los ricos se marchan de tijuana
richard.marosi@latimes.com 4 de julio de 2008
Pero el éxito de la familia también ha atraído otro tipo de atención.
Hace tres años, un grupo de hombres armados trataron de secuestrar al hermano menor del chef Javier Plascencia. Un año después lo volvieron a intentar, pero en un caso de un error de identidad, cogieron al hombre equivocado.
Pero la familia decidió que eso fue más que suficiente.
Casi cuarenta años después de que abrieran su primer restaurante en Tijuana, toda la familia -dieciocho personas, incluyendo a la mujer de Javier Plascencia y sus cuatro hijos- cruzó la frontera hacia un suburbio al sudeste de San Diego.
Esas migraciones se han hecho cada vez más comunes en zonas metropolitanas a lo largo de la frontera mexicano-estadounidense a medida que la violencia de la brutal guerra de las drogas interrumpe las vidas de la gente desde Tijuana hasta Nuevo Laredo, al otro lado del Río Grande, desde Texas. En el último año y medio el gobierno mexicano ha enviado más de tres mil tropas a Tijuana, y en varias ocasiones las tropas se han trenzado a balazos con pistoleros de los carteles en calles de barrios residenciales.
"San Diego es la única ciudad donde te puedes olvidar de la inseguridad y el miedo. Allá puedes respirar. Psicológicamente, cruzar la frontera mitiga el estrés", dice Guillermo Alonso Meneses, profesor de estudios culturales en El Colegio de la Frontera Norte en Tijuana.
En el condado de San Diego, los Plascencia abrieron un nuevo restaurante, llevaron al violinista y al pianista, y descubrieron que los clientes no escaseaban. Romesco estuvo pronto lleno de los otros que también habían escapado de la creciente violencia en Tijuana, incluyendo a miembros de las familias más prominentes de la ciudad.
Agentes inmobiliarios, empresarios y organizaciones de víctimas calculan que más de mil familias de Tijuana -entre ellos médicos, abogados, funcionarios policiales, profesionales de la lucha libre y dueños de negocios- se han mudado a San Diego en los últimos años a medida que empeora la violencia relacionada con el tráfico de drogas.
Hay gente que ha llegado al sur del condado de San Diego con nada más que la ropa puesta. Víctimas de secuestros liberadas después de prolongados cautiverios han aparecido por allá con el pelo largo y desaliñados, a veces con heridas recientes.
Agentes inmobiliarios hablan de clientes a los que les faltan dedos, cercenados por los secuestradores que los enviaron a sus familiares como prueba de que las víctimas estaban vivas.
La presencia de inmigrantes, la mayoría de ellos legalmente en Estados Unidos, es inconfundible en los numerosos condominios al este de Chula Vista, donde los aparcaderos de elegantes tiendas y gimnasios están salpicados con matrículas de Baja California.
Tantas familias mexicanas de clase alta viven en el barrio de Eastlake y Bonita, una comunidad adyacente a Chula Vista, que los vecinos dicen que la zona se está convirtiendo en un dorada colonia de mexicanos, donde hablar inglés es optativo y la gente puede respirar libremente recorriendo las calles en sus Mercedes-Benzes y BMWés.
"Siempre digo que Eastlake es la ciudad con el standard de vida más alto de todo México", bromea Enrique Hernández Pulido, un abogado de San Diego con numerosos clientes entre la emigración mexicana.
Secuestros Desenfrenados
De acuerdo a una firma de seguridad internacional que interviene en negociaciones sobre rescates al sur de la frontera, Tijuana sufre más secuestros que casi cualquier otra ciudad excepto Bagdad. La mayoría de los secuestros no son denunciados a las autoridades, pero organizaciones de ayuda a las víctimas y otros calculan que el número de secuestros, en los últimos tres a cuatro años, ha subido a varios cientos.
Algunos expertos dicen que la campaña del gobierno mexicano contra los carteles de la droga pueden haber intensificado el problema, aunque inadvertidamente. A medida que la organización de crimen organizado más grande de Tijuana, el cartel de narcotráfico de Arellano Félix, se ha visto devastada por detenciones y asesinatos, lugartenientes del cartel han recurrido cada vez más a los secuestros para complementar sus ganancias crecientemente menores en el comercio de las drogas.
Hombres fuertemente armados, a menudo con uniformes de la policía federal, secuestran a personas en centros comerciales, restaurantes y clubes de campo. Las víctimas son retenidas en una red de casas de seguridad y a menudo encadenadas y encerradas en jaulas colectivas hasta que reciben el dinero de los rescates.
Algunas familias han tenido familiares secuestrados que han sido liberados para ser secuestrados nuevamente. Muchos de los secuestrados han sido asesinados, incluso después de que se han pagado cuantiosas sumas por ellos. La amenaza ha obligado a muchas familias que se han quedado en Tijuana a emplear enormes séquitos de seguridad, cerrar puertas y ventanas y retirarse detrás de gruesos portales o altas murallas en las montañas de Chapultepec.
En estos días la creciente violencia de la guerra de las drogas aleja a la gente de la hilera de restaurantes en el Boulevard Sánchez Taboada. Guardaespaldas siguen de cerca a los niños hacia y desde la escuela. Casi la mitad de los negocios en la Avenida Revolución, el barrio turístico en el centro de la ciudad, han sido cerrados.
Huyendo
Alguna gente debe escapar rápidamente.
Un prominente abogado, que por razones de seguridad pidió no ser identificado, condujo desde su oficina directamente hacia la frontera con una escolta policial después de ser avisado que un grupo de secuestradores planeaba asesinarlo por hablar contra la ola de crímenes.
Él y su familia durmieron en colchones de aire y sofás cama en un departamento de San Ysidro durante semanas hasta que encontró una casa en Eastlake. Cerró su oficina en un edificio de Tijuana y ahora trabaja desde su casa en Estados Unidos.
"Tuve que cambiar de ciudad, de casa, de país, de oficina", dijo. "Es una vida en constante temor".
En las onduladas colinas de Eastlake -a sólo ocho kilómetros de México por la California 125, la nueva carretera de peaje South Bay Expressway-, la mayoría de las mansiones cercadas en el rango de dos a tres millones de dólares han sido vendidas a refugiados de Tijuana, dicen agentes inmobiliarios. Las criadas cruzan la frontera todos los días para trabajar para las familias que se han mudado al norte hace poco -tanto a las mansiones de Eastlake como a los barrios más baratos de grandes casas separadas por patios con tejados de tejas rojas.
Aunque escondidos detrás de portones o en el monótono anonimato de los ordenados suburbios norteamericanos, mucha gente que deja Tijuana sigue atada a la ciudad por los negocios.
Muchos siguen gestionando sus fábricas o negocios allá a la distancia, desde sosos parques de oficinas en Otay Mesa o Chula Vista. Controlan a sus empleados a través de sistemas de vigilancia cerrados y envían a mensajeros a uno y otro lado de la frontera con documentos y dinero.
Si deben viajar a Tijuana ellos mismos, toman numerosas precauciones: cambian sus rutas y utilizan cacharros que esperan que no llamen la atención.
"Tienen miedo. Tienen que ingeniárselas para pasar la frontera sin ser vistos. Se cambian ropa. Usan coches diferentes", dice el Padre John P. Dolan, párroco de la Iglesia de Santa Rosa de Lima en Chula Vista. Dolan contó que en el último año seis familias de su parroquia han sido víctimas de secuestro.
El doctor Fernando Guzmán, que fue secuestrado en abril, dijo que de vez en vez cruza la frontera en moto para ir a su hospital cerca del centro de Tijuana.
El abogado blindó su todoterrenos por 66 mil dólares. Otro hombre de negocios usa un GPS oculto en su cuerpo de modo que en caso de emergencia su familia pueda localizarlo vía satélite.
Sin embargo, volver a Tijuana es un riesgo. Según el FBI, cerca de treinta personas de la zona de Chula Vista que viajan a uno y otro lado de la frontera han sido secuestradas en el último año y medio mientras hacían negocios o visitaban a familiares en el área de Tijuana. Algunas fueron asesinadas.
Medidas extraordinarias de seguridad no se limitan a visitas a México. Muchas familias ni siquiera informan a sus amigos cercanos sobre sus nuevos domicilios en el condado de San Diego. Algunos padres que hacen viajes compartidos piden a sus hijos que se bajen a unas cuadras de casa y caminen el resto del trayecto.
Propietarios de casas vigilan preocupados a impertinentes urbanistas, criadas, mensajeros, clientes de sus mismos gimnasios, temerosos de que puedan entregar información valiosa sobre ellos a potenciales secuestradores.
Ajustando el Estilo de Vida
Muchos emigrados extrañan sus viejos estilos de vida en Tijuana. Acostumbrados a una vida de privilegios en México, algunos han debido reducir sus gustos para poder pagar los más caros suburbios de San Diego. Algunos han cambiado sus casas hechas a medida por casas ya construidas. Sus vidas sociales, que giraban en torno a los almuerzos en el club de campo y fiestas que duraban toda la noche, se han reducido para adaptarse a un país donde las parrandas terminan más temprano.
Poco a poco ha empezado a echar raíz la cultura de los emigrados. Los aficionados al golf toman té en Eastlake Country Club en lugar de hacerlo en el Club Campestre de Tijuana. El Vega Caffe en el Eastlake Design Distrcit ofrece tortas de carne asada con capuccino. En la mayoría de las tiendas de Eastlake el inglés no es un problema; los letreros están en español y los vendedores son bilingües.
Lugares donde almorzar como el Restaurante Frida y Romesco han llenado el vacío dejado por Villa Saverios y Sanborn’s en Tijuana.
Para muchos, Romesco se ha convertido en la siguiente mejor opción para salir una noche al sur de la frontera. Su centro comercial carece del atractivo del restaurante de estilo toscano de los Plascencia en el Boulevard Sánchez Taboada. Pero la comida es familiar: comida marina mediterránea, con aceite de oliva y vinos del Valle de Guadalupe.
Plascencia, que se unió hace poco a otros chefs de la elite en un evento gastronómico en West Hollywood llamado Tables of Ten, dice que su restaurante ofrece el tipo de experiencia culinaria que sus compatriotas refugiados ansían. "La gente que viene aquí echa de menos el ambiente de Tijuana", dice. "Son como nosotros: no pueden volver demasiado a menudo".
Antes de sus poco frecuentes visitas a Villa Saverios, pide a amigos de confianza que vigilen la zona para detectar a personas de aspecto sospechoso. Nunca se queda por demasiado tiempo.
"No puedo cumplir con mi papel de anfitrión y saludar a los clientes", dice. "Doy un rápido recorrido por la cocina y el comedor y vuelvo".
7 de junio de 2008
©los angeles times
cc traducción mQh
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