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causa mapuche llegó para quedarse


[Eugenio Tironi] Es la opinión del sociólogo y columnista de El Mercurio, Eugenio Tironi.
Chile. La Iglesia Católica -nuevamente la Iglesia- hubo de mediar para que el Estado chileno flexibilizara su posición, evitando así un hecho que hubiese tenido consecuencias imprevisibles: la muerte de una activista indígena, actualmente presa bajo la ‘Ley Antiterrorista', por efectos de una huelga de hambre en protesta por las medidas disciplinarias a las que está sometida. Este episodio ha sido sólo la punta de un iceberg. En los últimos meses se han venido incrementando las protestas indígenas en el sur, con signos crecientes de violencia.
Lamentablemente, todo indica que esta situación de efervescencia no es pasajera, sino que está aquí para quedarse.
Hace algunos meses se efectuó una encuesta ( www.ecosocialsurvey.org) que cubrió la población de las grandes ciudades de siete países latinoamericanos (México, Guatemala, Colombia, Brasil, Perú, Argentina y Chile). Ésta contiene una serie de preguntas sobre la identificación étnica y sus efectos. El sociólogo brasileño Simón Schwartzman analizó estos datos en un libro de Cieplan que saldrá en abril; pero en momentos en que el asunto está en el debate público, vale quizás la pena echarles una breve mirada.
Lo primero que llama la atención es que, si bien la autoclasificación de indígena desde el punto de vista racial es baja (apenas dos por ciento), un cuarto de los encuestados se clasifica a sí mismo como "mezcla de blanco con indígena". El vínculo con lo indígena está, por lo tanto, bastante internalizado, incluso en la población urbana. La proporción de quienes se autoclasifican como indígenas o mestizos (un quinto) y que declaran "pertenecer" culturalmente a un pueblo indígena es elevada: 85 por ciento en el primer caso y 43 en el segundo. La ‘causa' indígena, por lo que se ve, tiene un sustrato cultural significativo.
Si se analiza ese grupo de la población urbana que se declara indígena, veremos que tiene menos acceso a los bienes y servicios propios de la modernidad (teléfono, TV cable, auto, moto, computadora, internet, etcétera) que el resto de la población, y la proporción que sólo ha accedido a la educación primaria más que duplica al promedio. Se trata, pues, de un grupo que vive en una clara condición de marginalidad.
Se les preguntó a los encuestados si se han sentido discriminados, entre otras causas, "por el color de su piel, raza o etnia". En Chile, este sentimiento no es particularmente alto, pero presenta un rasgo curioso: es el único país donde la percepción de discriminación se incrementa según aumenta el nivel educacional; pasa de 12 por ciento entre quienes tienen sólo primaria, para llegar a 29 por ciento entre quienes poseen educación superior. En otras palabras, y a diferencia de todos los demás países, en Chile la educación no crea un sentimiento de integración a la sociedad, sino que acrecienta el sentimiento de segregación. Algo está fallando en el sistema, y la prueba está en esos activistas que protagonizan los conflictos en el sur, la mayoría con formación universitaria.
El Gobierno ha creado la figura inédita de un "alto comisionado" a cargo de coordinar todas las políticas públicas referidas a la "cuestión indígena". Esta medida parece adecuada, pero no es mucho lo que vamos a lograr si no se ataca el problema básico: hacer de la sociedad chilena una máquina de integración y acogida, no de marginación y discriminación del mundo indígena. Esto nos podría ahorrar dramáticos conflictos futuros; pero, sobre todo, nos permitiría dar un salto hacia la creación de una sociedad multicultural, una sociedad realmente moderna.

7 de febrero de 2008
5 de febrero de 2008
©el mercurio
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