban ocupadas sus casas.
"El gobierno iraquí no ha publicado instrucciones sobre qué ocurre cuando encuentras que en tu casa viven otras personas", dijo Rapp. "Quieren que la gente vuelva, pero no han ideado un mecanismo para su reasentamiento".
Dijo que las fuerzas norteamericanas habían estado "implorando" al gobierno iraquí que definiera una política de modo que las tropas norteamericanas no tuvieran que intervenir en disputas sobre propiedad.
Saba al Bor ofrece una miríada de ejemplos de los retos que implica traer a los iraquíes de vuelta a casa.
Kareem, 55, llega al final del camino, pasa frente a un pequeño huerto frutal y abre una puerta de metal rota para entrar a su patio.
La casa -que era confortable- que compartía con sus dos hijos y sus familias está en ruinas. Las ventanas no tienen cristales. Las puertas han sido arrancadas de sus bisagras. Platos, lámparas y cualquier cosa que se pueda quebrar, yacen en pequeños fragmentos desparramadas por el suelo. La pintura carbonizada se desprende de las paredes, el techo y la escalera. Sólo una nevera y una tele, destrozadas y parcialmente fundidas por el intento de quemar la casa, son evidencias de que alguna vez aquí vivió una familia.
"No queda nada. Es una pérdida total", dijo la mujer chií después de su visita a la casa el 17 de noviembre. "Ahora estoy desesperada", agregó, explicando que un millón de dinares estaban lejos de ser suficientes para que el lugar fuera nuevamente habitable.
Kareem ha vuelto a Bagdad, donde ha alojado con parientes desde que en septiembre de 2006 insurgentes sunníes empezaran a amenazar con matar a los chiíes que no se marcharan. Kareem, que huyó con el resto de su familia, volvió después de oír que Saba al Bor era nuevamente seguro. Entonces vio su casa.
Al lado este de la ciudad, donde vive la población sunní de Saba al Bor, Talib Abid Karim, que volvió el 20 de noviembre, dice que no sabía que podía pedir compensación. Mira a Usama Ali, un voluntario que ayuda a reasentarse a la gente, y le pregunta que se lo explique. Ali dice que incluso si lo solicitara el dinero, no se lo darían, porque, insiste, se les paga compensación sólo a los chiíes.
Más tarde un militar norteamericano, el capitán de ejército Brooks Yarborough, desechó las afirmaciones de Ali diciendo que eran "sólo rumores". Pero reconoció que era un signo de la persistente desconfianza que debe ser superada si Saba al Bor, que antes de la guerra era una comunidad relativamente afluente de unas 73 mil personas, debe volver a convertirse en una ciudad próspera.
La casa de Karim no tenía daños, pero está preocupada por el futuro. Su marido no tiene trabajo y su hija de doce años lleva unas espantosas cicatrices en su estómago de cuando cayó en fuego cruzado durante el año que vivieron en otro lugar. Teme que la niña no pueda casarse si no puede curar sus cicatrices.
Pero tanto sunníes como chiíes, así como soldados norteamericanos, dicen que los sunníes no cuenta con ningún lugar cercano donde puedan tratarse sus problemas médicos serios. Los hospitales más cercanos implican atravesar zonas que todavía son consideradas peligrosas para los sunníes debido a la presencia de milicias chiíes. Muchos sunníes tienen miedo incluso de ir a la clínica al otro lado de la ciudad. Ir a un hospital en una ciudad sunní requiere seguir dar un rodeo que puede tomar hasta nueve horas.
En una reciente reunión en el recién remodelado ayuntamiento de Saba al Bor, que es también una instalación militar norteamericana-iraquí, dos líderes de la ciudad trataron de definir un sistema que asegure que los retornados se queden. Podían solucionar algunos problemas, como las ventanas y puertas rotas, pero no la confianza traicionada.
Radhi Muhsin, el alcalde, y Mohammed Abdullah, un voluntario del programa de reasentamiento, concordaron en que lograr que la gente vuelva no es un problema. El problema es hacer que la ciudad vuelva a funcionar y que sunníes y chiíes vuelvan a vivir juntos.
En los últimos dos meses, dicen oficiales norteamericanos, más de veinte mil personas han vuelto a sus casas en Saba al Bor, que antes de la guerra tenía una población mixta. Ahora es fundamentalmente chií porque muchos sunníes no se atreven a volver a un lugar que es custodiado por un cuerpo de policía que es casi cien por cien chií, dijeron Abdullah y Muhsin.
Se fundó un club de fútbol mixto para reunir a la gente, pero la ciudad sigue dividida oficiosamente entre una sección sunní al este, y una chií al oeste.
"En este momento tenemos una tregua. Pero no es reconciliación. Simplemente dejaron de dispararse unos a otros", dijo el capitán de ejército Timothy Dugan, del Séptimo de Caballería, Destacamento de Combate de la Primera Brigada de la Primera División de Caballería del Ejército. La unidad está aquí desde enero y ha presenciado una disminución de la violación y un aumento de la gente que retorna, pero también ha visto lo difícil que será reconstituir Saba al Bor como un todo.
Sunníes, y algunos vecinos chiíes, así como tropas norteamericanas en Saba al Bor, dice que un importante problema son los ministerios chiíes en Bagdad, que ignoran las necesidades de los retornados sunníes.
En el lado sunní de la ciudad, por ejemplo, hay una escuela con seis aulas para quinientos alumnos. En el lado chií, hay once escuelas.
La escuela sunní es administrada por dos directores, un sunní y un chií, que son viejos amigos. Usan sus salarios para pagar a siete maestros voluntarios, porque dicen que el ministerio pospone la contratación de maestros para niños sunníes.
"No tenemos suficientes médicos ni maestros, pero si visitas el sector chií, verás la diferencia", dijo el director sunní, Ali Aziz Sultan.
"Yo soy chií, y para mí es fácil ir a la clínica", agregó su colega, Moyed Hadie. "Pero para los sunníes es muy difícil".
Funcionarios iraquíes y norteamericanos dicen que esas quejas se deben más al temor y a la desconfianza que a la situación actual. "El problema es que la gente sigue mirando hacia el pasado. Es difícil lograr que miren hacia adelante", dijo Muhsin.
Pero la mayoría está de acuerdo en que dado ese pasado, la actitud de la gente es comprensible.
"Si los chiíes hubieran matado a mi hermano, también me daría miedo ir a esa clínica al otro lado de la ciudad", dijo Ali, el sunní que acusó al gobierno de no pagar compensación a los retornados sunníes.
La gente que se quedó durante la guerra, como él, se dan cuenta de lo mucho que ha mejorado la situación, dijo Ali. "Para la gente que volvió apenas la semana pasada es más difícil ir al otro lado de la ciudad".
Están aquí para anunciar el renacimiento de esta ciudad al noroeste de Bagdad, que está presenciando el retorno de miles de vecinos, entre los cerca de 4.2 millones de iraquíes que han escapado de la violencia sectaria en los últimos años. Ahlam Kareem está aquí para ver qué queda de su casa, que vio por última vez hace catorce meses.
Funcionarios iraquíes dicen que decenas de miles de iraquíes están volviendo a sus casas, atraídos por las mejoras en la situación de seguridad y los paquetes de ayuda económica ofrecidos por un gobierno ansioso de hacer retornar a su gente.
Pero el esfuerzo, que incluye a iraquíes que retornan desde otros países y de otras regiones de Iraq mismo, está preñado de problemas -y no es el menor el fantasma de los atentados con bomba, como las tres explosiones del miércoles que mataron al menos a cuarenta y una personas al sur de Iraq.
Algunos, como Kareem, viuda, han encontrado sus casas saqueadas, incendiadas e inhabitables. Otros, como Abu Ayad, un musulmán chií que volvió con su familia al barrio de Ghazaliya -de predominancia sunní- de Bagdad, han sido nuevamente expulsados por las persistentes tensiones sectarias. En el último caso, dicen los vecinos, alguien trató de quemar su casa días después del regreso de la familia.
Muchos, como Zaher Salman, que volvió a Saba al Bor desde Siria a principios del mes pasado, retornaron porque no podían pagar los costes de vida más altos fuera de Iraq, o porque sus visados habían caducado. Salman lamenta no poder ganarse la vida, porque fue asaltado en la autopista desde Siria y perdió todo, incluyendo el coche que usaba para sus negocios.
"Me quedo porque ya no tengo más dinero", dijo. "Espero que siga siendo seguro".
Las personas que vuelven pueden solicitar cerca de un millón de dinares iraquíes -alrededor de ochocientos dólares- y un estipendio mensual de unos ciento veinte dólares durante seis meses a partir de su regreso.
Pero el país está luchando por revivir las escuelas, clínicas y otros servicios básicos que necesita una población traumatizada por el pasado y tensa sobre el futuro.
Tan delicada es la situación que la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados emitió un aviso el 23 de noviembre sobre un regreso demasiado precipitado. La organización dijo que no creía que los servicios sociales o la seguridad iraquíes estuvieran preparados para manejar el retorno a gran escala de la gente desplazada.
El portavoz del gobierno, Ali Dabbagh, desdeñó esos temores. En una rueda de prensa a fines del mes pasado, dijo que nadie estaba obligado a volver y que el gobierno estaba haciendo lo posible para proteger a los que volvían.
Es imposible determinar cuánta gente ha vuelto, y los escépticos acusan al gobierno de exagerar las cifras para hacer creer que todo marcha bien en un país todavía turbulento. Dabbagh dijo que solamente en el mes pasado habían regresado de Siria sesenta mil personas. El ministerio iraquí de Desplazamientos y Emigración dice que desde octubre diez mil familias iraquíes desplazadas dentro del país se han inscrito o se están inscribiendo para recibir los beneficios otorgados a los que retornan a sus ciudades natales.
Las cifras son una pequeña fracción de los cerca de 4.2 millones de personas que organizaciones internacionales dicen que han sido desplazadas desde el inicio de la guerra en 2003, pero son suficientes para preocupar a oficiales de alto rango.
El coronel de ejército Bill Rapp, asesor del general David H. Petraeus, comandante de la misión norteamericana en Iraq, dijo que preocupaba a los militares cómo se desarrollaría la situación si los retornados encontraban ocupadas sus casas.
"El gobierno iraquí no ha publicado instrucciones sobre qué ocurre cuando encuentras que en tu casa viven otras personas", dijo Rapp. "Quieren que la gente vuelva, pero no han ideado un mecanismo para su reasentamiento".
Dijo que las fuerzas norteamericanas habían estado "implorando" al gobierno iraquí que definiera una política de modo que las tropas norteamericanas no tuvieran que intervenir en disputas sobre propiedad.
Saba al Bor ofrece una miríada de ejemplos de los retos que implica traer a los iraquíes de vuelta a casa.
Kareem, 55, llega al final del camino, pasa frente a un pequeño huerto frutal y abre una puerta de metal rota para entrar a su patio.
La casa -que era confortable- que compartía con sus dos hijos y sus familias está en ruinas. Las ventanas no tienen cristales. Las puertas han sido arrancadas de sus bisagras. Platos, lámparas y cualquier cosa que se pueda quebrar, yacen en pequeños fragmentos desparramadas por el suelo. La pintura carbonizada se desprende de las paredes, el techo y la escalera. Sólo una nevera y una tele, destrozadas y parcialmente fundidas por el intento de quemar la casa, son evidencias de que alguna vez aquí vivió una familia.
"No queda nada. Es una pérdida total", dijo la mujer chií después de su visita a la casa el 17 de noviembre. "Ahora estoy desesperada", agregó, explicando que un millón de dinares estaban lejos de ser suficientes para que el lugar fuera nuevamente habitable.
Kareem ha vuelto a Bagdad, donde ha alojado con parientes desde que en septiembre de 2006 insurgentes sunníes empezaran a amenazar con matar a los chiíes que no se marcharan. Kareem, que huyó con el resto de su familia, volvió después de oír que Saba al Bor era nuevamente seguro. Entonces vio su casa.
Al lado este de la ciudad, donde vive la población sunní de Saba al Bor, Talib Abid Karim, que volvió el 20 de noviembre, dice que no sabía que podía pedir compensación. Mira a Usama Ali, un voluntario que ayuda a reasentarse a la gente, y le pregunta que se lo explique. Ali dice que incluso si lo solicitara el dinero, no se lo darían, porque, insiste, se les paga compensación sólo a los chiíes.
Más tarde un militar norteamericano, el capitán de ejército Brooks Yarborough, desechó las afirmaciones de Ali diciendo que eran "sólo rumores". Pero reconoció que era un signo de la persistente desconfianza que debe ser superada si Saba al Bor, que antes de la guerra era una comunidad relativamente afluente de unas 73 mil personas, debe volver a convertirse en una ciudad próspera.
La casa de Karim no tenía daños, pero está preocupada por el futuro. Su marido no tiene trabajo y su hija de doce años lleva unas espantosas cicatrices en su estómago de cuando cayó en fuego cruzado durante el año que vivieron en otro lugar. Teme que la niña no pueda casarse si no puede curar sus cicatrices.
Pero tanto sunníes como chiíes, así como soldados norteamericanos, dicen que los sunníes no cuenta con ningún lugar cercano donde puedan tratarse sus problemas médicos serios. Los hospitales más cercanos implican atravesar zonas que todavía son consideradas peligrosas para los sunníes debido a la presencia de milicias chiíes. Muchos sunníes tienen miedo incluso de ir a la clínica al otro lado de la ciudad. Ir a un hospital en una ciudad sunní requiere seguir dar un rodeo que puede tomar hasta nueve horas.
En una reciente reunión en el recién remodelado ayuntamiento de Saba al Bor, que es también una instalación militar norteamericana-iraquí, dos líderes de la ciudad trataron de definir un sistema que asegure que los retornados se queden. Podían solucionar algunos problemas, como las ventanas y puertas rotas, pero no la confianza traicionada.
Radhi Muhsin, el alcalde, y Mohammed Abdullah, un voluntario del programa de reasentamiento, concordaron en que lograr que la gente vuelva no es un problema. El problema es hacer que la ciudad vuelva a funcionar y que sunníes y chiíes vuelvan a vivir juntos.
En los últimos dos meses, dicen oficiales norteamericanos, más de veinte mil personas han vuelto a sus casas en Saba al Bor, que antes de la guerra tenía una población mixta. Ahora es fundamentalmente chií porque muchos sunníes no se atreven a volver a un lugar que es custodiado por un cuerpo de policía que es casi cien por cien chií, dijeron Abdullah y Muhsin.
Se fundó un club de fútbol mixto para reunir a la gente, pero la ciudad sigue dividida oficiosamente entre una sección sunní al este, y una chií al oeste.
"En este momento tenemos una tregua. Pero no es reconciliación. Simplemente dejaron de dispararse unos a otros", dijo el capitán de ejército Timothy Dugan, del Séptimo de Caballería, Destacamento de Combate de la Primera Brigada de la Primera División de Caballería del Ejército. La unidad está aquí desde enero y ha presenciado una disminución de la violación y un aumento de la gente que retorna, pero también ha visto lo difícil que será reconstituir Saba al Bor como un todo.
Sunníes, y algunos vecinos chiíes, así como tropas norteamericanas en Saba al Bor, dice que un importante problema son los ministerios chiíes en Bagdad, que ignoran las necesidades de los retornados sunníes.
En el lado sunní de la ciudad, por ejemplo, hay una escuela con seis aulas para quinientos alumnos. En el lado chií, hay once escuelas.
La escuela sunní es administrada por dos directores, un sunní y un chií, que son viejos amigos. Usan sus salarios para pagar a siete maestros voluntarios, porque dicen que el ministerio pospone la contratación de maestros para niños sunníes.
"No tenemos suficientes médicos ni maestros, pero si visitas el sector chií, verás la diferencia", dijo el director sunní, Ali Aziz Sultan.
"Yo soy chií, y para mí es fácil ir a la clínica", agregó su colega, Moyed Hadie. "Pero para los sunníes es muy difícil".
Funcionarios iraquíes y norteamericanos dicen que esas quejas se deben más al temor y a la desconfianza que a la situación actual. "El problema es que la gente sigue mirando hacia el pasado. Es difícil lograr que miren hacia adelante", dijo Muhsin.
Pero la mayoría está de acuerdo en que dado ese pasado, la actitud de la gente es comprensible.
"Si los chiíes hubieran matado a mi hermano, también me daría miedo ir a esa clínica al otro lado de la ciudad", dijo Ali, el sunní que acusó al gobierno de no pagar compensación a los retornados sunníes.
La gente que se quedó durante la guerra, como él, se dan cuenta de lo mucho que ha mejorado la situación, dijo Ali. "Para la gente que volvió apenas la semana pasada es más difícil ir al otro lado de la ciudad".
tina.susman@latimes.com
Peter Spiegel y Saad Khalaf en Bagdad contribuyeron a este reportaje.
29 de diciembre de 2007
13 de diciembre de 2007
©los angeles times
cc traducción mQh
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