ciudad en manos de la violencia
[Jeffrey Gettleman] Ciudad keniata en poder de bandas étnicas.
Kisumu, Kenia. La avenida de Odinga Odinga, la principal arteria de la ciudad, es un testamento a la rabia. Decenas de tiendas ha sido saqueadas, incendiadas y destruidas por grupos de saqueadores y luego limpiadas por un ejército de niños de la calle adictos al pegamento que recogen todo lo que encuentran. El arrasado supermercado Ukwala parecía haber sido destruido por una bomba en su interior. Las puertas de Zamana Electronic están torcidas.
La gente aquí dice que esto es apenas el principio.
"¡No nos rendiremos nunca!", aulló un hombre que asistía a una manifestación convocada el sábado por los líderes de la oposición.
"¡Queremos armas, armas!", gritó otro.
Mientras gran parte de Kenia está tratando de volver a la normalidad después de una semana de violencia post-electoral que ya se ha cobrado la vida de más de trescientas personas en todo el país, Kisumu, la tercera ciudad de Kenia, todavía tiembla de rabia. Pocos lugares han sido tan completamente destruidos por la turbulencia como este.
Mientras los líderes de Kenia todavía no logran salir del impasse pese a los esfuerzos de Jendayi E. Frazer, la secretario de estado adjunta para África de Estados Unidos que se reunió con ambos bandos el sábado, parece que las tensiones continuarán peligrosamente durante un tiempo.
Kisumu es el bastión de Raila Odinga, el líder de la oposición que dice que le quitaron la presidencia mediante fraude electoral. La principal avenida de la ciudad lleva el nombre de su padre, un héroe local.
La gente aquí ha seguido tan de cerca la elección que recuerdan el momento exacto el sábado pasado cuando el conteo de votos cambió repentinamente y Mwai Kibaki, presidente de Kenia, pasó de ir arrastrándose detrás a ganar los comicios con un sospechoso y estrecho margen.
La ciudad estalló, y una turba furiosa arremetió por la calle de Odinga Odinga. Los grandes locales comerciales fueron reducidos a cenizas. El combustible, los alimentos y el crédito de celulares empezaron a escasear. Y unas dos mil personas de la tribu de Kibaki, los kikuyu, están acampando frente a la comisaría de policía, tratando de escapar de la ola de asesinatos en represalia.
"Si me quedo, me lincharán", dijo Waweru Mburu, kikuyu, mientras esperaba nerviosamente frente al supermercado, uno de los dos que siguen abiertos en esta ciudad de medio millón de personas. Su esposa ha estado esperando durante horas, para comprar leche.
Camiones transportando a kikuyu y a los evacuados de otra tribu, los kisii, muchos de los cuales apoyaron a Kibaki, son abucheados cuando salen de la ciudad. Los que abuchean son fundamentalmente luo, como Odinga, que viven aquí en grandes cantidades.
"¡Traidores!", gritaron algunos luo el sábado al paso de los camiones.
La gente de ambos bandos dice que las tensiones no se aliviarán mientras los líderes políticos de Kenia se nieguen a negociar, que ha sido la situación desde las elecciones del 27 de diciembre.
El sábado, Kibaki indicó que estaba dispuesto a formar un "gobierno de unidad nacional". Odinga no rechazó la propuesta enteramente, pero dijo que no estudiará ninguna propuesta mientras los dos lados no se sienten a negociar en presencia de intermediarios extranjeros.
Inicialmente el gobierno rechazó la ayuda extranjera, pero parece haber cedido ligeramente. Envió un diplomático a Ghana para discutir un posible papel de la Unión Africana, según Reuters.
Frazer se reunió separadamente con Kibaki y Odinga, y les instó a trabajar juntos para solucionar la crisis, que ha mellado la imagen de Kenia como uno de los países más estables de África y podría sufrir daños económicos permanentes si la paz no se restaura pronto.
Parece que el ambiente está más propicio para las negociaciones. ‘Hay un pequeño progreso", dijo Salim Lone, portavoz de Odinga.
Los keniatas están esperando. Algunas zonas, como la capital, se han calmado considerablemente. En el valle del Rift, la zona más afectada por la violencia, se han reportado en los últimos días menos asesinatos, pero decenas de miles de personas han sido expulsadas de sus hogares y necesitan alimento.
En Kisumu los asesinatos han cesado. Pero los bancos se están quedando sin dinero, pocas tiendas han vuelto a abrir sus puertas y el saqueo continúa.
También hay oportunismo. La rabia que azotó la ciudad fue selectiva, atacando preferentemente tiendas de electrodomésticos, quioscos de celulares y zapaterías, pero sin tocar, por ejemplo, los negocios de telas.
El sábado Monica Awino recorrió de puntillas la arrasada zapatería Bata de aquí. Había fragmentos de cristal en todas partes. Antes trabajaba aquí. Ahora no tiene trabajo. Ya no tendrá empleo ni después de Navidad ni para la época en que empiecen las clases en la escuela.
"Tengo rabia con todos", dijo.
Más arriba en la calle, Bernard Ndede, maestro de inglés en la secundaria, miraba a los niños de la calle escarbar cuidadosamente entre los escombros en el suelo de un supermercado incendiado, como si fueran arqueólogos urbanos.
Dijo que no aprobaba el saqueo, pero entendía la rabia.
"Ese día la gente despertó temprano para votar por el cambio", dijo, refiriéndose al día de la elección y los millones de personas que votaron por Odinga. "Se sintieron robadas".
Para algunos, la desilusión fue letal. El sábado, Albert Ojonyo, un vendedor de seguros, fue a la morgue de la ciudad a recoger el cuerpo de su hermano Daniel. En los violentos incidentes post-electorales murieron asesinadas más de cuarenta personas. Muchos cuerpos no han sido todavía identificados y esperan en un sofocante cuarto bajo mantas de tela roja que dejan asomar sus pies.
Ojonyo dijo que su hermano, que tenía veintisiete años, recibió un balazo en la cabeza, muy probablemente disparado por agentes de policía que intentaban controlar a los saqueadores.
"Daniel estaba indignado por las elecciones", dijo. "Después de eso se convirtió en un hombre amargado".
La gente aquí dice que esto es apenas el principio.
"¡No nos rendiremos nunca!", aulló un hombre que asistía a una manifestación convocada el sábado por los líderes de la oposición.
"¡Queremos armas, armas!", gritó otro.
Mientras gran parte de Kenia está tratando de volver a la normalidad después de una semana de violencia post-electoral que ya se ha cobrado la vida de más de trescientas personas en todo el país, Kisumu, la tercera ciudad de Kenia, todavía tiembla de rabia. Pocos lugares han sido tan completamente destruidos por la turbulencia como este.
Mientras los líderes de Kenia todavía no logran salir del impasse pese a los esfuerzos de Jendayi E. Frazer, la secretario de estado adjunta para África de Estados Unidos que se reunió con ambos bandos el sábado, parece que las tensiones continuarán peligrosamente durante un tiempo.
Kisumu es el bastión de Raila Odinga, el líder de la oposición que dice que le quitaron la presidencia mediante fraude electoral. La principal avenida de la ciudad lleva el nombre de su padre, un héroe local.
La gente aquí ha seguido tan de cerca la elección que recuerdan el momento exacto el sábado pasado cuando el conteo de votos cambió repentinamente y Mwai Kibaki, presidente de Kenia, pasó de ir arrastrándose detrás a ganar los comicios con un sospechoso y estrecho margen.
La ciudad estalló, y una turba furiosa arremetió por la calle de Odinga Odinga. Los grandes locales comerciales fueron reducidos a cenizas. El combustible, los alimentos y el crédito de celulares empezaron a escasear. Y unas dos mil personas de la tribu de Kibaki, los kikuyu, están acampando frente a la comisaría de policía, tratando de escapar de la ola de asesinatos en represalia.
"Si me quedo, me lincharán", dijo Waweru Mburu, kikuyu, mientras esperaba nerviosamente frente al supermercado, uno de los dos que siguen abiertos en esta ciudad de medio millón de personas. Su esposa ha estado esperando durante horas, para comprar leche.
Camiones transportando a kikuyu y a los evacuados de otra tribu, los kisii, muchos de los cuales apoyaron a Kibaki, son abucheados cuando salen de la ciudad. Los que abuchean son fundamentalmente luo, como Odinga, que viven aquí en grandes cantidades.
"¡Traidores!", gritaron algunos luo el sábado al paso de los camiones.
La gente de ambos bandos dice que las tensiones no se aliviarán mientras los líderes políticos de Kenia se nieguen a negociar, que ha sido la situación desde las elecciones del 27 de diciembre.
El sábado, Kibaki indicó que estaba dispuesto a formar un "gobierno de unidad nacional". Odinga no rechazó la propuesta enteramente, pero dijo que no estudiará ninguna propuesta mientras los dos lados no se sienten a negociar en presencia de intermediarios extranjeros.
Inicialmente el gobierno rechazó la ayuda extranjera, pero parece haber cedido ligeramente. Envió un diplomático a Ghana para discutir un posible papel de la Unión Africana, según Reuters.
Frazer se reunió separadamente con Kibaki y Odinga, y les instó a trabajar juntos para solucionar la crisis, que ha mellado la imagen de Kenia como uno de los países más estables de África y podría sufrir daños económicos permanentes si la paz no se restaura pronto.
Parece que el ambiente está más propicio para las negociaciones. ‘Hay un pequeño progreso", dijo Salim Lone, portavoz de Odinga.
Los keniatas están esperando. Algunas zonas, como la capital, se han calmado considerablemente. En el valle del Rift, la zona más afectada por la violencia, se han reportado en los últimos días menos asesinatos, pero decenas de miles de personas han sido expulsadas de sus hogares y necesitan alimento.
En Kisumu los asesinatos han cesado. Pero los bancos se están quedando sin dinero, pocas tiendas han vuelto a abrir sus puertas y el saqueo continúa.
También hay oportunismo. La rabia que azotó la ciudad fue selectiva, atacando preferentemente tiendas de electrodomésticos, quioscos de celulares y zapaterías, pero sin tocar, por ejemplo, los negocios de telas.
El sábado Monica Awino recorrió de puntillas la arrasada zapatería Bata de aquí. Había fragmentos de cristal en todas partes. Antes trabajaba aquí. Ahora no tiene trabajo. Ya no tendrá empleo ni después de Navidad ni para la época en que empiecen las clases en la escuela.
"Tengo rabia con todos", dijo.
Más arriba en la calle, Bernard Ndede, maestro de inglés en la secundaria, miraba a los niños de la calle escarbar cuidadosamente entre los escombros en el suelo de un supermercado incendiado, como si fueran arqueólogos urbanos.
Dijo que no aprobaba el saqueo, pero entendía la rabia.
"Ese día la gente despertó temprano para votar por el cambio", dijo, refiriéndose al día de la elección y los millones de personas que votaron por Odinga. "Se sintieron robadas".
Para algunos, la desilusión fue letal. El sábado, Albert Ojonyo, un vendedor de seguros, fue a la morgue de la ciudad a recoger el cuerpo de su hermano Daniel. En los violentos incidentes post-electorales murieron asesinadas más de cuarenta personas. Muchos cuerpos no han sido todavía identificados y esperan en un sofocante cuarto bajo mantas de tela roja que dejan asomar sus pies.
Ojonyo dijo que su hermano, que tenía veintisiete años, recibió un balazo en la cabeza, muy probablemente disparado por agentes de policía que intentaban controlar a los saqueadores.
"Daniel estaba indignado por las elecciones", dijo. "Después de eso se convirtió en un hombre amargado".
18 de febrero de 2008
6 de enero de 2006
©new york times
cc traducción mQh
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