caos engendra guerra religiosa
17 de junio de 2009
Sus santuarios están siendo destruidos. Sus imanes están siendo asesinados. Su tolerantes creencias están siendo sometidas a fulminantes ataques.
Así que los clérigos sufíes moderados hicieron hace poco lo que muchos otros hombres han decidido hacer en la anárquica Somalia: tomar las armas y entrar al negocio de la muerte, en este caso para defenderse de la shabab, una de las organizaciones extremistas musulmanas más temibles de África.
"Siempre tomamos cuidado de no involucrarnos en esas guerras entre clanes, esas guerras políticas", dice el jeque Omar Mohamed Farah, un líder sufí. "Pero esta era una guerra religiosa".
En los últimos meses, un nuevo eje de conflicto se ha abierto en Somalia, un país esencialmente anárquico desgarrado por clanes rivales desde 1991. Ahora, en lo que parece ser un giro definitivo, los combatientes de diferentes clanes están formando alianzas y luchando unos contra otros a lo largo de líneas religiosas, con hombres profundamente devotos que entran al campo de batalla con pañuelos de cabeza cuadriculados, rifles de asalto y polvorientos coranes.
Es una guerra de musulmanes contra musulmanes, y los clérigos sufíes son parte de un movimiento islámico moderado con el que los países occidentales cuentan para repeler a los crecientemente poderosos extremistas de Somalia. Si Somalia se convierte o no en una incubadora terrorista y una amenaza regional -lo que ya ha empezado a ocurrir, con cientos de yihadistas extranjeros fuertemente armados concentrándose aquí para luchar contra la shabab- o si este país finalmente se estabiliza y termina con los años de hambre, miseria y derramamiento de sangre puede depender de quién gane estas batallas en los próximos meses.
"Estamos en tierra desconocida", dice Rashid Abdi, analista del Grupo Crisis Internacional, una organización sin fines de lucro que trata de prevenir conflictos bélicos. "Antes, los clanes lo controlaban todo. Ahora en Somalia estamos por primera vez empezando a ver los contornos de una guerra ideológica sectaria, y eso me asusta".
Durante dos años, los insurgentes islámicos han librado una violenta guerra contra el gobierno de transición de Somalia y las miles de tropas etíopes que lo protegen. En enero, los insurgentes lograron lo que querían, aparentemente: los etíopes se retiraron; el impopular presidente abdicó; y los islamitas moderados asumieron el gobierno de transición de Somalia, reconocido internacionalmente, fortaleciendo las esperanzas de paz.
Pero desde entonces, el veredicto sobre los moderados ha sido tibio. En las últimas dos semanas, la shabab ha aplastado a las fuerzas gubernamentales en Mogadishu, la capital. La pequeña parte de la ciudad controlada por el gobierno se está reduciendo cuadra por cuadra, y las tropas etíopes han vuelto a cruzar la frontera y están observando. Han muerto cerca de ciento cincuenta personas, y el incesante fuego de mortero ha generado torrentes de aterrados civiles que se internan en terribles condiciones al árido campo, donde hacen frente a la peor sequía en diez años.
Si cae Mogadishu, Somalia será arrastrada todavía más profundamente hacia el violento lodazal que las Naciones Unidas, Estados Unidos y otros países occidentales han tratado de contener, y el país se fragmentará todavía más entre facciones en conflicto, probablemente con los islamitas radicales como grupo dominante.
Pero aquí, en las planicies barridas por el viento de las regiones centrales de Somalia, es una historia diferente. Los moderados se están defendiendo, y la recientemente acuñada milicia sufí es casi el único grupo local que encara a la shabab, y gana.
El territorio de varios cientos de kilómetros cuadrados en el centro de Somalia bajo control de los sufíes no es tan estratégico como Mogadishu. Pero los sufíes han alcanzado lo que no ha logrado ningún gobierno provisional: el apoyo popular, lo que explica porqué fueron capaces de avanzar tan rápidamente, pese a ser un grupo de hombres que no habían apretado nunca antes un gatillo -lo que es una rareza en Somalia-, y convertirse en una fuerza de combate unida y respaldada por los clanes locales.
Muchos somalíes dicen que la versión sufí del islam, que enfatiza la tolerancia, el misticismo y la relación personal con Dios, es más congruente con sus tradiciones que el islam wahhabi fomentado por la shabab, que impone una estricta separación de los sexos y severos castigos, como amputaciones y lapidaciones.
"Los sufíes son parte de nosotros", dice Elmi Hersi Arab en la vapuleada ciudad de Dusa Marreb en el centro de Somalia. "Se criaron aquí".
Los sufíes también aprovecharon la reacción contra la shabab. La organización, que según funcionarios estadounidenses recluta miembros en todos los clanes y está asociada a al Qaeda, controló Dusa Marreb durante buena parte del año pasado. Los vecinos describieron ese período como una época de terror. Los milicianos de la shabab asesinaron a más de una docena de hombres e incluso decapitaron a dos mujeres que vendían té.
"Respetamos a la shabab por ayudarnos a expulsar a los etíopes", dijo una mujer en Dusa Marreb que pidió no ser identificada por razones de seguridad. "Pero cuando los etíopes se marcharon y la shabab continuó con la guerra, eso dejó de tener sentido para nosotros".
Los sufíes, una cofradía religiosa organizada flojamente, y que también recluta a sus miembros en diferentes clanes, ha evitado estudiadamente implicarse en las guerras entre clanes de Somalia, que a menudo no son más que escuálidas tapaderas para luchas por el poder entre hombres de negocios y señores de la guerra. Pero en noviembre, dijo el jeque Omar, la shabab mató a balazos a varios estudiantes sufíes. Al mes siguiente, la shabab destruyó santuarios sufíes.
Estalló el pánico en las escuelas sufíes, donde jóvenes como Siyad Mohammed Ali estudiaban filosofía islámica. "Nunca enseñamos a rezar a los miembros de la shabab", dijo. "Ahora estábamos siendo atacados".
Hombres como Siyad se convirtieron en la espina dorsal de la nueva milicia sufí. Se consiguió una caja de AK-47 con un grupo de jefes de un clan, y un destartalado camión blindado con otro. En diciembre, los sufíes, cuya organización se llama Ahlu Sunnah Wal Jama, que se traduce gruesamente como los seguidores del profeta Mahoma, expulsaron a la shabab de Dusa Marreb. Desde entonces, los sufíes han defendido su territorio en varias ocasiones contra incursiones de la shabab.
Hassan Sheik Mohamud, decano de un colegio en Mogadishu, dijo que el levantamiento sufí era un hecho "absoluta y totalmente nuevo en la historia".
"Tenían la reputación de ser pacíficos", dijo.
Los sufíes están flojamente aliados con el gobierno provisional, que ha prometido gobernar Somalia con alguna forma de ley islámica. El presidente, el jeque Sharif Sheik Ahmed, es un enigma: proviene de una larga línea de clérigos sufíes, pero su ascensión al poder en 2006 fue parte de una alianza islámica con un marcado carácter wahhabi. Dijo que quiere que las mujeres cumplan funciones importantes en su gobierno, pero varias prominentes mujeres somalíes dijeron que durante una reunión reciente, ni siquiera las miró a los ojos.
Muchos somalíes dicen que el jeque Sharif está cometiendo el mismo error que sus predecesores, gastando más tiempo recorriendo capitales extranjeras en un Mercedes que trabajando en las calles de Mogadishu para cultivar alianzas locales.
Aquí, los sufíes están avanzando con su propia, pequeña administración, reuniéndose con funcionarios de Naciones Unidas y patrullando las calles. De noche, forman un círculo debajo de un árbol, dejan sus AK-47 sobre sus coranes, se quitan los pañuelos de cabeza y rezan.
"Nosotros también tenemos una guerra santa", dijo el jeque Omar, un hombre alto con una larga barba y mirada afable. "Pero es una guerra íntima, una lucha para mantenernos puros".
23 de mayo de 2009
new york times
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