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hambruna y países ricos amenazan a áfrica


Mauritania, como gran parte de África, depende de alimentos importados. A medida que se eliminan las barreras comerciales, los pobres se enfrentan a duros dilemas.
[Anthony Faiola] Nouakchott, Mauritania. Incluso antes de que cogiera un cuchillo de carnicero para degollar a la cabra, Likbir Ould Mohamed Mahmoud supo que sólo empeoraría las cosas.
La cabra era un botín vivo en esta árida ciudad al borde del Sahara, que daba a su familia la dulce leche que llenaba sus estómagos al desayuno. Pero como los disparados precios de los alimentos que han afectado a los países más pobres de África, se vio obligado a unirse a muchos de sus vecinos y sacrificar o vender una de sus fuentes de riqueza: su ganado.
Con el sacrificio de su cabra el mes pasado, el jornalero agrícola y cabrero de 39 años cambió la leche del desayuno de la familia por la carne de la cena. Sólo duró unos días. La familia, dijo, no podía pagar los disparados precios de los alimentos básicos. Ahora sus dos hijos lloran de hambre en la mañana. Una mañana hace poco no aguantó más. Llevó la cría de la cabra -uno de los dos últimos animales de su rebaño- al escuálido mercado ganadero de aquí con la esperanza de venderla para comprar comida. "Todo -el trigo, el arroz, el azúcar y el pienso animal- está más caro que nunca antes", dijo. "¿Qué haremos? Pronto no tendremos nada que vender".
Como la mayoría de los países más pobres del mundo, Mauritania quedó atrapada en la trampa global de los alimentos, produciendo sólo el treinta por ciento de lo que consume su pueblo e importando la mayoría del resto. A medida que los precios ascienden descontroladamente, los que no pueden pagarlos son los más perjudicados en momentos en que el mundo hace frente a la peor ronda de inflación de los alimentos desde la crisis soviética de los granos de los años setenta.
La fuerte demanda global y la reducción de la oferta son los factores claves que están haciendo subir los precios, pero quizás igual de importante es la masiva interrupción del libre flujo del comercio global. En los últimos meses, países productores de alimentos, desde Argentina a Kazajstán han empezado a cerrar sus puertas para proteger el acceso de sus habitantes a los alimentos que producen.
Los países con agriculturas poco desarrolladas se quedan sin saber qué hacer. Mahmoud, cuya familia vive justo más allá de las dunas en una barriada en el desierto, gana cerca de un dólar con cincuenta centavos al día para mantener a su familia de cuatro miembros. Su salario no ha subido. Pero en los últimos seis meses, el costo del trigo importado que utiliza su mujer para hacer el duro pan local ha subido en un 67 por ciento, el aceite de cocina en un 117 por ciento y el arroz en un veinticinco por ciento. Aunque aquí esos son alimentos básicos, Mauritania, con sólo el 0.2 por ciento de su tierra destinada a la agricultura, produce reducidísimas cantidades.
Esto se debe en parte a que cada vez hay menos campesinos. En un país cada vez más amenazado por el desierto del Sahara, las barriadas de Nouakchott, la capital, están llenas de ex campesinos que abandonaron sus esforzadas vidas dedicados a la siembra de cultivos de subsistencia a lo largo de años de sequía. La vida en la ciudad era, en términos comparativos, mejor, pero en los últimos meses han subido los precios de los alimentos y los que viven con los márgenes más pequeños han empezado a desesperarse.
"No sé qué hacer para alimentar a mi familia", dijo Mahmoud. "No tenemos cómo".

Una Crisis Que Atormenta a África
El Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas ha marcado este año a treinta países que hacen frente a una creciente inseguridad en los alimentos como consecuencia directa de las fuerzas del mercado;
veintidós de ellos están en África. A medida que suben los precios, países como Mauritania, Burkina Faso, Camerún, Senegal y otros importadores de alimentos se han visto devastados por disturbios civiles. El hambre está golpeando en partes del continente de un modo similar a períodos pasados de sequías, inundaciones o guerras civiles. Según el Programa Mundial de Alimentos, en Mauritania, un país de 3 millones de habitantes a horcajadas entre Arabia y el África negra, la cantidad de gente que no recibe suficiente alimento este año en las zonas rurales ha aumentado en un treinta por ciento, pese a una cosecha anual relativamente buena. Se ha declarado el estado de emergencia alimentaria en amplias regiones del país, y el programa de alimentación se ha apresurado a instalar puestos de distribución.
Expertos de Naciones Unidas, funcionarios del Banco Mundial y organizaciones de ayuda temen que esto marque el inicio de la peor crisis alimentaria en la región en décadas; los funcionarios han pedido a los países ricos 755 millones de dólares en ayuda alimentaria. Grupos de ayuda ya están quedándose atrás en sus campañas para proporcionar alimento en el continente, dejando a merced del mercado incluso a las comunidades más pobres.
"Esta es la nueva cara del hambre", dijo Josette Sheeran, directora ejecutiva del Programa Mundial de Alimentos.
Se suponía que la globalización eliminaría este tipo de recurrentes desastres. Con los economistas irradiando confianza en la nueva eficiencia del mercado global, la necesidad de la autosuficiencia alimenticia parecía algo casi arcaico. En esa nueva realidad, los mercados globales proporcionarían una permanente abundancia que la árida tierra de aquí no podía entregar, y a precios razonables.
Pero resultó que esa globalización no funcionaba para el alimento. Los países, especialmente los países ricos, se vieron obligados a continuar protegiendo a sus campesinos y su abastecimiento alimentario doméstico, incluso cuando exigían la liberalización del comercio para productos manufacturados. Esto distorsionó el mercado, que no se ajustó al aumento de la demanda global y la producción decayó.
Sin preveer ese desarrollo, el gobierno de Mauritania abandonó su antigua política de fijar los precios de los años noventa. Pero también abandonó sus esfuerzos de gran escala para impulsar la producción agrícola, desviando recursos hacia la minería del hierro y otras industrias.
La última gran campaña agrícola aquí -respaldada internacionalmente para impulsar los cultivos irrigados en el sur del país- fracasó hace más de quince años, dicen funcionarios, porque el dinero se destinó a los comerciantes antes que a los campesinos. Carecían de motivación y del conocimiento que se necesitaba para los cultivos a gran escala. "Desde entonces los campos fueron abandonados y ahora están cubiertos de malezas", dijo Ahmeda Quld Mohamed Ahmed, del la oficina de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación en Mauritania. "Realmente nunca fue una prioridad nacional".
Ahora se ha convertido en una. El nuevo gobierno elegido democráticamente que llegó al poder el año pasado, quiere evitar que se repitan las revueltas por la escasez de alimentos de noviembre último que dejaron un muerto y el incendio y saqueo del comercio. El gobierno está impulsando un nuevo programa de irrigación en el sur con el ambicioso objetivo de duplicar la producción agrícola a fines de año. "Esta es la prioridad número uno del gobierno", dijo el primer ministro Zeine Ould Zeidane.
Mauritania sabe que debe sobrellevar más de su propia carga alimenticia. En todas parte los países productores de alimentos están cerrando las puertas al comercio exterior. Argentina subió los aranceles de exportación de la soya y el girasol en casi un 44 por ciento. Rusia ha cuadruplicado los impuestos a la exportación de arroz, que han subido en un cuarenta por ciento. Kazajstán, uno de los mayores exportadores de trigo del mundo, paralizó completamente las ventas al extranjero. El precio del arroz alcanzó un récord nunca visto después de que Indonesia prohibiera que sus campesinos vendieran sus granos fuera del país.
Al mismo tiempo, los países que dependen de las importaciones y que pueden pagar precios más elevados también están acumulando. La rica Singapur está acumulando arroz. Malasia está creando una nueva repartición de gobierno para acumular alimentos. Muchos países, entre ellos Mauritania, han abandonado los antiguos impuestos a la importación para facilitar el comercio y bajar los precios en casa. Pero con la escasez de la demanda global, las medidas han tenido aquí apenas efecto en cuanto al control de precios. Los importadores en Mauritania, por ejemplo, dicen que tienen apenas un abastecimiento de 45 días de productos claves como el trigo.
"Todo el mundo está protegiendo sus intereses", dice Joachim von Braun, director general del Instituto de Investigación de Políticas Alimenticias. "Y no se suponía que la globalización debía funcionar así".

Los Países Ricos Se Apoderan del Pescado
La competencia global por los alimentos está golpeando a Mauritania también de otros modos. Eso se puede ver claramente en las costas de Nouakchott, en el Atlántico, donde otro producto cada vez más escaso está siendo transportado
diariamente hacia las playas en tradicionales botes de pesca: el pescado.
La pesca aquí ha descendido bruscamente en los últimos años. Los funcionarios admiten que se debe a que Mauritania se encuentra en una situación paradójica. Treinta y dos por ciento de su presupuesto nacional proviene de la venta de permisos para la pesca industrial, la mayoría de ellos a buques europeos, que ahora pescan en las ricas aguas de las costas de Mauritania. Aunque eso ha entregado al gobierno una fuente de divisas que necesita desesperadamente, también ha significado menos peces en las redes locales.
Incluso las mejores presas de la pesca local terminan en Europa o Japón. Los exportadores saludan a los pescadores en las playas justo antes del ocaso, para comprar la pesca de mejor calidad. La pesca es empacada rápidamente en hielo para ser transportada a Londres, París, Nueva York o Tokio mientras los pescaderos locales, derrotados, miran impotentes.
"Vemos todos los días frente a nuestros ojos cómo las presas de mejor calidad son transportadas fuera del país", dijo Mame Kato Diop, 36, envuelta en una túnica azul índigo y amarillo mientras ella y otros pescaderos esperan que los exportadores terminen sus negocios. Más tarde compraran lo que quede para venderlo en la ciudad. "Nos dejan las sardinas y ellos se llevan los peces más sabrosos. No podemos competir con el hambre de los países ricos".
El mero, dijo, era antes básico para la cocina tradicional, pero ha desaparecido de las mesas de la localidad. En los últimos cinco años incluso los peces de peor calidad que quedan han subido de precio, dicen aquí los pescaderos, en casi un cuarenta por ciento.

Éxodo de Hombres
En el distante y rural sudeste, donde las chozas de barro salpican la arena y el sol calienta el aire hasta los 48 grados Celsius al mediodía, el Programa Mundial de Alimentos ha declarado el estado de emergencia alimentaria.
En los mercados al aire libre de aquí el precio del sorgo -el más importante alimento regional básico utilizado para preparar una almidonada papilla con la savia de un árbol- ha subido en los últimos seis meses en más de un veinte por ciento, un fuerte aumento en una región donde más del sesenta por ciento de la población vive con menos de un dólar al día. Ha ocurrido mientras la vecina Mali, privilegiada con precipitaciones ligeramente más altas y buenas cosechas y temiendo que estalle una crisis alimentaria en su territorio, ha prohibido la exportación de granos a Mauritania. El trigo, acumulado en las ciudades, ha prácticamente desaparecido de los mercados locales. Los comerciantes de Senegal y Mali cruzan la frontera para comprar lo que quede de trigo, porque es todavía menos caro aquí que en sus países.
Aunque los campesinos dedicados a los cultivos de subsistencia en la zona han sembrado las áridas tierras con sorgo desde hace tiempo, nunca han producido lo suficiente como para sostener a sus propias familias. Para ganar dinero y comprar más, los hombres de estas zonas se marchan anualmente a la búsqueda de trabajos temporales para prepararse para la temporada flaca a fines de la primavera, antes de la llegada de las lluvias.
La emigración anual se ha adelantado este año por el desenfrenado aumento de los precios. En Bouta, un mísero pueblo de setenta familias cerca de la frontera con Mali, todos los hombres sanos se marcharon hace meses a la búsqueda de trabajo, dejando atrás un villorrio de mujeres, viejos y niños.
Como la mayoría de las mujeres de Bouta, Metouna Mint Mohmaud, 29, no sabe dónde está su marido; sólo sabe que se marchó con otros para buscar trabajo manual en ciudades que están a varios días de distancia de aquí. No hay teléfono -ni electricidad- para mantenerse en contacto. Pero sí sabe, y los funcionarios del Programa Mundial de Alimentos lo han confirmado, que sus mellizas de once meses sufren una severa malnutrición por la alimentación insuficiente de los últimos meses. El alimento, dijo, ha sido una lucha de toda la vida. Sus ojos se agitan con ansiedad cuando habla de los problemas más recientes de su pueblo.
Las semillas de sorgo, muchas de las cuales provienen de Mali o son importadas de otros países, han duplicado su precio en los cuatro meses que han estado ausentes sus hombres. Las mujeres del pueblo se inquietan sobre cómo comprarlas, incluso con el dinero con que volverán los hombres. "¿Cómo vamos a comer este año?", dijo, meciendo en su regazo a una de las lánguidas mellizas. "Ni siquiera podemos pagar las semillas".
Los tres dólares que gana a la semana cosiendo las doradas solapas de las tradicionales túnicas bubu usadas aquí son cada vez más difíciles de hacer. "No podemos venderlas; todo el mundo está gastando su dinero en alimentos", dijo. "Ni siquiera tengo un plan; no sé qué hacer".
Los precios de los alimentos están provocando el caos incluso en esas ciudades suficientemente afortunadas que reciben ayuda alimentaria. En Maghleg, un pueblo a unos cincuenta kilómetros al este de Bouta, el banco de alimentos del Programa Mundial de Alimentos, que vende granos por debajo del precio de mercado, está medio vacío. Los administradores locales utilizan las ganancias de la venta de alimentos para reponer las bodegas para el futuro. Pero debido a que el precio de la mayoría de los granos se ha duplicado o más en los últimos seis meses, el dinero de las ventas actuales no es suficiente para reponer las existencias. Mucha gente depende ahora del mercado local, que está a un día de distancia del pueblo.
De momento, sin embargo, es la erosión de las estrategias de subsistencia lo que más inquieta a los expertos aquí. Temen que pueda desencadenar en una crisis mucho más amplia que pudiera acercarse a la hambruna a gran escala que sufrió África en los años ochenta.
"Para mucha gente, las fuentes de ingreso se están secando justo cuando aumentan los precios", dijo Gian Carlo Cirri, director en Mauritania del Programa Mundial de Alimentos. "Estamos muy, muy preocupados de lo que pueda ocurrir ahora".

¿Hasta Dónde Puedes Llegar?
Uno de los signos más preocupantes de que la situación se está haciendo crítica aquí es el fuerte aumento de la venta de ganado, especialmente de parte de campesinos pobres y habitantes de barriadas.
El mercado aún no se ha ajustado: El aumento en la oferta está haciendo bajar el precio del ganado, aunque los precios de la carne siguen estando altos. Ha puesto a gente como Likbir Ould Mohamed Mahmoud en una difícil situación.
"¿Quién me quiere comprar mi cabra?", gritó en Marobe Haywane, el mercado ganadero salpicado de basura de Nouakchott, llevando en sus brazos al berreante cabrito. Cruzó la calle -una mezcla de arena del desierto y partes de una cabra sacrificada- dirigiéndose a un grupo donde había más vendedores que compradores. "Por favor, ¿no la quieren mirar?"
Es su última cabra; su familia de cuatro ha vendido o comido las otras cinco que tenía en el último año a medida que los precios aumentaban. La familia se quedará con un cordero cuando venda la cabra, si la vende.
Un comprador envuelto en una túnica verde esmeralda muestra interés. Mahmoud se dirige a él.
"Déjeme que la venda la cabra".
"¿Cuánto? ¿Cuál es tu precio más bajo?"
"Déme por lo menos veinticinco dólares".
"Es una cabra muy chica".
"Sí, es chica. La crié en mi casa. Pero es muy buena".
No la vendió. Como ocurrió en todo el día, el comprador no quiso pagar el precio que se ha estado pagando en los últimos meses, no cuando hay tantas otras cabras a la venta. Mahmoud sopesó sus alternativas, resignándose a pedir un adelanto por su trabajo como pastor de un comerciante del mercado. "No puedo venderla muy barato", dijo sobre el cabrito. "No sería justo con mi familia".
La familia tiene deudas en el mercado local, que en los últimos meses han crecido a veinte dólares. No tiene ni idea de cómo la pagará. Ruega, dice, que el comerciante le siga prestando. "¿Si no, cómo comeremos? Los precios están muy altos". Aunque la vida aquí es difícil, él, como otros en la barriada, dice que volver a su vida anterior y tratar de ganarse la vida en esas tierras áridas en el campo sería todavía peor. Dice que llegó para quedarse.
"Por supuesto, no quiero volver al pueblo", dijo. "Allá te puedes morir de hambre sin ni siquiera darte cuenta. Ni siquiera ves la comida. Aquí al menos la puedes ver, aunque no puedas comprarla. Le da algo de esperanza. La puedes ver en el coche que pasa a tu lado. Eso me hace feliz".

Travis Fox y Richard Drezen contribuyeron a este reportaje.

15 de mayo de 2008
28 de abril de 2008
©washington post
cc traducción mQh
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