vida y tiempos de timothy leary 3
24 de octubre de 2008
Leary siguió en libertad, tras recurrir la sentencia, pero entretanto las actividades en Millbrook habían llamado la atención de la policía local. El principal enemigo de Leary allá era el fiscal asistente del condado de Dutchess, G. Gordon Liddy, que ordenó un allanamiento de su casa y arrestó a Leary por posesión de marihuana. En 1968 Leary fue parado cuando cruzaba Laguna Beach y, junto con su esposa e hijos, detenido, nuevamente por cargo de drogas encontradas en su coche. El hijo de Leary, Jack, estaba tan colocado que se desnudó en la comisaría y empezó a masturbarse. Cuando le mostraron lo que estaba haciendo su hijo, Leary se echó a reír. Rosemary fue sentenciada a seis meses, Jack fue obligado a un someterse a un examen psiquiátrico y Leary recibió una sentencia de uno a diez años por posesión de marihuana.
Fue enviado a la Colonia Penal Masculina de California, en San Luis Obispo, y es allá donde la historia se convierte en un episodio más de Alicia en el País de las Maravillas. Con la ayuda de los Weathermen, Leary escapa de la cárcel y es trasladado a una casa segura, donde conoce a los peces gordos del movimiento underground: Bernardine Dohrn, Bill Ayers, Mark Rudd. Con su ayuda, y la de Rosemary (violando su libertad condicional), logró salir del país y volar a Alger, donde Leary fue el invitado de Eldridge Cleaver, ministro de defensa de los Panteras Negras. Cleaver debería haberle agradado a Leary, pues su libro ‘Soul on Ice’ contiene frases como "La búsqueda de la Fusión Apocalíptica encontrará condiciones óptimas en una Sociedad sin Clases, la ausencia de clases es la condición sine qua non para la existencia de una Sociedad Unitaria en la que se pueda alcanzar la Imagen Sexual Unitaria" y (para explicar por qué las mujeres blancas prefieren a los hombres negros), "Lo que humedece el fluido Ultrafemenino es que la mujer todavía es seducida y torturada por el conocimiento secreto e intuitivo de que él, su novio psíquico, puede arder para hacerse camino a través de una muralla de hielo, sondear sus profundidades psíquicas, probar el aceite de su alma, fundir el iceberg de su cerebro, tocar su sanctum íntimo, detonar la bomba de su orgasmo y brindarle una dulce emisión". Pero, desgraciadamente, los visionarios no se llevaron bien.
Aunque los Panteras Negras dieron una rueda de prensa en Nueva York para anunciar que Leary, que antes del episodio desdeñaba la política, se había unido a la revolución -el nuevo lema de Leary era: "Dispara para Vivir / Apúntale a la Vida"-, Cleaver estaba ansioso por sacarlo de Argelia, un país musulmán que no era exactamente blando con las drogas. Empieza a acosar a Leary y a su esposa, y los dos logran evadirse a Suiza. Allá Leary conoce a un traficante de armas internacional de alto vuelo, llamado Michel Hauchard, que accede a protegerlo a cambio del 35 por ciento de las regalías de libros que Leary acepta escribir, y luego lo hace arrestar, poniendo en práctica la teoría de que era más probable que Leary escribiera en la cárcel, donde sufriría menos distracciones. Tras un mes de confinamiento solitario y gracias a los esfuerzos de su esposa -que luego lo abandonará-, Leary es dejado en libertad. Leary empieza a vivir con una chica suiza y comienza a usar heroína, luego conoce a una ricachona llamada Joanna Harcourt–Smith Tamabacopoulos D’Amecourt, que se convierte en su nueva consorte.
La visa de Leary estaba a punto de caducar, así que él y Joanna buscaron refugio en Austria, donde Leary, en una declaración, dijo que Austria "para nosotros personalmente y creo que para el mundo en general existe como un faro de compasión y libertad". (La mitad de los guardias en los campos de concentración nazi provenían de Austria). No está claro si Austria abrigaba los mismos sentimientos hacia Leary, y, después de que se apareciera su yerno, se incubó el plan de marcharse a Afganistán, donde tenía amigos entre los traficantes de hachís. Leary voló a Kabul -estamos en enero de 1973- y fue detenido inmediatamente. El yerno lo había delatado. Leary fue trasladado a Los Angeles, acompañado por un agente de la Oficina Federal Antinarcóticos [Federal Bureau of Narcotics], e internado en la cárcel Folsom, donde lo metieron en una celda junto a la de Charles Manson. King Kong conoce a Godzilla.
El resto es trivial. La Corte Suprema de Estados Unidos había derogado la convicción de Laredo, pero Leary claramente corría el peligro de pasar un tiempo en la cárcel. Atacó su problema de frente: cooperó completamente con las autoridades y dijo todo lo que sabía sobre sus antiguos compañeros, incluyendo a su abogado y a su ex esposa Rosemary, que había entrado en la clandestinidad. Leary escribió artículos para la National Review, la revista de William F. Buckley, en los que atacó a John Lennon y Bob Dylan ("canciones de protesta de plástico escritas con barbitúricos") para demostrar que se había rehabilitado. Cuando fue liberado, en 1976, fue colocado en el Programa de Protección de Testigos. Finalmente se marchó a Los Angeles, donde se hizo conocido en el mundo social de la lista B de Hollywood. Larry Flint, el editor de Hustler, era uno de sus amigos y Leary se convirtió en un escritor habitual de la revista. También era un invitado habitual en la Mansión Playboy e hizo una gira ‘debatiendo’ con su antiguo adversario, Gordon Liddy. Su nuevo producto era la emigración al espacio. Rompió con su hijo; su hija se suicidó, en 1990. Él murió de cáncer a la próstata, en 1996.
Lo mejor que se puede decir sobre la biografía de Leary escrita por Greenfield es que nunca será necesario escribir otra. Greenfield pasó un largo tiempo estudiando su materia; se conocieron en Alger en 1970, cuando Leary era invitado de los Panteras Negras. Ha sido exhaustivo, pero no eficiente. Es bueno que haya entrevistado a los sobrevivientes de esos años; pero no es bueno dejarlos divagar ni no corregir sus textos. Para comenzar, la historia oral es un género poco fiable; en una época en la mayoría de los testigos estaban intoxicados la mayor parte del tiempo, el cuociente de credibilidad que se debe otorgar a sus anécdotas es bajo. El trabajo del historiador es seleccionar y resumir. Y también contar una historia.
El Leary de Greenfield es un hombre cruel y deteriorado. El retrato es convincente. Sin embargo, la gente lo encontraba atractivo -no solamente mujeres guapas sino además colegas y otros famosos. Obviamente era imprudente, engreído, exasperante, y egoísta, pero la gente lo adoraba y gozaban de su compañía. La carrera que más se parece a la de Leary es la de otro psicólogo renegado, Wilhelm Reich, cuya caja de orgón -que acumulaba las energías de la fuerza vital cósmica- estaba de moda entre los iluminados de los años cincuenta. Norman Mailer usaba una caja de orgón; también Dwight Macdonald y Saul Bellow.
En los primeros días el LSD también era una droga de la elite. Mucha gente sin conexión alguna con la contracultura ‘experimentaba’ con ella: Henry Luce y su esposa, Clare Boothe Luce, eran entusiastas usuarios. (La señora Luce pensaba que el LSD debía ser mantenido alejado de las manos de gente corriente. "No queremos que todo el mundo tenga acceso a una cosa tan buena", dijo). Leary administró psilocibina al fundador de Grove Press, Barney Rosset, al que no le gustó. ("Le pago cincuenta dólares la hora a mi psiquiatra para evitar que me ocurran cosas como esta", se quejó. Las drogas psicodélicas fueron probadas por Lenny Bruce, Groucho Marx, y Arthur Koestler ("la noche pasada resolví el secreto del universo, pero esta mañana lo olvidé", dijo). Leary, en conformidad con la política de Huxley, habría sido feliz si el uso de drogas psicodélicas se restringiera a personas como estas en ambientes controlados, las drogas llegaron a la calle y él mismo terminó predicándolas a los chicos. La popularización del LSD no fue cosa de Leary; fue la música. Cuando terminó de oír ‘Sgt. Pepper’ por primera vez, en Milbrook en 1967, se supone que Leary se levantó y anunció: "Mi trabajo ha terminado". La droga psicodélica se había convertido en moda.
Pero no duró mucho. En 1968, el Congreso convirtió la venta de LSD en un delito grave, la posesión en un delito menor, y entregó su control a la Oficina de Narcóticos y Drogas Peligrosas. En 1970, las drogas psicodélicas fueron clasificadas como drogas de abuso, sin valor médico. Circularon informes científicos de que el LSD causaba daños genéticos; el uso recreativo de la droga empezó a adquirir un aura negativa. Y después de 1968 la economía empezó a empeorar. Fue la recesión de Nixon; la gente se ocupaba sólo de sus carreras. Colgarse era para perdedores. ¿Y de todos modos dónde estaban todas esas grandes ideas? Probablemente Huxley creía que el LSD proporcionaba una ventana hacia la esencia oculta de las cosas como un asunto de convicción, y Leary probablemente creía que era un asunto de conveniencia. Pero la experiencia del LSD es completamente sugestionable. Bajo los efectos de la droga, la gente ve y siente lo que espera ver y sentir, o lo que se les ha dicho que van a ver o sentir. Si esperan que se les revele el secreto del universo, entonces eso es lo que encontrarán. Una ilusión, sin duda, pero eso es lo más cerca que podemos llegar.
Libro reseñado:
Robert Greenfield
Timothy Leary
Harcourt,
$28
26 de junio de 2008
©new yorker
cc traducción mQh
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