la mujer que encontró a víctor jara
14 de junio de 2009
A las 08 horas, por fin terminó una noche más de toque de queda. La Mónica y la Maiga se juntaron, como siempre, en lo que hoy es la Avenida Central, en plena Población José María Caro.
La Mónica se sorprendió cuando su amiga la tomó del brazo y, a tirones, la condujo en dirección al peladero que estaba al final de la Población Lo Sierra.
¿A dónde me llevai, Maiga?, le preguntó.
Vamos a ver si es cierto que están botando muertos atrás del cementerio, le contestó.
Mónica Salinas (hoy de 69 años) no sabía en ese momento que pocos minutos después de cruzar corriendo, y a veces gateando, los montículos de tierra que separaban la población de la línea del tren, encontraría cuatro cadáveres tirados entre piedras y maleza. Tampoco olvidaría que uno de ellos era el de Víctor Jara.
La mujer es hoy la única testigo presencial del hallazgo de los restos del renombrado artista. LND la encontró. O, para ser justos, ella nos buscó.
Hasta ahora, tanto para la policía como para la justicia, era un misterio cómo se supo que el cantante había terminado tirado atrás del Cementerio Metropolitano, en la comuna de Lo Espejo.
Sólo se sabía que un trabajador del Servicio Médico Legal, había dado el aviso para que la familia concurriera a la morgue a reconocerlo entre las decenas de cadáveres acribillados, que eran recogidos de la calle.
Cuando el abogado de la viuda de Víctor Jara, Joan Turner, supo que esta testigo había aparecido, reaccionó con sorpresa. "¿Pero dónde está?", preguntó Nelson Caucoto.
"Una de las primeras diligencias que solicitamos cuando se abrió la investigación por el crimen de Víctor fue que se ubicara a las personas que habían visto los cuerpos atrás del cementerio, pero nunca encontraron a nadie", comentó el profesional.
La señora Mónica recuerda como si fuera hoy esa mañana de septiembre. "Era una cosa que yo me guardé dentro de tantos dolores que se me vinieron en esos tiempos. Al principio todo nos daba miedo, después pasaron tantas cosas que me lo guardé. Mis hijos siempre me decían que por qué no contaba lo que había visto, pero no podía".
Un sorpresivo encuentro la hizo cambiar de opinión: "Un martes, creo, me llevaron el diario La Nación y me impactó mucho el titular que traía sobre los asesinos de Víctor Jara. Leí entero el reportaje y ahí me decidí, busqué un teléfono y llamé".
La Mañana Fría
La mujer, bajita y canosa, representa más edad de la que tiene. Pero pese a su aspecto de anciana temprana, camina y habla con agilidad. Mónica cuenta que su vida "se dividió entre las labores que por obligación a las mujeres nos tocaba como madres, dueñas de casa, esposa de obrero, y el trabajo como dirigente vecinal". Toda la vida fue del MAPU.
El 11 de septiembre de 1973, a las nueve de la mañana, lejos de esconderse, Mónica Salinas partió a pie hacia el centro de Santiago donde se encontraba la sede del MAPU.
"Los militares se habían levantado y nosotros no sabíamos qué hacer. Por eso yo decidí ir al partido a pedir instrucciones".
Después de hacer dedo y caminar durante dos horas, al llegar al recinto ubicado en calle Dieciocho, todo era caótico.
"Me preguntaron qué hacía ahí y me dijeron que me fuera pa’ mi casa y quemara toda la documentación que comprometiera al partido. Así que vuelta de nuevo". Esta mujer caminó e hizo dedo hasta llegar otra vez a su hogar, dos horas después. Ya era pasado el mediodía.
Cuando volvió, su marido lloraba sentado en el piso. Nadie podía creer lo que sucedía.
"A mí me acusaron algunos vecinos de comunista, de que en mi casa se hacían reuniones con importantes dirigentes del MIR y del Partido Comunista (PC). Pero cuando los militares me llevaron al lado de un camión y me interrogaron, yo les negué. Era tan ridículo que me acusaban de regalar remedios. Entonces, yo le preguntaba al suboficial cuál era el delito o lo malo de entregar remedios, si yo era conocida como una dirigente vecinal. Al rato me dejaron libre y no me molestaron más", cuenta.
La casa de Mónica Salinas, en realidad, fue lugar de encuentro de los dirigentes de varios partidos.
"En mi casa estuvo el Miguel Enríquez y el Pascal Allende comiendo porotos, al igual que muchos otros. Y a mí me encantaba ese tiempo, que teníamos tanto que hacer y se estaban logrando muchos beneficios para nosotros, que éramos los más pobres de Santiago".
Fue así como llegó la mañana del 18 de septiembre. A una semana del golpe de Estado asestado por el general Augusto Pinochet, noche tras noche se escuchaban las ráfagas y se hacían más intensos los allanamientos y las detenciones arbitrarias.
"La Maiga me pasó a buscar como todos los días para ir a comprar el pan, pero fuimos hacia otro lado, porque a ella le habían dado el dato de que esa noche los milicos habían ido a botar unos muertos atrás del cementerio", relata.
La casa de la señora Mónica se ubica a unas 12 cuadras de la línea del tren. Pese a sus años y nuestro ofrecimiento de hacer el recorrido en auto, prefiere rehacer a pie el doloroso camino que hizo el día del hallazgo.
"Yo me pegaba estas caminatas muchas veces para ir a comprar o cuando iba a reuniones. Esta ruta que vamos a hacer es la que seguía la gente que acortaba camino para ir al cementerio", aclara.
En la actualidad, el lugar está más poblado: "en ese tiempo no estaban estas calles y Lo Sierra llegaba hasta aquí y luego empezaba el peladero".
El recorrido comienza en Avenida Central con calle Pegaso. Después de varias cuadras y de pasar una pequeña plazoleta, enfilamos por Venus, una estrecha callecita.
"Aquí terminaba la población y empezaba un terreno donde no había nada más que montículos de tierra, pasto y piedras. Esa mañana encontramos a un hombre que estaba sentado en el suelo, con la cabeza apoyada en las rodillas, que tenía un bolso al lado. Pensamos que estaba durmiendo. La Maiga le pegó un empujoncito en el brazo para ver si despertaba, pero se cayó para el lado. Estaba muerto y en la espalda tenía varios hoyos".
A ratos, pareciera que Mónica Salinas se transporta en el tiempo, acelerando el paso y mirando hacia todos lados, como si en cualquier momento fuese a aparecer una patrulla militar.
Ahora todo el sector está densamente poblado. La calle Venus, en dirección este-oeste, tiene largas cuadras de pasajes y al frente una hilera de edificios de departamento de cuatro pisos, que están vacíos y custodiados por carabineros para evitar tomas.
Al final, topamos con la avenida Ferrocarril, que corre paralela a la línea del tren. Hay que atravesar los rieles por un pequeño paso, dejado por la entrada del puente que atraviesa la Circunvalación Américo Vespucio.
"Ya está, por aquí es la cosa. ¿A ver? Déjeme mirar un poquito", pide la anciana. Estamos a la entrada de una franja de unos 30 metros de ancho, que separa la pared poniente del Cementerio Metropolitano y la línea férrea. Hoy es un lugar seco, pedregoso e irregular, transformado en un basural clandestino.
"En ese tiempo aquí no había basura, sólo había un pasto largo y verde y tierra", aclara.
Se toma cerca de tres minutos para recordar y sola comienza a subir y bajar el terreno con asombrosa agilidad. Nunca trastrabilla, pese a las piedras filudas que hay en el suelo, dejadas por el paso de cada convoy.
De pronto se detiene y se queda petrificada mirando uno de los muros del campo santo: "Aquí estaban".
Sangre y Pasto
Mónica Salinas, la mujer que temerosa salió esa mañana a comprar el pan, sintió un frío penetrante. "Los cuerpos estaban en el suelo, boca abajo y alineados uno junto a otro, separados así tanto (con las manos dibuja en el aire una huincha de medir imaginaria, que simula un metro)".
Ella reconoce que la más audaz era su amiga. "Era del PC y estaba casada con un dirigente del comité central", recuerda. Su nombre era Margarita Riquelme y no sabe cuándo falleció.
"Mi amiga me dice que los demos vuelta, y que cortáramos pasto húmedo para limpiarles la cara".
La señora Mónica conocía perfectamente al cantautor. Sólo dos meses antes lo había visto, guitarra en mano, interpretar su música frente a un grupo de pobladores.
"Yo ubicaba a Víctor Jara y le dije a la Maiga que lo conocía. Le limpiamos bien la cara, porque la tenía llena de sangre seca, roja oscura. Tenía puesto, no recuerdo bien si era un chaleco o algo parecido, de color verde, y se notaban agujeritos en la ropa, de donde le había salido sangre".
Entonces, "le revisamos las manos para ver si le encontrábamos una argolla o algo y no podíamos creer cómo se las habían dejado: las tenía todas hechas tira y yo le movía los dedos, pero era como si no tuviera hueso. La cabeza la tenía hecha tira también".
Comenta luego que "no estaban tiesos, porque los dimos vuelta con facilidad. No vimos balas en el suelo, porque había mucho pasto".
Las mujeres siguieron con el segundo cuerpo, el que resultó ser de Litré Quiroga, ex director de Prisiones.Al tercero no lo pudieron identificar. Al ver el siguiente cadáver, relata Mónica, "mi amiga me dice que era el del Coco (Paredes), que tenía un hoyo en el estómago, de donde se le salían las tripas".
Hasta ahora, se sabía que después de ser detenido en La Moneda, el otrora director de la Policía de Investigaciones fue conducido al Regimiento Tacna, y asesinado junto a los miembros del GAP en Peldehue.
Pero el abogado Nelson Caucoto dice que "no es la primera vez que escucho acerca de esto, habría que verlo".
El panorama era dramático. Las mujeres habían confirmado el rumor que les llegó durante la madrugada y el peligro de que apareciera alguna patrulla a retirar los cuerpos era inminente.
"Decidimos dejar los cuerpos boca arriba, para que si alguien los veía los pasara a buscar. Luego buscamos un negocio o una casa con teléfono, y lo encontramos a media cuadra de la panadería. La Maiga le habló a un contacto que tenía con un nombre en clave para que le avisaran a la Joan (Jara) que Víctor estaba en ese lugar", relata.
Mónica Salinas acaba así con el secreto que guardo durante 36 años. Después de relatar, sin pausas, qué sucedió esa mañana y de indicar la manera en que estaban los cuerpos, se aleja con calma, y su ausencia transforma otra vez el terreno en un basural, fétido y pedregoso. Allí no hay cruces ni animitas que recuerden a Víctor Jara.
©la nación
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