trata de mujeres en chile
23 de noviembre de 2008
Sus ‘dueños’ les prometen generalmente sueldos de 250 mil pesos, pero el pago real no llega ni a la mitad de lo pactado. En la mayoría de los testimonios que dan a la Policía, cuentan que además deben pagar el colchón donde duermen, la comida y las multas que acumulan por negarse a tener relaciones sexuales con los parroquianos de la schopería que oculta un privado.
Aunque las noticias muestren que la explotación sexual sólo se remite a las zonas mineras de nuestro país, quienes trabajan desbaratando bandas de tráfico de personas devuelven las preguntas que quedan en el aire. ¿Por qué hay ecuatorianas y colombianas en la calle Ramón Carnicer? ¿Por qué hay mujeres de piel oscura ofreciéndose a los autos en la esquina de Tobalaba con Apoquindo? ¿Por qué a Chile Chico y a Punta Arenas llegan extranjeras como cargamentos humanos? Según sus investigaciones, la trata de mujeres prolifera en el mundo como el tercer negocio más rentable después de la venta de armas y de drogas. La trata de personas aún no está tipificada en nuestra legislación y sólo se sanciona cuando "se facilita la salida o entrada de personas del país para prostitución". Los captores se escudan en los procesos declarando que contrataron garzonas y niñeras.
Carmen Torres, directora del Instituto de la Mujer, señala que una de las razones de que el fenómeno en nuestro país aparezca como impune y soterrado es por las características culturales de Chile, un país que normaliza estas prácticas y mira con desprecio y estigmatiza a los inmigrantes. Para Torres, el silencio de las mujeres que son víctimas de trata es otro factor que encubre a sus captores. "Ellas no denuncian por temor y vergüenza, porque la mayoría de las mujeres nunca ha trabajado en el comercio sexual en su país de origen. De esta manera quedan atrapadas, sin poder contar a sus familias y a las autoridades el calvario que están viviendo", explica. Torres relata que las mujeres luego tienen pavor a volver a sus países y sienten vergüenza de contar a sus familias que trabajaron en el comercio sexual. Chile se convirtió en un país de destino para muchas mujeres extranjeras que querían mejorar su situación económica con el sueño de un trabajo bien remunerado y mandar dinero a sus familias. "La trata de blancas en Chile existe desde la década de los noventa, pero el fenómeno se hizo notorio en el año 2001. También ha variado la nacionalidad de las mujeres. Eso es indicador de que hay verdaderas mafias impunes y que el negocio está creciendo", asegura.
Uno de los casos más conocidos ocurrió en Antofagasta el año 2006. Dos mujeres una argentina y otra chilena publicaron un aviso en el diario ‘El Tribuno’, que se distribuye en las ciudades de Salta, Jujuy y Tucumán, Argentina. "Necesitamos mujeres para atención de público en local", decía el pequeño recuadro impreso en el periódico. Diez argentinas contestaron el anuncio y pasaron las entrevistas. Cuando quedaron seleccionadas, les informaron a las interesadas que debían atender un local de bebidas alcohólicas y que el trabajo sólo consistiría en ser meseras por 1.500 pesos argentinos (casi 300 mil pesos chilenos). Las diez mujeres viajaron a Chile y pagaron su pasaje. El bar estaba ubicado en la calle Fermín Vivaceta de Antofagasta. Una vez en el local, a las chicas les mostraron el diminuto atuendo con el que debían trabajar, portando las bandejas con schops y piscolas. También les advirtieron que debían sentarse, conversar y entretener a los clientes y que por cada trago que ellos compraran ganarían; ellas se llevarían al bolsillo mil pesos de comisión.
A fin de mes, el pago no fue ni el 40% de lo prometido y sus documentos fueron retenidos. Quedaron atrapadas. Las captoras fueron absueltas, a pesar de lo que declararon los testigos, entre ellos un subcomisario de Investigaciones, quien señaló que las diez mujeres compartían una pieza en total hacinamiento y con los colchones en el suelo. Que en el bar, la luz tenue, las habitaciones anexas y una cortina con un cartel escrito a mano que decía ‘privado’, indicaban el oficio al que fueron empujadas.
Modus Operandi
Marcela Castillo, abogada y representante de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), habla del estado invisible en que se encuentra este fenómeno en nuestro país. La organización, que ya había efectuado un sondeo en 2006 sobre trata de personas en Chile, se ha dedicado a actualizar y a profundizar la información en conjunto con Interpol y Carabineros de Chile. Así detectaron cómo este delito prolifera en muchas regiones del país.
"En la mayoría de los casos las mujeres fueron engañadas por un anuncio de garzona o de niñas para cuidar ancianos; pero acá se van endeudando para pagar su pasaje y la estadía. Están bajo amenazas y no pueden llegar e irse porque les tienen retenidos sus documentos", explica Castillo.
La abogada menciona el paso de Colchane como el lugar favorito para ingresar extranjeras, por sobre Chacalluta y Ollagüe. Las mujeres entran en bus o escondidas en camiones de frutas, papas o autos. "Se han ido integrando otras nacionalidades. Si en un momento eran argentinas y peruanas, hoy vemos en nuestro país a mujeres colombianas, ecuatorianas, paraguayas, salvadoreñas y menor en número mujeres orientales", explica.
Para la abogada, el modo de operar de las bandas es contactar a las chicas en sus países, con un aviso que promete buena remuneración, con o sin conocimiento de que vienen a trabajar en comercio sexual. Una vez que llegan, su vida se convierte en una pesadilla. "En Chile les cambian las condiciones de trabajo, se les retienen los pasaportes y sus identificaciones. Se les amarra laboralmente porque se les cobra el pasaje y les imponen multas: 30 mil pesos por romper una copa o por negarse a tener relaciones sexuales con sus clientes. En el mejor de los casos les quedan 10 mil pesos para sobrevivir", afirma Castillo.
Todas las mujeres que han escapado o han sido rescatadas de una red de trata presentan daño sicológico; los casos más graves corresponden a chicas que fueron engañadas y que nunca se desempeñaron en el comercio sexual en su país de origen. Andrea Gómez, sicóloga de la OIM, separa a las víctimas de explotación sexual que tenían conocimiento de su trabajo son más difíciles de atender porque tienen una relación de lealtad con su captores y sienten que ayudaron a la comisión del delito de aquellas que fueron captadas mediante engaño. "Las encontramos con lenguaje disgregado, crisis de pánico y hasta amnesia, lejos de su familia, no recuerdan dónde viven les pides la dirección de su casa y dan el número de una parcela en la selva paraguaya. Luego de la negación recurren a la autoflagelación y se provocan cortes o intentan suicidarse", explica Gómez.
Trata en Santiago
Según antecedentes de la Brigada Investigadora de Delitos Sexuales y Menores (Brisexme), con sólo visitar páginas donde se ofrecen los servicios de mujeres se puede sospechar de las condiciones de trabajo. En los sitios eróticos, el 90% de ellas son extranjeras. En la Brisexme relatan que en un casos se dieron cuenta que el administrador de la página también tenía departamentos en Providencia para que las mujeres ejercieran la prostitución. "No están porque ellas quieren y esos testimonios se repiten. Los encuentran en saunas, casas de masajes y night clubes del sector oriente donde les cobran alojamiento, comida y de los 500 mil pesos que les prometieron como pago mensual, sólo les dan 100 mil", cuentan. Luego de las indagaciones, se dieron cuenta que las mujeres fueron captadas en Quito o en Guayaquil por chilenos que hacen turismo sexual y luego se encargan de traerlas a Chile. Según fuentes de Investigaciones, la ciudad que más demanda mujeres para el comercio sexual es Calama, aunque en estos últimos días se han dedicado a la pesquisa de avisos de internet en Santiago que levantan sospechas. "Se ofrece visa de trabajo y residencia para señoritas extranjeras". "Muchas mujeres llegan a Calama y luego van bajando hasta Santiago y de ahí hacen un salto desde Coyhaique para llegar a Puerto Montt y a Punta Arenas. Hay chicas de todas las nacionalidades prostituyéndose en Providencia o Punta Arenas", comentan en la Brisexme.
Hace unos días, el Servicio Nacional de la Mujer (Sernam) realizó una campaña para la prevención de trata de mujeres. La titular de esa cartera, Laura Albornoz, señala que, alertados por los índices y estudios de OIM, decidieron efectuar actividades para hacer visible el flagelo de la trata de personas. "Se pretende tramitar el proyecto de ley para que se apliquen sanciones drásticas a los captores. El proyecto pretende tipificar el delito de tráfico de personas y establece normas para prevenirlo", explica Albornoz. La iniciativa fue aprobada, en general, en el Senado el pasado 4 de junio y actualmente se encuentra en segundo trámite legislativo.
Para la ministra, éste es un delito oculto y su figura penal se ha llegado a debatir en conjunto con el Ministerio de Justicia, sobre todo para incorporar la perspectiva de género y dejar atrás los cuestionamientos sobre si las extranjeras involucradas son mayores de edad o lo hicieron voluntariamente. "Son mujeres sin oportunidades en su país o víctimas del desplazamiento de conflictos armados de su país", explica. La ministra dice que la campaña quiere mostrar de qué se trata este flagelo donde las principales afectadas son las mujeres de Colombia, Ecuador y Perú.
En agosto de 2007, el fiscal Cristián Aguilar logró una condena contra el comerciante José Castro, de 35 años. El Juzgado de Garantía de Antofagasta lo encontró culpable de cometer el delito de promoción y facilitación a la entrada al país de personas para ejercer la prostitución y le aplicó una pena de tres años y un día de presidio.
Todo ocurrió entre 2005 y 2007, cuando Castro, por intermedio de terceras personas, publicó distintos avisos de trabajo y ayudó a la entrada de ciudadanas peruanas, principalmente de Tacna. Las mujeres fueron llevadas a Antofagasta con la promesa de regularizar su situación migratoria con permisos de trabajo. También se les ofreció atender un local por 135 mil pesos al mes. Debían ser copetineras, usar faldas diminutas y transparentes; además de beber, bailar y conversar con los clientes para ganar una comisión por cada trago que bebieran. Veintidós peruanas terminaron ejerciendo la prostitución.
©la nación
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