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en la guerra santa


[N.C. Aizenman] La historia de un prisionero destaca red de campos de adiestramiento en Pakistán.
Kabul, Afganistán. El prisionero está posado encima de una silla de metal, con las rodillas dobladas contra el pecho y meciéndose ligeramente, como un niño nervioso.
Pero su expresión se relajó con una radiante sonrisa cuando contó lo que haría si lo liberaran de su celda en el cuartel general del servicio nacional de inteligencia.
"Cuando tenga la oportunidad, cumpliré mi promesa", dijo Sher Ali, 28, un paquistaní con el pelo negro cortado al rape y una larga barba. "Volveré a la guerra santa, una y otra vez".

Ali dijo que juró hacer la guerra santa contras las tropas norteamericanas en Afganistán antes este verano, justo antes de embarcarse en lo que describió como un curso de adiestramiento en armas de 20 días en un campamento secreto en la montaña en el nordeste de Pakistán.
Fue capturado por la policía afgana hace tres semanas, poco después de cruzar hacia la escarpada provincia de Konar, al nordeste de Afganistán. El área ha sido un refugio de renegados armados de una variedad de grupos, incluyendo al Qaeda, los talibanes y partidarios del ex primer ministro afgano Gulbuddin Hekmatyar, que es ahora un fugitivo.
En los últimos meses los rebeldes han matado a cientos de personas en Afganistán, incluyendo a socorristas, líderes religiosos y tribales, funcionarios de gobierno, y tropas afganas y norteamericanas, muchos en emboscadas y atentados con bomba, aparentemente con el fin de descarrillar las elecciones parlamentarias programadas para el 18 de septiembre.
Fuerzas norteamericanas y afganas han lanzado una agresiva campaña para sacar a los milicianos de sus remotos escondites en las montañas, matando a varios cientos en operaciones en las provincias fronterizas de Konar en el norte y hasta en Kandahar, al sur. También han capturado a varios cientos de sospechosos y permitido que algunos de ellos hablen con periodistas.
La historia de Ali, que no pudo ser verificada independientemente, ofrece una mirada en lo que las autoridades afganas dicen que es una oscura red paquistaní que continúa sustentando la resistencia con nuevos reclutas tan rápidamente como las fuerzas americanas y afganas matan o capturan a sus predecesores.
Ali habló en presencia de un oficial de la inteligencia afgana, pero no mostraba signos de haber sido maltratado. Algunos detalles, tales como la existencia de campos de adiestramiento yihadistas y el reclutamiento de combatientes islámicos, han sido reportados independientemente en la prensa iraquí o descritos por prisioneros después de su liberación.
"Sabemos dónde se encuentran un montón de esos campamentos. Sabemos como los llaman. Y hemos dado a los paquistaníes toda la información que tenemos", dijo un funcionario de la inteligencia afgana. "Estamos esperando que Pakistán muestre su disposición a luchar".
El presidente de Pakistán, el general Pervez Musharraf, ha señalado repetidas veces que su gobierno ha capturado o matado en Pakistán, desde 2001, a más de 700 miembros de al Qaeda. También el año pasado perdió a más de 250 soldados en batallas contra las bases de al Qaeda en las caóticas regiones tribales semi autónomas a lo largo de la frontera afgana.
Funcionarios de los dos gobiernos han intercambiado recientemente promesas de colaboración en asuntos de seguridad. Pero todavía deben hacer frente a la simpatía que abrigan muchos paquistaníes hacia los talibanes, especialmente en pueblos fronterizos tribales como Miram Shah, donde los residentes son de la etnia pashtún de las milicias afganas.
Fue en Miran Shah, este verano, en la casa de un amigo, que Sher Ali dijo que había conocido a Zubair, un afgano al final de sus veinte, que lo reclutó para pelear en Afganistán. Ali, que estaba de visita desde su aldea, dijo que Zubair al principio no reconoció que era un rebelde. "Pero por el modo de hablar, se podía deducir que había sido miliciano", dijo Ali en una entrevista de una hora en el cuartel del servicio secreto.
Ali dijo que Zubair le había dicho a él y sus compañeros que las tropas occidentales estaban bombardeando, deteniendo y torturando a afganos inocentes. "Decía constantemente: ‘Ir allá y ayudar es nuestro deber como musulmanes", dijo Ali.
Esa noche, recordó Ali, Zubair se volvió hacia él y le preguntó a bocajarro: "¿Quieres incorporarte a la yihad?"
Hijo de un camionero, Ali dijo que nunca había pertenecido a ningún movimiento religioso y que nunca asistió a ninguna de las escuelas religiosas gratuitas que recogen a niños paquistaníes pobres. En realidad, abandonó la escuela pública a los 13 para trabajar en una serie de pegas diversas, más recientemente como guardia de seguridad.
En esa crucial noche en Miram Shah, Ali dijo que pensó en su esposa y su hijo de 1 año, que vivían con sus padres en una choza de barro. Pero también pensó en cómo a menudo había hervido de rabia ante la presencia de tropas americanas en países musulmanes como Afganistán e Iraq y por la detención militar norteamericana de prisioneros musulmanes en Bahía Guantánamo, en Cuba.
"Fue como si Zubair hubiese derramado gasolina, encendido una cerilla y puesto fuego a este asunto de la yihad", dijo.
Varios días después, Ali dijo que se había subido a un autobús público para hacer el viaje de cuatro horas desde Peshawar, la ciudad más cercana a su pueblo, al pueblo montañés en el nordeste de Pakistán, Mansehra. Sólo cargó una mochila con tres mudas de ropa y un pan de jabón. Sus oídos resonaban con los llantos de protesta de su madre cuando oyó la noticia de que se marchaba a hacer la guerra santa.
Pero mientras el bus se hacía camino dificultosamente a través de la calurosa llanura de su juventud hacia las verdes colinas, el único pensamiento de Ali era si estaba en condiciones físicas para soportar el régimen que le esperaba. De otro modo, dijo, se sentía profundamente feliz.
"Sabía que cuando me mataran en la guerra santa, me iría directamente al cielo", dijo, sonriendo.
Al llegar a la parada en Mansehra, Ali se encaminó hacia un puesto de venta de bolas de pasta fritas a buscar al contacto que Zubair le había dicho que estaría esperando.
"Salaam aleikum" -que la paz sea contigo-, dijo tentativamente a un hombre de edad mediana con una larga barba.
"¿Es usted la persona que vendría de Peshawar?", preguntó el hombre.
Ali asintió, y el hombre lo llevó rápidamente a otro bus, todavía más arruinado que el anterior. Anduvieron durante una hora hacia un pueblo pequeño, se apearon y empezaron una empinada caminata hacia las colinas, sin seguir ningún sendero perceptible. Caminaron en silencio durante más de cuatro horas debajo de la fría copa de los árboles, los más altos que había visto Ali en su vida.
Finalmente llegaron a un pequeño campamento con cinco tiendas blancas, donde unos 20 hombres se estaban preparando para las oraciones de la tarde. Ali fue introducido a un instructor paquistaní de voz suave que nunca dijo su nombre, aunque Ali dijo que había oído a otros llamarle Maksud.
Maksud nunca le dijo a qué grupo pertenecía, dijo Ali. Sin embargo, las colinas en los alrededores de Mansehra dominan la frontera paquistaní con Cachemira, una disputada provincia del Himalaya dividida entre Pakistán e India.
El área ha sido largo tiempo un campo de adiestramiento de las guerrillas de Cachemira, apoyadas inoficiosamente por Pakistán. En los últimos años varios grupos de Cachemira han unido sus fuerzas con al Qaeda o los talibanes para atacar objetivos occidentales, pero críticos dicen que los militares paquistaníes se muestran reluctantes a erradicarlos.
Todos los días, dijo Ali, los milicianos se despertaban antes del alba y hacían ejercicios de sprint durante 20 minutos. Pasaban varias horas aprendiendo a montar, apuntar y disparar con armas de fuego, desde rifles Kalashnikov hasta lanzagranadas, aunque Ali dijo que sólo tenían un proyectil, de modo que los milicianos no lo dispararon nunca.
A pesar de los violentos ruidos que emanan del campo, dijo Ali, Maksud se esforzaba por ocultarlo y advertía a los milicianos que no se alejaran demasiado.
Poco después de que Ali volviera a Peshawar, dijo, llegó Zubair y anunció que se encaminarían a Afganistán a la mañana siguiente. Ali dijo que Zubair nunca le dijo a quién se unirían, pero un investigador de la inteligencia afgana dijo que Ali había confesado en los interrogatorios que Zubair trabajaba para un comandante talibán, Jalaluddin Haqqani.
Ali dijo que los guardias fronterizos afganos les indicaron con señas la ruta hacia Konar, pensando que eran afganos. Pero algunos kilómetros después, la policía paró su taxi. Cuando descubrieron que Ali no tenía documentos de identificación, lo detuvieron.
Ali se quejó que la policía de Konar lo mantuvo amarrado durante varios días y amenazaron con maltratarlo. Pero dijo que nunca le habían golpeado y agregó que se había sorprendido agradablemente de que los afganos estuviran a cargo de su país.
Sin embargo, el prisionero paquistaní seguía escéptico y desafiante. Terminada la entrevista, Ali se levantó de su silla en el cuarto del detective y se arrastró hacia fuera. Se paró bruscamente y se volvió para asomar la cabeza por la puerta.
"Así", preguntó, "¿cuándo me estás llevando a Guantánamo?"

27 de agosto de 2005
21 de agosto de 2005
©washington post
©traducción mQh

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