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publican inédito de cabrera infante


Cabrera Infante resucita como un bolero. Hoy aparece en España ‘La ninfa inconstante’, novela inédita del cubano ganador del Premio Cervantes.
[J. A. Masoliver] Guillermo Cabrera Infante (1929-2005) dejó acabada pero inédita ‘La ninfa inconstante’, que ahora ha recuperado su viuda. Un relato ambientado en 1957 sobre el amor a una muchacha, con la voluntad autobiográfica y la riqueza verbal características del escritor cubano.
Los sesenta fueron, en tantos sentidos, fabulosos, y en tiempos de fábula nada mejor que las del boom. Una de las grandes revelaciones fue la que debería formar parte de una trilogía, ‘Tres tristes tigres’, de Guillermo Cabrera Infante (Gibara, Cuba, 1929 - Londres, 2005), premio Biblioteca Breve 1964, un habanero desbordamiento verbal, musical, vital y sentimental. En 1969 publicó ‘La Habana para un infante difunto’, la que en realidad debería abrir la serie. Podría decirse que su novela hasta ahora inédita ‘La ninfa inconstante’ cierra la trilogía.
Cabrera Infante ha dejado numerosos manuscritos, aunque no sabemos en qué estado. Sus amigos creíamos incluso que esa ninfa inconstante no existía más que en su imaginación. La prueba de que, de nuevo, nos equivocábamos la tenemos ahora en nuestras manos.
Cabrera Infante logró terminar la novela, aunque no llegó a corregirla ni a pasarla a máquina. De la edición se ha encargado su viuda, Miriam Gómez. Consuela saber que la fiel compañera durante los largos años del exilio no haya tenido que modificar nada. Con correcciones o no, nos encontramos con una novela impecablemente organizada, con la habitual riqueza verbal de Cabrera Infante y con la garantía de que un escritor exigente como él ha dado el visto bueno para su publicación: "La novela está completa pero desorganizada. Trata de hacerlo tú, no ahora que estás muy ocupada cuidándome, sino después, cuando acabe todo". Para añadir: "Ha de tener la intensidad de un bolero", dijo el cubano, luego murió.

Canción para La Habana
No es ninguna frivolidad. El bolero es una parte esencial de la vida cubana. Ha dado título a uno de sus libros de cuentos, ‘Ella cantaba boleros’, y aparece como música (y letra) de fondo en todas sus novelas, homenaje a la cultura popular por parte de un autor de una sólida cultura, como lo confirman el mencionado ‘Puro humo’ y ‘Cine o sardina’. En ‘La ninfa inconstante’, boleros, citas de sus autores preferidos, incorporación de frases literarias, forman parte del tejido narrativo como lo forman las continuas referencias autobiográficas o a otras obras suyas, los juegos de palabras o la imitación del lenguaje habanero: lecturas para un iniciado que saboreará todos los guiños. Pese a estar escrita ya en el exilio, las referencias al tantas veces denostado Batista son mínimas, lo que resulta lógico en un narrador a quien, nos dice, le interesa la literatura más que la vida: "No quiero hablar de política sino de poética, de la experiencia literaria, siendo un desdén adquirido por la experiencia".
Pasiones que son obsesiones. El narrador es, por supuesto, Cabrera Infante, aquí G. o Gecito, el mismo que firmaría G. Caín como crítico de cine en la revista Carteles. Una voluntad autobiográfica que recorre todos sus libros, con referencias a su familia, a su personalidad (‘Todo me pasa de noche’, ha nacido para el chiste y la chacota, no se sabe nunca si habla en serio o en broma), a su estética (su pasión por las citas, la confusión entre verdad y ficción) o a sus obras. Le alimentan pasiones que son obsesiones. El cine ( ‘¿Qué sería de mí sin el cine?’). La música, especialmente el bolero, que nos acompaña a lo largo de la novela, "canciones que dictan los recuerdos", "oye como el bolero se vuelve una balada. La música es la madre de las musas", "si yo pudiera escribir boleros, no me importaría escribir música". Los juegos de palabras y las citas, una dinámica verbal provocadora y consecuencia del dinamismo total de la narración. La Habana, que aquí recorremos como Leopold Bloom recorre Dublín en el ‘Ulises’ de Joyce.
Y, primus inter pares, las mujeres y la compleja relación con ellas, en "un eterno juego entre engaño y desengaño".
Las mujeres que son aquí una sola mujer, Estela, elusiva ninfa que juega a mujer, amor de un verano recuperado a través del recuerdo y eternizado a través de la escritura: "Recordarla es grabarla en el recuerdo. Yo la recuerdo toda", "un abismo nos une: ella murió y yo vivo para escribir este libro". En torno a una serie de encuentros y desencuentros, de recorridos por la ciudad, giran otros encuentros no menos extraños que amplían considerablemente el marco de la novela: las reflexiones en torno a las mariposas, a John Ruskin y la ausencia de vello en las estatuas, la doctora lesbiana amiga de Estela, Olga Andreu mordiéndose las uñas de los pies o Junior tumbando a Hemingway en un improvisado combate de boxeo.
Imposible comparar ‘Tres tristes tigres’ o ‘La Habana para un infante difunto’ con esta novela. Son tres libros escritos y leídos en tiempos muy distintos. Pero, recorriendo sus páginas, nos resulta imposible no hermanarlos y considerarlos un mismo libro y no regresar a aquella Habana que es inconfundiblemente la de Cabrera Infante.

26 de septiembre de 2008
©la nación
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