manifiesto de peter saul
17 de agosto de 2008
La influencia de las pinturas de Saul, con sus personajes de cómics, exuberantes y chillones colores, salpicaduras de expresionismo cinematográfico y una postura inconformista sobre temas de actualidad, impregna el arte reciente. Ha contribuido poderosamente a importantes carreras, como las de Carrol Dunham y Elizabeth Murray. Y ha allanado el camino para los devaneos neo-realistas de los innumerables aprendices que salen de las academias de arte para caer directamente en brazos de un ávido mercado.
Sin embargo, su propia aceptación por el mercado ha sido, hasta hace bastante poco, menos que ávida. Su recepción en los museos se ha caracterizado por la indiferencia, si no la evitación. Que la retrospectiva de su obra en el Museo de Arte del Condado de Orange aquí en California del Sur no haya sido programada para prolongarse en Nueva York, donde vive Saul ahora, dice mucho.
Es verdad que el Museo de Arte Moderno, con su cortesía de marca blanca, no parece un lugar natural para sus perversidades visuales. Tampoco lo es el Museo Metropolitano, pese a su jactanciosa aceptación del arte nuevo ‘provocador’. ¿Pero por qué no lo ha pedido el Whitney, que posee una de sus más incisivas pinturas sobre la Guerra de Vietnam? ¿Se ha perdido quizás entre las abundantes cosas bellas que se pintan en estos días? (La exposición de Saul muestra cincuenta piezas seleccionadas por el ex curador del New Museum, Dan Cameron).
El arte de Saul no es bonito, aunque ofrece muchos placeres visuales. Tampoco es amable. En realidad, el artista hace grandes esfuerzos para parecer lo contrario. Hoy en Estados Unidos, dice en la entrevista del catálogo, "hay una tremenda necesidad de no pasar por racista, de no pasar por sexista. Así que me aseguro de pasar por todas esas cosas".
Y lo logra. ¿Cuál sería el museo adecuado para exhibir una pintura que muestra a O.J. Simpson armado con un cuchillo, pero amarrado para ser ejecutado mientras una rubia regordeta señala un guante manchado de sangre y dice: "¿Es por esto que tienes que morir?" ¿O una pintura de Cristóbal Colón masacrando a nativos del Nuevo Mundo que ellos mismos sostienen en sus brazos bandejas con trozos de carne humana?
¿Cuál es el lugar adecuado para un arte que arrejunta a John Wayne Gacy con Angela Davis, el Ratón Mickey con Ethel Rosenberg, Stalin con Willem de Kooning, Basil Wolverton con George W. Bush, para luego espesar el caldo con puntiagudas referencias al capitalismo, el comunismo, la homofobia, el feminismo, el Poder Negro, el racismo, la pedofilia y la política artística y, finalmente, a sí mismo, el artista decrépito, enfermo y auto-lacerante?
Dependiendo de quién esté mirando, Saul puede ser interpretado sea como elogiando o vilipendiando los ingredientes individuales de su caldo, aunque cuando se lo presiona para que declare sus lealtades, da respuestas equívocas. En realidad, su arte parece repeler de las respuestas, una especie de pintura vista como agitación, como amenaza.
Saul, que nació en San Francisco, empezó su campaña de provocaciones a fines de los cincuenta cuando descubrió que aunque le gustaban algunos expresionistas abstractos, no toleraba las pavadas existencialistas que rodeaban sus trabajos. Así que adoptó el estilo denso, pero dejando de lado las pretensiones. En lugar de profundidad espiritual, pintó neveras por dentro, rellenas de refrescos, bistés, puñales, penes e inodoros. En el proceso, creó una versión gráfica -como hizo Larry Rivers- de lo que sería llamado el Pop Art.
Durante esa época, de 1956 a 1964, vivió en relativo aislamiento en Europa. En París conoció a algunos colegas, como el pintor surrealista Roberto Matta, y el comerciante de arte Allan Frumkin, que representaría a Saul durante más de treinta años. También tuvo importantes encuentros con ‘La guardia nocturna’, de Rembrandt, y la revista Mad.
A mediados de los sesenta, después de volver a California, Saul produjo una serie de pinturas inspiradas por la guerra en el sudeste asiático. En ‘Vietnam’ (1966), realizada con un estilo gráfico liso y lineal, pero supurante, las figuras que personifican las razas negra, blanca y amarilla se revuelcan juntas en una suerte de violación colectiva apocalíptica, violándose y violando todas ellas.
Otras pinturas de la serie -que harían por sí mismas una asombrosa y oportuna exposición- ofrecen la visión de una profanación universal todavía peor. En su indescriptible compás moral, su desdén del solaz humanista y su alarmante belleza formal, se encuentran entre las imágenes de referencia de su época.
En 1975, Saul se mudó a Nueva York. Pero para entonces la pintura, al menos la de su tipo, había pasado de moda. Así que en 1981 se trasladó a Austin, Texas, para enseñar. Se quedó ahí por casi veinte años, retirándose una vez más del ambiente tradicional, y en una época en que el arte político, incluyendo la pintura política, estaba encontrando una nueva audiencia.
En realidad, Saul ha pasado mucho tiempo haciendo parte de su trabajo para una audiencia de una sola persona, él mismo, específicamente en una serie de autorretratos que empezó en los setenta y continúa aumentando hasta hoy. Las imágenes son, casi todas, imágenes del cuerpo capturado, poseído por mortificantes instintos y encendidas emociones, mientras resiste el asedio de un mundo hostil.
En ‘Oedipus Junior’ (1983), el artista se clava él mismo un pincel en un ojo, se castra a sí mismo con una sierra circular y ofrece una cerveza a una teta que le brota del cuello. En un dibujo de 1997, una mujer que vomita taladra la frente de un hombre con una pancarta que dice: "Me enferman tus bromas sexistas". En varias pinturas muestra cabezas derritiéndose, disolviéndose en grasa y sudor, ojos y dientes flotando en un charco de gruesa mugre.
Esas imágenes -los tardíos autorretratos de Rembrandt no están demasiado lejos- han aumentado en cantidad a medida que Saul ha ido envejeciendo. Sin embargo, su trabajo sigue viéndose juvenil. Y para los artistas jóvenes es, por varias razones, un modelo que vale la pena.
Se ha mantenido alejado del mundo del arte, así que no le debe nada a este. También se ha mantenido alejado de la moda -tener un agente que lo ha apoyado siempre, naturalmente, es una de las cosas que le ha permitido esa postura- y, con un escaso respaldo de la crítica, ha seguido magistralmente su propio odioso e hilarante camino. Y esta ruta la ha basado en un género fundamentalmente simple, el surrealismo, cargado con un resuelto contenido crítico.
Si su trabajo se ha suavizado y ampliado con el tiempo -algunas de sus últimas pinturas en esta selección de otro modo excelente, se ven poco elaboradas o demasiado explícitas-, lo esencial sigue siendo rudo y firme. Este es un arte de una combativa ambigüedad moral que parece que proviniera de un lunático marginal, pero de hecho ofrece una sana y realista descripción del mundo. ¿Qué hay de malo con esta imagen?, se pregunta Saul en cada una de sus pinturas. Y la única respuesta es: Todo.
‘Peter Saul’, hasta el 21 de septiembre en Orange County Museum of Art, 850 San Clemente Drive, Newport Beach, Calif.; (949) 759-1122, ocma.net. Luego seguirá ruta hacia la Pennsylvania Academy of Fine Arts en Filadelfia, del 18 de octubre al 4 de enero de 2009; y al Contemporary Art Center en Nueva Orleans, del 14 de febrero al 24 de mayo.
©new york times
cc traducción mQh
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