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muerte en el desierto


Es hora de que Estados Unidos adopte medias para impedir que miles de inmigrantes mueran en el intento de llegar a este país. Un editorial de Los Angeles Times.
La Operación Gatekeeper empezó en octubre de 1994, concentrándose en las medidas de la seguridad federal fronteriza en el tramo de ocho kilómetros desde el Océano Pacífico hasta San Ysidro. Dentro de tres años, el presupuesto del antiguo Servicio de Inmigración y Naturalización -desde entonces dividido en dos dependencias- fue duplicado para llegar a los ochocientos millones de dólares. El número de agentes de la Patrulla Fronteriza también se dobló, junto con los kilómetros de vallas. Los sensores subterráneos casi se triplicaron.
En los quince años que han pasado desde su iniciación. Gatekeeper, ahora el nombre común para todas campañas policiales federales en la frontera mexicana,  ha tenido toda una serie de consecuencias -algunas esperadas y otras desagradablemente sorprendentes. Por ejemplo, las detenciones e intentos de cruzar la frontera donde el control policial es más fuerte, se dispararon terriblemente, tal como habían esperado los funcionarios. Pero los inmigrantes no se quedaron en casa. En lugar de eso, miles intentaron cruzar los peligrosos desiertos del este del país, en Arizona y Texas, muriendo 5.600 de ellos, según un reciente informe de la Unión Americana para las Libertades Civiles de San Diego y Condados Imperiales y la Comisión Nacional de Derechos Humanos de México. De acuerdo con el informe ahora es diecisiete veces más probable que en 1998 que un inmigrante ilegal muera mientras intenta cruzar la frontera.
Las organizaciones que rechazan a los inmigrantes ilegales no se impresionan con estas cifras. Ningún país puede sobrevivir, dicen, si no puede controlar sus propias fronteras. Los inmigrantes están violando la ley, dicen, y aquellos que ponen sus vidas en peligro de manera tan necia son responsables de sus propias acciones. Pero aunque es verdad que la responsabilidad personal juega un papel, el hecho es que se trata de una crisis humanitaria de enormes proporciones y exige acción inmediata. El informe reconoce que México ha fracasado en cuanto a desalentar adecuadamente la emigración a través del desierto, aunque responsabiliza a las políticas de inmigración estadounidense y llama a destinar los recursos policiales a operaciones de rescate.
No es probable que eso ocurra -particularmente no en el contexto de después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Sin embargo, hay medidas que se pueden adoptar. Borstar, el excelente programa de búsqueda y rescate de la Patrulla Fronteriza, debería contar con más recursos. Ambos gobiernos, y especialmente el mexicano, deben mejorar sus programas de educación de los candidatos a la emigración sobre los peligros que acechan en el desierto, donde las temperaturas pueden llegar a los 46 grados Celcius y la deshidratación es casi inevitable. El contrabando es también un problema binacional, especialmente a la luz de la creciente cooperación entre contrabandistas de drogas y de seres humanos.
Los cambios más generales que deben ser implementados sólo ocurrirán con el tiempo. México debe crear condiciones económicas para la prosperidad en casa de modo que sus ciudadanos dejen de arriesgar sus vidas para salir del país. Entretanto, Estados Unidos debe implementar reformas que saquen de la ecuación de la inmigración a la muerte en el desierto.

27 de octubre de 2009
©los angeles times
©traducción mQh
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