el instinto moral 3
[Steven Pinker] Muchos temen que la moral sea un truco del cerebro. Razón y racionalización.
No es solamente el contenido de nuestros juicios morales el que es a menudo cuestionable, sino también el modo en que llegamos a ellos. Nos gusta creer que cuando tenemos una convicción, hay buenas razones que explican porqué la adoptamos. Por eso es que una vieja tendencia de la psicología moral, encabezada por Jean Piaget y Lawrence Kohlberg, trató de documentar los razonamientos que llevaban a la gente a sacar conclusiones morales. Pero consideremos antes las siguientes situaciones, diseñadas originalmente por el psicólogo Jonathan Haidt:
-Durante las vacaciones universitarias de verano, Julie viaja por Francia con su hermano Mark. Una noche deciden que sería interesante y divertido hacer el amor. Julie ya tomaba pastillas anticonceptivas, pero Mark usa un condón, para estar seguro. Los dos disfrutan del sexo, pero deciden no volver a hacerlo. Mantienen lo que ocurrió esa noche como un secreto especial, que los hace sentirse más cerca uno del otro. ¿Qué piensa sobre eso: estuvo bien que hicieran el amor?
-Una mujer está ordenando su armario y encuentra una vieja bandera estadounidense. Ya no quiere la bandera, así que la corta en pedazos y la usa para trapear el baño.
-El perro de la familia muere atropellado por un coche frente a su casa. Han oído que la carne de perro es deliciosa, así que cortan el cuerpo del perro y lo cocinan para la cena.
La mayoría de la gente declara inmediatamente que estos actos son malos y luego tratan de explicar porqué. No es fácil. En el caso de Julie y Mark, la gente plantea la posibilidad de que sus hijos pudieran nacer con taras, aunque se les recuerde que la pareja usó anticonceptivos. Sugieren que los hermanos podrían sufrir secuelas emocionales, pero la historia deja en claro que no las tuvieron. Dicen que su conducta podría ofender a la comunidad, pero luego recuerdan que la mantuvieron en secreto. Finalmente muchos admiten: "No sé, no puedo explicarlo. Simplemente sé que es malo". Haidt dice que la gente, en general, no razona sobre cuestiones morales, sino que confecciona racionalizaciones morales: empiezan con la conclusión, provocada por una emoción inconsciente, y luego avanzan retrospectivamente hacia una justificación plausible.
La brecha entre las creencias de la gente y sus justificaciones también se advierte en el nuevo cajón de arena favorito de los psicólogos morales, un experimento mental diseñado por los filósofos Philippa Foot y Judith Jarvis Thompson llamado el Dilema del Tranvía. En su paseo de la mañana ve a un tranvía precipitándose por los rieles, con el conductor desplomado sobre los controles. En la ruta del tranvía hay cinco hombres trabajando en los rieles, ignorantes del peligro. Usted está parado en la bifurcación del tranvía y puede mover la palanca que desviará al carro hacia un ramal, lo que salvará la vida de los cinco trabajadores. Desgraciadamente el tranvía arrollaría entonces a un operario que está trabajando en el ramal. ¿Es permisible empujar la palanca, matando a un hombre para salvar a cinco? Casi todo el mundo dice ‘sí'.
Consideremos ahora otra escena. Está en un puente que da sobre los rieles y ha divisado el tranvía desbocado acercándose hacia los cinco trabajadores. Ahora el único modo de parar al tranvía es arrojando un objeto pesado en su ruta. Y el único objeto pesado al alcance es un hombre gordo que está parado junto a usted. ¿Debería empujar al gordo? Ambos dilemas le ofrecen la opción de sacrificar a una vida para salvar a cinco, y así, según la norma utilitaria de lo que sería lo mejor para el bien de la mayoría, los dos dilemas son moralmente equivalentes. Pero la mayoría de la gente no lo ve de ese modo: aunque en el primer dilema jalarían la palanca, en el segundo no empujarían al gordo.
Cuando se les pregunta por qué, no dicen nada coherente, aunque los filósofos morales tampoco la han pasado muy bien describiendo una diferencia relevante.
Cuando los psicólogos dicen "la mayoría de la gente" normalmente quieren decir "la mayoría de las dos docenas de estudiantes de primer año que han rellenado el cuestionario para tener dinero con que comprar cerveza". Pero en este caso quiere decir la mayoría de las doscientas mil personas de cien países que compartieron sus intuiciones en un experimento en la red realizado por los psicólogos Fiery Cushman y Liane Young y el biólogo Marc Hauser. Se constató una diferencia entre la aceptabilidad de jalar la palanca y de empujar al gordo, y la incapacidad de justificar la opción, entre encuestados de Europa, Asia y Norte y Sudamérica; entre hombres y mujeres, blancos y negros, adolescentes y octogenarios, hindúes, musulmanes, budistas, cristianos, judíos y ateos; y entre gente con educación básica y gente con doctorados en filosofía.
Joshua Greene, filósofo y neurólogo cognitivo, sugiere que la evolución dotó a la gente con el rechazo innato a maltratar a personas inocentes. Este instinto, sugiere, tiende a superar cualquier cálculo utilitario sobre las vidas salvadas y perdidas. El impulso contra el maltrato hacia otro ser humano explicaría otros ejemplos en los que la gente desiste de matar a uno para salvar a muchos, como aplicar eutanasia a un paciente en un hospital para cosechar sus órganos y salvar la vida de pacientes moribundos que necesitan transplantes, o arrojar a alguien al agua para mantener a flote un bote salvavidas en alta mar.
En sí misma, esta no sería más que una historia posible, pero Greene se unió con el neurólogo cognitivo Jonathan Cohen y varios colegas de Princeton para escudriñar el cerebro de la gente utilizando una imagen de resonancia magnética funcional. Trataron de encontrar signos de conflicto entre áreas del cerebro asociadas con las emociones (las que rechazan dañar a una persona) y áreas dedicadas al análisis racional (las que calculan entre vidas salvadas y vidas perdidas).
Cuando la gente sopesó los dilemas que exigían matar a alguien con sus propias manos, se encendieron varias redes en su cerebro. Una, que incluye las partes medias (las que dan hacia dentro) de los lóbulos frontales, ha sido implicada en las emociones sobre los otros. Una segunda zona, la superficie dorsolateral (que da hacia afuera, arriba) de los lóbulos frontales, ha sido implicada en cálculos mentales permanentes (incluyendo razonamientos no morales, como decidir si llegar a algún lugar en tren o avión). Y una tercera región, la corteza cingulada anterior (una antigua franja evolucionaria que yace en la base de la superficie interior de los hemisferios cerebrales), registra un conflicto entre el impulso de una parte del cerebro y las recomendaciones que provienen de la otra.
Pero cuando la gente estaba sopesando el dilema, como dirigir el tranvía hacia el ramal con un solo trabajador, el cerebro reaccionó de manera diferente: sólo sobresalió el área implicada en los cálculos racionales. Otros estudios han mostrado que los pacientes neurológicos que tienen las emociones embotadas debido a daños en sus lóbulos frontales, se convierten en utilitaristas: piensan que es lógico empujar al gordo contra los rieles. Los hallazgos corroboran la teoría de Greene de que nuestras intuiciones no utilitarias provienen de la victoria del impulso emocional sobre el análisis de costos y beneficios.
-Durante las vacaciones universitarias de verano, Julie viaja por Francia con su hermano Mark. Una noche deciden que sería interesante y divertido hacer el amor. Julie ya tomaba pastillas anticonceptivas, pero Mark usa un condón, para estar seguro. Los dos disfrutan del sexo, pero deciden no volver a hacerlo. Mantienen lo que ocurrió esa noche como un secreto especial, que los hace sentirse más cerca uno del otro. ¿Qué piensa sobre eso: estuvo bien que hicieran el amor?
-Una mujer está ordenando su armario y encuentra una vieja bandera estadounidense. Ya no quiere la bandera, así que la corta en pedazos y la usa para trapear el baño.
-El perro de la familia muere atropellado por un coche frente a su casa. Han oído que la carne de perro es deliciosa, así que cortan el cuerpo del perro y lo cocinan para la cena.
La mayoría de la gente declara inmediatamente que estos actos son malos y luego tratan de explicar porqué. No es fácil. En el caso de Julie y Mark, la gente plantea la posibilidad de que sus hijos pudieran nacer con taras, aunque se les recuerde que la pareja usó anticonceptivos. Sugieren que los hermanos podrían sufrir secuelas emocionales, pero la historia deja en claro que no las tuvieron. Dicen que su conducta podría ofender a la comunidad, pero luego recuerdan que la mantuvieron en secreto. Finalmente muchos admiten: "No sé, no puedo explicarlo. Simplemente sé que es malo". Haidt dice que la gente, en general, no razona sobre cuestiones morales, sino que confecciona racionalizaciones morales: empiezan con la conclusión, provocada por una emoción inconsciente, y luego avanzan retrospectivamente hacia una justificación plausible.
La brecha entre las creencias de la gente y sus justificaciones también se advierte en el nuevo cajón de arena favorito de los psicólogos morales, un experimento mental diseñado por los filósofos Philippa Foot y Judith Jarvis Thompson llamado el Dilema del Tranvía. En su paseo de la mañana ve a un tranvía precipitándose por los rieles, con el conductor desplomado sobre los controles. En la ruta del tranvía hay cinco hombres trabajando en los rieles, ignorantes del peligro. Usted está parado en la bifurcación del tranvía y puede mover la palanca que desviará al carro hacia un ramal, lo que salvará la vida de los cinco trabajadores. Desgraciadamente el tranvía arrollaría entonces a un operario que está trabajando en el ramal. ¿Es permisible empujar la palanca, matando a un hombre para salvar a cinco? Casi todo el mundo dice ‘sí'.
Consideremos ahora otra escena. Está en un puente que da sobre los rieles y ha divisado el tranvía desbocado acercándose hacia los cinco trabajadores. Ahora el único modo de parar al tranvía es arrojando un objeto pesado en su ruta. Y el único objeto pesado al alcance es un hombre gordo que está parado junto a usted. ¿Debería empujar al gordo? Ambos dilemas le ofrecen la opción de sacrificar a una vida para salvar a cinco, y así, según la norma utilitaria de lo que sería lo mejor para el bien de la mayoría, los dos dilemas son moralmente equivalentes. Pero la mayoría de la gente no lo ve de ese modo: aunque en el primer dilema jalarían la palanca, en el segundo no empujarían al gordo.
Cuando se les pregunta por qué, no dicen nada coherente, aunque los filósofos morales tampoco la han pasado muy bien describiendo una diferencia relevante.
Cuando los psicólogos dicen "la mayoría de la gente" normalmente quieren decir "la mayoría de las dos docenas de estudiantes de primer año que han rellenado el cuestionario para tener dinero con que comprar cerveza". Pero en este caso quiere decir la mayoría de las doscientas mil personas de cien países que compartieron sus intuiciones en un experimento en la red realizado por los psicólogos Fiery Cushman y Liane Young y el biólogo Marc Hauser. Se constató una diferencia entre la aceptabilidad de jalar la palanca y de empujar al gordo, y la incapacidad de justificar la opción, entre encuestados de Europa, Asia y Norte y Sudamérica; entre hombres y mujeres, blancos y negros, adolescentes y octogenarios, hindúes, musulmanes, budistas, cristianos, judíos y ateos; y entre gente con educación básica y gente con doctorados en filosofía.
Joshua Greene, filósofo y neurólogo cognitivo, sugiere que la evolución dotó a la gente con el rechazo innato a maltratar a personas inocentes. Este instinto, sugiere, tiende a superar cualquier cálculo utilitario sobre las vidas salvadas y perdidas. El impulso contra el maltrato hacia otro ser humano explicaría otros ejemplos en los que la gente desiste de matar a uno para salvar a muchos, como aplicar eutanasia a un paciente en un hospital para cosechar sus órganos y salvar la vida de pacientes moribundos que necesitan transplantes, o arrojar a alguien al agua para mantener a flote un bote salvavidas en alta mar.
En sí misma, esta no sería más que una historia posible, pero Greene se unió con el neurólogo cognitivo Jonathan Cohen y varios colegas de Princeton para escudriñar el cerebro de la gente utilizando una imagen de resonancia magnética funcional. Trataron de encontrar signos de conflicto entre áreas del cerebro asociadas con las emociones (las que rechazan dañar a una persona) y áreas dedicadas al análisis racional (las que calculan entre vidas salvadas y vidas perdidas).
Cuando la gente sopesó los dilemas que exigían matar a alguien con sus propias manos, se encendieron varias redes en su cerebro. Una, que incluye las partes medias (las que dan hacia dentro) de los lóbulos frontales, ha sido implicada en las emociones sobre los otros. Una segunda zona, la superficie dorsolateral (que da hacia afuera, arriba) de los lóbulos frontales, ha sido implicada en cálculos mentales permanentes (incluyendo razonamientos no morales, como decidir si llegar a algún lugar en tren o avión). Y una tercera región, la corteza cingulada anterior (una antigua franja evolucionaria que yace en la base de la superficie interior de los hemisferios cerebrales), registra un conflicto entre el impulso de una parte del cerebro y las recomendaciones que provienen de la otra.
Pero cuando la gente estaba sopesando el dilema, como dirigir el tranvía hacia el ramal con un solo trabajador, el cerebro reaccionó de manera diferente: sólo sobresalió el área implicada en los cálculos racionales. Otros estudios han mostrado que los pacientes neurológicos que tienen las emociones embotadas debido a daños en sus lóbulos frontales, se convierten en utilitaristas: piensan que es lógico empujar al gordo contra los rieles. Los hallazgos corroboran la teoría de Greene de que nuestras intuiciones no utilitarias provienen de la victoria del impulso emocional sobre el análisis de costos y beneficios.
24 de febrero de 2008
13 de enero de 2008
©new york times
cc traducción mQh
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