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jeremy corbyn, amigo de chile


Jeremy Corbyn, parlamentario laborista británico. El adversario más duro de Pinochet en Londres. Fue el rostro más visible entre todos aquellos que, en la capital británica, intentaron enviar a Augusto Pinochet a una prisión española. A diez años de los hechos, Corbyn tiene recuerdos agridulces de aquella extraordinaria batalla política y legal.
[Claudio Betsalel] Londres, Gran Bretaña. A sus 59 años, Jeremy Corbyn sigue siendo un socialista puro y duro, algo que puede parecer incluso extravagante en una de las ciudades más cosmopolitas del mundo.
Admirador del gobierno de Salvador Allende y férreo detractor de la participación británica en las guerras de Irak y Afganistán, desde que fue elegido miembro de la Cámara de los Comunes, en 1983, se ha mantenido como un parlamentario rebelde en el extremo izquierdo del laborismo.
Ha criticado ácidamente al llamado ‘New Labour’ socialdemócrata y dice que su barba elegida ‘Barba del año 2001’ por un grupo británico de defensa del uso de barbas es "una forma de disidencia" respecto de los acólitos de Gordon Brown y Tony Blair.
A diez años de la detención de Augusto Pinochet en Londres, Corbyn conversó con LND sobre aquellos sucesos.

Usted se comprometió personalmente en la tarea de extraditar a Pinochet a España.
La solicitud fue cursada desde España por el juez (Baltasar) Garzón, y me sorprendió gratamente que las cortes españolas dictaran una orden en este sentido. Y me alegró que el ministro del Interior (Jack Straw) aprobara su implementación. Yo ya había protestado por la presencia de Pinochet. Creo que él formaba parte de una delegación de adquisición de armamentos y había sido recibido por varios contratistas británicos de defensa.

¿Quiénes lo defendieron en primera instancia?
Pinochet parecía tener contactos muy próximos y amistosos en la embajada de Chile. Las primeras protestas fueron de su hijo, y de una serie de "amigos" de alto nivel. Lord (Norman) Lamont y el parlamentario John Wilkinson hicieron varias apariciones en su defensa, y un medio de su propiedad intentó mejorar la imagen pública del ex dictador.

¿Lo decepcionó el resultado final del proceso?
Yo defendí con energía el proceso de extradición, y asistí a todas las audiencias judiciales y a las manifestaciones frente al Parlamento, así como a las que se hacían cada sábado frente a su residencia temporal en Reino Unido. Pero estaba al tanto de las presiones a las que estaba siendo sometido el gobierno británico para permitir su regreso, sobre la base de que la democracia chilena sería protegida si Pinochet volvía. Cuando estos alegatos fueron rechazados, se recurrió al argumento de su condición médica. Pero descubrimos que esto último se hizo en respuesta a un memorando interno del ministerio del Interior, el llamado memorando Stadlen, que aconsejaba permitir el regreso de Pinochet a Chile si existía suficiente evidencia médica. Más tarde se supo que el problema médico que Pinochet sufría no era nada anormal para un hombre de su edad y que era perfectamente capaz de haber enfrentado un proceso judicial en el Reino Unido. Se hizo evidente que la razón era más política que médica. Me horrorizó la decisión que tomó el ministro del Interior, y lo dije en el Parlamento el día en que Pinochet volvió a Chile.

¿Cómo definiría la intervención del gobierno británico de la época en el caso?
Inicialmente la respuesta fue encomiable, al aceptar la solicitud de extradición y autorizar el arresto de Pinochet. Yo encabecé una delegación que fue a New Scotland Yard (la dirección de la policía metropolitana) con un dossier sobre la implicación de Pinochet en la violación de los derechos humanos de chilenos entonces residentes en Reino Unido, y pedí que se abriera un proceso similar al de España. Pero el director de la Fiscalía Pública se negaba a hacerlo y lo interpreté como un punto de inflexión en la actitud del gobierno en el caso. Estados Unidos se había implicado y defendía el punto de vista de que había que permitirle a Pinochet regresar a Chile. Hay que reconocer que el gobierno británico se resistió a aceptar esto, y agradecí personalmente a Tony Blair y Jack Straw por hacerlo. Fue muy claro para mí que el arribo de una delegación chilena encabezada por (José Miguel) Insulza resultó crucial para persuadir al gobierno británico de hallar alguna vía para regresar a Pinochet a Chile. Me entrevisté con Insulza y le dije con firmeza que yo creía que Pinochet era un criminal, y que la causa de la democracia en Chile sería mejor defendida si enfrentaba las consecuencias de sus acciones ante la ley internacional.

¿Y qué puede decir del apoyo de Margaret Thatcher a Pinochet?
Indeseable, pero no sorprendente. Ya a fines de los años ochenta se conoció que Pinochet había permitido a fuerzas británicas utilizar el territorio chileno durante el conflicto de las islas Falkland-Malvinas, y que Thatcher había autorizado la venta de armamentos a Chile. Varios parlamentarios conservadores habían hecho lobby en favor de Pinochet en los ochenta, por lo que el apoyo de Thatcher era predecible, aunque deprimente y chocante Creo que Pinochet y su entorno malinterpretaron gravemente el sistema político y judicial británico, y creyeron que el apoyo de una ex primera ministra garantizaría su inmunidad legal.

¿La intervención del gobierno chileno fue débil o errada?
Creo que el gobierno chileno pudo y debió haber hecho mucho más para permitir un proceso judicial internacional contra Pinochet, en vez de enviar señales de que lo querían de vuelta en Chile. Creo que el éxito final de los procesamientos se debió a la publicidad mundial del intento de extradición y su arresto domiciliario en Gran Bretaña. Eso lo pude comprobar en diciembre de 2000, cuando fui a Chile, participé en un acto en Villa Grimaldi junto a Michelle Bachelet y visité a mi gran amiga Sola Sierra.

¿Qué recuerdos personales guarda de aquella época de lucha parlamentaria y legal?
Mi primera visita a Chile fue en 1969, cuando era una solitaria democracia rodeada por gobiernos militares. Un año después fue elegido el gobierno de la Unidad Popular, cuya determinación por redistribuir la tierra y la riqueza admiré y apoyé. Después de 1973 trabajé en la campaña de solidaridad con Chile, y como concejal en Londres Norte hice todo lo que pude por ayudar a las familias chilenas exiliadas. Durante el arresto de Pinochet formamos un grupo parlamentario informal y una red muy eficiente en Londres, con muy buenos contactos como (Alejandro) Navarro y (Juan Pablo) Letelier. Cuando viajó a Londres una delegación para apoyar la campaña legal contra Pinochet, los invité a todos a mi casa. Fue una velada que recordaré siempre. He hecho muchas amistades duraderas con chilenos desde el tiempo que estuvieron en Londres.

19 de octubre de 2008
©la nación
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