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quién está matando a los cantantes 2


[Manuel Roig-Franzia]El salvaje silenciamiento de los músicos mexicanos. Asesinatos llevan la impronta de los sicarios de los carteles de la droga.
Morelia, México. Sergio Gómez entró a la ciudad en su enorme y bramante todoterrenos, seguido por su séquito, con su traje planchado y botas de vaquero de fantasía.
Todo en torno a él decía que era una superestrella. Tenía fans fuera de las fronteras, una sonrisa traviesa que volvía locas a las mujeres y una estrella en el paseo de la fama en Las Vegas. Más de veinte mil fans llegaron en tropel al aparcadero del estadio de fútbol de esta ciudad colonial para bailar y oírlo cantar baaldas románticas del género grupero de Durango, respaldado por un insistente tantarán.
Después del espectáculo, en la madrugada del 2 de diciembre, Sergio Gómez fue secuestrado. La policía encontró su cuerpo al día siguiente. Había sido golpeado y estrangulado. Su cara -que ilustró las carátulas de sus discos y hacía sonrojar a las adolescentes- estaba desfigurada por las huellas de quemaduras.
Sergio Gómez, 34, fue el último de una serie de músicos populares que han sido asesinados el año pasado en México. Casi todos ellos mostraban los signos de haber sido ultimados por asesinos a sueldo de los carteles de la droga, que son responsables de las cuatro mil muertes en el país en los últimos dos años.
Pero el salvaje asesinato de Sergio Gómez -uno de los cantantes más populares de México, un artista cuya banda K-Paz de la Sierra era pagada a cien mil dólares por presentación, dos veces la tarifa de otras bandas populares- fue diferente. Provocó una reacción en cadena sin precedentes: al menos media docena de bandas cancelaron sus giras. Bandas populares como Patrulla 81, de Durango, que cancelaron cuatro actuaciones importantes, están aterradas de venir a Morela y Michoacán, el estado adyacente.
"Todo esto es muy siniestro para nosotros", dijo José Ángel Medina, vocalista de Patrulla 81, en una entrevista. "Estamos muy preocupados. Muy asustados".
Entre los conocedores de la industria musical, la muerte de Sergio Gómez y los asesinatos anteriores, están también obligando a una discreta revaluación de la influencia de los barones de la droga en el negocio. Todo el mundo en la industria musical mexicana sabe, aunque no el público en general, que los carteles de la droga financian la carrera de algunos jóvenes músicos para luego blanquear dinero a través de las ventas no controladas de billetes, de acuerdo a fuentes de la industria, músicos y agencias policiales.
Nadie ha sugerido que Sergio Gómez haya estado respaldado con dinero sucio. Pero las evidentes marcas de asesinos profesionales en su asesinato han sido un catalizador para que la industria musical se cuestione sobre los riesgos de relacionarse social o profesionalmente con traficantes de drogas.
"Los narcos están metidos en este negocio", dijo Lucio Tzin Tzun, que ha sido promotor de conciertos durante veinte años, en una entrevista. "Controlan todo. Son como una mafia".

Benefactores Peligrosos
El matrimonio entre la música y los bajos fondos no es nada nuevo. En Estados Unidos, Frank Sinatra fue criticado durante largo tiempo por estar demasiado cerca de la mafia y, más recientemente, los raperos gangsta han sido acusados a menudo de celebrar la violencia contra la policía.
En México, la celebración musical de personajes de la contracultura está en el ADN del país. Todavía se rinde homenaje a Pancho Villa en la música -que era un bandolero convertido en revolucionario- como un héroe del pueblo. Los nuevos héroes bandidos son los traficantes de drogas, celebrados en canciones conocidas como narcocorridos y escritas por artistas que son "esencialmente poetas de la corte del mundo de las drogas", dijo Elijah Wald, autor del libro ‘Narcocorrido: Un Viaje Dentro de la Musica de Drogas, Armas, y Guerrilleros' [Narcocorrido: A Journey Into the Music of Drugs, Guns and Guerrillas].
"Se trata de ser como Pancho Villa", dijo Wald en una entrevista.
La existencia del género del narcocorrido convierte el asesinato de Gómez en algo todavía más misterioso. Sergio Gómez, que lanzó su carrera musical en Chicago, se hizo famoso cantando baladas románticas y canciones horteras, como la clásica ‘Jambalaya', influida por Nueva Orleans. Él no cantaba sobre narcotraficantes. Sergio Gómez ciertamente no era Valentín Elizalde, el cantante mexicano asesinado en noviembre de 2006 después de que su narcocorrido ‘A mis enemigos', una canción en la que se burlaba del barón de la droga Osiel Cárdemas, se convirtiera en una sensación en la red.
Se aprecia una clara línea entre las letras de Elizalde y su destino. Pero esos lazos musicales de Sergio Gómez con su muerte, no existen.
Pero Wald dice que la creencia popular de que sólo los cantantes de narocorridos se asocian con barones de la droga no podría estar más lejos de la verdad. A veces los músicos deben dar conciertos privados para los barones de la droga y tocar lo que ellos quieran oír mientras tengan ganas, con sus amigos, de seguir escuchándolos.
"El señor de la droga le puede pedir que cante canciones de José Alfredo Jiménez -un popular cantante melódico- tanto como narcocorridos", dijo Wald.

Negocios y Consecuencias
El nexo entre traficantes de drogas y músicos se establece a menudo en pequeños pueblos montañeses. Jóvenes músicos tienen pocas fuentes de ingreso para lanzar sus carreras. Hay escaso financiamiento público de los géneros musicales populares, que las elites dominantes desdeñan como ‘basura de las clases bajas', según Wald.
Los traficantes de drogas son a menudo las únicas personas ricas en los pueblos montañeses de estados como Sinaloa, un semillero de actividades de los carteles. En las situaciones más extremas, el músico se puede convertir casi en un siervo de sus patrocinadores de la mafia.
"Existen los que se dedican a cantar para esta gente", dijo en una entrevista Alfredo Ramírez Corral, vocalista de Los Creadores del Pasito Duraguense. Pero Corral, cuyo grupo canceló en diciembre una presentación en Michoacán, se mostró reticente a criticar a los músicos que trabajan para los narcotraficantes, diciendo que "cada uno hace lo que hace para ganarse la vida".
Los traficantes se sienten atraídos por los espectáculos musicales porque proporcionan un modo fácil de blanquear dinero. Hay otras opciones fáciles, pero ninguna es tan prestigiosa culturalmente. Es el glamour del mundo de la música lo que lo hace irresistible para narcotraficantes, dijo Rolando Coro, un conocido pinchadiscos de Radio La Tremenda de Morelia.
"Los narcotraficantes vienen a los bailes y piden whiskey caro, no sólo un vaso, sino toda una botella", dijo Coro. "Van siempre rodeados de mujeres guapas. Para ellos es divertido".
Las bandas que hacen tratos con los narcotraficantes consiguen considerable ventaja sobre sus competidores. Tzin Tzun, el promotor, los reconoce fácilmente.
"Llegan al pueblo con los equipos más caros, equipos de Alemania, cosas que cuestan miles de dólares", dijo. "Pero nadie ha oído hablar de esos tíos. Ayer estaban en el rancho, hoy están en las carteleras".
Pero el apoyo de un narcotraficantes tiene sus condiciones. Los traficantes esperan un alto porcentaje de las ganancias -a veces el veinte por ciento, o más- y reaccionan violentamente si no obtienen lo que creen que se les debe, dicen personas de la industria de la música. Sin embargo, las bandas corren el riesgo.
"Las bandas empiezan a ganar popularidad y a veces se quieren quedar con más dinero", dijo Tzin Tzun.
Los narcotraficantes pueden esperar que los músicos acudan de inmediato a sus llamados. Pero los líderes de las bandas, especialmente los que logran importantes éxitos comerciales, a veces se cansan de tener que modificar sus programas para acomodarse a los deseos de sus patrocinadores.
"Imagina que un capo te ha apoyado desde que eras niño", dice Wald. "Ahora su hija está de cumpleaños y tú prefieres la actuación en Morelia, donde ganas cien mil dólares".
Las consecuencias de esas intransigencias pueden ser fatales, dicen personas de la industria.
La proximidad con los narcotraficantes también puede conducir a otros embrollos peligrosos. Fuentes de la industria de la música han teorizado que algunos de los cantantes asesinados el año pasado pueden haber estado metidos en relaciones románticas con las mujeres y amantes de los peces gordos de la droga, o simplemente los jefes de los carteles pueden sentir celos de los bien parecidos músicos.
"Faldas", dice Coro. "Es por eso que hablan tanto de eso. Músicos persiguiendo faldas".

Una Semana de Lágrimas
El acceso de violencia contra los músicos en el estado de Michoacán empezó hace un año, casi al mismo tiempo que el presidente mexicano Felipe Calderón, nativo de Michoacán, lanzaba aquí una ofensiva militar contra los carteles de la droga. El 14 de diciembre, tres días después de la llegada de más de seiscientos soldados y agentes de la policía federal, Javier Morales Gómez, líder de la popular banda Los Implacables del Norte, fue asesinado a balazos en Michoacán. Sergio Gómez -no está relacionado con Javier Morales Gómez- había cantado narcocorridos con títulos como ‘Contrato con la muerte'.
Dos meses después, cuatro miembros de la Banda Fugaz fueron asesinados a balazos en el centro de Puruarán, después de un concierto. Un quinto miembro de la banda sobrevivió el ataque.
Entonces pareció volver la calma. En la primavera, verano y otoño no murió nadie en Michoacán. Sergio Gómez, que creció en Michoacán, debía presentarse en un gran espectáculo en diciembre y los billetes se vendieron rápidamente. La decisión de tocar en Michoacán sorprendió aquí a muchos. Coro dijo que el año anterior Sergio Gómez había cancelado un concierto en medio de rumores de que había ofendido a un violento narcotraficante.
Cuando Sergio Gómez estaba preparando su aparición, la industria de la música fue sacudida por las noticias que venían del extremo norte de México. Los peores seis días de la reciente historia de la música mexicana estaban por empezar.
El viernes 30 de noviembre, Zayda Peña, 28, cantante de Zayda y Los Culpables, recibió un disparo en la nuca en Matamoros, al otro lado de la frontera de Brownsville, Texas. Fue llevada a toda prisa al hospital. Pero un asesino a sueldo entró a su cuarto el 1 de diciembre, y le disparó una bala en el corazón. Murió instantáneamente.
Esa noche, Sergio Gómez se acercó al micrófono en Morelia, casi ochocientos kilómetros al sur. Horas después de su actuación, a eso de las tres de la mañana del 2 de diciembre, fue secuestrado. Su cuerpo fue encontrado al día siguiente.
No parece haber una conexión entre el asesinato de Sergio Gómez y el de Peña. Sin embargo, la violencia no había terminado. Pocos días después, encontraron el cuerpo de José Luis Aquino, trompetista de la banda Los Conde en Oaxaca, al sur del país. Tenía las manos y pies atados y su cabeza cubierta por una bolsa de plástico.
Debería haber sido una semana alegre para el candente mundo musical mexicano, en lugar de una semana de lágrimas y misas fúnebres. Las nominaciones al Grammy debían anunciarse el jueves 6 de diciembre y se pensaba que las bandas mexicanas lo harían bien.
Las nominaciones transcurrieron como se pensaba. Cuando se anunció la categoría Álbum de Banda, la lista estaba repleta de la realeza musical mexicana. Pero también fue un recordatorio de la violencia que atormenta al país.
Uno de los cinco nominados, el cantante Lupillo Rivera, había sobrevivido después de que su todoterrenos recibiera siete impactos de bala en diciembre de 2006. Otros dos nominados, Elizalde y Sergio Gómez -que fue nominado con su banda- estaban muertos.

3 de enero de 2008
26 de diciembre de 2008
©washington post
cc traducción mQh
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