desgarrado entre dos países
[Anna Gorman] Un salvadoreño fue deportado a su país de origen, dejando su familia acá y reuniéndose con otra.
Henry Fuentes cierra los ojos y trata de dormir. Pero no puede. Está inquieto. Mira por la ventanilla del avión. Esta puede ser la última vez que vea a Estados Unidos. En menos de tres horas aterrizará en El Salvador, un país que no ha visitado en ocho años.
Fuentes no había pensado en volver.
Agentes de inmigración lo arrestaron el mes pasado en su departamento de Houston. Ahora el gobierno lo estaba deportando junto a otros 115 inmigrantes ilegales de retorno a América Central. Algunos apenas habían cruzado la frontera. Otros, como Fuentes, llevaban años en Estados Unidos y tenían empleo, coche y habían empezado familias.
Como Fuentes, la mayoría de los deportados tienen sentimientos encontrados en cuanto a volver a casa. Están enfadados por la deportación, pero aliviados de no estar detenidos. Están excitados por la idea de volver a sus raíces, pero frustrados por la falta de trabajo en su país. Están ansiosos de reunirse con sus familiares en El Salvador, pero angustiados de dejar a sus mujeres e hijos en Estados Unidos.
"Para mí es muy, muy difícil", dijo Fuentes reclinando su cabeza en el asiento. "Me siento muy, muy mal. Me siento feliz porque volveré a ver a mis hijos. Hace ocho años que no los veo. Pero me siento triste porque estoy dejando atrás a mis otros hijos".
El gobierno federal ha incrementado el control de la inmigración en los últimos años, lo que ha resultado en cifras récord de detenidos. Las autoridades están tratando de liberar espacio en los centros de detención mediante la deportación rápida y eficiente de inmigrantes ilegales.
Su principal herramienta es una flota de aviones utilizados para trasladar a casa a casi 72 mil inmigrantes ilegales, incluyendo unos 14.000 inmigrantes con antecedentes criminales, que fueron enviados a América Central y del Sur durante el año fiscal 2007. El año anterior se había deportado a cincuenta mil inmigrantes, incluyendo unos 9.600 inmigrantes con antecedentes. Las autoridades dijeron que el plan es detectar, detener y deportar incluso a más inmigrantes ilegales este año.
El gobierno puso fin a la práctica de ‘capturar y liberar' y la ha reemplazado por la de ‘capturar y deportar', dijo Michael Pitts, jefe de la unidad de operaciones de vuelo del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE) [U.S. Immigration and Customs Enforcement].
"Es una aerolínea con billetes de ida solamente", dijo Pitts.
El viaje de Fuentes empezó tarde la noche del 19 de febrero en un centro de detención en Willacy, Texas, cuando los guardias le dijeron que sería deportado. Fuentes subió a un bus temprano a la mañana siguiente.
A eso de las siete de la mañana su bus se detuvo junto a un Boeing 737 aparcado en una pista de aterrizaje prácticamente desierta en Harlingen, Texas. La agente del ICE Josie Alvarado abordó el avión con un bolígrafo rojo y un sujetapapeles.
"Buenos días", dijo en un sonoro español. "Están viajando a El Salvador. Cuando desciendan, pongan las manos en la cabeza. En el avión, respeten a las autoridades y nosotros les respetaremos".
En el vuelo no había nadie condenado ni pandilleros. A esos se los deporta aparte.
Estos deportados cuentan con algo de simpatía entre los agentes de inmigración. "No los tratamos como criminales. Los tratamos con tanta compasión como podemos", dijo Frank Filippone, el oficial del ICE a cargo del vuelo antes de salir de Texas. "Llegaron aquí para mejorar sus vidas o para enviar dinero a casa".
Eso fue lo que llevó a Fuentes a dejar a su familia y pagar a un coyote 6.500 dólares para el viaje hacia el norte, peligroso y de varios meses, a través de Guatemala y México y al otro lado de la frontera. Se había divorciado de su mujer y se había gastado sus ahorros en la guerra por la tutela de sus dos hijos, Denisse, 3, y Harold, 2. Ganó, los puso al cuidado de sus padres y se marchó al norte a hacer dinero para mantenerlos.
En Texas, Fuentes trabajaba como maquinista y ganaba unos cien dólares al día. Enviaba a casa unos quinientos dólares todos los meses. "Quiero que mis hijos sean profesionales", dijo. "Con los cinco dólares al día en mi país no podría lograr eso. Por eso me vine".
Pero unos años después de asentarse en Houston, conoció y se casó con una mujer colombiana que tenía una tarjeta verde como residente legal de Estados Unidos. Fuentes se convirtió en padrastro de su hija Natalie, y la pareja tuvo un hijo, Sebastián. Los dos niños son ciudadanos estadounidenses, por nacimiento.
Durante varios años, Fuentes tuvo un permiso de residencia temporal, que fue otorgado a muchos salvadoreños. Pero en la mañana del diez de enero los agentes de inmigración golpearon a su puerta. Le dijeron que tenían orden de deportarlo por no haber comparecido ante un tribunal de inmigración en 2006. Fuentes les dijo que se había mudado y no había recibido ninguna citación.
"Siempre traté de ser responsable, muy responsable en mi vida, sabes, porque tengo hijos", dijo, arrellanándose en el asiento.
Sin embargo, ahora estaba en un vuelo oficial de vuelta a El Salvador, con una bolsa de almuerzo con jugo de naranja, un bocadillo bologna y patatas fritas en la bandeja frente a él.
"Dicen que soy ilegal", dijo. "¿Qué puedo hacer?"
Muchos de los inmigrantes con él no habían subido nunca a un avión. Miraban ansiosamente por las ventanillas, tratando torpemente de abrocharse el cinturón de seguridad y ahogando sus gritos cada vez que el avión tenía turbulencias. Algunos recibieron Dramanine para mitigar el mareo.
Hay vuelos de deportación regulares del ICE todos los días de la semana hacia América Central y el gobierno norteamericano también ha enviando a inmigrantes de vuelta a Nigeria, Cuba, Tailandia, Camboya y Filipinas. Decenas de miles de mexicanos son trasladados en avión hasta la frontera, desde donde deben seguir viaje a pie. El coste de los vuelos de deportación saltó de 96 millones de dólares en el año fiscal 2007 a 135 millones de dólares este año. Eso es, casi seiscientos dólares por deportado. Debido a que la detención de un inmigrante cuesta unos cien dólares al día, dijo Pitts, "para nosotros es más efectivo sacarlos del país de manera más expedita".
Cuando el avión tocó tierra en El Salvador, algunos pasajeros aplaudieron y vitorearon.
Luego, uno por uno, descendieron la escalera. Un pasajero besó su mano y la posó contra el suelo. Otro gritó: "Ay, qué calor".
Policías salvadoreños los guiaron hacia una apretada habitación, donde Fuentes y los otros se sentaron en sillas de plástico y comieron platos de pupusa y salsa.
Carlos Rivas, subdirector de repatriación del gobierno salvadoreño, les dijo que serían entrevistados por un funcionario de inmigración y se revisarían sus antecedentes. Luego recibirían sus efectos personales y podrían marcharse a casa.
Cuando llamaron el nombre de Fuentes, entró a una oficia y se sentó frente a un escritorio.
"¿Es la primera vez que ha sido deportado?", le preguntó una mujer.
"Sí".
"¿Adónde va?"
"A San Salvador. No sé la dirección, sólo me sé el barrio".
"¿Qué va a hacer aquí? ¿Trataré de volver?"
"No lo sé. Aquí tengo trabajo, trabajo en joyas".
Fuentes entró a otra oficina, donde una mujer manejaba una casa de metal con cerrojo llena de billetes de un dólar para el billete del bus a casa.
"Viene su familia a recogerle?"
"Me vienen a recoger, pero si me quiere dar dinero, no seré yo quien se opondrá", dijo, con una sonrisa.
Frente al aeropuerto, Fuentes esperó en el bordillo, con una bolsa de plástico con sus cartas, fotografías y un reloj. Sacó las fotos de su mujer e hijos en Houston, y leyó una carta que le había escrito su hijastra de diez años cuando estuvo detenido, firmado "La princesa de papá".
"Lo quiero. No quiero llorar porque duele cuando lo hago", escribió. "Si va a El Salvador, diga hola a toda la familia. Le enviaré una fotografía que me hice para usted".
Cuando Fuentes levantó la vista, sus padres estaban parados frente a él.
"Bienvenido a casa", dijo su padre.
Las lágrimas rodaban por sus mejillas y se levantó, sonrió y los abrazó fuertemente.
"I love you, papi", dijo en inglés, y entonces, corrigiéndose, repitió en español: "Hombre, te eché tanto de menos".
Su padre lo presentó a su hijo, Harold, 10, que apenas empezaba a caminar cuando Fuentes se marchó a Estados Unidos.
"Qué grande estás", dijo, levantando a Harold y girando con él en sus brazos. "Dame un beso. Qué guapo estás".
Fuentes se trepó a la parte de atrás de un camión rojo para el accidentado viaje a su casa en un barrio llamado ‘los Mexicanos'. En la puerta de entrada, sus hijos habían colocado un letrero escrito a mano que decía: "Bienvenido a casa". Adentro, los balones cubrían las paredes. Cuatro sobrinas y sobrinos a los que nunca había visto se le acercaron corriendo desde la casa de cemento cubierto de pintadas.
Su hija de once, Denisse, que era muy pequeña cuando su padre se marchó a Estados Unidos, salió de la casa con una sonrisa nerviosa en su cara. Era casi tan alta como él.
"¿Cómo estás, hija mía, preciosa?", dijo Fuentes antes de abrazarla. Ella ocultó su cara en su hombro. Pero cuando su abuela le dijo que le diera un beso, ella apartó la cabeza, tímida.
"Entiendo", dijo Fuentes. "Ha pasado mucho tiempo".
Su madre, María Lidia Zometa, dijo que no quería que su hijo se volviera a marchar.
"Tuve que aceptar con dolor en mi alma que tuviera que marcharse", dijo. "Ahora lo tengo de vuelta. No quiero que se vuelva a marchar".
Pero Zometa dijo que ella no sabe qué hará la familia sin el dinero que él envía a casa. Desde que Fuentes fuera arrestado, la familia empezó a pasar estrecheces. La casa estaba llena de muebles comprados con el dinero de Fuentes: una mesa de comedor, sillones, un televisor y una máquina de lavar.
El padre de Fuentes es dueño de una joyería, pero pandilleros le han robado tres veces. Para ayudar a pagar las cuentas, su madre pidió un préstamo para empezar con una pequeña tienda en su casa. Vende pañales, huevos, refrescos, patatas fritas y servilletas.
"Estos meses han sido difíciles", dijo Zometa. "Tengo que mantener a siete nietos. No es fácil... La vida aquí es cara".
Después de una larga noche de historias, baile y comida del popular Pollo Campero, Fuentes despertó a las nueve de la mañana y caminó las cinco cuadras que lo separaban de la tienda de su padre. Trabajar, dijo, le ayudaría a olvidar lo que le había pasado y las decisiones que tuvo que tomar.
Quiere quedarse en El Salvador y recuperar al tiempo perdido con Harold y Denisse. Pero tampoco se puede imaginar sin su mujer y sus hijos. Texas se parece más a su casa que San Salvador. Quizá su esposa y Natalie y Sebastián puedan visitarle aquí mientras reúne el dinero para el viaje hacia el norte.
"Voy a volver porque amo Estados Unidos", dijo. "Ellos no me quieren, pero yo amo a Estados Unidos".
Fuentes no había pensado en volver.
Agentes de inmigración lo arrestaron el mes pasado en su departamento de Houston. Ahora el gobierno lo estaba deportando junto a otros 115 inmigrantes ilegales de retorno a América Central. Algunos apenas habían cruzado la frontera. Otros, como Fuentes, llevaban años en Estados Unidos y tenían empleo, coche y habían empezado familias.
Como Fuentes, la mayoría de los deportados tienen sentimientos encontrados en cuanto a volver a casa. Están enfadados por la deportación, pero aliviados de no estar detenidos. Están excitados por la idea de volver a sus raíces, pero frustrados por la falta de trabajo en su país. Están ansiosos de reunirse con sus familiares en El Salvador, pero angustiados de dejar a sus mujeres e hijos en Estados Unidos.
"Para mí es muy, muy difícil", dijo Fuentes reclinando su cabeza en el asiento. "Me siento muy, muy mal. Me siento feliz porque volveré a ver a mis hijos. Hace ocho años que no los veo. Pero me siento triste porque estoy dejando atrás a mis otros hijos".
El gobierno federal ha incrementado el control de la inmigración en los últimos años, lo que ha resultado en cifras récord de detenidos. Las autoridades están tratando de liberar espacio en los centros de detención mediante la deportación rápida y eficiente de inmigrantes ilegales.
Su principal herramienta es una flota de aviones utilizados para trasladar a casa a casi 72 mil inmigrantes ilegales, incluyendo unos 14.000 inmigrantes con antecedentes criminales, que fueron enviados a América Central y del Sur durante el año fiscal 2007. El año anterior se había deportado a cincuenta mil inmigrantes, incluyendo unos 9.600 inmigrantes con antecedentes. Las autoridades dijeron que el plan es detectar, detener y deportar incluso a más inmigrantes ilegales este año.
El gobierno puso fin a la práctica de ‘capturar y liberar' y la ha reemplazado por la de ‘capturar y deportar', dijo Michael Pitts, jefe de la unidad de operaciones de vuelo del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE) [U.S. Immigration and Customs Enforcement].
"Es una aerolínea con billetes de ida solamente", dijo Pitts.
El viaje de Fuentes empezó tarde la noche del 19 de febrero en un centro de detención en Willacy, Texas, cuando los guardias le dijeron que sería deportado. Fuentes subió a un bus temprano a la mañana siguiente.
A eso de las siete de la mañana su bus se detuvo junto a un Boeing 737 aparcado en una pista de aterrizaje prácticamente desierta en Harlingen, Texas. La agente del ICE Josie Alvarado abordó el avión con un bolígrafo rojo y un sujetapapeles.
"Buenos días", dijo en un sonoro español. "Están viajando a El Salvador. Cuando desciendan, pongan las manos en la cabeza. En el avión, respeten a las autoridades y nosotros les respetaremos".
En el vuelo no había nadie condenado ni pandilleros. A esos se los deporta aparte.
Estos deportados cuentan con algo de simpatía entre los agentes de inmigración. "No los tratamos como criminales. Los tratamos con tanta compasión como podemos", dijo Frank Filippone, el oficial del ICE a cargo del vuelo antes de salir de Texas. "Llegaron aquí para mejorar sus vidas o para enviar dinero a casa".
Eso fue lo que llevó a Fuentes a dejar a su familia y pagar a un coyote 6.500 dólares para el viaje hacia el norte, peligroso y de varios meses, a través de Guatemala y México y al otro lado de la frontera. Se había divorciado de su mujer y se había gastado sus ahorros en la guerra por la tutela de sus dos hijos, Denisse, 3, y Harold, 2. Ganó, los puso al cuidado de sus padres y se marchó al norte a hacer dinero para mantenerlos.
En Texas, Fuentes trabajaba como maquinista y ganaba unos cien dólares al día. Enviaba a casa unos quinientos dólares todos los meses. "Quiero que mis hijos sean profesionales", dijo. "Con los cinco dólares al día en mi país no podría lograr eso. Por eso me vine".
Pero unos años después de asentarse en Houston, conoció y se casó con una mujer colombiana que tenía una tarjeta verde como residente legal de Estados Unidos. Fuentes se convirtió en padrastro de su hija Natalie, y la pareja tuvo un hijo, Sebastián. Los dos niños son ciudadanos estadounidenses, por nacimiento.
Durante varios años, Fuentes tuvo un permiso de residencia temporal, que fue otorgado a muchos salvadoreños. Pero en la mañana del diez de enero los agentes de inmigración golpearon a su puerta. Le dijeron que tenían orden de deportarlo por no haber comparecido ante un tribunal de inmigración en 2006. Fuentes les dijo que se había mudado y no había recibido ninguna citación.
"Siempre traté de ser responsable, muy responsable en mi vida, sabes, porque tengo hijos", dijo, arrellanándose en el asiento.
Sin embargo, ahora estaba en un vuelo oficial de vuelta a El Salvador, con una bolsa de almuerzo con jugo de naranja, un bocadillo bologna y patatas fritas en la bandeja frente a él.
"Dicen que soy ilegal", dijo. "¿Qué puedo hacer?"
Muchos de los inmigrantes con él no habían subido nunca a un avión. Miraban ansiosamente por las ventanillas, tratando torpemente de abrocharse el cinturón de seguridad y ahogando sus gritos cada vez que el avión tenía turbulencias. Algunos recibieron Dramanine para mitigar el mareo.
Hay vuelos de deportación regulares del ICE todos los días de la semana hacia América Central y el gobierno norteamericano también ha enviando a inmigrantes de vuelta a Nigeria, Cuba, Tailandia, Camboya y Filipinas. Decenas de miles de mexicanos son trasladados en avión hasta la frontera, desde donde deben seguir viaje a pie. El coste de los vuelos de deportación saltó de 96 millones de dólares en el año fiscal 2007 a 135 millones de dólares este año. Eso es, casi seiscientos dólares por deportado. Debido a que la detención de un inmigrante cuesta unos cien dólares al día, dijo Pitts, "para nosotros es más efectivo sacarlos del país de manera más expedita".
Cuando el avión tocó tierra en El Salvador, algunos pasajeros aplaudieron y vitorearon.
Luego, uno por uno, descendieron la escalera. Un pasajero besó su mano y la posó contra el suelo. Otro gritó: "Ay, qué calor".
Policías salvadoreños los guiaron hacia una apretada habitación, donde Fuentes y los otros se sentaron en sillas de plástico y comieron platos de pupusa y salsa.
Carlos Rivas, subdirector de repatriación del gobierno salvadoreño, les dijo que serían entrevistados por un funcionario de inmigración y se revisarían sus antecedentes. Luego recibirían sus efectos personales y podrían marcharse a casa.
Cuando llamaron el nombre de Fuentes, entró a una oficia y se sentó frente a un escritorio.
"¿Es la primera vez que ha sido deportado?", le preguntó una mujer.
"Sí".
"¿Adónde va?"
"A San Salvador. No sé la dirección, sólo me sé el barrio".
"¿Qué va a hacer aquí? ¿Trataré de volver?"
"No lo sé. Aquí tengo trabajo, trabajo en joyas".
Fuentes entró a otra oficina, donde una mujer manejaba una casa de metal con cerrojo llena de billetes de un dólar para el billete del bus a casa.
"Viene su familia a recogerle?"
"Me vienen a recoger, pero si me quiere dar dinero, no seré yo quien se opondrá", dijo, con una sonrisa.
Frente al aeropuerto, Fuentes esperó en el bordillo, con una bolsa de plástico con sus cartas, fotografías y un reloj. Sacó las fotos de su mujer e hijos en Houston, y leyó una carta que le había escrito su hijastra de diez años cuando estuvo detenido, firmado "La princesa de papá".
"Lo quiero. No quiero llorar porque duele cuando lo hago", escribió. "Si va a El Salvador, diga hola a toda la familia. Le enviaré una fotografía que me hice para usted".
Cuando Fuentes levantó la vista, sus padres estaban parados frente a él.
"Bienvenido a casa", dijo su padre.
Las lágrimas rodaban por sus mejillas y se levantó, sonrió y los abrazó fuertemente.
"I love you, papi", dijo en inglés, y entonces, corrigiéndose, repitió en español: "Hombre, te eché tanto de menos".
Su padre lo presentó a su hijo, Harold, 10, que apenas empezaba a caminar cuando Fuentes se marchó a Estados Unidos.
"Qué grande estás", dijo, levantando a Harold y girando con él en sus brazos. "Dame un beso. Qué guapo estás".
Fuentes se trepó a la parte de atrás de un camión rojo para el accidentado viaje a su casa en un barrio llamado ‘los Mexicanos'. En la puerta de entrada, sus hijos habían colocado un letrero escrito a mano que decía: "Bienvenido a casa". Adentro, los balones cubrían las paredes. Cuatro sobrinas y sobrinos a los que nunca había visto se le acercaron corriendo desde la casa de cemento cubierto de pintadas.
Su hija de once, Denisse, que era muy pequeña cuando su padre se marchó a Estados Unidos, salió de la casa con una sonrisa nerviosa en su cara. Era casi tan alta como él.
"¿Cómo estás, hija mía, preciosa?", dijo Fuentes antes de abrazarla. Ella ocultó su cara en su hombro. Pero cuando su abuela le dijo que le diera un beso, ella apartó la cabeza, tímida.
"Entiendo", dijo Fuentes. "Ha pasado mucho tiempo".
Su madre, María Lidia Zometa, dijo que no quería que su hijo se volviera a marchar.
"Tuve que aceptar con dolor en mi alma que tuviera que marcharse", dijo. "Ahora lo tengo de vuelta. No quiero que se vuelva a marchar".
Pero Zometa dijo que ella no sabe qué hará la familia sin el dinero que él envía a casa. Desde que Fuentes fuera arrestado, la familia empezó a pasar estrecheces. La casa estaba llena de muebles comprados con el dinero de Fuentes: una mesa de comedor, sillones, un televisor y una máquina de lavar.
El padre de Fuentes es dueño de una joyería, pero pandilleros le han robado tres veces. Para ayudar a pagar las cuentas, su madre pidió un préstamo para empezar con una pequeña tienda en su casa. Vende pañales, huevos, refrescos, patatas fritas y servilletas.
"Estos meses han sido difíciles", dijo Zometa. "Tengo que mantener a siete nietos. No es fácil... La vida aquí es cara".
Después de una larga noche de historias, baile y comida del popular Pollo Campero, Fuentes despertó a las nueve de la mañana y caminó las cinco cuadras que lo separaban de la tienda de su padre. Trabajar, dijo, le ayudaría a olvidar lo que le había pasado y las decisiones que tuvo que tomar.
Quiere quedarse en El Salvador y recuperar al tiempo perdido con Harold y Denisse. Pero tampoco se puede imaginar sin su mujer y sus hijos. Texas se parece más a su casa que San Salvador. Quizá su esposa y Natalie y Sebastián puedan visitarle aquí mientras reúne el dinero para el viaje hacia el norte.
"Voy a volver porque amo Estados Unidos", dijo. "Ellos no me quieren, pero yo amo a Estados Unidos".
anna.gorman@latimes.com
Alex Renderos contribuyó a este reportaje.
[En 2007, Estados Unidos deportó a América Central y del Sur a 72 mil inmigrantes ilegales. En 2006, cincuenta mil. En los dos años Estados Unidos deportó a 23.700 inmigrantes con antecedentes criminales].
1 de marzo de 2008
29 de febrero de 2008
©los angeles times
cc traducción mQh
1 comentario
jbillalpando -