terror en pueblo mexicano
7 de julio de 2008
La noche del 17 de mayo, decenas de hombres armados con rifles de asalto entraron al pueblo en varios camiones y cerraron el lugar. Mataron al jefe de policía, a dos agentes y tres civiles. Luego se marcharon con unas diez personas, dijeron testigos. Sólo una de ellas ha sido reencontrada, muerta y envuelta en una alfombra, en Ciudad Juárez.
Toda la fuerza policial municipal renunció después del ataque, y los agentes abandonaron el pueblo durante varios días, marchándose con tanta rapidez que ni siquiera liberaron a los delincuentes de poca monta retenidos en la cárcel del pueblo. Los gobiernos del estado y federal enviaron trescientos soldados y dieciséis agentes de la policía del estado, que restauraron una incómoda semblanza de orden. Pero la gente del pueblo sigue aterrada.
"Sí, tenemos miedo, todos tenemos miedo", dijo José Antonio Contreras, un joven de diecisiete que fue amenazado por los pistoleros. "Nadie sale de noche".
Los turistas que se dirigen desde el sur de Tejas hacia las playas de la Costa del Pacífico atraviesan Villa Ahumada por la Autopista 45. En el pasado no muy distante, este polvoriento pueblo junto a los rieles del ferrocarril era conocido por sus puestos de burrito a orillas de la carretera, sus buenos quesos y por haberse registrado ahí las temperaturas más bajas de México -23 grados bajo cero en enero de 1962.
Sin embargo, en los últimos años también se convirtió en una parada en una de las principales rutas de la droga de México. Villa Ahumada sita a unos ciento cuarenta kilómetros al sur de El Paso por la principal autopista desde la ciudad de Chihuahua hasta la fronteriza Ciudad Juárez.
La violencia relacionada con las drogas en México es ahora tan extendida que está afectando incluso a pequeñas comunidades como esta, que tiene menos de nueve mil habitantes.
En los últimos dieciocho meses, en el país ha muerto más de cuatro mil personas en ataques similares y balaceras, incluso en momentos en que el presidente Felipe Calderón está tratando de recuperar las ciudades donde la policía local y los funcionarios estaban en la planilla de los barones de la droga.
Esta semana, siete agentes de policía murieron en una balacera con matones de un cartel cuando trataron de entrar a una casa en Culiacán, Sinaloa, una ciudad notoria por sus traficantes. Los agentes habían sido enviados a la ciudad, junto con otros 2.700 soldados y agentes, para reprimir a un renombrado barón de la droga que se cree ordenó la muerte del jefe de la policía federal, que fue asesinado en Ciudad de México el 8 de mayo.
Cuando llegó la policía, colgaban pancartas en la ciudad burlándose de los agentes y diciendo que el barón de la droga, Arturo Beltrán Leyva, reinaba supremo en Culiacán.
Menos de dos semanas después de la masacre, la gente de Villa Ahumada seguía tan atemorizada que incluso el alcalde y su jefe de policía se negaron a ser entrevistados. Cuando se preguntó quiénes eran los pistoleros y por qué habían entrado al pueblo, la mayoría de los habitantes que fueron entrevistados sacudieron sus cabezas y susurraron que había espías en todas partes. Sin embargo, en privado algunos reconocieron que el pueblo había sido durante largo tiempo territorio de narcotraficantes aliados con un reputado barón de la droga -Pedro Sánchez Arras.
Los asustados vecinos, que no quisieron ser identificados, dijeron que el hombre de Sánchez en el pueblo era Gerardo Gallegos Rodelo, un tipo rudo de diecinueve años que andaba con un séquito armado. Se rumoreaba que él y Sánchez tenían vínculos con una mafia de Ciudad Juárez, controlada por la familia Carrillo Fuentes. Funcionarios policiales no confirmaron esa afirmación.
Varios vecinos dijeron que Gallegos y Sánchez también parecían tener buenas relaciones con la policía local. La gente se encogía de hombros y toleraba la situación. Después de todo, el pueblo era tranquilo. Parecía mejor dejar las cosas como estaban.
"Hoy en día hay narcotraficantes en todas partes de México, no sólo aquí", explicó Raúl Moreno, 64, jornalero. "No molestaban a nadie. Nadie los molestaba a ellos".
El problema empezó, dice la gente aquí, cuando Gallegos murió en un enfrentamiento a tiros con un grupo de notorios mafiosos en Hidalgo del Parral, en la parte sur del estado de Chihuahua, el 16 de abril.
Dos días después, el ejército allanó su funeral en Villa Ahumada y detuvo a decenas de personas que asistían al sepelio, encarcelando al comandante de la policía, Adrián Barrón, entre otros. No está claro de qué se acusará a los detenidos, dijo la oficina del procurador general.
El 13 de mayo los soldados arrestaron en Hidalgo del Parral a Sánchez, por cargos de tráfico de drogas.
La detención inició los problemas de Villa Ahumada. El sábado noche cuatro días después de la detención de Sánchez, dijo Contreras, el joven de diecisiete, él y otros chicos estaban bailando en la fiesta de un amigo en un salón de baile justo a un costado de la plaza mayor cuando oyeron el martilleo de ametralladoras.
Abandonó rápidamente la fiesta, con su novia y su madre, pero toparon con tres coches llenos de hombres fuertemente armados. Escupiendo amenazas de muerte, los hombres los obligaron a tenderse en el suelo. Contreras esperó los disparos, pero los coches se marcharon a toda prisa. Uno de los hombres gritó: "Volveremos".
Durante tres horas, los pistoleros recorrieron la ciudad en seis camionetas y todoterrenos. Ametrallaron el local de un concesionario de coches de segunda mano. Dispararon más de 75 balas contra dos hombres que conducían un camión. Uno de ellos era Julio Armando Gómez, gerente de un restaurante de pollo a la parrilla. El otro era Mario Alberto González Castro, 41, que vendía billetes en el terminal de buses.
La esposa de González, que pidió que se la identificara solamente por su apodo, Cuquis, dijo que había salido a buscar a su marido cuando oyó los tiros y encontró su cuerpo inerte sangrando en el vehículo. Sus manos temblaron de miedo cuando se le preguntaron quién podría estar detrás del asesinato; luego se quebró, diciendo que había dicho a la policía todo lo que sabía y no podía decir nada más. "Era inocente. Por encima de todo, era inocente", dijo, sollozando.
Los pistoleros alcanzaron al jefe de policía, José Armando Estrada Rodríguez, y dos agentes, Óscar Zuñiga Dávila y José Luis Quiñones Juárez, que estaban en su patrullero en una gasolinera. Los atacantes mataron a los tres hombres con veintiséis disparos de un rifle de asalto.
También murió Luis Eduardo Escobedo Ruiz, 21, que entrando a un aparcadero cerca de la gasolinera. Se encontraron más de cien vainas de bala en los alrededores de su coche.
En privado, algunos vecinos especularon que los atacantes eran miembros de un cartel de la droga rival con la intención de desplazar a la familia Carrillo Fuentes de Ciudad Juárez y otras ciudades a lo largo de la ruta que va desde el estado de Chihuaha hasta el estado de Sinaloa. Algunos dicen que fue Joaquín Guzmán, un barón de la droga conocido como ‘El Chapo’, que envió los comandos. Otros mencionan a los Zetas, temidos asesinos a sueldo del Cartel del Golfo.
"Se están deshaciendo de toda la gente relacionada con Pedro Sánchez", dijo un joven, pidiendo permanecer en el anonimato por temor a los carteles. "Toda la policía trabajaba para Pedro".
Las autoridades del estado dicen que todavía no tienen suficiente información sobre lo que ocurrió, y mucho menos sobre para quién trabajaban los pistoleros. El temeroso silencio de los vecinos dificulta la investigación de los detectives, dijo Eduardo Esparza, portavoz del procurador del estado.
"En este momento, no tenemos ninguna pista", dijo. "Es difícil obtener información. Las familias de las víctimas se niegan a hablar, principalmente porque están aterrorizadas. No podemos avanzar. Hay un montón de barreras".
Una indicación de esas barreras es que la policía del estado fue informada de sólo dos secuestros la noche en que llegaron los pistoleros al pueblo, aunque varios vecinos insistieron en que habían desaparecido al menos diez personas.
Los vecinos del pueblo dicen que se sienten como cubiertos por una nube. Los restaurantes carreteros y las vendedoras de queso dicen que ahora poca gente para en el pueblo, aparentemente por temor. Soldados en todoterrenos equipados con ametralladoras patrullan las calles.
Algunos vecinos dijeron que les causó asombro que todo el cuerpo de policía de más de veinte agentes hubiera renunciado. Muchos dicen que el pueblo no podrá nunca permitirse una fuerza más profesional que pueda impedir futuros ataques.
"Nos sentimos desilusionados con el gobierno", dijo la dueña de un popular restaurante, que ha pasado toda su vida en el pueblo. "No parece que haya alguien capaz de hacer algo".
31 de mayo de 2008
©new york times
cc traducción mQh
0 comentarios