casándose con los primos
[N.C. Aizenman] En Afganistán surgen nuevas dudas sobre una práctica antigua pero arriesgada. El matrimonio entre primos de primer grado parece unido a una alta tasa de trastornos congénitos.
Kabul, Afganistán. Según las normas locales, eran una pareja ideal: primos de primer grado, criados en la misma casa desde que nacieron y, al año de su matrimonio, los orgullosos padres de un regordete bebé.
Pero poco después del nacimiento de su primer hijo, Ahmad y Mazari Ayubi se dieron cuenta de que la cabeza del pequeño Masi no se sostenía. Cuando cumplió dos años, el niño estaba paralizado desde el cuello hacia abajo y era mentalmente retardado, y Mazari empezó a sospechar lo que los doctores confirmarían más tarde:
"Es porque Ahmad y yo somos parientes que ocurrió esto", dijo tristemente, mientras acunaba al más pequeño de los tres niños, todos nacidos con la misma deformación. "Quizás es mejor que los primos no se casen entre sí".
Esas dudas son las primeras finas grietas de lo que es una tradición fundamental en Afganistán. Aunque no se dispone de estadísticas sobre el predominio del matrimonio entre primos de primer grado en el país, evidencias anecdóticas de empleados sanitarios, funcionarios de gobierno y familias afganas sugieren que la práctica es generalizada y está profundamente arraigada.
"Hay un dicho en nuestro país que dice que el matrimonio entre primos es el más indicado, porque el compromiso se hizo en el cielo", dijo M. Marouf Sameh, jefe de obstetricia y ginecología en el Hospital de Mujeres Rabia Balkhi, de Kabul.
Calculó que al menos un 10 por ciento de sus pacientes están casados con un(a) primo(a). Los doctores de varios otros hospitales y clínicas informan de tasas todavía más altas de matrimonios entre primos -casi siempre el resultado de acuerdos entre familias.
Algunos padres quieren conservar sus propiedades dentro de la familia o bajar el precio de la novia' que deben los hombres, por tradición, pagar a sus parientes políticos.
Otros dicen que están simplemente tratando de encontrar un pretendiente conveniente para sus hijos o hijas. Escoger a un extraño es visto como un riesgo. Mucho mejor, dice ese razonamiento, es elegir a un sobrino o sobrina cuyo carácter hayas podido conocer durante años de convivencia -una sabiduría aceptada no sólo en Afganistán, sino en muchas sociedades en Asia, África y Oriente Medio.
Incluso Sameh, cuyos padres no arreglaron su matrimonio, terminó enamorándose de una de sus primas. En una sociedad donde las mujeres tradicionalmente no pueden conversar con hombres que no son parientes, explicó, "esas eran las únicas niñas con las que podía pasar el tiempo". Pero fue sólo después de transformarse en médico, dijo Sameh, que se enteró de que las parejas cuyos miembros son parientes consanguíneos tan cercanos corren un riesgo más alto de concebir niños con defectos y enfermedades como el trastorno cerebral que sufren los niños de Ayubi.
Como la gran mayoría de hijos de primos, los propios hijos e hijas de Sameh son sanos. Pero se ha alarmado de la alta incidencia de defectos congénitos entre sus pacientes. Sameh, que es también director de la sección afgana de la Federación de Paternidad Planeada Internacional, ha empezado hace poco a hablar sobre el tema en programas de radio y televisión sobre los riesgos de los matrimonios en la familia.
Masooda Jalal, ministro de asuntos de la mujer, dijo que estaba buscando fondos para empezar una campaña nacional de concientización. "Estoy segura de que si supieran los posibles desdichados resultados, las generaciones futuras aprenderán a evitar esta práctica", dijo.
La experiencia de los Ayubi sugiere otra cosa.
Dos de los hijos de la pareja, incluyendo a Masi, ya han muerto, y dos hijas están cada día más incapacitadas. Sin embargo, el hermano menor de Ahmad, que comparte la misma casa en Kabul, insiste en que quiere arreglar el compromiso de su hija de 10 años con uno de los hijos sanos de Ahmad, que tiene 13.
Para pesar de Mazari, Ahmad está pensando en el ofrecimiento. "Primero trataré de encontrarle una esposa que no sea pariente y que sea responsable y obediente", dijo. "Pero si no encuentra ninguna, no tendremos otra opción".
Era la misma lógica que llevó a su propia madre a elegir a Mazari hace más de 16 años.
Ahmad era entonces un hombre larguirucho de 20, enamorado de una vecina que llevaba vaqueros y un peinado moderno, y que su madre viuda no aprobaba.
"Dijo: Me estoy haciendo vieja. Mazari es mi sobrina y me cuidará mejor que una chica extraña'", dijo Ahmad.
Mazari había sido prometida a otro niño. Pero la madre de Ahmad imploró al padre de Mazari, un camionero que era su hermano, que eligiera a Ahmad.
Ahmad sólo se enteró del plan cuando volvió a casa de su trabajo como estañero un día y descubrió que el padre de Mazari había comprado los caramelos que por tradición dan los padres de una mujer a la familia del novio.
"Yo estaba furioso", dijo Ahmad. "Entonces me di cuenta de que si rompía el compromiso, mi madre se entristecería mucho. Por eso decidí aceptar".
Mazari, entonces un chica de 16 con mejillas de manzana y de risa fácil, estaba igualmente angustiada cuando su padre le contó la noticia. "Empecé a llorar porque no quería aceptar la responsabilidad de casarme", dijo. Pero negarse a ello no era posible.
El hecho de que su prometido fuera un pariente le dio algún consuelo. Si hubiera sido comprometida con un extraño, dijo, "me habría enfadado y causado miedo". Y ninguna de las entonces más de 10 parejas de primos en primer grado de su familia ha tenido problemas médicos, de acuerdo a parientes.
Pero Mazari no era especialmente íntima de Ahmad, que era cuatro años mayor y uno de los niños con los que había crecido en una casa en Kabul que era compartida por seis familias.
Las fotos en su álbum de boda muestran a un joven con un traje claro de rayas finas y una adolescente con un vestido blanco festivo de volantes, rodeados de sonrientes invitados. Pero en foto tras foto, sus caras serias evitan mirarse.
Era el preludio a la prueba más dura de la pareja: observar el progreso inexorable del trastorno mental que ha afectado a cuatro de sus ocho hijos.
De vez en vez, Mazari todavía se queja ante su padre de "los problemas por los que me has hecho pasar".
Dijo que él se encoge de hombros y dice que no tiene la culpa -era simplemente su destino.
Ahmad, ahora de 36, dijo que había aprendido a distanciarse a sí mismo de cada nuevo hijo a los primeros signos de su desorden. No puede recordar siquiera qué nombre le dio a la más pequeña, una bebé de 14 meses que ya había desarrollado la reveladora incapacidad de sostener la cabeza.
"Trato de no mirarla demasiado, porque cuando lo hago me duele el alma", dijo, los ojos llenos de lágrimas.
Mazari, en contraste, ha hecho de salvar a sus hijos la misión de su vida. Y apenas de 32, su cara redonda se ve surcada por los esfuerzos de leer las recetas garrapateadas que están más allá del alcance de su tercero. Cuando la medicina moderna demostró ser inútil, se volcó hacia la religión, colgando amuletos de los cuellos de sus hijas y llevándolas en interminables peregrinajes a santuarios musulmanes.
Ahmad, cuyo nuevo negocio de venta de pintura para coches es bastante próspero, paga estas excursiones sin quejarse. Y los años de dolor han acercado lentamente a la pareja.
No hace mucho tiempo un especialista de Pakistán sugirió que Ahmad tomara una segunda esposa y comenzara a tener hijos con ella -una práctica permitida por la ley islámica.
Ahmad lo rechazó rotundamente.
"Después de todas las dificultades que hemos pasado juntos, no quiero que haya otra mujer entre nosotros", dijo.
También aceptó la petición de Mazari de dejar de tener hijos.
La única fuente que sigue causando tensiones entre ellos es si casar a su hijo con la sobrina de Ahmad. La unión fue convenida por la madre de Ahmad varios años antes de su muerte. El hermano de Ahmad insiste en que "incluso si enferman todos nuestros hijos, no causaré la infelicidad de mi madre en su tumba".
En cuanto a la madre del futuro novio, Mazari técnicamente no tiene nada que decir sobre el arreglo. Pero está conspirando discretamente para hacerlo descarrilar.
"Si es necesario, le diré a Ahmad que esa chica será una mala nuera", confesó. "Yo he tenido una vida dura y triste, y no quiero que mi hijo sufra lo mismo".
17 de abril de 2005
©washington post
©traducción mQh
Pero poco después del nacimiento de su primer hijo, Ahmad y Mazari Ayubi se dieron cuenta de que la cabeza del pequeño Masi no se sostenía. Cuando cumplió dos años, el niño estaba paralizado desde el cuello hacia abajo y era mentalmente retardado, y Mazari empezó a sospechar lo que los doctores confirmarían más tarde:
"Es porque Ahmad y yo somos parientes que ocurrió esto", dijo tristemente, mientras acunaba al más pequeño de los tres niños, todos nacidos con la misma deformación. "Quizás es mejor que los primos no se casen entre sí".
Esas dudas son las primeras finas grietas de lo que es una tradición fundamental en Afganistán. Aunque no se dispone de estadísticas sobre el predominio del matrimonio entre primos de primer grado en el país, evidencias anecdóticas de empleados sanitarios, funcionarios de gobierno y familias afganas sugieren que la práctica es generalizada y está profundamente arraigada.
"Hay un dicho en nuestro país que dice que el matrimonio entre primos es el más indicado, porque el compromiso se hizo en el cielo", dijo M. Marouf Sameh, jefe de obstetricia y ginecología en el Hospital de Mujeres Rabia Balkhi, de Kabul.
Calculó que al menos un 10 por ciento de sus pacientes están casados con un(a) primo(a). Los doctores de varios otros hospitales y clínicas informan de tasas todavía más altas de matrimonios entre primos -casi siempre el resultado de acuerdos entre familias.
Algunos padres quieren conservar sus propiedades dentro de la familia o bajar el precio de la novia' que deben los hombres, por tradición, pagar a sus parientes políticos.
Otros dicen que están simplemente tratando de encontrar un pretendiente conveniente para sus hijos o hijas. Escoger a un extraño es visto como un riesgo. Mucho mejor, dice ese razonamiento, es elegir a un sobrino o sobrina cuyo carácter hayas podido conocer durante años de convivencia -una sabiduría aceptada no sólo en Afganistán, sino en muchas sociedades en Asia, África y Oriente Medio.
Incluso Sameh, cuyos padres no arreglaron su matrimonio, terminó enamorándose de una de sus primas. En una sociedad donde las mujeres tradicionalmente no pueden conversar con hombres que no son parientes, explicó, "esas eran las únicas niñas con las que podía pasar el tiempo". Pero fue sólo después de transformarse en médico, dijo Sameh, que se enteró de que las parejas cuyos miembros son parientes consanguíneos tan cercanos corren un riesgo más alto de concebir niños con defectos y enfermedades como el trastorno cerebral que sufren los niños de Ayubi.
Como la gran mayoría de hijos de primos, los propios hijos e hijas de Sameh son sanos. Pero se ha alarmado de la alta incidencia de defectos congénitos entre sus pacientes. Sameh, que es también director de la sección afgana de la Federación de Paternidad Planeada Internacional, ha empezado hace poco a hablar sobre el tema en programas de radio y televisión sobre los riesgos de los matrimonios en la familia.
Masooda Jalal, ministro de asuntos de la mujer, dijo que estaba buscando fondos para empezar una campaña nacional de concientización. "Estoy segura de que si supieran los posibles desdichados resultados, las generaciones futuras aprenderán a evitar esta práctica", dijo.
La experiencia de los Ayubi sugiere otra cosa.
Dos de los hijos de la pareja, incluyendo a Masi, ya han muerto, y dos hijas están cada día más incapacitadas. Sin embargo, el hermano menor de Ahmad, que comparte la misma casa en Kabul, insiste en que quiere arreglar el compromiso de su hija de 10 años con uno de los hijos sanos de Ahmad, que tiene 13.
Para pesar de Mazari, Ahmad está pensando en el ofrecimiento. "Primero trataré de encontrarle una esposa que no sea pariente y que sea responsable y obediente", dijo. "Pero si no encuentra ninguna, no tendremos otra opción".
Era la misma lógica que llevó a su propia madre a elegir a Mazari hace más de 16 años.
Ahmad era entonces un hombre larguirucho de 20, enamorado de una vecina que llevaba vaqueros y un peinado moderno, y que su madre viuda no aprobaba.
"Dijo: Me estoy haciendo vieja. Mazari es mi sobrina y me cuidará mejor que una chica extraña'", dijo Ahmad.
Mazari había sido prometida a otro niño. Pero la madre de Ahmad imploró al padre de Mazari, un camionero que era su hermano, que eligiera a Ahmad.
Ahmad sólo se enteró del plan cuando volvió a casa de su trabajo como estañero un día y descubrió que el padre de Mazari había comprado los caramelos que por tradición dan los padres de una mujer a la familia del novio.
"Yo estaba furioso", dijo Ahmad. "Entonces me di cuenta de que si rompía el compromiso, mi madre se entristecería mucho. Por eso decidí aceptar".
Mazari, entonces un chica de 16 con mejillas de manzana y de risa fácil, estaba igualmente angustiada cuando su padre le contó la noticia. "Empecé a llorar porque no quería aceptar la responsabilidad de casarme", dijo. Pero negarse a ello no era posible.
El hecho de que su prometido fuera un pariente le dio algún consuelo. Si hubiera sido comprometida con un extraño, dijo, "me habría enfadado y causado miedo". Y ninguna de las entonces más de 10 parejas de primos en primer grado de su familia ha tenido problemas médicos, de acuerdo a parientes.
Pero Mazari no era especialmente íntima de Ahmad, que era cuatro años mayor y uno de los niños con los que había crecido en una casa en Kabul que era compartida por seis familias.
Las fotos en su álbum de boda muestran a un joven con un traje claro de rayas finas y una adolescente con un vestido blanco festivo de volantes, rodeados de sonrientes invitados. Pero en foto tras foto, sus caras serias evitan mirarse.
Era el preludio a la prueba más dura de la pareja: observar el progreso inexorable del trastorno mental que ha afectado a cuatro de sus ocho hijos.
De vez en vez, Mazari todavía se queja ante su padre de "los problemas por los que me has hecho pasar".
Dijo que él se encoge de hombros y dice que no tiene la culpa -era simplemente su destino.
Ahmad, ahora de 36, dijo que había aprendido a distanciarse a sí mismo de cada nuevo hijo a los primeros signos de su desorden. No puede recordar siquiera qué nombre le dio a la más pequeña, una bebé de 14 meses que ya había desarrollado la reveladora incapacidad de sostener la cabeza.
"Trato de no mirarla demasiado, porque cuando lo hago me duele el alma", dijo, los ojos llenos de lágrimas.
Mazari, en contraste, ha hecho de salvar a sus hijos la misión de su vida. Y apenas de 32, su cara redonda se ve surcada por los esfuerzos de leer las recetas garrapateadas que están más allá del alcance de su tercero. Cuando la medicina moderna demostró ser inútil, se volcó hacia la religión, colgando amuletos de los cuellos de sus hijas y llevándolas en interminables peregrinajes a santuarios musulmanes.
Ahmad, cuyo nuevo negocio de venta de pintura para coches es bastante próspero, paga estas excursiones sin quejarse. Y los años de dolor han acercado lentamente a la pareja.
No hace mucho tiempo un especialista de Pakistán sugirió que Ahmad tomara una segunda esposa y comenzara a tener hijos con ella -una práctica permitida por la ley islámica.
Ahmad lo rechazó rotundamente.
"Después de todas las dificultades que hemos pasado juntos, no quiero que haya otra mujer entre nosotros", dijo.
También aceptó la petición de Mazari de dejar de tener hijos.
La única fuente que sigue causando tensiones entre ellos es si casar a su hijo con la sobrina de Ahmad. La unión fue convenida por la madre de Ahmad varios años antes de su muerte. El hermano de Ahmad insiste en que "incluso si enferman todos nuestros hijos, no causaré la infelicidad de mi madre en su tumba".
En cuanto a la madre del futuro novio, Mazari técnicamente no tiene nada que decir sobre el arreglo. Pero está conspirando discretamente para hacerlo descarrilar.
"Si es necesario, le diré a Ahmad que esa chica será una mala nuera", confesó. "Yo he tenido una vida dura y triste, y no quiero que mi hijo sufra lo mismo".
17 de abril de 2005
©washington post
©traducción mQh
0 comentarios