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esperanza para campesinos paraguayos


La elección de un presidente de izquierda da esperanza a los campesinos sin tierra paraguayos.
[Alexei Barrionuevo] San Pedro, Paraguay. En los lindes de una finca aquí, Rogelio Silva, un dirigente campesino, miró la media docena de tiendas donde sus compatriotas paraguayos estaban preparando una sopa en una fogata. Cerca del camino, dos pancartas atadas a los árboles expresaban un sentimiento común en el campo paraguayo en estos días.
"Brasileños, fuera", decía uno.
"Tierra o muerte", el otro.
Los campesinos, alentados por la elección en abril de Fernando Lugo como presidente, han estado ocupando decenas de fincas a lo largo de la frontera con Brasil. Dicen que agricultores brasileños están ocupando ilegalmente tierras paraguayas, y que funcionarios corruptos han permitido que esos extranjeros adquieran tierras aquí durante décadas.
Apenas días después de que Lugo, un ex obispo católico de izquierda, asumiera el cargo en agosto, la policía local desalojó violentamente a más de quinientos campesinos que habían ocupado una finca aquí. A los pocos días los campesinos estaban de vuelta, con más tiendas.
"Los propietarios brasileños trataron de echarnos, pero no nos vamos a marchar", dijo Silva. "Tenemos que luchar por lo que nos pertenece legítimamente, por lo que nos robaron".
El movimiento de campesinos sin tierra de Paraguay se ha inclinado por una violenta lucha armada que continúa encendiéndose peligrosamente. En un enfrentamiento este mes entre campesinos y la policía, un campesino murió y tres agentes resultaron heridos después de que las autoridades desalojaran a los campesinos que estaba ocupando una propiedad.
Tras ese enfrentamiento, el gobierno de Lugo declaró la semana pasada que haría cumplir una antigua ley que impide que los extranjeros puedan comprar tierras agrícolas a particulares.
Los campesinos sin tierra ven a Lugo, que vivió y trabajó como sacerdote aquí en San Pedro durante once años, como su mejor posibilidad en décadas para conseguir ayuda para recuperar la tierra para sus operaciones de pequeña escala. Su elección como el candidato de la Alianza Patriótica por el Cambio terminó con el control que ejerció el Partido Colorado durante 61 años, y ha prometido una amplia reforma agraria en un país que ni siquiera tiene archivos fiables de escrituras de propiedad.
El conflicto por la tierra no solamente es explosivo en Paraguay; también está creando tensiones entre el nuevo gobierno y Brasil, cuyos funcionarios dicen que están siguiendo de cerca los enfrentamientos. "Los sentimientos anti-brasileños no son para nada compartidos por la mayoría de los paraguayos", dijo António Francisco da Costa e Silva, asesor de la embajada brasileña en Asunción. "Pero es algo que nos preocupa".
Los campesinos inmigrantes brasileños están practicando una agricultura mecanizada a gran escala, dedicándose en general al cultivo de la soya; eso ofrece poco trabajo a los campesinos y está provocando una reducción de las comunidades. Los campesinos dicen que el cultivo de la soya también está contaminando sus fuentes de agua, una acusación que las organizaciones de agricultores niegan. Los campesinos exigen que el gobierno, como mínimo, implemente la ley que exige que los terratenientes preserven el veinticinco por ciento de las áreas forestales.
Lugo ha llamado a los campesinos sin tierra a poner fin a sus ocupaciones de fincas y ha pedido más tiempo para implementar una reforma agraria comprehensiva. Su ministro del Interior, Rafael Filizzola, ha jurado que el gobierno continuará con los desalojos, aunque también advirtió a los agricultores que no tomen la ley en sus manos.
Días antes del enfrentamiento este mes en el que murió un campesino, Claudia Ruser, presidenta de la Asociación de Productores de Soya, advirtió que la situación podría convertirse en letal. "Creo que el presidente de la república y su gabinete despertarán cualquier día y verán las fatalidades", dijo a la prensa paraguaya local. "Verán vidas terminadas".
Lugo ha mostrado simpatía por los campesinos, que acusan a los productores de soya -muchos de ellos brasileños- de practicar una deforestación implacable y un uso indiscriminado de pesticidas tóxicos.
"El terrorismo debe ser erradicado de la faz de la tierra", dijo el presidente en Naciones Unidas el mes pasado. Eso incluye "el terrorismo que afecta a los niños de mi país, que mueren a consecuencia de las toxinas agrícolas", dijo.
Convencidos de que Lugo está de su lado, los campesinos están cada vez más radicalizados. "Los brasileños invadieron nuestro país", dijo Elvio Benítez, un dirigente campesino de la localidad. Agregó que los brasileños "casi nos mataron a todos" en la Guerra de la Triple Alianza entre 1865 y 1870, un conflicto que devastó a Paraguay, que debió soportar años de ocupación militar brasileña.
Los enfrentamientos actuales amenazan con escalar a niveles como los de Bolivia, donde el proyecto del gobierno para redistribuir la tierra ha provocado una violenta reacción y ha creado un importante reto político para el presidente Evo Morales, dijo Riordan Roett, director del programa de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Johns Hopkins.
"Se teme que podría irse de las manos y entonces tendríamos violencia real en el campo por primera vez en la historia de Paraguay", dijo Roett.

En San Pedro, dirigentes campesinos y políticos locales dicen que los agricultores brasileños han contratado a milicianos armados para proteger sus propiedades.
"Están matando gente", dijo José Ledesma, gobernador de San Pedro, sobre las milicias de los agricultores brasileños. "A veces a la gente la matan simplemente porque los milicianos piensan que están robando vacas".
Da Costa e Silva, de la embajada brasileña, no negó que algunos agricultores brasileños se han armado, pero dijo que "la inmensa mayoría" no lo ha hecho.
Pedro Paulo Silva, 61, campesino de San Pedro, dijo que nunca supo por qué fue atacado en abril. Desabotonó su camisa para mostrarnos cinco heridas de bala. Silva dijo que dos milicianos le dispararon cuando salía del baño, hiriéndole en el pecho y en el brazo derecho. Los atacantes fueron detenidos por la policía, pero se han negado a decir para quién trabajan, limitándose a decir sus nombres y confirmando que son brasileños, de acuerdo a dirigentes campesinos y al gobernador Ledesma.
Las divisiones entre los campesinos y los agricultores brasileños son profundas. Muchos brasileños se niegan a integrarse, hablan solamente portugués y viven dentro de sus propias comunidades. Y la mayoría de los campesinos paraguayos no hablan español, ni portugués, sino solamente guaraní, el idioma indígena local.
En Paraguay viven trescientos mil brasileños y sus descendientes, de acuerdo a varias estimaciones, en una población de 6.8 millones de habitantes. Muchos llegaron para sembrar soya, buscando tierras más baratas e impuestos agrícolas más bajos.
"Si inviertes aquí, tendrás beneficios más rápidos", dijo Erni A. Schlindwein, agricultor campesino en el Chaco, cerca de Ciudad del Este.
Los agricultores brasileños empezaron a llegar en los años setenta, invitados por el dictador Alfredo Stroessner en el marco de un programa para aumentar la producción agrícola.
Ledesma dijo que ese programa era la causa de los problemas actuales. Cerca de dos tercios de los doce millones de hectáreas de tierra distribuidas por el gobierno paraguayo entre 1954 y 2004 fueron asignados irregularmente, de acuerdo al gobierno de Lugo.
No es probable que esa situación pueda ser revertida pronto. La ley que ha enviado al Congreso el gobierno de Lugo para hacer cumplir la prohibición de que extranjeros puedan comprar tierra paraguaya no se aplicaría a propiedades vendidas o adquiridas con la ayuda del gobierno antes de 2003.
Hoy, gran parte de la tierra agrícola de Paraguay está en manos de brasileños, que producen más de la mitad de la producción de soya de Paraguay, el cuarto productor de soya del mundo. "La contribución brasileña a la agricultura paraguaya ha sido enorme", dijo Da Costa e Silva.
Schlindwein, que llegó en 1982, dijo que brasileños como él ayudaron a construir pueblos fronterizos, como el Chaco. "Cuando yo empecé aquí", dijo, "no había nada, ni escuela, ni iglesia, ni siquiera una cancha de fútbol".
Pero reconoció que algunos brasileños se han aprovechado de una implementación poco estricta de la ley en cuanto a la adquisición de tierras por parte de extranjeros.
"Aquí la gente hace lo que quiere", dijo. "Si este gobierno invirtiera en tecnología y enseñara a sus campesinos a trabajar, el país estaría mucho mejor".
Pero el gobernador Ledesma, que produce bananas, denunció los efectos ambientales de la producción de soya a gran escala.
"Estamos talando nuestros bosques; estamos contaminando nuestras aguas y colocando en peligro nuestro ecosistema", dijo. "Aquí Fernando Lugo tiene que aplicar mano dura".

Andrea Machain contribuyó a este reportaje desde Asunción, Paraguay.

29 de octubre de 2008
14 de octubre de 2008
©new york times
cc traducción mQh
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