Blogia
mQh

guerra semi olvidada


[N.C. Aizenman] Fuerzas estadounidenses sorprendidas por flexibilidad de los talibanes en el remoto Afganistán.
Qalat, Afganistán. Cuando el especialista Nick Conlon y los otros miembros de su batallón de infantería se enteraron de que serían enviados esta primavera a la provincia afgana de Zabol, muchos creyeron que su peor enemigo sería el aburrimiento. En preparación, Conlon se hizo con más de 20 DVDs, como ‘Alien versus Depredador', ‘X-Men' y ‘Daredevil'.
Pero en los tres meses que han pasado desde que el batallón levantara campo en esta aislada y montañosa región del sudeste de Afganistán, Conlon no ha tenido tiempo para ver ni una sola película. En lugar de eso, el batallón se ha encontrado en el centro de una encendida aunque algo olvidada guerra que todavía se libra 3 años y medio después de que la extremista milicia talibán fuera sacada del poder.
Las fuerzas de los talibanes, calculadas entre 2.000 y 10.000 combatientes, no pueden conservar terreno frente a las tropas norteamericanas. Pero, desde marzo, el batallón en Zabol ha sido atacado más de 10 veces. Durante un sangriento enfrentamiento en Zabol en mayo, y en una serie de violentas balaceras en todo el sur y este desde entonces, los talibanes han demostrado ser un enemigo resistente y flexible equipado con ametralladoras, lanzagranadas y morteros.
Jefes militares estadounidenses y afganos dicen que la mayoría de los enfrentamientos son producto de una agresiva campaña lanzada esta primavera para obligar a los milicianos talibanes a salir de sus escondites. En Zabol, los combatientes se muestran reticentes a atacar directamente a las tropas americanas después de sufrir fuertes bajas, pero continúan emboscando con disparos y explosivos improvisados -tal como la emboscada que, el 21 de mayo, se cobró la primera víctima mortal del batallón, el soldado Steven C. Tucker, 19, de Grapevine, Tejas.
Entretanto, los hombres del 2º Batallón de la Infantería Aerotransportada 503, han debido modificar drásticamente sus expectativas.
"Creía que los talibanes habían desaparecido", se sorprendía Conlon hace poco. "Pensaba que esta iba a ser una misión de paz".
Para la mayoría de los miembros del batallón, normalmente estacionados en Vicenza, Italia, el hogar es ahora un enorme campamento de cobertizos levantados en una achicharrante llanura desértica en las afueras de la capital provincial de Qalat. La mayor parte del tiempo se gasta espiando al enemigo en valles y montañas remotos, todavía en gran parte más allá del alcance del gobierno.
La altura y el terreno rocoso pueden ser implacables para un hombre que carga con 22 a 45 kilos de armas y equipos. Pero el área también ofrece vistas de inusual belleza. Los picos púrpuras y dorados brillan en la distancia; los torrentosos manantiales están flanqueados por flores azules y fragantes salvias.
Fue precisamente en un paisaje así que, una mañana hace poco, un helicóptero Black Hawk aterrizó para dejar a un grupo de soldados comandados por el teniente coronel Mark Stammer, el jefe del batallón. Como la mayoría de las misiones de una noche, esta era parcialmente una excursión de buena voluntad para ganar apoyo local y parcialmente una cacería de un cabecilla talibán del que se cree que se encuentra en el área.
El objetivo de ese día, un sub-comandante conocido como Abdul Akundzada, controlaría a unos 40 a 60 combatientes y era conocido por amenazar a los aldeanos que trataban de enviar a sus hijos a las escuelas del gobierno, según oficiales del batallón. Un día antes, una de las unidades americanas que persiguen a Akundzada fue emboscada por sus hombres, desatándose una balacera.
Un avión de guerra de la Fuerza Aérea fue capaz de localizar y bombardear a los combatientes talibanes poco después de haber huido hacia un escondite en las montañas, matando a 12 de ellos. Pero Akundzada logró escapar. Stammer creía que el jefe talibán podría estar huyendo hacia el norte y esperaba interceptarlo en Badamtoy, un villorrio de media docena de viviendas de paredes de adobe.
Él y sus hombres saltaron del helicóptero dispuestos para la batalla, agachados en una trigal y apuntando sus armas hacia potenciales posiciones enemigas. Pero los en su mayoría viejos habitantes de Badamtoy no ofrecieron resistencia.
Animado, Stammer ordenó al intérprete afgano que preguntara al jefe de la aldea si los soldados podían alquilar una vivienda por esa noche. Abdul Satar, un hombre con una larga barba y turbante blanco, aceptó de buena gana.
Tan pronto como llegó al patio, Stammer, un hombre de hombros anchos que parece un entrenador de fútbol americano, se sacó su casco y llamó a los niños de su anfitrión para que se reunieran a su lado mientras regalaba peluches y lápices que sacó de su mochila.
"¿Dónde están las niñas?", preguntó Stammer, cuando una multitud de niños se arremolinaron a su alrededor. "Quiero estar seguro de que las niñas también reciben algo".
Las mujeres de la casa se acurrucaron en un polvoriento, espiando por debajo de sus brillantes pañuelos rojos y verdes con los que se cubren tradicionalmente sus caras ante desconocidos.
"Okay, ahora mostremos algo de amistad por los grandes", dijo Stammer, y ordenó a su operador de radio que pidiera un air drop de suministros, incluyendo mantas y sacos de frijoles.
Luego pidió al doctor del batallón, el mayor Brian Sleigh, y algunos de los médicos, que ofrecieran sus servicios. Los aldeanos formaron ansiosos la cola. La mayoría tenía males curables -diarrea o infecciones virales en el caso de los niños, cataratas algunos de los hombres.
Pero Sleigh observó que aunque lograra que las medicinas fueran entregadas, no había ni doctor ni farmacéutico que pudiera administrarlas. En lugar de eso, Sleigh en general repartí analgésicos.
"No le puedo curar, pero puedo darle algo que le alivie el dolor", dijo un paciente tras otro.
Ahora Stammer juzgó que el hielo había sido suficientemente quebrado e instruyó al intérprete que preguntara a Satar la pregunta que estaban pensando todos: "¿Ha visto a talibanes aquí últimamente?"
"Dice que no ha visto a talibanes en meses", dijo el intérprete.
La respuesta era un sin sentido, dijo Stammer. "Pero está bien", agregó, conciliador. En una región donde informar le podía costar la vida a una persona, dijo Stammer, un aldeano que mintiera sobre el paradero de la milicia no era necesariamente alguien que apoyaba a los talibanes.
Así que Stammer pasó a lo que llamaba su discurso de "unidad". Enfatizó que los militares estadounidenses sólo estaban ahí para ayudar al pueblo afgano, e instó a Satar a organizar a los aldeanos que presentaran sus necesidades al gobernador de Zabol y votaran por un funcionario elegido en las elecciones parlamentarias programadas para septiembre.
Satar sonrió y asintió. Pero uno de los intérpretes dijo después que el patriarca le confió más tarde que incluso esa modesta propuesta era demasiado arriesgada.
"Me dijo: ‘Si hago eso, no viviré mucho tiempo más'", dijo el intérprete. "Me dijo: ‘Vosotros, tíos, sois guapos. Pero sólo venís de tanto en tanto. Los talibanes se dejan caer tan pronto como os marcháis'".
A pocas horas de la llegada de la unidad, los aldeanos estaban ofreciendo a sus visitantes té verde y pan fresco. Algunos incluso empezaron a probar los cascos de los soldados, envolviéndolos con sus turbantes y mostrando cordiales sonrisas. Stammer estaba satisfecho, pero también un poco receloso.
"¿Por qué están siendo tan simpáticos con nosotros?", murmuró al oficial de operaciones, el mayor Doug Vincent. "Hemos estado en pueblos donde la gente no nos escupiría aun si estuviéramos quemándonos en su living room. Pero esta gente está exageradamente simpática ".
"No sé, señor", dijo Vincent. "¿Cree que hay alguien en el pueblo y no quieren que lo acordonemos y allanemos?"
"Piensa en eso", dijo Stammer. "También piensa si acaso están montando una emboscada".
Stammer y sus hombres tenían amplias razones para sospechar. Varios soldados de la misión estaban el 3 de mayo patrullando con 14 agentes de policía afganos cuando dieron con un grupo de 60 a 80 combatientes talibanes, provocándose una de las batallas más intensas en Afganistán desde 2001.
Mientras se libraba la batalla esa noche, un equipo americano de seis exploradores y un médico, en dos Humvees blindados, se posicionó para impedir que el enemigo se retirara antes de que llegaran refuerzos aéreos y de tierra. El equipo lo logró durante 2 horas y media de furioso combate, que no costó la vida a nadie, aunque un Humvee fue impactado por un proyectil y estalló en llamas.
Sin embargo, incluso después de la llegada de la fuerza de reacción del batallón, los talibanes pelearon durante cuatro horas, matando a un agente de policía afgano e hiriendo a seis soldados norteamericanos y cinco agentes de policía afganos.
Al final, las fuerzas americanas y afganas prevalecieron, matando a casi 40 combatientes talibanes y capturando a 10. Soldados del batallón que participaron se sentían orgullosos de haber podido utilizar su adiestramiento.
Pero ahora muchos acarrean el tipo de recuerdos que a menudo acosan a los veteranos de guerras importantes -la mirada sorprendida, demasiado humana en la cara de un miliciano enemigo cuando se ve a través del visor de un rifle justo antes de hacerlo explotar, o la estrés de recibir repetidas veces lluvias de proyectiles sin tener la expectativa de sobrevivir.
"Después, mi esposa me preguntó qué estaba pasando en mi cabeza", dijo el sargento Michael Ortiz, el médico que iba con el equipo de exploradores emboscado. "Le dije: ‘Todo. Todo lo que puedas imaginar'".
De vuelta en Badamtoy, Stammer y sus hombres se estaban preparando la mañana siguiente para una larga espera de un helicóptero que vendría a recogerles para llevarles a la base cuando sus bromas fueron interrumpidas por uno de los radio-operadores. Había llegado recién un informe de que Akundzada podría estar en un pueblo llamado Kawti a unos kilómetros hacia el norte.
De inmediato Stammer pasó al modo de combate, ordenando a sus hombres hacer planes para un asalto, con tropas de seguridad afganas y que consiguieran helicópteros Chinool para transportarlos al sitio.
Unas horas antes de la puesta de sol, el grupo avanzó hacia una colina para abordar un Chinook. Pero el nuevo pueblo resultó ser como el anterior: una serie de humildes viviendas de paredes de adobe ocupadas por pasivos, si bien menos acogedores campesinos. Akundzada se le había escapado nuevamente de entre los dedos.
Pronto Stammer estaba nuevamente llamando por radio, pidiendo otro lanzamiento de alimentos para ganarse a la gente de Kawti mientras sus hombres buscaban por terreno llano desenrollar sus sacos de dormir.
Ortiz se hizo de valor para una larga noche de observación de las estrellas. Como muchos soldados que vivieron el feroz combate del 3 de mayo, fue incapaz de dormir durante varias noches después.
Ahora, dijo Ortiz, no tiene problemas en quedarse dormido en interiores. "Pero no fuera. No donde sé que alguien puede estar mirándome".

31 de julio de 2005
22 de junio de 2005
©washington post
©traducción mQh

0 comentarios