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motín pinochetista en la armada


[Jorge Escalante] El máximo responsable de la Armada ordenó el despido del almirante (R) Kenneth Gleiser Joo, del Hospital Naval de Talcahuano, quien había atacado al alto mando por no proteger a los oficiales investigados por la desaparición del sacerdote Miguel Woodward.
Santiago, Chile. Los 80 almirantes retirados llegaron puntuales a la cita. Uno de ellos, Kenneth Gleiser Joo, quemaba las naves rebelándose con una declaración cuero de diablo.
La reunión, convocada con premura por el comandante en jefe de la Armada, almirante Rodolfo Codina, no tenía precedentes en la Marina desde el reinicio de la democracia.
El corazón del conflicto volvía a ser la Esmeralda, usada como buque-prisión después del golpe de 1973. Y Gleiser era uno de los cinco altos oficiales retirados que la jueza Eliana Quezada citó a declarar a bordo de la nave el pasado 12 de diciembre.
Las torturas a los detenidos en el buque-escuela y la muerte y desaparición del sacerdote Miguel Woodward eran los espectros que esa mañana acechaban en cubierta.
El 30 de enero de 2008, día del encuentro de los 80 marinos en retiro con el almirante Codina, había transcurrido ya más de un mes desde la diligencia judicial en el molo de abrigo porteño. Pero la bola seguía rodando, arrastrando más nieve y barro a su paso.
Porque si bien Gleiser se allanó ese día a subir a bordo, demandado por la magistrada, no perdonó lo que consideró una ofensa y abrió los fuegos.
El lugar de la reunión, la antigua Escuela Naval, frente al Paseo 21 de Mayo del Cerro Playa Ancha, brindaba ese día el nostálgico paisaje de la bahía de Valparaíso. Pero ninguno reparó en él, pues la convocatoria era "para que volaran plumas", según uno de los asistentes.
El almirante Gleiser, médico neurocirujano de profesión -en la Marina todos se nombran almirantes cuando integran ese cuerpo, a pesar de que hay contraalmirantes, vicealmirantes y un solo almirante, que corresponde al comandante en jefe-, había ido muy lejos.
Terminada la indagatoria, se fue a su casa y redactó la denuncia que envió por e-mail al resto de los almirantes en retiro. Sus iracundas palabras las publicó el diario El Observador, de Viña del Mar, el 19 de enero pasado.
El texto llegó a ese diario a través de un tercero que dijo ser "enviado" por Gleiser, cuestión que éste después negó a través del mismo medio, pero sin desconocer el contenido.
"Se han atropellado las más rancias tradiciones y reglamentos de la Armada. Un buque fue abordado por otro poder del Estado y su comandante se quedó sin mando por siete horas. La Armada se avergonzó de sus oficiales y los escondió", escribió Gleiser.
Unos párrafos antes también dijo que, cuando le tocó su turno y la jueza le ordenó subir a cubierta junto a los otros cuatros capitanes de navío retirados, "subí a un buque fantasma". Y a continuación lanzó otro flechazo: "El comandante [del barco] y el abogado Figari [de la Fiscalía Naval] estaban escondidos".
Por ello su frase de "la Armada se avergonzó de sus oficiales y los escondió". El comandante de la Esmeralda era en ese momento el capitán de navío Humberto Ramírez Navarro, que hoy se desempeña como jefe de gabinete de la subsecretaria de Marina, Carolina Echeverría.
El ex jefe de Sanidad Naval de la Armada y ex director del Hospital Naval de Talcahuano dijo también en su denuncia que esa mañana "a este almirante y a los cuatro oficiales superiores se nos hizo esperar en el vehículo a pleno sol por tres horas [...]. Ningún oficial se presentó a ofrecernos un vaso de agua [...]. Se le informó [de la situación] al almirante Millar [Cristián, comandante entonces de la Primera Zona Naval], y éste contestó que no podía intervenir".

Adherentes y Acompañantes
El correo electrónico, medio que usó Gleiser para difundir el texto de su protesta al interior del cuerpo de almirantes en retiro, comenzó a circular masivamente, recibiendo comentarios tanto o más incisivos contra la jefatura naval.
El abogado y dirigente gremial camionero Mauricio Cordaro Dougnac afirmó: "He recibido con estupor e indignación el e-mail. Daré a conocer públicamente estos insólitos hechos en el programa radial que mantengo en Portales de Valparaíso".
Un tal "Carlos Contador" que sería un coronel (R) de Ejército, asiduo escritor en las páginas nostálgicas de la dictadura que circulan en la red se sumó en la red electrónica a las críticas: "Es increíble que pase esto y especialmente en la Armada, que siempre defendió a los suyos y que su mayor valor ha sido la caballerosidad y el honor. Me puse en la situación del almirante y de los navíos, y me puse rojo de rabia y vergüenza".
Esa mañana, Gleiser estuvo acompañado en el molo por los capitanes de navío (R) Ricardo Riesco, Eduardo Barison, Humberto Santamaría y Tomás Ilich.
En 1973, Riesco era instructor de los guardiamarinas recién egresados de la Escuela Naval que cumplían su instrucción a bordo de la Esmeralda, y desde allí pasó a integrar el grupo de oficiales prácticamente todos infantes de Marina que se encargaron de la represión en los principales centros de detención de Valparaíso los primeros meses después del golpe militar: la Academia de Guerra Naval y el Cuartel Silva Palma en el Cerro Playa Ancha.
Barison era el segundo jefe de la Esmeralda, al mando del comandante Jorge Sabugo, ya fallecido. Y Santamaría e Ilich eran los oficiales de guardia el día en que Woodward llegó al barco, entre el 16 y el 20 de septiembre de 1973.

Habla Codina
Pero aquel 30 de enero, en la antigua Escuela Naval del Cerro Artillería, el almirante Codina golpeó la mesa. Las cosas habían llegado muy lejos, teniendo en cuenta que los ataques se debían a que se había cumplido con las disposiciones de una jueza que investigaba tan delicados y dramáticos asuntos.
Lo primero que hizo fue ordenar que Gleiser, a causa de sus dichos, fuese despedido del Hospital Naval de Talcahuano, donde prestaba sus servicios como médico.
A pesar de estar de vacaciones en Puyehue, el comandante en jefe de la Armada contestó la llamada de LND. "Efectivamente, esa reunión la cité porque las cosas estaban yendo muy lejos y se estaba maltratando a la institución y su mando. También ordené que se despidiera al almirante Gleiser por desleal, porque alguien que ofende así no puede seguir trabajando para la Armada", dijo Codina, relajado.
"Para la fecha en que fue la reunión, el 30 de enero, llegaron muchos, alrededor de 80 almirantes en retiro. Recibí el apoyo de la gran mayoría, e incluso el almirante Douglas Aschcroft, que inicialmente había apoyado a Gleiser, me ofreció públicas disculpas", afirmó.
El almirante Codina fue más allá y desmintió a Gleiser: "No es verdad que ese día se les mantuviera encerrados en un vehículo por tres horas en el molo, porque todos se pudieron bajar mientras esperaban que la magistrada los llamara, e incluso caminaron por el molo y subieron a otros barcos de la institución". Por tanto, sostiene que decir que no les dieron ni un vaso de agua "es falso", porque lo pudieron tomar en cualquier parte.
"Hay que entender que la Armada tiene que cumplir con las disposiciones judiciales en un Estado de derecho y en una democracia, y ello no significa pasar por encima del honor de nadie ni denigrar a la institución", manifestó. Para el comandante en jefe, quien retoma sus funciones los primeros días de marzo, el problema "está resuelto".
Y para fijar su posición ante la Marina y la oficialidad en retiro redactó un comunicado que envió internamente.
"Este almirante reitera que, con la misma intensidad con que seguirá velando por los mejores destinos de todo el personal en retiro, no aceptará actos o conductas que atenten contra el prestigio, dignidad y honor de nuestra institución. Esto, en la convicción de que la lealtad para con la Armada y el mando naval es una obligación irrenunciable, siendo su preservación y práctica el único camino para mantener en alto los valores trascendentes de nuestra institución. En esto, el compromiso es de todos los oficiales, tanto en servicio como en retiro, y debemos asumirlo con el máximo de acuciosidad y rigurosidad", dice el párrafo final de la ‘Posición institucional respecto a críticas expresadas por el contraalmirante (R) Kenneth Gleiser, vía correo electrónico', que firmó el almirante Codina.

En el Punto Penal
El contraalmirante (R) Kenneth Gleiser está en duros aprietos, y no precisamente porque lo despidieran del hospital donde trabajaba o porque el almirante Codina lo llamase a terreno. Gleiser es uno de los candidatos a ser procesados por el crimen de Woodward, al menos como encubridor, en la resolución que la jueza Quezada dictaría en marzo.
Aunque inicialmente negó todo, al final reconoció ante las evidencias, como varios de los oficiales (R) de la Armada indagados en esta causa.
Gleiser no sólo vio a Woodward moribundo cuando llegó a la Esmeralda, sino que subió con él a bordo para examinarlo y ordenó que lo trasladaran de urgencia al Hospital Naval, entonces en Playa Ancha, en cuyo trayecto murió y su cuerpo desapareció para siempre.
La bitácora de la nave, entregada por la Armada a la jueza, y testigos, señalan al médico que llegó a integrar el cuerpo de almirantes. "Venía con los órganos internos destrozados y no tenía posibilidades de sobrevivir", fue la cuenta que Gleiser dio ese día a su comandante en el crucero Latorre, capitán Carlos Fanta, hoy fallecido. Desde ese barco bajó el médico a examinar al sacerdote.
La magistrada también debe resolver si, por distintos niveles de participación, encausa a otros oficiales (R). Entre ellos está el almirante (R) Guillermo Aldoney Hansen, que en 1973 era jefe del Estado Mayor de la Primera Zona Naval de Valparaíso, y supo del estado en que el sacerdote llegó al barco e hizo las gestiones para que Gleiser llegara a la Esmeralda desde el Latorre.
"Tenía una pulmonía", declaró Aldoney en el proceso, mientras que a la Comisión Rettig dijo el 22 de octubre de 1990: "Lo de Woodward fue un accidente". Y agregó: "Por este hecho no se inició una investigación".
Se estableció judicialmente que Woodward fue llevado primero a la Academia de Guerra Naval, donde habría sido duramente torturado, y desde allí conducido a la Esmeralda. La comandancia de esa academia la asumió tras el golpe de Estado el capitán de navío Sergio Barra von Kretschmann, un relevante hombre de la Armada que participó en la DINA y está procesado ya en otras causas.
El mando operativo de ese centro de tortura, bautizado irónicamente por los detenidos como ‘El palacio de la risa', lo tenía el entonces capitán de corbeta Juan Mackay Barriga, que también llegó después al cuerpo de almirantes. Por ello, Barra y Mackay están en la ‘lista de espera' de la magistrada Quezada. Mackay es el vicepresidente del cuerpo de almirantes en retiro, que preside Rigoberto Cruz-Johnson.
La indagatoria identificó asimismo al jefe de la patrulla naval que apresó al sacerdote y lo condujo a la Academia de Guerra de quien mantendremos en reserva su identidad para no entrabar la investigación , que también podría tener responsabilidades penales.

24 de febrero de 2008
©la nación
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motivos de una rata


La carta del almirante (r) Gleiser.
Valparaíso, Chile. Estimados, Quiero reseñar a ustedes situación vivida por mí hace algunos días:

1.- Citación, bajo orden de arresto por desacato, por parte de un Inspector de Investigaciones de la Brigada de Derechos Humanos, para comparecer ante la Magistrado Sra. Eliana Quezada en Corte de Apelaciones de Valparaíso en 36 horas.

2.- Efectuados los arreglos para el viaje, me presenté a las 09:00 horas en la Corte. Allí me encontré con cuatro Capitanes de Navío citados. En ese momento se nos comunicó que nos llevarían al buque Escuela Esmeralda, no como reconstitución de escena sino para tomarnos declaración. Se nos trasladó a todos juntos en un furgón de pasajeros pero, custodiados por Investigaciones.

3.- La caravana de vehículos ingresó al molo a través de una cortina de periodistas. En el portalón descendió la Magistrado y un grupo de personas quienes le acompañaron a bordo.

4.- A este Almirante y los cuatro oficiales superiores se nos hizo esperar en el vehículo a pleno sol por 3 horas. En ese lapso no se presentó ni un solo oficial o gente de mar a ofrecernos un vaso de agua o a preguntarnos si es que teníamos alguna necesidad. Estoy cierto, que a través del Señor Director de Sanidad de la Armada, a quien comuniqué lo que estaba sucediendo, se le comunicó al Prizona, Almirante Millar, y éste contestó que no podía intervenir.

5.- Aproximadamente a las 12.30 horas se nos ordenó subir a bordo de un buque fantasma (!!!): en el portalón solo estaba el cabo de guardia. Le pregunté por el Comandante y por el Segundo y tartamudeando me informó que no sabía donde se encontraban (!!!). Se nos condujo a la cámara de oficiales y al descender la escala, medio escondido en la puerta del smoking, se encontraba el Sr. Comandante.

6.- En la cámara estaba constituida la Magistrado y los detectives, además de un grupo de personas que resultaron ser del colectivo de derechos humanos y un familiar de un sacerdote que dicen está desaparecido. En ese ambiente se nos interrogó sin que supiéramos bajo qué condición, si éramos reos, imputados o testigos. Lógicamente, en ausencia de cualquier abogado defensor. Posteriormente me llamó el abogado Figari para darme las disculpas y explicaciones ya que también estaba escondido en el smoking del buque.

7.- Aproximadamente se nos liberó a las 15.30 horas. Sin más explicación.

8.- He creído necesario poner en su conocimiento los hechos sin mas comentarios. Pero, se han atropellado las más rancias tradiciones y reglamentos de la Armada. Un buque de la Armada fue abordado por otro poder del estado y el Comandante se quedó sin mando de su buque por siete horas. La Armada se avergonzó de sus oficiales y los escondió. Cualquiera que fuese la estrategia que se perseguía, "lo cortés no quita lo valiente".

Atentamente saludo a ustedes
Kenneth Gleiser Joo.

24 de febrero de 2008
©la nación
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