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con los talibanes


Periodista del Times se une a los combatientes talibanes en una zona especialmente peligrosa de Afganistán. Los hombres parecen no temer a las tropas aliadas, y son amables anfitriones.
[Paul Watson] Ghazni, Afganistán. Para los talibanes, la principal carretera -una ajetreada arteria de dos vías que las tropas estadounidenses recorren por el medio, tratando de mantenerse alejados de los terroristas suicidas- es "territorio enemigo". Los guerrilleros la recorren como si fueran sus dueños.
Sonriendo de desprecio por una caravana de tropas polacas tratando de hacerse camino a través del tráfico el otro día, tres combatientes talibanes con rifles y largos cuchillos ocultos debajo de sus pesadas capas de lana cruzaron tranquilamente la autopista y escaparon del atasco.
Cuando llegaron a orillas de esta capital provincial a apenas una hora y media al sur de Kabul, el conductor se detuvo en un camino de tierra en el desierto, persuadiendo a la vieja y quejumbrosa furgoneta para que pasara por un lomo de burro frente a un nervioso centinela afgano. Los combatientes lo miraron hostiles.
A apenas treinta metros de la carretera construida por los norteamericanos, estábamos entrando en territorio talibán.
Presumiblemente el lomo de burro facilita la tarea de soldados o policías de detener los vehículos para revisarlos a la búsqueda de guerrilleros y armas. Pero las tropas del gobierno normalmente retroceden o hacen la vista gorda cuando los combatientes talibanes entran o salen de su enorme bastión en el desierto.
"Los policías y soldados no entran nunca a nuestro territorio", dijo uno de los guerrilleros -un hombre de veintiocho años que se identificó solamente como Ahmadi. "Si lo hicieran, no volverían".
Siete años después de la invasión norteamericana del régimen talibán, los fanáticos combatientes islámicos que se habían dispersado tras los masivos bombardeos de sus aldeas y bases de retaguardia en Pakistán nuevamente controlan extensas porciones de Afganistán. Aunque son más fuertes en el sur y en el este, han lanzado ataques en todas las regiones del país -y se han atrincherado en el territorio que rodea Kabul, la capital.
Las fuerzas armadas norteamericanas dicen que podrían necesitar treinta mil hombres más en Afganistán este verano, casi el doble de las fuerzas americanas enviadas allá. Los comandantes dicen que es probable que el número de bajas americanas, que con 155 aumentó en más de un tercio el año pasado, de acuerdo a icasualties.org, siga aumentando.


Pese a su creciente poderío y confianza, los combatientes talibanes reciben rara vez a periodistas extranjeros. Los guerrilleros se muestran extremadamente alertas ante la posible presencia de espías.
Y, entre los pashtún que dominan los talibanes, un antiguo código de honor llamado pashtunwali exige que un anfitrión proteja la vida de un invitado como si fuera más importante que la propia. Esa es una dura exigencia cuando el visitante es un extranjero que cruza un territorio lleno de secuestradores y facciones rivales enzarzadas en una guerra cada vez más cruenta.
Algunos comandantes talibanes consideraron la petición de pasaje seguro del Times para cruzar por su territorio sólo para rechazarla por considerarla demasiado riesgosa. Pero los talibs de Ghazni, ansiosos de mostrar su control del territorio, finalmente accedieron.
Con un ramo de uvas de plástico y un verso del Corán como adornos del espejo retrovisor, el vehículo de los guerrilleros se fundió con los cientos de taxis minibuses que transportan pasajeros por el campo afgano.
Los talibs, cuyas gruesas y negras barbas y enormes turbantes son tanto un emblema del orgulloso legado pashtún como símbolos de lealtad a los ulemas militantes, dijeron que hacían viajes regulares hacia y desde la ciudad de Ghazni, y por la carretera hacia Kabul.
Al menos en la provincia de Ghazni, los militantes talibanes no son combatientes acobardados escondidos en cavernas, saliendo a escondidas a montar emboscadas para correr a esconderse en otro escondite en la montaña. Viven cómodamente en aldeas agrícolas donde nacieron muchos de ellos, controlando el territorio, reclutando y adiestrando nuevas tropas, sobresaliendo en lo que ven como el don divino de una inevitable victoria contra los paganos invasores extranjeros.
"En los primeros días había muchos espías, así que teníamos que trasladarnos en pequeños grupos", dijo Ahmadi. "Pero ahora andamos en grupos de trescientos o cuatrocientos. Ahora no tenemos problemas".
Durante sus períodos de ocio, miran televisión y se informan de las noticias del día. Últimamente han visto un montón de bombas y cuerpos en la cobertura del canal Al Yazira de la ofensiva israelí contra Hamas en la Franja de Gaza. Los guerrilleros de Ghazni dijeron que las imágenes los fortalecían más que nunca en su determinación de luchar, y si es necesario morir, para expulsar a las tropas norteamericanas y sus aliados, a los que consideran cruzados empecinados en la destrucción del islam.
"Estamos dispuestos a dar nuestra sangre por la libertad de la patria, y también para terminar con la opresión de los norteamericanos", dijo Ahmadi, que ocultaba su cara con un kaffiyeh blanco y negro, usado más comúnmente por los árabes palestinos que por otros afganos.

Los norteamericanos apoyan a Israel, y cuando lleguen acá, debemos al menos estar listos para defender nuestro país. Para nosotros, morir joven es un orgullo".
La televisión vía satélite también mantiene a los talibs al día sobre los preparativos de la investidura del presidente electo Barack Obama, al que uno de ellos describió como "otro infiel", y el inminente refuerzo del nivel de tropas norteamericanas.
Los talibs dicen que cualquier aumento sólo les dará más oportunidades para matar a no-musulmanes en la guerra santa, del mismo modo que murieron los muyahedines apoyados por Estados Unidos en casi una década de guerra para expulsar a las tropas soviéticas de Afganistán en los años ochenta.
"El ejército ruso tenía cientos de miles de tropas aquí y perdió. Ahora es el turno de los norteamericanos", dijo un segundo talib, que se negó a identificarse. "Aunque aumentaran sus tropas a cien o doscientos mil, nunca perderemos nuestra moral. Seguiremos con nuestra guerra santa. Mientras más soldados envíen, más felices nos harán".
Algunos acusan a los talibanes de obligar a los campesinos a pelear. Pero los talibs de Ghazni dicen que los voluntarios aumentaron sus filas en un diez por ciento en un mes e insisten en que rechazan a muchos.
"No los necesitamos a todos ahora", dijo Ahmadi, y el segundo talib agregó, con una sonrisa de autosuficiencia: "Tampoco tenemos la logística necesaria".
Pese a los esfuerzos de la coalición militar encabezada por Estados Unidos para reducir la capacidad de los comandantes talibanes para dirigir operaciones militares a distancia, los guerrilleros parecen estar en contacto regular con sus líderes, y actúan bajo sus órdenes.
Después de un encuentro en una carretera secundaria, la furgoneta de los talibs se encaminó hacia la carretera de dos vías que une a las dos principales ciudades afganas, Kabul y Kandahar. Nuestro chofer hizo una pausa de un minuto para dejar pasar la caravana de todoterrenos polacos.
Soldados girando en sus torrecillas nos escudriñaron a través de sus visores, pero las tropas continuaron lentamente hacia la relativa seguridad de la ciudad en el nordeste. Partimos en la dirección opuesta, hacia el barrio de Qarabagh, conocido por los secuestros.
Los militantes a menudo ignoran el numeroso tráfico de helicópteros militares repiqueteando arriba, o las tropas terrestres de patrulla, e instalan descaradamente puestos de control durante el día para detectar a extranjeros, colaboradores de organizaciones de ayuda y empleados de gobierno.
En julio de 2007, los militantes secuestraron a veintitrés cooperantes cristianos de Corea del Sur junto a la autopista cuando el bus en que viajaban pasó por un mercado de barrio. Mataron a dos de ellos; los otros fueron dejados en libertad más tarde.    

Por una ruta indirecta, rodando lentamente a través de los rastrojos de los campos cultivados y cruzando riachuelos alimentados por la nieve derretida de las montañas en el horizonte, llegamos a un pueblo a la vista de un pequeño dirigible de observación blanco sujeto por una soga sobre una base polaca.
Dos talibs, con sus caras cubiertas por pañuelos de cabeza, recibieron a la furgoneta con sus dedos en el gatillo de sus rifles de asalto Kalashnikov. Después de un rápido cacheo y un apretón de manos, nos escoltaron en motocicletas hacia un enorme recinto con enormes murallas de barro.
El edificio no parecía para nada un escondite sitiado de los guerrilleros. El pequeño cuarto de recepción tenía cortinas blancas nuevas, cojines limpios para que los invitados pudieran reclinarse y un tapete de lana. Fotos enmarcadas de ancestros de la familia decoraban las paredes pintadas de blanco.
En conformidad con la costumbre pashtún de generosa hospitalidad, los guerrilleros sirvieron vasos de un humeante té dulce caliente y un cuenco de almendras caramelizadas. Sin ninguna prisa para poner fin a la conversación, trajeron cuencos de caldo de pollo, yogur, un salero y una galleta de pan recién hecho para el almuerzo.
A medida que conversábamos, los talibs se relajaron, y la mayoría de ellos retiraron las telas que cubrían sus rostros. Uno de ellos hurgó en su chaleco de camuflaje abultado con una bayoneta y cartuchos de munición para su AK-47 y sacó una pequeña lata redonda para disfrutar de un poco de tabaco de mascar.
Cualquier indulgencia que dañe al cuerpo es haram, o prohibida, entre los musulmanes observantes. Pero en las aldeas talibanes, la predilección de los guerrilleros por el tabaco de mascar no fue el único indicio de que los ulemas están adoptando una posición más tolerante con respecto a algunos de sus viejos edictos, aunque siguen ejecutando a personas consideradas como enemigas del islam, tales como maestros y otros empleados de gobierno.
La furgoneta de los talibs llevaba una selección de casetes de música para su pletina. Cuando los talibanes gobernaban el país, los casetes eran requisados en los puestos de control y numerosas tiras de brillantes cintas marrones eran colgadas de postes donde ondeaban en el viento como muñecas de rafia.
Los agentes de policía talibanes agarraban a los hombres por la barba, y tener poca barba garantizaba una severa golpiza. Pero varios hombres que vimos en los caminos en territorio talibán iban bien afeitados. Incluso uno de los que asistió a la reunión no tenía bigotes. Los otros llamaban al tímido talibán de cara de niño, "El Doctor".

Los talibanes admitieron haber incendiado escuelas del gobierno, pero alegaron que eso no significa que estén contra la educación, siempre que se adapte a sus ideas sobre la correcta educación islámica.
"Ahora el gobierno está inscribiendo a los votantes en las escuelas, y nosotros estamos contra las elecciones mientras haya extranjeros en el país", dijo el segundo talib. "Están usando las escuelas como trincheras contra nosotros. Así que cuando quemamos las escuelas, la culpa es de ellos".
Los tribunales talibanes dictaban justicia según la ley islámica sharia. Aunque severa, es sin embargo popular entre muchos afganos cansados de ver que sólo los que ofrecen más dinero encuentran justicia en los tribunales oficiales, y enfadados porque donantes extranjeros han presionado al presidente Hamid Karzai para que aplace las ejecuciones de la mayoría de los criminales condenados que se encuentran en el corredor de la muerte.
Algunos de los talibs de Ghazni dicen que participaron en una temprana campaña para apoyar al gobierno electo de Karzai, también pashtún, sólo para desilusionarse y tomar las armas contra él.
Un talib mostró una tarjeta de inscripción electoral con su foto. Otro dijo que antes trabajaba como peón para los militares norteamericanos en Ghazni, en un Equipo de Reconstrucción Provincial.
El intérprete de los talibs era un adolescente que pasaba las vacaciones escolares de su secundaria en Kabul. El niño dijo que quería ser doctor, y estaba ansioso por investigar las posibilidades de becas en Occidente, aunque también fanfarroneaba de su disposición a luchar contra los extranjeros.
Los talibanes también se benefician de los refuerzos extranjeros, y entre las filas de la guerrilla se encuentran estadounidenses, europeos, árabes, chinos y otros combatientes, dijo Maulavi Arsan Rahmanim que fue ministro de educación superior en el derrocado gobierno talibán.
Ahora senador en el parlamento afgano, Rahmani dijo que los líderes talibanes que respondieron al llamado a la reconciliación de Karzai, y se trasladaron a Kabul y otras ciudades controladas por el gobierno, se sentían traicionados por la promesa de acercamiento. Existe indignación entre los sesenta desertores talibanes de alto rango porque el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas se niega a levantar las sanciones contra ellos.
Entre estos se encuentran el ex ministro de relaciones exteriores talibán, Wakil Ahmed Mutawakel; el ministro de comercio, Abdul Razq, y Qazi Habibullah, que fue embajador ante los aliados más cercanos de los talibanes, Pakistán y Arabia Saudí.
Eso desalienta a otros talibs a la hora de pensar en dejar las armas, dijo Rahmani.
"No confían en los compromisos", agregó. "Dicen abiertamente: ‘¿Para qué les sirve haberse pasado para el otro lado? No tiene los mismos derechos que otros afhanos’".
Sin embargo, miembros de los talibanes están preparados para la paz y han propuesto un plan de tres fases al rey Abdullah de Arabia Saudí y otros líderes, dijo Rahmani, que debería culminar en conversaciones sobre el rol de los talibanes en el gobierno.
Rahmani, que juró que dejaría el país si los talibanes volvían a controlarlo otra vez, dijo que los talibanes debían solamente compartir el poder, y no ser los únicos en gobernar, porque muy pocos de sus dirigentes están calificados para ello.
"Tenemos relaciones indirectas con los talibanes. Aceptarán nuestras propuestas y el gobierno también lo hará", insistió. "Pero sobre lo que no estamos seguros es si la comunidad internacional realmente quiere terminar con la guerra. Lo dudamos, lo dudamos".
Emergiendo nuevamente del desierto, los talibs de Ghazni no mostraron temor de ser seguidos desde su base en la aldea mientras la furgoneta dejaba un largo y alto rabo de polvo. Aparcaron casualmente junto a la autopista, esperando que el coche que recogería a sus invitados pasara por un puesto de control del ejército afgano.
Después de entregar a sus pasajeros en seguridad, los talibs, despidiéndose y sonriendo, se encaminaron hacia las tropas que los esperaban.

1 de febrero de 2009
11 de enero de 2009
©los angeles times 
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