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niños atrapados en fuego cruzado


Cientos de niños keniatas atrapados entre una bestial milicia y el ejército.
[Katharine Houreld] Bungoma, Kenia. Decenas de niños asustados llenaron silenciosamente el cuarto desnudo, sus ojos fijos en las grietas del suelo. Uno por uno, en voz baja, contaron que habían sido torturados por hombres del ejército keniata porque les sospechaban de estar ayudando a los rebeldes. Contaron que habían sido golpeados y tuvieron que darse la mano con cadáveres. Dijeron que fueron obligados a arrastrarse a través de túneles de alambre de púa y les apretaron los genitales con tenazas.
Luego los niños se sacaron sus camisas. Como granos de arroz, blancas cicatrices cruzaban de un lado y otro la piel oscura de sus espaldas. Algunos todavía sangraban.
Estos niños son algunos de los cientos de chiquillos en el oeste de Kenia que han sido torturados, muchos de ellos dos veces, primero por una milicia en su pueblo y luego por el ejército enviado a combatirla. La milicia obligó a niños de hasta diez años a convertirse en soldados. En una extendida represión, el ejército hizo una redada de miles de niños y adultos y los torturaron, dicen organizaciones de derechos humanos.
La Associated Press entrevistó a algunos de los niños en un centro de detención, llevados allá por un abogado de derechos humanos sin el conocimiento de funcionarios de gobierno ni militares. Los niños son retenidos allí desde abril por cargos de fomentar actividades bélicas. Su identidad y ubicación son mantenidas en reserva para protegerles de posibles represalias.
En marzo, el gobierno keniata envió su ejército a reprimir a la milicia Fuerza de Defensa de la Tierra Sabaot, llamada así por la región de Sabaot. Pero en lugar de perseguir a los milicianos que se esconden en las selvas de Mount Elgon, el ejército detuvo a miles de hombres y niños de las aldeas adyacentes.
Desde entonces han salido a superficie tantos informes de asesinatos y torturas que la comisión de derechos humanos de Kenia está llamando a procesar al ministro de Defensa y altos mandos de la policía y el ejército. También ha habido llamados a que Estados Unidos y Gran Bretaña suspendan varios millones de dólares en ayuda y adiestramiento para el ejército keniata.
Estados Unidos ha pedido 7.45 millones de dólares (4.7 millones de euros) para objetivos de "paz y seguridad" en Kenia en 2009. Gran Bretaña está contribuyendo este año con más de 1.96 millones de dólares a la lucha contra el terrorismo y ha destinado 7.83 millones de dólares para proyectos de seguridad regional en Kenia.
Representantes de ambos gobiernos en Kenia dijeron a la Associated Press que están profundamente preocupados por los informes de maltratos y han llamado a investigar al gobierno keniata. Pero el gobierno dice que el ejército no ha recibido quejas.
La milicia en Mount Elgon se formó por problemas sobre la tierra, el mismo problema que encendió la violencia en Kenia después de las disputadas elecciones de diciembre. Campesinos que habían trabajado en esos campos desde que eran niños fueron expulsados en el marco de un programa del gobierno, y los ricos se apoderaron de terrenos que habían sido reservados para los campesinos sin tierra.
La milicia floreció en las densas selvas de Mount Elgon, donde viven 166 mil personas en míseros poblados junto a un volcán inactivo. Algunas familias alentaron a los niños a incorporarse a la milicia con la esperanza de obtener tierras en la comuna de 950 kilómetros cuadrados. Otros tuvieron que optar entre pagar hasta cincuenta mil chelines (830 dólares, 525 euros) a la milicia -lejos del alcance de la mayoría-, entregar a un hijo, o morir.
Un niño de quince se incorporó al grupo el año pasado para proteger a su familia, después de que la milicia hubiera asesinado a su tío.
"Lo mataron frente a mí", dijo el niño. "Él estaba suplicando por su vida, de rodillas".
Pasó dos meses en la selva y aprendió a disparar junto con otros ocho niños. Vio cómo obligaron a un niño a matar a su propio padre. Huyó con otro niño de diez cuando la milicia empezó a entregar víctimas que los reluctantes reclutas debían matar.
Algunos niños simplemente desaparecieron. Cuando volvía de la escuela, una niña de diecisiete fue secuestrada por cuatro hombres armados de machetes. Su padre se atrevió a ir al escondite de los soldados en la selva y preguntar por su hija desaparecida, que cantaba en el coro de la escuela y soñaba con estudiar medicina.
"Me amenazaron de muerte si seguía investigando", dijo, su voz repentinamente áspera. "No pude protegerla".
Su nombre se agregó a una lista cada vez más larga de niños desaparecidos en el ajado cuadernos de Job Bwonya, del capítulo de Kenia Occidental de Human Rights Watch.
El primer secuestro que apuntó fue el de Joshua, un niño de diecisiete, capturado en julio de 2006. Cuando corrió la voz de que estaba apuntando los casos de niños desaparecidos, otras veinticuatro familias se acercaron a él. Pero cuatro semanas más tarde, los padres de Joshua, su hermano y una hermana de nueve años, fueron matados a balazos en su maizal, y el flujo de familias que denunciaban la desaparición de sus hijos se convirtió en un hilo.
De momento Bwonya ha apuntado 42 casas de niños desaparecidos, probablemente secuestrados por la milicia, y ha oído de muchos más. Un sondeo parcial de las escuelas hace un año y medio constató la desaparición de 650 niños. Lúgubres recortes de periódicos cubren las paredes de contrachapado de su oficina sin ventanas y angustiados testimonios sobre asesinatos asoman de abultados expedientes.
"Las familias no se atreven a hablar", dijo. "Nadie puede protegerles".
Ahora Bwonya tiene otro cuaderno ajado con una nueva serie de casos de niños desaparecidos, esta vez de niños que según los vecinos del pueblo fueron detenidos por el ejército keniata. Dijo que los testimonios de los niños liberados por los militares, indican que al menos veintidós niños murieron durante las torturas. Bwonya mismo huyó del país por unas semanas después de que llegaran los militares preguntando por él.
Los militares en Mount Elgon no hablan con los periodistas. Pero Bogita Ongeri, portavoz del ministerio de defensa en Nairobi, negó las acusaciones sobre las torturas. Dijo que el ejército ha investigado los casos desde que se dieran a conocer esas denuncias, pero que ningún soldado ha sido encontrado culpable de esos actos. Agregó que el ejército ha tratado por lesiones a más de siete mil personas, aunque sus heridas se las provocaron espontáneamente los propios campesinos tras confundirlos con milicianos.
"Ningún militar ha estado implicado en torturas", dijo. "No tenemos ningún niño en nuestros centros de detención militar. No han estado allá".
Pero los niños entrevistas por la AP dijeron que los soldados los habían sacado de la escuela o detenido en las calles, torturado y enjaulado durante días sin alimento ni agua. Algunos tuvieron que cargar cadáveres en helicópteros que volaron en dirección de la selva y volvieron vacíos.
Martin Wanyonyi, otro abogado de derechos humanos, tiene informes sobre setenta niños que se encuentran detenidos, incluyendo algunos cuyos nombres fueron confirmados por los afligidos padres de los desaparecidos. Wanyonyi dijo que en una visita reciente a la cárcel de Bungoma descubrió a decenas de niños torturados entre los 1.400 reos hacinados en celdas diseñadas para unos cuatrocientos presos. El hedor del alcantarillado envolvía a la prisión, dijo, y los gemidos y quejidos llenaban la oscuridad.
También mostró a la AP informes que documentan las lesiones de cuatro niños torturados tan salvajemente que las autoridades de la cárcel se negaron a aceptarlos, insistiendo en que debían ser enviados a un hospital.
Entretanto, el problema de la tierra sigue sin resolver. Y los poderosos políticos que según aldeanos y ex combatientes dirigen las milicias, siguen en libertad.
"El conflicto en Mount Elgon es el peor ejemplo de la ponzoñosa relación entre la política, los problemas por la tierra y la violencia en Kenia", dijo Ben Rawlence, de la neoyorquina Human Rights Watch.
Si los niños son liberados, algunos pueden volver a reencontrar a sus familias. Otros no tienen padres -que han sido asesinados o por la milicia o por los militares.
La paz y la justicia están más allá de las esperanzas de la mayoría de las familias. Las madres dicen que todavía tratan de oír, entre el golpeteo de la lluvia en los tejados de hojalata y el viento que susurra entre las plantas de maíz, las voces de sus hijos desaparecidos.
Algunos niños cicatrizados podrán cojear hasta sus casas por los serpenteantes senderos de la montaña. Otros no lo harán nunca.

11 de julio de 2008
25 de junio de 2008
©fwdailynews
cc traducción mQh
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