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domando perros malos

 


Steve Markwell es un hombre valiente. En su santuario en Washington, recoge a los perros que nadie quiere tener y que han sido rechazados por otros refugios: pit bulls, perros guardianes, mordedores y asesinos de gatos.


[Kim Murphy] Forks, Washington, Estados Unidos. Siempre ha habido perros buenos y malos. Los buenos obedecen cuando los llamas, retozan alegres con los niños y no se suben al sofá. Los malos corren tras los coches, pisotean los macizos de flores y sueltan pedos debajo de la mesa de café.
Luego siguen los perros que son realmente malos: los asesinos de gatos, los mordedores y gruñidores, que hacen cosas tan malas que hasta sus dueños los quieren matar. Esos son los perros de Steve Markwell.
"La gente crea a estos monstruos, y creo que es responsabilidad de la gente ocuparse de ellos. No se trata de matarlos a todos porque son inconvenientes", dijo Markwell, que dirige un santuario de perros malos en la selva de la Península Olímpica.
"El hecho de que tengan sus rarezas, y las cosas extras que tienes que tomar en cuenta, de algún modo es casi entrañable. Es como si el mundo te odiara, pero tú no a él", dijo.
El Olympic Animal Sanctuary se ocupa de los perros más malos de todo el país: perros que serían eutanasiados o rechazados en cualquier otro refugio, y perros con antecedentes tan malos que ninguna organización de protección animal consideraría su adopción. 
Entre los más de cincuenta animales que hay en el santuario actualmente, se encuentran mestizos de coyote doméstico, perros guardianes que pertenecieron a traficantes de drogas, perros esquimales asesinos de gatos y una criatura que parece ser noventa por ciento lobo y tiene tanto interés en ser acariciado como un demonio en estar el domingo en la iglesia.
Y sus antecedentes penales son impresionantes.
Uno de los primeros clientes de Markwell fue una pit bull ex perro de pelea llamada Abby, que, pese a estar herida, aterrorizó durante dos semanas la ciudad californiana de Grapevine, en el condado de Kern, antes de que Markwell pudiera meterla en su camión.
Después de que nacieran sus cachorros, estos resultaron ser tan malos que tuvieron que ser aislados. "Si lo dejara salir en este momento", dijo Markwell, apuntando a uno de los cachorros que estaba saltando y gruñendo detrás de una puerta vidriera, "trataría de matarte. Sin ninguna duda".
Markwell ha visto camadas de cachorros que empezaron tratando de matarse unos a otros a las siete semanas de vida, y un dóberman en miniatura que le mordió los labios a alguien y se comió a la cobaya de la familia.
Otro de los perros de Markwell tiene ahora una conducta excelente, excepto durante los dos primeros segundos" después de despertar, cuando está casi siempre de mal humor. "Estaba durmiendo con su paseador de perros, despertó y le dio un mordisco que le sacó la mita de la cara", dijo Markwell. "Pero es fácilmente manejable: No duermas con él. Si estoy con él y empieza a dormirse, lo voy a despertar y hacerlo salir".
El inquilino más famoso del santuario es Snaps, un mestizo que llegó a primera plana en junio en Seattle tras atacar a dos mujeres por orden de su dueño, una niña de quince años.
Una mujer de sesenta y tres años que había visto a la niña y a tres de sus amigas pateando al perro, detuvo su coche. La chica cogió a la mujer por el pelo y empezó a golpearla con su celular. Una de las amigas de la niña avanzó con Snaps, pateando al perro hasta que este empezó a atacar a la mujer. Otra mujer trató de intervenir, y Snaps la mordió tan viciosamente que la sacó la piel de sus brazos.
Las niñas -de once, doce, trece y quince años- fueron detenidas, la dueña del perro fue sentenciado a catorce meses en un centro de detención juvenil, y Snaps podía ser condenado a muerte hasta que intervino Markwell.
"Este vicioso monstruo de perro es la cosa más dulce del mundo", dice Markwell, que a menudo intercambia besos con Snaps, uno de los pocos perros a los que se le permite deambular libre en el extenso recinto industrial, rodeado de caniles, que es el corazón del santuario.
Markwell, 34, no tuvo nunca la intención de convertirse en un experto en el control de perros difíciles. Pero siempre tuvo una relación especial con los animales. Cuando tenía cuatro, rescató a un conejo de la granja peletera de su tío. Como estudiate en la Escuela Episcopal Santa Margarita en San Juan Capistrano, adoptaba a reptiles indeseados.
"Yo en realidad no sabía nada del movimiento de protección animal. Sólo quería liberar a las culebras", dijo. "Tenía un terrario en el armario, del que mi mamá no sabía nada. Ella le tenía horror a las serpientes. Y yo tenía varias boas. Y de esos enormes sapos carnívoros que comen ratones. Y lagartos. Era algo que hoy yo no haría".
Después de la universidad trabajó durante un tiempo en un rancho de caballos y se orientó hacia el rescate de fauna salvaje, mudándose al estado de Washington en 2003 con la idea de ayudar a los perros que nadie ayudaba.
Empezó adoptando a dos o tres animales que encontró casualmente; luego vinieron otros, y cuando su casa se hizo demasiado pequeña, la vendió y compró el terreno industrial que sus chuchos ya han vuelto a hacer pequeño.
Ahora Markwell recibe llamadas de agencias de control animal de todo Estados Unidos que tienen perros que no se pueden adaptar ni a los caniles ni a los patios. Adopta a los perros sólo cuando está convencido de que no tienen realmente ningún lugar donde ir.
El santuario se ubica en una tranquila calle secundaria en Forks, rodeado de aserraderos y algunas casas. Ubicado en una zona con las más altas precipitaciones de lluvia en el Lower 48, el recinto -con su patio de ejercicios rodeado a altas vallas- es cuatro partes perros y tres partes lodo, mezclado generosamente; a Markwell se lo ve habitualmente recubierto por una penetrante capa de tierra y saliva de perros.
De un metro 88 y 112 kilos, con un brazo cubierto de tatuajes, Markwell se ve como si podría intimidar incluso a algunos pit bulls. Pero, dice, el secreto para domar a los indomables no es mostrarse duro: el secreto es darles espacio hasta que estén listos para aceptarlo, destilando tranquilidad y simpatía y poniendo juntos a perros parecidos -eso permite la socialización y el control de la mala conducta antes que tratar de eliminarla de inmediato.
Se ríe de los ‘encantadores de perros’ y rechaza a voluntarios potenciales que dicen que tienen una "afinidad espiritual" con los animales.
"Aquí no hay lugar para ese tipo de gente porque son peligrosos", dice. "Lo que se necesita es sentido común y experiencia. Ellos dicen que los animales los quieren... Bueno, a mí también me quieren, pero me muerden, y feo, una vez al mes. No podemos depender de esas creencias como mecanismo de seguridad".
Markwell pasa la mayor parte del tiempo en un canil propio, de 2.7 por 2.1 metros, con un pequeño ordenador, una televisión y un reproductor DVD. Allá, los perros más aquejados -animales semi catatónicos que han sufrido terribles maltratos y que sólo quieren estar tranquilos- viven con Markwell varios días por vez. Poco a poco empiezan a mostrar algo de confianza y a acercarse a olerlo cuando piensan que está durmiendo.
"Que un perro haya vivido conmigo durante dos años y que haya incluso dormido en mi cama, no quiere decir que no me ataque algún día y me saque un pedazo. A veces ocurre", dijo.
"Pero no podemos acusar a un carnívoro mayor de hacer lo que hacen los carnívoros mayores, que es pelear y matar", dice Markwell. "Los perros y los humanos son los únicos seres vivientes a los que no se les permite morder. Los gatos pueden morder todo lo que quieran. Los caballos pueden morder y dar coces y patadas en el suelo. Un hámster puede morder. Pero cuando nos muerde un perro, ponemos el grito en el cielo".
Markwell cree que hay muchas más mordeduras que los 4.7 millones que se denuncian cada año . "Yo diría que en Estados Unidos hay anualmente más mordeduras graves que perros", dice.
"De hecho, todo perro muerde a alguien al menos una vez en su vida, lo que quiere decir que más que ‘un problema grave que tenemos que solucionar’ en realidad es simplemente un hecho de la vida".
Ahora a Abby, el terror de Grapevine, le encanta que lo acaricien -pero te dará un entusiasta testarazo si te agachas demasiado. El dóberman en miniatura pasa la mitad del tiempo paseando en brazos de Markwell.
Pero siempre habrá perros realmente malos y Markwell está tratando de reunir medio millón de dólares para mudarse a un recinto más grande. El mes pasado hizo una presentación en la Sociedad Protectora de Animales de Seattle, pero la mayor parte de sus donaciones son pequeñas sumas que provienen de individuos que visitan la página web del santuario, o de gente que responde a uno de sus anuncios en Facebook: "Rescatamos a perros asustadizos". [Juego de palabras del autor: "We rescue scary dogs". ‘Scary’ significa tanto temible o espeluznante como miedoso y asustadizo].
Ahora mismo, la falta de espacio exterior implica que los perros del santuario deben hacer turnos para los ejercicios en el patio, usualmente en pequeños grupos. Pasan la mayor parte del tiempo en jaulas.
Markwell dice que ha sido afortunado en que la mayoría de sus vecinos en la empobrecida ciudad maderera, conocida por ser la locación de la serie de vampiros ‘Twilight’, son amantes de perros. Pocos han protestado por los amenazantes sonidos del santuario. "En una ciudad como esta", dijo, "he podido... establecer mi reputación y hago un montón de cosas que habría sido difícil hacer en un lugar como Seattle".
Y cuando los perros vienen aquí, es para quedarse, dice Markwell. Con el tiempo, dijo, sus amigos cuadrúpedos se vuelven más relajados, y es él el que se asusta.
De hecho, cuando algunos adictos a la metadona se acercaron preguntando por pit bulls, Markwell, que sabe gruñir bien, los rechazó.
"Les dije: ‘No vuelvan por aquí’", dijo. "Digan a sus amigos que los perros son peligrosos, pero que el dueño es más peligroso todavía".

17 de marzo de 2010
11 de diciembre de 2009
©los angeles times 
©traducción mQh
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